Home

Negocios

Artículo

Filatelia criolla

El amor a estar exento de impuestos. La colección de todas las estampillas colombianas vale sólo $60 millones.

1 de agosto de 1995

EL primer sello postal adhesivo de que se tenga noticia se debe a un asesor de los Correos Reales de Inglaterra, llamado Rowland Hill, quien decidió que el que debería pagar por las cartas era el que las enviaba y no el que las recibía, como hasta entonces era la costumbre. Fue por puro azar que Hill, mientras caminaba una mañana hacia el trabajo a comienzos de 1839, tropezara con una escena que era de común ocurrencia, pero que en este caso particular se convirtió en la piedra de toque que ocasionó un cambio histórico. Lo que Hill vio fue a una joven sirvienta parada en la puerta de una casa y con lágrimas en los ojos, rechazando decididamente una misiva que el cartero intentaba entregarle. La joven se negaba a pagar el envío de la carta arguyendo que no tenía dinero. La escena conmovió al sensible Rowland Hill, que pensó en el desencanto de la joven al no poder recibir una esperada carta, muy posiblemente de amor.

Hill se apresuró a pagarle al cartero y con una reverencia le ofreció la carta a la joven mujer. En lugar de que este caballeroso acto fuese recibido con gestos de agradecimiento, Hill se encontró con una reprimenda por parte de la muchacha, la cual efectivamente no quería recibir la carta. Anunciando su autoridad, Hill insistió que la carta fuese abierta en su presencia. Cuál no sería su sorpresa cuando al mostrarle la muchacha la carta abierta, ésta no contenía ni una sola palabra. Hill olió gato encerrado y pidió una explicación. La muchacha, que se asustó al saber quién era Hill, confesó. Su amado le había mandado un mensaje codificado en la dirección escrita en el sobre. Ella había leído el mensaje y devuelto la misiva al cartero "sin abrir". Hill se dio cuenta inmediatamente de por qué los correos habían estado haciendo tan mal negocio. "Les haremos pagar primero", decidió. Una de las consecuencias inmediatas de esta decisión de hacer pagar primero, fue la invención de la estampilla.

La primera estampilla que se imprimió fue conocida con el nombre de "el penique negro". En ella se representaba una efigie de la recién coronada reina Victoria, a la sazón una joven de 20 años. Este penique negro apareció el 6 de mayo de 1840. Hoy sólo sobreviven dos ejemplares, de valor incalculable. Es interesante notar que las personas que diseñaron y produjeron esta primera estampilla no tenían por supuesto ningún modelo, ni nada que los guiara al decidir el mejor tamaño o la forma más adecuada para la función de esta estampilla. No hubiera sorprendido a nadie si este primer diseño hubiera necesitado modificaciones considerables dictadas por la experiencia que se iba acumulando en su uso. Sin embargo, no ocurrió nada parecido, y por el contrario, esa primera estampilla es en esencia similar a cualquiera que se produzca hoy en día. Era quizás de esperar que en un país como Inglaterra, quizás la mayor potencia mundial durante el siglo XIX se produjera la primera estampilla, pero no deja de sorprender que el segundo país que lo hiciera fuera suramericano. La primera estampilla brasileña salió a la circulación en el año de 1843. Brasil se apartó inmediatamente del modelo que impondría "el penique negro". Las primeras estampillas brasileñas eran grandes y ovaladas, se las conoció como "ojo de buey".

Muy poco después de la emisión del primer sello postal apareció el coleccionismo de estampillas. El término que denota esta afición, filatelia, no quiere decir, como pudiera creerse, amor a las estampillas. De hecho, la palabra filatelia, acuñada por un francés en el siglo XIX a partir de una combinación de palabras griegas, quiere decir algo así como "el amor a estar exento de impuestos", aludiendo al hecho de que antes de la invención del sello postal el que pagaba la carta era el que la recibía.

Diecinueve años después de que apareciera en Inglaterra "el penique negro", en 1859 Colombia daba a la luz sus primeras estampillas de correo, como una implementación de la Ley Orgánica de Correos. Se trató de cinco pequeños escudos en diferentes colores y valores; esta serie de estampillas recibe el nombre de "Confederación Granadina". Los precios no son nada extraordinario (en promedio $80.000 según el catálogo de Leo Temprano) y es posible encontrar estampillas posteriores que superan con creces el valor de estas "mamás de las estampillas colombianas". Estas cinco estampillas sirvieron durante dos años para manejar todo el correo de Colombia.

A pesar de haberse atrasado relativamente en la emisión de sellos postales con respecto a otros países, Colombia ocupa un puesto de honor en la historia postal, ya que fue el segundo país en el mundo en el cual se utilizó el avión en una forma organizada para transportar correo. Por otra parte, fue el primer país americano que lo hizo, incluyendo a Estados Unidos. Este último intentó el correo aéreo en 1911 por primera vez, pero sólo hasta 1924 encontramos una ruta que se cubría regularmente: San Francisco - Nueva York.

En Colombia, la primera ruta regular de correo aéreo se realizó entre las ciudades de Cartagena y Barranauilla. a comienzos de 1920 por la Compañía Colombiana de Navegación Aérea. A este tempranero desarrollo de la navegación aérea contribuyó sin duda la extraordinariamente complicada geografía colombiana. Precisamente las estampillas más valorizadas de todas las emitidas en Colombia son unas viñetas impresas por la antes mencionada Compañía Colombiana de Navegación Aérea, empresa de corta y trágica vida (1919-1922 ). La compañía se inició con cuatro aviones y más tarde adquirió un quinto. De los tres pilotos franceses contratados (los aviones también eran franceses) se mataron dos y el tercero, René Bazin, tuvo que llegar a Medellín procedente de Puerto Berrío en ferrocarril, cargando personalmente con el correo, luego que su avión, que estaba adaptado para acuatizar, naufragara en el río Magdalena.

Estas viñetas tuvieron dos emisiones, la primera de las cuales es la mas valiosa y empezó a circular el 22 de febrero de 1920. De esta primera edición se imprimieron cien series completas de nueve estampillas. Todas muestran un biplano de lona, imagen paradigmática de los Farman F-40 que no resistieron la geografía colombiana. La mas valiosa de estas viñetas, y por ende, el sello colombiano más valioso, tiene un precio de $8 millones en el catalogo de 1994 de Leo Temprano. Es difícil encontrarse con otras estampillas colombianas cuyo precio esté dentro de este rango (las nueve viñetas valen ole acuerdo a este catalogo más de $25 millones, casi el 50% de lo que vale toda la colección de estampillas colombianas). El único otro sello en este rango de valores es una pequeña estampilla con la efigie de Simón Bolívar y que tiene un resello (resellar una estampilla es cambiarle, mediante una sobreimpresión, el valor facial o el objeto que se conmemora con la estampilla), en el cual se lee "Ier. servicio postal aéreo", y que en efecto sirvió en 1919 para inaugurar el servicio de correos utilizando el recién inventado avión. Este pequeño sello tiene un valor de $3.5 millones sin timbrar (sin usar). A modo de comparación, una estampilla de un penique de la Guyana Británica. fechada en 185(,, se subastó en 1980 por US$850.000. Otra estampilla, esta vez norteamericana, (le 1918, de la que por accidente se imprimieron 100 ejemplares con un aeroplano al revés, se vendió en 1979 por US$135.000, y un bloque de cuatro de estas mismas estampillas fue vendido en 1981 por US$1 millón. Quizás el récord mundial fue establecido en 1987 con la venta de una estampilla de dos centavos (le 1856 por US$1,1 millones conocida coma la "Lady McGill".

La Compañía Colombiana de Navegación Aérea no fue la única empresa de correo aéreo que emitió sus propias estampillas. La segunda en hacerlo fue la SCADTA, Sociedad

Colombo Alemana de Transporte Aéreo. Algunas de las primeras estampillas de la SCADTA, que luego se convertiría en Avianca, pueden ser consideradas como las "segun-das más valiosas" en toda la colección de estampillas colombianas. Una estampilla verde claro con un valor facial de $0.50 de 1921 de la SCADTA sobresellada con diferentes valores puede costar hoy más de un millón y medio de pesos.

Los filatelistas colombianos dividen la historia postal de Colombia en dos épocas; la primera es la del centenario, el primer siglo transcurrido desde la omisión del primer sello postal colombiano en el año de 1859, v la segunda, la época del postcentenario que transcurre desde 1959 lista el momento presente. A precios del catálogo de Leo Temprano de 199-r, toda la colección de estampillas colombianas del postcentenario desde el año 1959 al 1992 tema un valor de $659.605, menos de la mitad de la viñeta más barata de la Compañía Colombiana de Navegación Aérea. La colección completa de estampillas de Colombia considerada sin ninguna variedad puede valer alrededor de $60 millones.

La baja valoración de las estampillas colombianas del postcentenario obedece aparentemente a dos causas primordiales: al bajo volumen de coleccionistas en Colombia lo cual no estimula la demanda, y al poco atractivo que parecen encontrar en otros países el coleccionar estampillas de Colombia. El sello más valorizado de todo el postcentenario es precisamente una estampilla de 1959, año en que se cumplía un siglo de haberse emitido la primera estampilla colombiana. Se trata de un sello de valor facial de $5.00 con la figura en cuerpo entero de la Miss Universo de ese año, Luz Marina Zuluaga, y que en 1994 figuraba en catálogos con un valor negociable de $30.000.

Es difícil decir si las estampillas colombianas se valorizan o no; en 1984 la estampilla de Luz Marina tenía un valor de $900 con el dólar a $90.5, lo cual daba un precio de US$54 para la estampilla. En 1994 tenía el precio ya mencionado, con un dólar de $810 en marzo; esto daba un precio de US$37 para Luz Marina, con una evidente desvalorización.

Quizás la segunda estampilla más valiosa de todo el postcentenario es un mapa de Colombia que había aparecido originalmente en 1954 pero que en 1959 , se reselló con el timbre de unificado (ese año hubo una reforma en las reglamentaciones postales). Esta estampilla tenía en 1984 un valor de $900 lo que daba un valor de US$9.95. Para 1994 la misma estampilla se cotizaba en $10.500, lo que le daba un valor de US$12.96, una valorización de más de US$3 en los últimos 10 años. Obviamente, haber puesto la plata en dólares, aún a muy bajo interés hubiera sido mejor inversión.

Quizás lo que en realidad hay que mirar es el valor facial de la estampilla. Luz Marina a $5.00 en 1959 representaba aproximadamente 5 dólares; esos US$5.000 se septuplicaron en 35 años. La receta parece ser empezar la colección desde el momento presente, comprando las estampillas nuevas a su valor facial.

En Colombia, según los entendidos, los coleccionistas serios de sellos postales no pasan de 3.000. El club filatélico de Bogotá cuenta sólo con 200 miembros permanentes y Adpostal, que mantiene una lista de suscriptores a los nuevos sellos que van apareciendo, cuenta como máximo con unos 1.000 abonados. En el país se publican dos catálogos con los precios de las estampillas, el de Alvaro Barriga que está en la vigésima edición y el de Leo Temprano, que en 1994 emitió su trigésima edición. Es de destacar que la edición de 1984 del catálogo de Leo Temprano fue una edición especial que prácticamente contó la historia del sello postal en Colombia. Los editores de este catálogo no publicarán una edición este año, pero están planeando para 1996 repetir la hazaña de 1984 y actualizar el bello ejemplar.

El hecho de que del Catálogo Histórico Filatélicco se publicaran tan sólo 1.000 ejemplares y que a la fecha, 12 años después, todavía haya casi 100 catálogos disponibles para la venta, habla a las claras del volumen de aficionados que tiene la filatelia en Colombia.

Los dos catálogos que se pu.blican en Colombia no siempre coinciden en sus precios y para algunas estampillas se pueden encontrar diferencias notables: en 1972 apareció una bella estampilla conmemorativa de la X Exposición Filatélica Nacional que representa a una orquídea Maxillaria trixolis. Esta estampilla tiene un valor facial de $20 y se emitieron 100.000 ejemplares, un número más bien bajo. El catálogo de Leo Temprano la valora en $2.500, mientras que el de Alvaro Barriga da un precio de $6.000. Este es un caso extremo, pero en general los precios pueden diferir hasta en 30% de un catálogo a otro.

Algunas personas consultadas al respecto de la baja afición de los colombianos a coleccionar estampillas afirmaron que todo comienza con la educación de los niños. Durante la última exposición filatélica que se llevó acabo en el Museo Nacional entre los meses de mayo y junio, fueron invitados 150 colegios de Bogotá y asistieron tres.

En toda Colombia hay alrededor de diez tiendas filatélicas, donde se venden además de estampillas, álbumes, catálogos y otros artículos que ayudan al coleccionista. Llama la atención que muchos de estos almacenes venden además monedas y billetes de colección, en un intento de cubrir todo el mercado del coleccionismo. En Bogotá hay unas seis filatelias, en Medellín dos, una en Cali y una en Bucaramanga. Aparentemente estas filatelias tienen un buen volumen de ventas gracias a los turistas extranjeros que hacen compras considerables.

En una colección filatélica pueden encontrarse además de las conocidas estampillas, sobres E con estampillas preimpresas tarjetas, postales, cubiertas de cartas como los actuales aerogramas. sobres con estampillas conmemorando el primer día de circulación de la estampilla en cuestión, planchas completadas (tal como salen de las prensas) todo tipo de variedades sobre las mismas estampillas. Por otra parte, el propósito de las estampillas no ha sido únicamente postal. En la Rusia zarista se emitieron algunas Rara servir ir de reemplazo ;t monedas de baja denominación que en un momento determinado, en que era imposible acuñar más, se volvieron escasas. Esta misma situación ocurrió durante la guerra civil norteamericana. Para que no se dañarán con el LIS() continuo, Ios zaristas Lis imprimían en carton, y los norteamericanos las metían en cubieras de mica.