VIVI LA BATALLA DE BEIRUT
El periodista Juan Guillermo Ríos viajó al Líbano como enviado especial de SEMANA para cubrir la evacuación de Beirut
Se había iniciado desde nuestra llegada a Damasco, que era el paso obligado para ir hasta Beirut, pues el aeropuerto de la capital libanesa estaba fuera de operaciones con motivo de la guerra.
Eran las seis y quince de la tarde cuando hacíamos parte de una larga y desordenada fila para obtener el visto bueno de las autoridades de inmigración sirias. La cola se movía a una proporción de tres personas por hora.
Un calor sofocante hacía más desesperante la espera, en un aeropuerto sórdido, pequeño e inundado de fétidos olores. Arabes de todas las nacionalidades, con el famoso kefieff sobre sus cabezas, se movían como mosquitos dentro de un estrecho recinto de unos 15 metros a la redonda. Al pasar rompiendo las colas, sólo atinaban a decir "atekelafee" es decir, "excúseme".
A las ocho y media de la noche estábamos en otro sitio peor, esperando la entrega del equipaje. Era como una alcantarilla con luz y gente.
Aquí los olores eran aun más desagradables y penetrantes. Media hora más tarde, y tres después de haber aterrizado en Damasco, aparecieron nuestras maletas. Ahora, sólo restaba hacer la cola final, ante las autoridades aduaneras. Cuando nos llegó el turno comenzó nuestra primera pesadilla.
Al guardia aduanero sirio se le ocurrió pedirnos las facturas de compra de equipo de filmación de TV, que llevábamos.
Como no estaban con nosotros? ordenó la retención del equipo y nuestro traslado a una vieja y oscura oficina, en la parte de atrás del aeropuerto. Minutos después, nos interrogaba otro guardia aduanero. Le explicamos que éramos periodistas de Colombia, Suramérica, y que íbamos hacia Beirut. Volvió a pedir nuestros pasaportes y la factura de compra de la cámara de TV. Le explicamos nueva mente en inglés que se trataba de un equipo viejo, que éramos periodistas y que era la primera vez, cuando viajábamos en plan de trabajo, que se nos pedía la factura de compra de la cámara.
La ira se adueñó de este hombre grueso de abundantes, bigotes caídos, que llevaba un uniforme color kaki con charreteras negras. Agarró los pasaportes y frente a nuestras asustadas narices, los lanzó con furia al suelo. Y se volvió a ir. Eran las diez y media de la noche.
Germán Santamaría, el escritor y periodista de "El Tiempo", estaba más nervioso que de costumbre. "Esto me huele a algo como a lo de Midnight Express" me dijo.
Juan Carlos Peña, mi camarógrafo, no atinaba a decir palabra alguna. Yo tampoco entendía por qué él no había traído la bendita factura esa.
Nuestro hombre en Damasco volvió. Y ocurrió lo que yo sospeché desde un principio. "Mil dólares y se van".
"¡Mil dólares!", exclamé en inglés.
"Qué pasó hermano, qué pasó", me preguntaba, acosado, Santamaría.
"Pues que este hombre pide mil dólares para dejarnos ir. De lo contrario retiene el equipo de TV, porque no hay factura".
La alternativa era clara. O pagar los mil dólares, cinco mil libras sirias, y seguir hacia Beirut, o devolvernos.
Es claro que nos decidimos por la primera, ante la satisfacción del corrompido e inclemente guardia sirio.
EN RUMBO HACIA BEIRUT
Alguien en el Sheraton Damasco nos indicó cómo ir hacia Beirut por tierra. Eran las cinco de la mañana del viernes 27 de agosto. Ya el sol estaba sobre las colinas de Damasco, que tiene el encanto de parecerse simultáneamente a Cali y a Cartagena. Ibamos ya en ruta con nuestro guía, que por doscientos cincuenta dólares se comprometía a ponernos en la frontera con el Líbano.
Cumplió. A las siete de la mañana estábamos, con su ayuda, negociando con otro guía para que nos llevara hasta Beirut, por otros 250 dólares. A las ocho, nuestro hombre palideció. Y en un inglés desastroso nos dijo: "A bajarse, a esconderse por los árboles que hay combates".
Evidentemente, estábamos en el valle de la Bekaa, ya en el Líbano, donde tropas sirias apoyadas por guerrilleros palestinos, se enfrentan periódicamente a las fuerzas de invasión insraelí.
Por primera vez nos golpeó la realidad de que estábamos cubriendo una guerra. Nuestros oídos comienzan entonces a acostumbrarse al emocionante tableteo de ametralladoras.
Una hora duramos bajo los árboles pináceos de este hermoso valle de la Bekaa, que es exactamente igual al valle de Samacá, o a otro de los inolvidables paisajes de Boyacá.
Hacia el medio día, la temperatura era insoportable: 36 grados. En la distancia, el ruido de la bombas y los disparos en el valle de la Bekaa. Un convoy de guerrilleros palestinos recién salidos de Beirut dispara hacia la esplanada. Vemos correr soldados israelíes.
Dos horas más tarde fuimos interceptados por una patrulla israelí.
Germán Santamaría dio un salio como de cinco metros y se tiró debajo de un carro. Juan Carlos Peña, mi joven camarógrafo, tiró la cámara y se fue a hacerle compañía. Por segundos pensé que se trataba de una pesadilla. Alguién pasó corriendo al lado nuestro y nos dijo en francés: "Piérdanse, que los judíos están haciendo aseo. Es ya común por aquí"
De repente reaccioné y ví la cámara sola, y mi camarógrafo tendido en el suelo.
Preso de ira y de miedo, exploté y le dije "Párate, maricón" "Jefe, jefe, es que todo es como la muerte" me respondió tartamudeando. Entonces comprendí que estábamos en la boca del lobo, en pleno sector de Kakhani, donde aún mantienen sus trincheras los palestinos. Donde queda el cuartel general de Arafat y hacia donde apuntaban los fusiles israelo-falangistas.
Diez minutos después estábamos refugiados en Wafa, cuando otra explosión retumbó con tal violencia que yo creí que se estaba cayendo el edificio.
Mohammed llegó con la noticia: "Acaba de estallar un carro bomba en la otra cuadra. Hay como catorce muertos. Hay que aislar el sector".
Cuando llegamos al lugar le vimos la cara a la muerte. Había cuatro cadáveres y mucha gente llevando dos niños con las piernas amputadas que estaban jugando a unos cuantos metros, pero que fueron alcanzados por la explosión.
"¿Quién puso la bomba?" pregunté ingenuamente. Y me respondieron al unísono. "Los invasores. Los israelíes"
Y así nos acostumbramos todo el día a ver una ciudad construida como para filmar una película sobre la segunda guerra mundial, con bombas, disparos, gritos, llantos y muertos, muertos de verdad.
En la tarde volvimos al cuartel general de la OLP. Allí Abu Iyad, el número 2 de Arafat, contenía a más de un centenar de mujeres que día a día se acercan a preguntar por sus seres queridos en la guerra. Si volverán o no. Si tocan un tambor es que aún están peleando.
Si hacen el "Yiuyiuyiu" y entonan el "muezzid", que es un cántico de despedida a los guerreros en el mundo islámico, entonces saben que pasan a ser o bien viudas, o bien madres cuyos hijos cayeron luchando por Palestina. Serán condecoradas por Arafat.
Cuando volvía a caer la tarde y pasábamos por el sector de Masrra hubo otra explosión. Corrimos y vimos a un niño aprisionado por una puerta que había sido destruida por una bomba. Ayudamos a rescatarlo.
Fue terrible. De su frágil cuerpo brotaba la sangre como si una llave del acueducto se hubiera reventado. Y entonces miré a mi camarógrafo y entendí perfectamente lo que me dijo cuando dejó abandonada la cámara: "Esto es la guerra. Esto es la muerte".
En ruta hacia nuestro hotel, pasamos por el abandonado hospital palestino. Y allí nuestro corazón se agitó de dolor. No había un sólo médico. Y con tres enfermeras, alumbrándose con velas, vimos a una joven palestina parir. Mientras millares de palestinos caían en combate, allí nacía otro, en medio de la oscuridad de la guerra y de la muerte.
Un soldado ordenó bajarnos, con las manos en alto y seguirlo, mientras otros hacían una minuciosa requisa del destartalado Mercedes Benz 1954 en el que viajábamos. Minutos después nos encontrábamos en un cuartel improvisado del ejército israelí frente a un mayor que era tan desapacible y frío que parecía tener la sangre de un pez. Este hombre mono, como gringo, mascaba chicle incesantemente. Nos interrogó y después nos dijo: "¿Y qué diablos le importa a un país tan pequeño y tan lejano como Colombia la guerra de Beirut?"
"En primer lugar Colombia no es un pequeño país, y en segundo lugar se trata de una noticia mundial" le respondimos.
"Hombre, es mejor que regresen. Eso por allá está delicado" dijo. De repente apareció un capitán israelí que para fortuna nuestra hablaba español.
Era de origen argentino. Dijo llamarse Jorge. Luego de una conversación que abarcó temas como si éramos propalestinos o projudíos, pasando por tangos y fútbol con este rosarino de 35 años, este hombre no logró convencernos de que regresáramos a Damasco y por fin, accedió a dejarnos pasar. Yo llevaba un cassette de tangos y otro de vallenatos y le dejé el de tangos. Cuando volvimos a nuestro viejo Mercedes Benz y nos pusimos en marcha eran ya las cinco de la tarde. El calor seguía insoportable.
Al caer la tarde estábamos en las puertas de Beirut oriental, dominado por las tropas del partido Kataeb, la falange de extrema derecha. Aquí ocurrió algo simpático. Un miliciano falangista nos detuvo y pidió que nos identificáramos. Cuando se dio cuenta de nuestra nacionalidad, dijo sonriendo: "¡Ah! ustedes vienen de donde Julio Tarabay (léase Turbay) Abdala (léase Ayala). Pues sigan!" Y así con el salvoconducto de ser periodistas del país que estuvo gobernado por Tarabac Abdala nos adentramos por el azaroso sector falangista cuando aparecía oscura la noche y se oían los disparos.
La travesía del sector oriental de Beirut, en medio de la noche, fue como un calvario, lleno de tensión y disparos. Duró cuatro horas en un área de casi 80 kilómetros a la redonda.
Antes de la media noche, en una ciudad a oscuras, estábamos en Hamara, Beirut occidental.
Rápidamente comprobamos que sólo había dos hoteles en servicio. El Comodoro, atestado de periodistas, y el Bristol, tomado por la Cruz Roja y también por periodistas, donde finalmente nos hospedamos.
Por ser época de guerra, las tarifas de los hoteles habían sido elevadas al doble. Con una advertencia: Sólo había pan, té y café.
UNA CIUDAD QUE AGONIZA
Los obuses disparados desde Beirut oriental iluminaban la noche como pelotas de fuego. En medio de la oscuridad, la noche se rompía con el rugir de las metralletas. La explosión de las bombas parecía cada vez más próxima al hotel. Por primera vez, vivíamos en carne y hueso, el espectáculo mortal de la guerra. Allí, a unos cuantos metros de nosotros, estaba la guerra, el combate, y también la muerte.
Dentro de nuestra habitación también habitaba el miedo. Hubo un momento en que todos nos quedamos en silencio... Sólo se oía el concierto gástrico dentro de nuestros estómagos.
Así, pasamos la noche en vela. Ni siquiera nos atrevimos a ir al baño.
Como en todas las ciudades mediterráneas, en Beirut el sol llega más temprano. Después de saborear un té con sabor acre, nos pusimos en marcha. Entonces vimos a una ciudad que agonizaba. Totalmente destruida.
Enmarcada por ruinas, escombros, carros volteados, calles agrietadas, como si hubiera ocurrido un terremoto. Pero aquí fue algo peor: la guerra. La guerra en todas sus dimensiones. Con su crueldad y su dureza.
Aterrado Germán Santamaría me dijo que así debió ser el 9 de abril.
"Yo no sé. No lo viví", le respondí atónito.
Cuando estábamos a diez metros de Wafa, la agencia de prensa palestina, hubo un abaleo inesperado. Luego una explosión tan grande como si se hubiera reventado la tierra misma.
LA SALIDA DE ARAFAT
Esa noche también la pasamos en vela. Arafat nos había citado a las 6 a. m. en el destruido Hotel Normandie.
Allí estábamos desde las cinco. Eran las ocho y no había llegado. Las nueve y no aparecía. Fue cuando llegó Abí Ammad y nos dijo: "Lo sentimos. Arafat no puede cumplirles. Pero vengan con nosotros que en dos horas partirá de Beirut"
Se iba en el barco Atlantis, hacia Atenas. En un basurero que era lo que quedaba del viejo puerto de Beirut, había más de mil periodistas de todo el mundo. Estaban las tropas multinacionales de Italia, Francia y EEUU. Primero llegó Abu Iyad, el número 2, y nos dijo que a la una había una rueda de prensa con él.
Después fue una confusión y una desorganización indescriptible. De repente la gente brotó como salida de las entrañas mismas de la tierra. Las mujeres con niños en los brazos lloraban. Los guerrilleros hacian sonar sus "Kalachnikovs". Un mar de cables y de cámaras lo inundó. Había gritos de guerra y de venganza.
Estaba yo plenamente consciente de que vivía un momento histórico. Una improvisada manifestación de periodistas, combatientes palestinos, mujeres y dirigentes musulmanes, despedía a Arafat en aquella mañana del martes 31 de agosto.
Por entre el caos y la confusión, el ambiente era apasionante.
En medio de cánticos revolucionarios, Arafat avanzaba por entre una nube de periodistas, soldados franceses y palestinos y una columna de la OLP logró por fin rendirle honores, mientras era izada la bandera negra, blanca y verde con un triángulo rojo, que es el símbolo de la OLP.
A unos 300 metros de distancia, en un hotel abandonado, la escena era observada a través de binóculos, por Ariel Sharon, ministro de Defensa israelí, mientras los miembros del Mossad, inteligencia judía, tomaban afanosamente fotos de todo cuanto allí sucedía, para sus archivos.
Avanzando a tropezones, Arafat decía lentamente en inglés: "parto como ganador y no como vencido. Con mi pueblo he soportado con dignidad y valor la barbarie que durante tres meses nos impuso el ejército israelí. A nosotros el mundo hoy nos mira con respeto. A ellos, a sus lideres Begin y Sharon, el mundo civilizado los ve con horror y verguenza. Como a unos bárbaros. Como a los asesinos de un pueblo. Los niños muertos de la guerra, las viudas, las madres sin hijos vivos, quedan como testimonio histórico de este holocausto, de esta barbarie que han cometido los judios"
Al fondo se escuchaban los gritos que entonaban los guerrilleros palestinos "Aquí, allá, Arafat vencerá. Aquí, allá, la OLP ganará"
Cuando faltaban cien metros para que Arafat ganara el "Atlantis", un piquete de marines de EEUU se hizo, paradójicamente, cargo de su seguridad, marines del ejército americano, a quienes Arafat considera igual o peores enemigos que los israelíes.
Cuando el buque comenzó a partir lentamente, escuchamos nuevamente el tableteo de las ametralladoras. Entonces me dije para mí mismo: "Después de todo, la guerra sigue en alguna forma sigue".
Volvimos al hotel y un alto emisario de la Cruz Roja, a quien pregunté quién ganó la guerra, me dijo: "mire, desde 1975 hasta hoy aquí ha habido más de 100 mil muertos. 15 mil en estos últimos tres meses. Las pérdidas económicas llegan a unos 85 mil millones de dólares. Así como lo oye. La guerra la ganó Israel, pero su imagen está derrumbada ante la opinión pública internacional" ¿Vale la pena ganar así, a ese precio y con ese costo?
PERFIL DE ARAFAT
Su verdadero nombre es Muhammad Abdal Ra'uf y aunque su edad es objeto de controversia, generalmente se admite que nació en Jerusalén en 1929 dentro de una familia noble y adinerada que fue expropiada por Faruk. Combatió con los egipcios en las guerras árabe-israel+es de 1947, 1949, 1951, 1952 y 1956. En este último año formó en Gaza el embrión de lo que sería el futuro Al Fatah (Movimiento para la Liberación Nacional de Palestina) desarrollando más tarde una labor organizativa que lo condujo a ser elegido en 1969 presidente ejecutivo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Desde esa época ha sido reelegido en dicho cargo.
Dentro de la OLP, que agrupa a todos los movimientos de resistencia palestina, Arafat políticamente ha desempeñado un rol moderador frente a otras tendencias más radicales, como el frente Popular de Liberación Palestina, el grupo Al Saiga y SepTiembre Negro.
Arafat estudió ingenier+a en la Universidad de El Cairo, donde participó en la construcción de la Asociación de Estudiantes Palestinos, de donde salieron los futuros líderes de Al Fatah. Una vez licenciado se trasladó a Kuwait donde fundó un periódico nacionalista e ingresó a un grupo llamado "Hermanos Musulmanes". Regresó a Egipto en 1955 para emprender estudios militares, y en 1965 aceptó el nombre de Abu Ammar, que significa "el que construye" o "padre constructor", tras haber intervenido decisivamente en la formación de Al Fatah. En 1964 es fundada la OLP y Arafat es elegido presidente de la misma en 1969.
Las enciclopedias hoy registran que la OLP bajo Arafat ha dirigido una lucha diplomática con notables éxitos, como el ingreso en 1974 en la ONU como observador y el reconocimiento en gran número de países como representante único del pueblo palestino.