Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá
The Tiger Lilies perform Hamlet: la reinvención musical de Shakespeare
Una compañía danesa y una banda musical londinense impresionaron al público del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo con un montaje que explora y supera los límites del teatro tradicional.
Todos los directores de teatro saben que montar una obra clásica –y en especial una de Shakespeare– no es tarea fácil, menos aun cuando se trata de Hamlet, probablemente la más exigente del dramaturgo británico. Sin embargo, el danés Martin Tulinius, director de Theatre Republique, y el inglés Martyn Jacques, compositor de la banda The Tiger Lillies, unieron fuerzas para asumir el reto de llevar al escenario uno de los textos más complejos y ricos del teatro universal.
Es difícil encasillar a The Tiger Lillies perform Hamlet en una categoría específica. Sin duda alguna, no se trata de un montaje clásico: no hay un vestuario de época, la escenografía no busca imitar la decoración de la corte de Dinamarca y, además, el texto de Shakespeare se modificó: los dramaturgos descartaron varias de las réplicas originales e incluyeron escenas que el británico nunca escribió. Pero tampoco se trata de un experimento escénico desvinculado de la obra original o de un espectáculo que busque desligarse de cualquier tradición teatral. Esta producción de Hamlet se ubica en el punto medio entre estos dos polos: lo que Tulinius buscaba era hacer del texto de Shakespeare un espectáculo contemporáneo situado en los registros y lenguajes de hoy, pero sobre todo, que suscitara algo más que la admiración por una obra maestra de la dramaturgia.
El danés decidió entonces seguir el camino de la música, pues considera que solo ella puede llegar al corazón de cualquier espectador con las inmortales preguntas existenciales de Hamlet, sin importar su edad, nacionalidad o formación. Pero su intención no era la de simplemente acompañar la tragedia con unas notas musicales, sino hacer de la música un protagonista de la obra. Contactó a quien sería su cómplice en este monumental montaje, Martyn Jacques, y a pesar del poco tiempo que tuvieron para trabajar, lograron un resultado extraordinario. El contrabajista y el percusionista interpretan sus instrumentos en distintos lugares del escenario, siempre con una cara inexpresiva aunque totalmente maquillada. Jacques, por su parte, pasa la mayor parte de la obra paseándose por la escena con su acordeón y narrando los acontecimientos con un lenguaje crudo y grotesco. Pero en los momentos más sublimes de la obra, se sienta en un piano y canta con una hermosa sutileza.
Cabe destacar la importancia que Tulinius asigna al personaje de Ofelia, la hija de Polonio y a quien el Príncipe de Dinamarca le declara su amor. A ojos de Tulinius, si bien tiene pocas réplicas y una apariencia frágil, Ofelia termina convirtiéndose en una presencia vital para Hamlet y un detonante trágico. La escena de su muerte es, probablemente, el clímax de esta producción. Ella, enloquecida por la muerte de su padre a manos de Hamlet, camina con la ayuda de un arnés sobre un río proyectado sobre una pared vertical que se alza sobre el escenario. Siguiendo las pausadas notas de un acordeón y acompañada por las intensas palabras de Drowning (Ahogándose) en voz de Jacques, Ofelia termina sumergiéndose en un caudal de espuma y agua, y queda colgada cabeza abajo en medio del escenario. El momento es estéticamente tan sublime pero dramáticamente tan doloroso, que el público se debate entre aplaudir y llorar.
No solo por la destreza escénica de los actores, sino por la maravillosa manera en que se conjuga el teatro y la música, esta reinvención del clásico shakesperiano demostró que, a pesar de los siglos, las preguntas e inquietudes de Hamlet nos pueden seguir interpelando. Un espectáculo que dejará sin duda huella en el público capitalino y en la historia del Festival.