ANÁLISIS
¿Por qué algunas estrellas del fútbol caen en el mundo del narcotráfico?
Pese a que la influencia de los capos de la mafia en los equipos se diluyó, expertos explican esta nociva relación que sigue encabezando titulares. De la cancha a la cárcel, una historia de tiempo extra.
Felipe Pérez jugó en Atlético Nacional; Wilson Pérez fue campeón con América en 1990, Diego León Osorio perteneció a la Selección Colombia al igual que Freddy Rincón y Jhon Viáfara acompañó la hazaña de Once Caldas en la Copa Libertadores.
Todos ellos tienen una recorrido brillante detrás del balón y a la vez, un antecedente en la ilegalidad. Por relacionarse con el negocio del polvo blanco, los cinco estuvieron vinculados en investigaciones judiciales o peor aún, presos por varios años.
Entender por qué las estrellas del fútbol colombiano pasaron de la cancha a la cárcel, requiere más de una explicación. Los contextos, la sed de mantener un estilo de vida y la ambición de los carteles de narcotráfico, por introducirse en todas las esferas de la sociedad, son algunos de los motivos.
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En los noventa, la hinchada colombiana se enorgullecía de portar la camiseta de los equipos y aún más de la Selección. Asimismo, los jugadores no hacían más que sorprender con ‘escorpiones’ o goleadas nunca antes vistas por el espectador y eran bien recompensados -para la época- con sus salarios.
Perfectamente un jugador podía ganarse treinta y cinco millones por llevar a su equipo a la final de la liga, como le pasó a Iván René Valenciano, en 1993, por ganar la tercera estrella del Junior (aunque su salario anual llegaba a los cien millones). Pero la fama y el dinero de los futbolistas no solo atrajo la admiración del pueblo que aspiraba a ser como ellos, sino se convirtieron en un anhelo para los los grandes capos que dominaban el negocio de la droga por aquellos días.
Aunque cada caso es diferente, los balones y el narcotráfico se juntaron en más de una ocasión y varios de las estrellas de este deporte quisieron prolongar su gloria a costa de un dinero mal habido.
"A ningún jugador se lo prepara para el día después"
Los excesos que rodean la vida de los futbolistas, una vez sudan la camiseta y logran alcanzar un buen estatus en el medio deportivo, pasan desapercibidos cuando mensualmente la cuenta de ahorros se llena con el pago del salario. Pero, ¿qué pasa cuando la buena racha se acaba y de la gloria se pasa al olvido?
Adrian Magnoli, exfutbolista y técnico argentino, conoció el espectro del fútbol colombiano desde adentro (cuando dirigió al Deportivo Pereira) y ahora lo analiza desde afuera en su faceta de comentarista deportivo.
"A ningún jugador se lo prepara para el día después", sentencia Magnoli. “Mientras estás en actividad no hay ningún inconveniente, pero cuando llega el día que no te tienes que levantar para ir a entrenar, el día que estás en tu casa y ocupas un lugar que durante mucho tiempo no has ocupado, se siente”, dice.
La carrera de los deportistas es corta pero el fútbol de ahora ofrece más posibilidades, en términos de formación, para escalar a posiciones directivas en los clubes. Pese a esto, Magnoli cree que los futbolistas que salieron bien librados de su etapa por balompié profesional se cuentan con los dedos de la mano. “Oscar Córdoba, Víctor Hugo Aristizabal, Valenciano y Mondragón siguieron con sus vidas”, menciona el argentino.
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A la par de anotar goles de cabecita o taparlos en la portería, ellos invirtieron sus ganancias en un negocio alterno pensando en el retiro o saltaron a los medios de comunicación para comentar un partido detrás del micrófono. Ya sea por estabilidad mental, acompañamiento familiar o control, las estrellas de la Selección tuvieron un “segundo tiempo” después de recibir el pitazo final en sus carreras.
Pero esto no sucede en todos los casos. Norbey Quevedo, periodista investigativo, atribuye la caída de una generación de futbolera en negocios ilícitos al hecho de que es muy difícil separar el contexto en el que viven de sus actuaciones. En otras palabras, “pese a que los clubes tienen algunas restricciones —por los tipos de contratos que exigen y porque hay un control al interior de los equipos— este tipo de personas no se pueden alejar de los contextos donde se desarrollan las actividades extrafutbolísticas”, dice.
Jhon Viáfara nació en el corregimiento de Robles, Valle del Cauca; Diego León Osorio y Felipe Pérez Urrea, en Medellín; Wilson Pérez en Barranquilla y Freddy Rincón es oriundo de Buenaventura. Estos territorios coinciden con las zonas que históricamente han sido azotadas por la violencia, el conflicto o el narcotráfico y durante los años ochenta y noventa —cuando ellos estaban en el auge de sus carreras— estas problemáticas los tocaron de una u otra manera.
Felipe ‘el Pipe’ Pérez, tuvo un decoroso paso por Atlético Nacional, asistió al mundial juvenil en Unión Soviética de 1985 y fue titular en la nómina de Francisco Maturana para la Copa Libertadores de 1989, donde “los verdolagas” ganaron su primer título en el certamen ante Olimpia de Paraguay.
Aunque no hay muchos registros en internet que detallen la vida del jugador, lo que resuena sobre él en la web es la captura que le hizo el DAS por tener municiones del Cartel de Medellín en su domicilio. El 23 de julio de 1993, el departamento de inteligencia encontró 158 cartuchos para fusil R-15, una veintena de uniformes camuflados y otros elementos que sirvieron de material probatorio para condenarlo a tres años de prisión en la cárcel La Modelo de Bogotá. Al salir, las cuentas pendientes lo alcanzaron y fue baleado el 19 de octubre de 1996.
“El fútbol no nos dio lo que pensábamos”
Luis Fernando Ordóñez, vicepresidente del Deportivo Cali en 1982/84 y 1994/98, detalla que el futbolista colombiano tiene unas características, ancladas a su vida deportiva, similares a las que poseían los jugadores que pasaron por el equipo azucarero en los ochenta.
“El futbolista proviene de un estrato social y unos niveles educativos supremamente bajos. Cuando logran triunfar en el fútbol se hacen merecedores a un estatus económico, pero las falencias éticas se ven reflejadas en su crecimiento personal y muy pocos logran superar eso”, cuenta Ordóñez.
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La idea del retiro aterra a más de uno. Según la experiencia del dirigente deportivo, quienes llegan al final de su carrera sin lograr ese posicionamiento cultural o económico se van con la idea de: “el fútbol no nos dio lo que pensábamos” y por eso se inclinan a buscar alternativas que respondan a sus expectativas de vida.
“Para ellos, el éxito sigue siendo la camioneta último modelo, el equipo de sonido que más suene en la cuadra o la casa que más frente tenga”, dice Ordóñez. Para algunos, los elementos materiales se transforman en símbolos de poder, dignos de lucir con orgullo, para provocar la admiración de otros. La fotografía de John Viáfara donde aparece con el torso desnudo, una pistola en cada mano y una cadena de oro que rodea su cuello, sería muestra de ello.
Foto: Viáfara fue capturado este martes, 19 de marzo y está a la espera de que Estados Unidos envíe la acusación de extradición en un plazo inferior a 60 días. Tomada del Heraldo.
“La foto de las armas se tomó hace ocho años cuando estábamos en una finca con la familia bañando en piscina y en un asado”, según explicó José Viáfara, padre del mediocampista, en una entrevista a Blu Radio. Si la historia es cierta, Viáfara todavía estaba activo en el fútbol colombiano y aunque su progenitor diga que las pistolas que él portaba eran juguetes, este retrato no deja de ser una excentricidad que ahora, en medio del lío judicial, refuerza la idea de que era un narcotraficante.
John Viáfara enfrenta la extradición a Estados Unidos por presuntamente ser el coordinador logístico en el envío de droga desde Nariño, Tumaco y Medellín hacia México. Los investigaciones de la DEA confirmaron que la organización Gedeon, a la que pertenecería alias “el futbolista”, es intermediaria entre el Clan del Golfo y el Cartel de Sinaloa. La Policía asegura que han incautado a la organización 2.5 toneladas de cocaína en los últimos dos años.
"Son un vehículo muy interesante"
A las organizaciones o carteles de droga les atrae la connotación de figura pública que adquiere un jugador cuando debuta en determinado club. El fútbol y el narcotráfico en Colombia tienen una relación de vieja data. Como olvidar que Pablo Escobar inauguró canchas en los barrios más humildes de Medellín y que con su fortuna logró arrebatarle a José Rodrigo Tamayo Gallego el manejo del DIM -equipo de sus amores-. Es imposible pasar por alto que Miguel Rodríguez Orejuela era el accionista mayoritario del club América de Cali en 1980 y que Gonzalo Rodríguez Gacha hizo de Millonarios su propiedad.
José Alberto Ortiz, comentarista deportivo de Caracol Radio en Cali, recuerda cómo el fútbol era un hobby para los narcotraficantes por aquellos días."Ellos apostaban absolutamente por todo; a quién le sacaban tarjeta amarilla en primer lugar, quién se hacía expulsar, quién cometía un penal o quién ganaba”. Era su manera de divertirse.
Los jefes del narcotráfico llegaban como mesías a retribuir los logros alcanzados en los noventa minutos y dependiendo del desempeño de la plantilla —cuenta Ortiz— estos personajes se llevaban a los jugadores a las fincas particulares y armaban los famosos ‘picaditos’ donde habían las mismas clases de apuestas. Un gol podría darles las llaves de un nuevo apartamento.
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En esos escenarios, los jugadores entablaron nexos con las organizaciones y se dejaron tentar de otras propuestas, que más tarde, opacarían su trayectoria goleadora.
Wilson Pérez debutó en América de Cali en 1985; comandando la defensa y diez años después de enlistarse con ‘los diablos rojos’ quedó tras las rejas por intentar transportar 171 gramos de cocaína desde Barranquilla hasta Cali en un vuelo comercial. Pérez fue sentenciado a cuatro años y dos meses de prisión.
"Los jugadores son un vehículo muy interesante", señala Norbey Quevedo. El caso de Jhon Viáfara muestra que ahora estas organizaciones son discretas y manejan un bajo perfil a diferencia de cuando jugó Wilson Pérez; pues en aquel momentos los rostros de los criminales figuraban junto a los miembros del equipo.
A la fecha el narcotráfico evolucionó su modus operandi. Actividades como el fútbol permiten que estos grupos mimeticen sus negocios. Las estructuras son pequeñas y seguirle el rastro a la red de personas que las componen es cada vez más complicado.
“El perfil de las estrellas no es el mismo”
Con esta frase, Jorge Giraldo, decano de Humanidades de la Universidad Eafit, intenta cerrar la comparación entre los jugadores del siglo pasado y los del nuevo milenio. Para él, los últimos diez o quince años han servido para el fútbol se limpie los rezagos del narcotráfico. Sin embargo, asegura que “es evidente que tanto en la primera y segunda división profesional, como en fútbol aficionado, todavía hay presencia de este flagelo”.
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La ley del deporte y la regulación impuesta por la Dimayor ha depurado los alcances de la mafia en los planteles futbolísticos pero ni la Superintendencia de Sociedades —entidad sobre la que recae la vigilancia de los equipos— ha podido controlar por completo lo relacionado a la procedencia del dinero y transacciones de los clubes.
"Los controles sí han existido, sin duda, pero es muy propio de la cultura colombiana que hecha la ley, hecha la trampa", dice el decano.
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Hoy en día tenemos futbolistas más profesionales y educados de acuerdo con Giraldo. Y por eso él considera que casos como el de Diego León Osorio, quien en dos oportunidades fue capturado por transportar cocaína -una de ellas en 2016 cuando se adhirió la droga a sus genitales- son más remotos de ver en esta época.
“Hay que distinguir lo que pasa en el fútbol y la sociedad. Osorio pertenece a una generación de futbolistas que jugaban en equipos, propiedad de narcotráfico; mientras que el caso de Viáfara es más aislado”. El académico atribuye el comportamiento del jugador del Once Caldas al consumismo donde prevalece obtener dinero rápido sobre el respeto a la ley.