La compasión según Julia Franck

¿Qué lleva a una madre a esto?

La escritora alemana vivió los primeros ocho años de su vida en Berlín Oriental. Luego su madre se fugó con ella y sus hermanas al occidente. Desde las ruinas que conoció cuando el muro cayó comenzó una indagación sobre un pasado que incluía una dolorosa historia familiar que terminaría en la novela La mujer del mediodía.

Camilo Jiménez Santofimio* Bogotá
22 de enero de 2015
Julia Franck nació en Berlín Oriental, en 1970.

Julia Franck está enferma y tose. Una infección le ha afectado los pulmones y cuando quiere responder a la primera pregunta, la falta de aire no la deja hablar. Es invierno en Berlín, y allá, cuando el frío llega, el universo entero parece congelarse. Invade las calles, los vagones del metro, los cafés y se cuela en los apartamentos hasta penetrar las paredes. En los inviernos de Berlín, la calefacción parece inútil. Julia Franck nació en esa ciudad y vive en un lugar así. Y hoy, 30 de diciembre, apenas logra amablemente decir: “Volvamos a hablar en unos días, cuando me encuentre mejor”.

Hace algunos años, ella no se habría comportado así. Habría mandado a este reportero al carajo. Quizá ni siquiera habría levantado el auricular, mucho menos un día antes de Año Nuevo, durante las vacaciones de sus dos hijos, en una de las pocas pausas que su agenda de conferencias y viajes le permite y con una bronquitis que le impide respirar. Antes, no le gustaba hablar con los periodistas, y cuando lo hacía, a regañadientes, le atormentaba escuchar preguntas sobre su vida íntima y la historia de su familia. “¿Por qué –se preguntaba– debe el mundo entero conocer mi vida si mi obra es lo que importa?”.

Julia Franck cumple 45 años el próximo 20 de febrero y en ese tiempo ha escrito cinco novelas. Pero, en esta oportunidad, al hablar de su “obra” se refiere a un caso específico: a La mujer del mediodía (Tusquets, 2009), un libro publicado en alemán en 2007 que le valió el Deutscher Buchpreis, premio que otorga la asociación de editores y libreros alemanes, y que la hizo mundialmente famosa. También, y esto es importante decirlo, la obligó a cambiar de actitud: a enfrentar cualquier pregunta y a ser, de cierta forma, una escritora más responsable.

Según la propia Franck, La mujer del mediodía trata de la historia de una “irresponsabilidad”. Y basta comenzar a leer para enterarse de sus dimensiones: una madre abandona a su hijo en el vagón de un tren. Veinte páginas necesita la autora para describir el hecho. Las 400 restantes las dedica a contar la vida de la madre, su infancia en la Primera Guerra Mundial, su juventud en la glamurosa Berlín de los años veinte y su lento pero irrevocable proceso de amargura durante la dictadura nazi y la Segunda Guerra Mundial. Así, sin juicios morales, ni psicología, el libro explora los motivos de la madre y las razones de su ominoso acto.

Lo que no sabe el lector es que la historia de ese niño es la del padre de Julia Franck. Nacido en Szczecin en 1937, este formó parte de la ola de desplazados que el fin de la Segunda Guerra Mundial generó en algunas regiones de Polonia habitadas por comunidades alemanas. Él y su madre huían de la furia vengadora de las tropas soviéticas y en medio de la estampida, cuando pasaron el río Óder y llegaron a la primera estación de trenes alemana, ella aprovechó un descuido y lo abandonó.

“Eso impactó mucho a mi padre. Él fue una persona muy sutil e inteligente, que murió a los 49 años de un tumor cerebral”, cuenta Franck. Él acababa de caer enfermo cuando ella, tras años de distanciamientos, lo había vuelto a ver y lo empezaba a conocer. Lo visitó múltiples veces en el hospital y de todo hablaron, menos de la madre que lo había abandonado. “Cuando tuve mi primer hijo hace unos años, me invadió la necesidad de responder a la pregunta de qué puede llevar a una mujer a abandonar a su hijo y a estar convencida de que en cualquier otra parte él estará mejor que con ella”, cuenta.

Franck se dio a buscarla y encontró que había vivido el resto de su vida con su hermana en un apartamento de una sola habitación y que había muerto en 1996 sin dejar nada a nadie. “La decisión de negar absolutamente una maternidad y un vínculo con un niño me parece extraña y, a la vez, conmovedora”, dice. “Mi sensación esencial provino de una mezcla de la compasión que me produce pensar en los dolores del niño abandonado, con los cuales mi padre debió vivir y morir muy joven, con el deseo de reconocer y entender la constitución de esa mujer. Quería investigar el asunto y encontrar una historia para esa madre”.

*

Julia Franck es una de las escritoras claves de la literatura alemana actual. Ha escrito sus libros con el pulso controlado de un maestro, y con esa mesura ha creado una nueva versión del realismo donde la trama emerge de las relaciones entre las personas, y donde los objetos, marcados por la historia y por las acciones de los humanos, se convierten en poderosas fuentes emocionales. A esa capacidad, y a su cauteloso pero efectivo tacto poético, se suma la voluntad de atar las historias de sus libros a las de su propia vida. En Zona de tránsito (2007) cuenta la vida en un asilo de refugiados en Berlín Occidental durante la Guerra Fría y en Rücken an Rücken (2011) pone en escena la tormentosa vida de una familia en la vieja Alemania socialista. Franck sobresale porque sus experiencias, vertidas a la ficción, reflejan dramas universales. De ahí su importancia para la literatura: sus libros contienen buena parte de la turbulenta historia alemana de las últimas cinco décadas.

Franck nació el 20 de febrero de 1970 en Berlín del Este. Su madre era actriz y su padre director de televisión. Apenas pudo, la madre huyó con sus cuatro hijas al lado occidental de la ciudad. Julia Franck tenía entonces 8 años y tras vivir un tiempo cerca de la frontera con Dinamarca, en un centro de refugiados fugados de Alemania Oriental, volvió a Berlín para terminar el bachillerato. Luego cursó Estudios de América Antigua, Literatura y Filosofía en la Universidad Libre, cuyo campus rodeado de villas, bosques y lagos era por esa época un remanso de paz.

Su vida estudiantil transcurrió en los años noventa en la recién reunificada Alemania. Tras la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, la nueva capital se había convertido en un bastión de la vida y el pensamiento alternativos en Alemania. Era un lugar de peregrinaje, donde, a los ojos de un joven, todo parecía posible. Amplias zonas permanecían semidestruidas o conservaban, bajo el polvo, el aire inspirador de lo que la ciudad había sido antes de la Segunda Guerra; antes, incluso, del ascenso de Adolf Hitler al poder en 1933. La gente joven llegaba de todas partes del país, y con el tiempo también de toda Europa, y encontraba rápidamente un hogar en las casas tomadas y en los lotes llenos de carpas y vagones de los que se habían ido apropiando. Nadie se preocupaba por controlarlos y, mucho menos, por lanzarles alguna recriminación social o moral. ¿Quién iba a tirar piedras en una ciudad destrozada por la historia? ¿Quién iba a decir que estaba mal que un joven hiciera lo que quería?

Allá maduró Julia Franck. Sirvió mesas, limpió casas, cuidó niños, fue enfermera y mecanógrafa. Con el tiempo se acercó al periodismo y colaboró con la radio universitaria y con uno de los diarios de su ciudad, el Tagesspiegel. Pero la escritura pronto se impuso. Todavía estudiaba cuando participó en concursos literarios. En 1994 ganó el primero; un año después, uno más, y en 1997, a los 27 años, publicó su primera novela Der neue Koch (El nuevo cocinero), que recibió críticas positivas. En 1998, la prestigiosa beca Alfred Döblin le permitió escribir una novela más, Liebediener (Sirviente de amor), que publicó en 1999.

Empezó a mostrar un estilo y una temática propios y dejó claro que iba a ser una escritora con carácter, admirada, pero también rechazada. Los superlativos ya brotaban en las páginas literarias de algunos diarios nacionales. El Süddeutsche Zeitung, el más grande del país, le concedió el título de niña prodigio de la literatura alemana, de “maestra de la abstracción”, y escribió que Liebediener era la mejor historia de amor de los años noventa. La crítica era tan exagerada como las de quienes, ya entonces, empezaban a hacerle un reproche que hoy la sigue acompañando: el de alimentar el cliché y la sensiblería y, así, manipular las emociones del lector.

En 2000 siguió un libro de cuentos titulado Bauchlandung. Geschichten zum Anfassen [Aterrizaje forzoso. Historias para tocar] que contenía la historia “mir nichts dir nichts” [“nada para mí nada para ti”], que se volvió popular y llevó a Franck a la pantalla chica, no solo a las tertulias televisadas del crítico Marcel Reich-Ranicki, sino también al talk show del humorista Harald Schmidt. Julia Franck tenía apenas 30 años, y la fama habría podido devorarla. Pero ella no lo permitió. Tres años después escribió su tercera novela, Lagerfeuer, publicada en español bajo el título Zona de tránsito, donde entrelazó cuatro historias de personas que habían huido del régimen socialista del Este de Alemania. Así empezó a vender libros de forma masiva y a causar un entusiasmo en la crítica que se acercaba al furor y que se multiplicó en 2007 con el éxito de La mujer del mediodía.

Julia Franck había dejado de ser una intelectual más de Berlín. La chica amable de pelo oscuro, ojos azules y rasgos suaves que había ganado algunos premios era ya una escritora establecida. Sus libros habían sido traducidos a más de 30 idiomas. La invitaban de todas partes del mundo y, sobre todo, la respetaban al haber hecho posible lo que para muchos autores de su generación no había pasado de ser un sueño: hacer convergir la historia del siglo xx de su país con el destino del hombre común. Así, Julia Franck había podido acercarse colectivamente a los alemanes, incluso también a los europeos. Y hablarles a todos al oído.

*

Hoy Julia Franck se siente mejor. Corre el 6 de enero, y ella acaba de volver de Italia. No había terminado de recuperarse de su salud, cuando debió tomar un avión para asistir a un compromiso literario. De La mujer del mediodía dice que es la novela que más éxito le ha traído, pero a la vez la que más trabajo le costó. Su voz clara y aguda hace pensar en una mujer muy joven. Pero su madurez irrumpe al instante. Su franqueza asombra. Dice que antes de escribir el libro se dedicó ocho años a investigar. Cuenta que durante ese tiempo debió criar sola a sus dos hijos y que para sostenerlos y estar con ellos tuvo que hacer grandes esfuerzos. “Cancelé viajes e invitaciones y aplacé proyectos para ocuparme de ellos”, dice. Cuando habla, lo hace de manera concisa y con una seguridad intimidante. No extraña que Franck considere la responsabilidad un valor máximo y que abomine a quien carece de ella, a quien falta al respeto, a quien, según sus palabras, “no es capaz de sentir vergüenza al cometer una injusticia”.

El drama de ese libro aún parece ocuparla. En todo caso, todavía la conmueve. Franck habla de la ficción del niño abandonado y su madre como lo que en el fondo son: historias íntimas. “Hasta hace unos años no hablaba de mis experiencias personales para protegerme”, dice. “Pero poco a poco he comenzado a entender cuán importante es hacerlo”. Esa historia la ha hecho pensar durante mucho tiempo, y ella sabe que se necesita coraje para confrontar el pasado, más aún si el móvil es la literatura. Pero solo así ha logrado llegar a algunas conclusiones. “Incluso en las guerras modernas padres e hijos se abandonan unos a otros”, dice. “La disolución del vínculo familiar es un fenómeno epidémico de la violencia, la represión y la destrucción civilizadora. Aquí, el individuo tiene tanta responsabilidad como la sociedad”.

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