Especiales Semana

Vera Grabe

La única mujer que perteneció al comando central del M-19 hoy, después de casi 16 años de haber dejado las armas, su interés es buscar una pedagogía para la paz.

Adriana Echeverry*
3 de diciembre de 2005

Ella pide que la foto que escojamos para este perfil no sea una donde aparezca 'armada hasta los dientes'. No reniega de su pasado como guerrillera, pero cree que es hora de que se valore el tránsito que el M-19 dio de las armas a la democracia. "Fueron 16 años en la guerra, pero ya voy a cumplir 16 años en la paz". Desde la adolescencia la inquietaron las ideas de cambio y revolución, pero se fue para Alemania -país de donde habían salido sus padres para olvidar el olor a muerte que deja la guerra- a estudiar filología y allí no encontró forma ni espacio para acercarse a ellas. Terminaban los años 60 y los procesos revolucionarios se reproducían y hacían hervir a América Latina. Vera sintió que su búsqueda política era inaplazable y, un año después de estar en Alemania, regresó a Colombia. Durante la época universitaria, la curiosidad por la revolución empezó a convertirse en una necesidad. Comenzó antropología en la Universidad Nacional pero el alma máter era escenario constante de revueltas estudiantiles y cierres indefinidos. Y a punta de piedra no se iba a graduar. Así que hizo el tránsito a la Universidad de los Andes. El raciocinio propio de los alemanes le había dado paso a la pasión y el romanticismo con el que terminó metida en el proyecto de revolución más popular que ha tenido el país: el M-19.Durante 16 años, su vida transcurrió entre las ciudades y el monte. Estuvo presa después del robo de las armas del Cantón Norte y fue torturada por cuenta del Estatuto de Seguridad de Turbay. Pero estaban lejos los que pensaban que así abandonaría sus ideas. Por el contrario, se metió de lleno a la lucha armada porque pensaba que la insurrección era el único camino que le quedaba al país para cambiar sus estructuras de poder. De lo único que Vera Grabe se arrepiente en la vida es de no haber podido criar a su hija. En medio de la guerra cruda que se desató después de la toma del Palacio de Justicia, quedó embarazada. Estaba en los montes de Antioquia y el Ejército los tenía cercados, sólo cuando el parto fue inminente logró escabullirse hasta llegar a Medellín. El parto fue en la clandestinidad y su vida siguió en la clandestinidad. Vivía entre un escondite y otro y eso no era vida para una niña, así que tuvo que dejar su crianza en manos de otras personas. Dentro del grupo fue respetada y valorada, por algo fue la única mujer que perteneció al comando central, donde tuvo a cargo mucho tiempo las relaciones internacionales. A la hora de la paz dejó las armas, pero no su idea de que el país necesitaba un cambio. Había llegado el momento de buscarlo desde la democracia y las leyes. Dos días después de firmar la reincorporación a la vida civil, más de 30.000 votos le dieron una curul en la Cámara de Representantes. Después encabezó la lista al Senado y también se ganó su silla en el Congreso. En 1994 fue designada como consejera de los derechos humanos en la embajada de Colombia en España. En las elecciones presidenciales de 2002 fue fórmula vicepresidencial de Lucho Garzón por el Polo Democrático. Aunque el interés por la política siempre está presente, siente que es desde la pedagogía para la paz donde se pueden lograr cambios. Por eso en 1998 fundó la Corporación Observatorio para la Paz, una organización dedicada a desarrollar proyectos educativos y culturales que modifiquen conductas y pensamientos como un camino efectivo para construir la paz. *Editora de Ediciones Especiales de SEMANA

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