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Chavela Vargas: auténtica como ninguna

Transformó la ranchera al abrirse paso entre los machos. Cantó, lloró, bebió y amó a mujeres comunes y a estrellas como Frida Kahlo y Ava Gardner. El documental ‘Chavela’, que recorre luces y sombras de un tesoro latinoamericano, se presenta en Colombia.

10 de noviembre de 2018
En la última etapa de su vida Chavela revivió como el ave fénix. Lejos del alcohol y con el apoyo de conocidos y desconocidos como Pedro Almodóvar cumplió su sueño de cantar en el teatro Olympia de París.

Cuando a Chavela Vargas le preguntaron en una entrevista de dónde era, su respuesta definió como pocas su talante y determinación. Respondió “mexicana”, y el periodista le recordó que había nacido en Costa Rica. Pero ella replicó: “Los mexicanos nacemos donde nos dé la rechingada gana”. Pocas personalidades hubieran salido bien libradas de una frase que podía sonar arrogante, pero a Vargas le salió del alma y de su experiencia. Nadie se atrevió a criticarla, pues ella construyó sus verdades y sus mitos con su versión incuestionable de los hechos.

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En efecto, María Isabel Anita Carmen de Jesús ‘Chavela’ Vargas nació en San Joaquín de Flores, Costa Rica, en 1919, pero desde muy joven supo que no era su lugar. A sus 7 años el cura del pueblo la dejaba por fuera de la iglesia por su manera de verse y de actuar, pues era la hija distinta de una familia religiosa y prejuiciosa que la escondía. Chavela nunca jugó a las muñecas, no se comportó como la niña destinada a ser ama de casa. Según contaba, sobrellevó su infancia triste y solitaria mirando a la luna y cantando desde los 8 años. Y como si no tuviera suficientes dolores, soportó enfermedades como la polio y un aviso de ceguera. Impulsada por el rechazo de su familia y de su país, llena de coraje dejó todo atrás, y a los 17 años tomó rumbo a Ciudad de México, para empezar de cero.

Soñaba con el paraíso... México me enseñó a patadas, me hizo mujer en tierra de hombres”, aseguró con su mezcla de cruda realidad y aceptación. En efecto, allá se libró a la supervivencia y al arte. Cantó en las calles, y en cabarets se lanzó como bailarina. Fue dando alas a sus propias maneras de expresarse y de cantar, y no le tomó mucho tiempo separarse del resto, pues rompía el estereotipo con sus pantalones y ponchos, libre de joyas, vestidos y coqueterías. Pero esto hubiera valido de poco sin su voz, la fuente misma del desgarro sentimental y de su leyenda, que desataba en pequeños escenarios a los que subía en un trance de tequila. En ese punto de su vida, cantar sin beber no tenía sentido para ella.

Con el paso del tiempo México le entregó amistades entrañables. La mujer del compositor y cantante José Alfredo Jiménez lo llevó a verla una noche de cabaret y, tras presenciar su entrega, quedó impactado. Se le presentó y Chavela, que ante pocos se hincaba, no pudo más que expresarle admiración. Así empezó una amistad entrañable y compleja. Él consideraba que Chavela “había aprendido a vivir en sus canciones”, que lo cantaba como nadie más podía, y ella lo sentía compinche del alma. Errantes, se acompañaban en tomatas de tequila de días enteros. Chavela sabía que tenía que ser más borracha y macha que todos los meros. Y mientras Jiménez ponía su ojo en algunas señoritas y le pedía a su amiga cantar para enamorarlas, el mundo de las cantinas no era un escenario para lesbianas. Chavela bebía sin fin, y se las arreglaba para enamorar sin generar mucho escándalo.

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En lo que al amor respecta Chavela irradiaba una franqueza y belleza irresistibles que le hacían fácil conseguir pareja, pero no alardeaba de sus conquistas excepto por un par que trascendieron lo mediático. Como menciona Daresha Kyi, codirectora del documental Chavela, en una entrevista podría mencionar que amó a Frida Kahlo y que estuvo con ella un mes, mientras en otra entrevista decía que habían durado tres años. Sin importar esto, quedó tallada en piedra la frase que decía “Amé a la mujer, no a la artista”. Con Ava Gardner tuvo otro amorío con visos mediáticos y emblemático de las épocas de fama que vivió en Acapulco en los años cincuenta, cuando le cantaba a figuras mundiales como Elizabeth Taylor. Una de sus conquistas le costó más de lo que imaginó. Sedujo a Arabella Árbenz, la hija del derrocado presidente guatemalteco Jacobo Árbenz. La bella joven interesaba al empresario Emilio Azcárraga y, en respuesta, este apuntó a borrar a Chavela del mapa. Abusando del contrato que la cantante había firmado, Azcárraga no le permitió ni grabar, ni presentarse, casi ni cantar. Fueron etapas difíciles en las que también perdió a su amigo José Alfredo Jiménez, lo que la llevó a llorar y beber sin consuelo.


El documental de Catherine Gund y Daresha Kyi es exhaustivo en su material de archivo y acierta en darle la voz principal a su protagonista.

Y cuando parecía condenada al dolor, al olvido y a su alcoholismo, llegó el último capítulo de su vida. Un renacer casi mágico que tuvo lugar gracias a su propia fuerza, pero también al apoyo de personas que la querían entrañablemente. Entre ellas, la abogada Ana Elena Pérez, a quien Chavela llamaba la Nena y con quien estableció una relación afectiva. La abogada supo liberarla del contrato que la tenía ahogada y también sumó su cuota para sacarla del alcohol. Chavela cuenta que los chamanes la curaron, la Nena asegura que una amenaza suya fue el factor esencial.

De una u otra forma, así pudo volver a los escenarios. Logró hacerlo sin beber, y desencadenó un regreso espectacular que la llevó a Europa, en gran parte, impulsada por el director español Pedro Almodóvar. Este la hizo parte integral del diálogo interno de varios personajes de sus películas y además se empecinó en cumplirle uno de sus sueños: cantar en el teatro Olympia de París. La boletería no se vendía bien, pero el director movió influencias y conocidos y gestó una noche memorable que luego replicó en grandes salas como el Carnegie Hall de Nueva York y el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México. Llegó así, por fin, a los grandes teatros, pero nunca olvidó su espíritu de taberna. Chavela murió en 2012 como un verdadero ícono iberoamericano.

En sus palabras


Por su naturaleza única y poderosa, hacer un documental sobre Chavela es una experiencia gratificante, pero también una enorme responsabilidad y exigencia. Catherine Gund y Daresha Kyi, directoras del documental que viene dándole la vuelta al mundo desde 2017 y aterriza en Colombia esta semana, así lo descubrieron. Partieron de una entrevista que Vargas le dio a Gund en 1991 y, 26 años después, se propusieron recabar todo el material posible para encadenar el relato de su vida. “Queríamos honrar a Chavela, pero queríamos presentarla en toda su complejidad”.

Varias decisiones marcan el estilo de la producción. Por ejemplo, hablan personas cercanas (personajes como Almodóvar y Miguel Bosé entre muchos otros), pero, en especial, ella narra su propia vida. “Se conocía muy bien. A través de los años se aceptó y pudo hablar de sí misma de una manera en la que la mayoría de gente no consigue. Podía no tener educación formal, pero era muy analítica y entendía lo que hacía y por qué. Y lo explicaba todo claramente”, añadió Kyi.

Chavela irradiaba una franqueza y belleza irresistibles, pero no alardeó de sus conquistas excepto por la relación con Frida Kahlo y con Ava Gardner. Y cuando sedujo a la novia del Tigre Azcárraga, su carrera sufrió mucho.

Chavela rompió estereotipos y abrió camino para muchas mujeres. Por esto la comunidad lesbiana en México la considera su ídolo máximo, así como millones de fanáticos y seguidores de su música y de su voz que sienten sus canciones y dolores como propios. Esto, al parecer, obedeció a su talento, pero también a una estrategia tácita. “Chavela sabía muy bien lo que era tener una marca y creó un mito alrededor de sí misma: fantástica, interesante, fascinante. Cuando buscamos datos y fechas fijas, encontramos que no existían en el mundo de Chavela Vargas. Decidimos entonces dejar que ella contara la historia que quería. La voz de Chavela nos guiaba, a través de sus palabras dichas y cantadas”. En esto la producción rinde un gran homenaje a quien antes que nada fue fiel a sí misma, auténtica como ninguna.