En el sector de Las Ramblas en Barcelona, en Venecia y otras ciudades europeas los turistas no pueden ni caminar. Una de cada siete personas sale de viaje fuera del país. Pero a mediados del siglo lo hará una de cada dos, según el libro 2050, turismo del futuro. | Foto: foto: getty images

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‘Overtourism’: Por qué viajar a París, Barcelona o Venecia se ha convertido en una pesadilla

Los lugares más visitados del mundo no saben qué hacer con el exceso de gente. Viajar se ha vuelto una experiencia incómoda para muchos y las cosas tienden a empeorar.

28 de julio de 2019

Casi todos sueñan con viajar a París para tomarse una foto en la Torre Eiffel, ir a Barcelona para visitar las joyas arquitectónicas de Antoni Gaudí o pasear por la plaza de San Marcos en Venecia. Si hace unas décadas viajar era un privilegio de ricos o aventureros, hoy comprar un tiquete, empacar las maletas e irse de vacaciones a cualquier lugar ya no es nada del otro mundo.

Este auge tiene que ver con el crecimiento del poder adquisitivo de la gente y con la baja en el valor de los pasajes aéreos. Pero, sobre todo, con internet, pues permitió mayor acceso a la información, lo que disparó el turismo de masas. “En los últimos 15 años, el porcentaje de clase media aumentó y de ahí surgieron los famosos operadores ‘low cost’. En el caso del turismo, han puesto los destinos históricamente atractivos al alcance de todos”, explica Gilberto Salcedo, vicepresidente de Turismo de ProColombia.

Foto: En Machu Picchu han tratado de limitar el flujo para proteger la ciudad antigua. En Nueva York, los visitantes se concentran en sitios como el Toro de Wall Street.

En efecto, mientras que en 1950 hubo 9 millones de viajeros en el mundo, en 2018 ese número pasó a 1.300 millones, según cifras de la Organización Mundial del Turismo (OMT). Es ya una cantidad increíble que seguirá en aumento. Tanto ha crecido que la propia OMT estima que la industria sin chimeneas será la primera fuerza económica del siglo. Hoy, ya iguala las exportaciones de petróleo, productos alimenticios o automóviles, y, por eso, la mayoría de países la han convertido en una de sus principales apuestas. Sin embargo, de un tiempo para acá, ciudades emblemáticas como Venecia, Barcelona, París y Roma han empezado a sentirse asfixiadas por el exceso de turistas.

A principios de año, el Museo del Louvre en París, el más visitado del mundo, celebró que en 2018 volvió a batir el récord mundial de espectadores con 10,2 millones. Pero el 27 de mayo cerró sus puertas al público por una protesta de sus empleados, que, curiosamente, no tenía nada que ver con su salario, sino con los problemas para ejercer su trabajo ante la cantidad desbordada de visitantes. “El Louvre se asfixia”, escribieron en un comunicado del sindicato Sud Culture Solidaires.

Barcelona también la está pasando mal. Desde hace unas temporadas es noticia que el “overtourism”, como han bautizado a este fenómeno, está colapsando la ciudad. En un reciente documental emitido por el Canal 33 de España titulado City for Sale (ciudad en venta), la periodista Laura Álvarez relata el drama que vive un grupo de ciudadanos del centro de Barcelona, asediados por los millones de turistas. El hilo conductor de la historia es Jordi, un barcelonés de 73 años, que, literalmente, terminó viviendo en un hotel luego de que la propietaria del edificio decidió construir un alojamiento cuatro estrellas para aprovechar el cuarto de hora del turismo.

Foto: Al Museo del Louvre llega tal oleada de turistas que muchos no pueden apreciar obras como la Mona Lisa. En las playas de Barcelona no cabe una aguja.

A diferencia del resto de inquilinos, Jordi se negó a marcharse y, desde entonces, quedó condenado a no tener buzón de correspondencia, a soportar las remodelaciones y el constante ir y venir de los cientos de turistas. Esta situación ocurre en muchos barrios de Barcelona. “Es la sensación de que vivimos en una ciudad en venta. Se ha entregado a otros a cambio de un chute de dinero en tiempos de crisis”, dijo Álvarez al portal Verne, del diario El País de Madrid.

Según explicó, la idea nació porque ella misma sufrió los desmanes del negocio turístico. Vivía en Gracia, otro de los barrios más visitados de la ciudad, pero después de tres mudanzas y la incapacidad de asumir los precios astronómicos que le pedían por estar en una zona de turismo empezó a tener conciencia del problema.

No solo las ciudades icónicas sufren esta situación. El informe ‘Destino 2030: preparación de las ciudades globales para el crecimiento del turismo’, publicado este 2019, asegura que, además de las ya asediadas Ámsterdam, Venecia o Praga, al menos 20 urbes más corren el riesgo de enfrentar estos problemas en la próxima década: Bangkok, Ciudad del Cabo, Ho Chi Minh, Estambul, Turquía, Yakarta, Ciudad de México y Nueva Delhi.

En ese tren de alta velocidad, repleto de pasajeros con boletos baratos, dice Salcedo, “Las ciudades no han podido planear cómo enfrentar el fenómeno”. Pero ese mismo problema llevará a que la forma de hacer turismo cambie, pues cada vez más surgirán viajeros conscientes que buscarán propuestas más ecológicas. En ese proceso, la tecnología ayudará porque, mediante los datos, “Las ciudades controlarán mejor el flujo de turistas y harán ofertas más claras y sostenibles para contener el aumento del turismo mundial”, explica.

Foto: En la ciudad vasca de San Sebastián, el 19 de julio hubo protestas contra la promoción del turismo masivo.

En Colombia, el turismo aún está en desarrollo, pero algunos lugares ya enfrentan crisis similares. Los más visibles, quizá, son Caño Cristales y San Andrés, cuya infraestructura colapsa en temporadas altas. Y aunque Caño Cristales no recibe el mismo número de visitantes, en diciembre del año pasado las autoridades cerraron el parque por el temor al aumento de la contaminación y los daños en el frágil ecosistema.

También, los viajeros sufren el problema al llegar a sitios atestados, con filas interminables y calles tan llenas que casi no se puede caminar. Muchos, ante esa multitud, deciden dejar de visitar lugares emblemáticos. Otros, a duras penas, consiguen boletos para entrar a los atractivos turísticos. En Nueva York, por ejemplo, la ciudad ha optado por limitar los cupos de los tours de la Estatua de la Libertad; y, en el Museo del Louvre, ver de cerca a la Gioconda se convierte en una misión imposible ante la marea de celulares que se alzan para fotografiarla.

¿Cómo logrará el mundo adaptarse a este frenesí? No parece haber respuesta a esa pregunta, pues resulta poco probable que las personas dejen de viajar. Y las cifras que mueve la actividad son muy importantes para los países. Por eso, tanto habitantes como viajeros deben ponerse de acuerdo en que el fenómeno del turismo de masas ha llegado para quedarse.