Hay personaje
J.M.G. Le Clézio y América Latina
El nobel de literatura en 2008 fue el protagonista del segundo día del Hay Cartagena. En su charla con Juan Villoro, el francés habló de sus viajes y de la primera vez que pisó tierra colombiana.
Las circunstancias que rodearon la más reciente visita de Jean-Marie Gustave Le Clézio a Colombia fueron muy distintas a las de la primera vez que vino al país. Si hoy, el 30 de enero de 2015, aterrizó en avión para asistir como invitado estrella al Hay Festival Cartagena, aquella vez hace muchos años lo hizo atravesando la espesa selva del Tapón de Darién. En esa ocasión, acompañó a un indígena panameño que quería estudiar medicina tradicional en Colombia y que por temor a ser discriminado no se atrevió a coger otra ruta.
“Fue un viaje muy hermoso. Llegamos por el Chocó hasta el rio Atrato. Recuerdo que en Medellín mi amigo reveló sus capacidades de curandero en una plaza de mercado. La gente lo rodeó y él los curó a todos, sin cobrarles un peso. Luego conocimos Bogotá y finalmente nos devolvimos por la misma ruta. Él ahora cargaba una cantidad de plantas medicinales y objetos nuevos” aseguró Le Clézio durante la charla que sostuvo con el mexicano Juan Villoro en el teatro Adolfo Mejía.
La historia, bastante insólita por tratarse de un nobel de literatura, hubiera sorprendido si su protagonista hubiera sido cualquier otro. Pues el francés se ha dado a conocer como un viajero incansable, y gran parte de su obra literaria transcurre en tierras lejanas, rodeado de culturas ajenas a la suya. “Sufro de una falta de pertenencia. Envidio a los indios que se aferraron a su tierra como un mineral o un vegetal. Yo no soy de ninguna parte. Mi única solución es escribir libros, que son mi única patria”, afirmó cuando le otorgaron el Premio Nobel de Literatura en 2008.
Con una voz despojada de arrogancia o pretensión, y en un español fluido, el francés no tardó en desarmar al público del Adolfo Mejía, que aplaudió con emoción cada una de sus respuestas. El escritor le dedicó la primera mitad de la charla a hablar de América Latina, específicamente de su periplo en Colombia y de su relación con el continente.
“De niño las enciclopedias y los diccionarios fueron mi único contacto con el mundo externo. En esos tomos había capítulos sobre la cultura universal y otros sobre culturas menores y lejanas. Fue ahí donde leí por primera vez sobre la sangrienta conquista de México. Me empezaron a interesar las culturas indígenas de aquí, sus sacrificios humanos, su fuerza y su trato de la naturaleza”.
Su relación con América Latina se profundizó cuando fue a México a prestar servicio militar. Más adelante entró en contacto con el historiador Luis González González y enseñó en el Colegio de Michoacán, donde tradujo al francés “La Relación de Michoacán”, el último testimonio de ese pueblo, escrito cuando llegaron los españoles. “Traducir esa obra fue una experiencia muy bonita. Cuando se habla de pueblos indígenas, siempre está el mito de la sociedad perfecta o el del indio perezoso, pero no son ciertos. Eran sociedades imperfectas, en las que a menudo se trataba mal a la mujer, pero en las que al mismo tiempo no se cortaba un árbol sin antes rezarle una oración”, dijo.
Le Clézio recordó al público que muchas de esas culturas indígenas todavía existen y que se puede aprender mucho de ellas. “Esas comunidades ofrecen una resistencia al mundo moderno. Son un gran ejemplo de lo que se puede considerar como un optimismo del futuro: se trata de crear una capacidad para no siempre dejarse llevar por el mundo moderno”.
Si bien su vida ha sido marcada por los viajes, y ha vivido en Europa, Asia y América, el escritor aseguró que no recorre el mundo para hacer libros. “Son dos cosas muy distintas. La literatura es como la espuma que está encima de la vida”, dijo. El francés, en cambio, estuvo de acuerdo con la explicación que dio Villoro sobre por qué viaja tanto. El mexicano, elocuente, puntualizó: “El camino que tu obra explora no se queda en el folclor, ni en lo extraño, sino en el entendimiento del otro y de una realidad distinta. El conocimiento de lo ajeno te permite criticar lo propio. Un poco como la idea de que el camino a nosotros mismos es a través del otro. Tu viajas para volver al punto de comienzo: a los personajes y a lo que llevan por dentro”.