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María José Martínez y sus gatos traviesos, una fuente inspiración
Así describe la actriz y empresaria a sus dos cariñosos, amigables y consentidos felinos. Esta es la historia de cómo llegaron a su vida.
Los gatos de Maria José Martínez no parecen gatos. A diferencia de muchos felinos que corren a esconderse cuando ven un extraño o que adoptan una constante actitud sigilosa y prevenida, Fifi y Mugre saben perfectamente que son los reyes de casa y que pueden pasearse con confianza por cada rincón, aun cuando llega la vista. No solo se dejan consentir, sino que además lo piden, y cuál cachorros de perro se acuestan en las piernas de su ama o de cualquiera que esté dispuesto a mimarlos por un rato.
María José creció rodeada de animales. Por un lado, la familia de su padre siempre tuvo criaderos de perros, y por el otro, su mamá y sus tíos maternos siempre fueron fieles amantes de los gatos. Su primera mascota fue una french puddle negra llamada Karina; sin embargo, a medida que fue creciendo, su gusto por los felinos también se hizo mayor.
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“Los gatos siempre me han fascinado; esa belleza misteriosa es lo que más me gusta de ellos, y que son completamente ergonómicos, mejor dicho, un arrunche con un gato es delicioso, en cambio con un perro es más complicado, porque tienen las patas tiesas, como que no se acomodan”, asegura.
Hace 10 años llegó a su vida la princesa Fifi. En un principio se llamó Fiorella, pero el diminutivo terminó tomando más fuerza y así se quedó. María José la compró de tres meses porque siempre había querido un gato que pudiera sacar y llevar consigo a todas partes, así que una persa era perfecta. “Recién la compré, la llevaba entre la cartera para todos lados. De hecho, si dejó por ahí un bolso abierto, ella se mete. Pero cuando llegó Mugre ya me dio pesar dejarlo a él solo en la casa, y hasta ahí llegó mi idea de sacarla”.
El segundo felino llegó por cosas del destino. Un mes después de que María José comprara a Fifi, su abuelo murió y el gato que siempre había vivido con él se quedó sin hogar. Mugre, que había sido bautizado así por su color gris, empezó a deambular de casa en casa entre la mayoría de tíos de la familia, pero como casi todos tenían gatos, no se pudo adaptar. Finalmente, María José decidió acogerlo y empezar con él todo un proceso de reintegración, pues, además de estar enfrentando un duelo, el gatico era muy malgeniado.
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“Ahí donde los ves, me costó como tres años de domesticación, paso a paso. No se dejaba tocar porque me mordía, lo que ves hoy es gracias a un proceso de rehabilitación a punta de cariño entre Fifi y yo”. Según María José, Mugre vio a Fifi y se derritió. En esa época, la pequeña gatica medía unos 10 centímetros de alto y enterneció al furibundo gato.
Al día de hoy, a pesar de ser muy distintos, ambos se llevan muy bien. Mientras Fifi le hace honor a su nombre comportándose como una princesa, siendo calmada y un poco quejumbrosa, Mugre aprovecha cada momento para tirarse en los brazos de su ama, jugar y convertirse en la fiesta de la casa.
Actualmente, Mugre sigue una dieta estricta, pues fue diagnosticado con prediabetes, estaba obeso y comía cuánta comida se encontraba a su paso. Era un glotón. “Él era feliz comiéndose el queso o el jamón. Todavía, si dejo por ahí una pizza, él abre la caja y se roba los salamis. En una época yo comía muchas cocadas, y él iba y las cogía. Le encantaban también las mentas y los chicles, si yo los dejaba por ahí los encontraba luego todos masticados”. Ahora se alimenta con un concentrado especial y solo consume dos raciones pequeñas durante el día.
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Fifi, por el contrario, siempre ha sido muy sana y, aun siendo persa, no ha sufrido de ningún problema grave de salud. Lo que sí han hechos ambos es escaparse. Un día, al regresar del trabajo, María José se dio cuenta de que Mugre no estaba y de que Fifi, que se encontraba parada frente a la ventana, quería indicarle que se había salido por ahí. Después de 24 horas lo encontraron en el jardín del vecino y se dieron cuenta de que no era la primera vez que salía a pasear con una amiga felina que tenía en el edificio. Fifi, en cambio, más que escaparse realmente se cayó. Por fortuna solo se partió un dedo.
Inspiración felina
Para María José, sus dos gatos son algo más que sus mejores amigos; son sus hijos, sus dos pequeños traviesos. Todas las noches duermen con ella y se acomodan alrededor de su cuello para darse calor mutuamente. Se meten dentro de sus maletas cada vez que tiene un viaje, como pidiendo que los lleve con ella, y cuando regresa la esperan un poco molestos por haberlos dejado solos.
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Además de su mejor compañía, son su inspiración. “De hecho, Fifi y Mugre ya escribieron un libro y ahora tienen una marca de zapatos”, cuenta María José. En su libro, titulado Gatos, hombres y otras especies domesticables, la joven actriz pone a hablar a sus mascotas sobre lo torpes, complicados y dramáticos que pueden resultar los seres humanos en las relaciones interpersonales. Por otra parte, su marca de zapatos Fifi & Mugre, hechos de terciopelo y bordados con cristales de swarovski, se encuentra desde hace 5 meses en un showroom privado cerca de la Zona de Rosa de Bogotá.
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Aunque María José ama los gatos, por ahora está bien con solo dos. “No quiero ser la loca de los gatos; estoy esperando a casarme y ahí si ya salir del closet y adoptar cuanto animal se me cruce por la calle”, dice por bromear. “No, la verdad es que sí he pensado en adoptar, pero ya hemos conseguido tal armonía entre los tres, que me parece que no es bueno por ahora”.
Además de sus dos mascotas, María José reparte su tiempo entre sus proyectos de emprendimiento y las grabaciones de la serie del canal RCN La ley del corazón y La dinastía Morales de Caracol. Por ahora, con tantas ocupaciones, se complace en compartir el mayor tiempo posible con sus pequeños traviesos y en continuar dándoles el amor y el cariño que los han convertido en los gatos amigables y tiernos que son.
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