HISTORIA

El otro lado del gánster

La nueva biografía de Al Capone se enfoca en un aspecto poco revisado de su existencia: su infancia, el camino que recorrió para dominar la mafia y su vida familiar. Muchos en la prensa norteamericana lo comparan con Pablo Escobar.

26 de enero de 2019
Mae Capone, su esposa, odiaba que él fuera una figura pública. En cambio su hijo, Sonny, disfrutaba de su protección y de su cariño. Abajo, aparece con él y el beisbolista Gabby Harnett, de los Cubs de Chicago, en un juego con los Medias Blancas, en 1931.

A sus 14 años, recién expulsado del colegio por una riña, el joven Alphonse Capone buscaba un trabajo para ganarse la vida en Nueva York. Ya había probado como vendedor en una tienda de barrio y como ayudante encargado de cortar papel en una imprenta, pero nada le gustaba del todo. Entonces su padre le compró una caja de embolador y lo convenció de ir a buscar clientes al cruce de las calles Union y Columbia, un punto muy concurrido de Brooklyn.

Allí, mientras aprendía los secretos de lustrar zapatos, Al, como lo llamaban sus amigos, vio cómo varios matones al servicio de un mafioso local extorsionaban a los comerciantes de la zona. Seguro de que ese era un camino fácil de imitar, convenció a dos de sus primos y a algunos amigos de hacer lo mismo, pero a pequeña escala. Así, comenzaron a ofrecerles protección a otros limpiabotas bajo amenazas y a cambio de dinero. La pequeña banda, que llegó a ser conocida como los Destripadores del Sur de Brooklyn, pronto llamó la atención de los mafiosos, que ordenaron desmantelarla. Aun así, se interesaron en el pequeño líder, quien años después se convertiría en el gánster más poderoso de su país: Al Capone.

Hoy todo el mundo conoce su nombre y ha oído que fue el gran jefe de la mafia de Chicago en los años veinte, pero pocos saben detalles de su infancia y su vida familiar. A esas facetas se dedicó Deirdre Bair, una reconocida biógrafa estadounidense, para mostrar una versión novedosa en Al Capone, su vida, su legado y su leyenda, que acaba de salir en español. Allí, con testimonios de sus descendientes vivos (muchos escondidos o avergonzados y algunos que incluso se cambiaron el apellido), armó un relato en el que contrasta la visión del gánster asesino y despiadado con la del padre amoroso y el hijo preocupado.

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Portada del libro Al Capone su vida, su legado y su leyenda de Deirdre Bair.

Y es que antes de ser el mafioso que durante los años veinte aprovechó la prohibición de alcohol para hacerse a un lucrativo negocio ilegal, Al Capone era el hijo de Teresa y Gabriele, dos inmigrantes originarios de un pueblo a las afueras de Nápoles.

Habían llegado a Nueva York en 1895, cuando los italianos aparecían en el imaginario local como lo más bajo del crisol de razas que emigraban a Estados Unidos. Sin embargo, y gracias a que sabía leer, escribir y hablaba algo de inglés, Capone padre consiguió un trabajo mejor que cualquiera de sus compatriotas: vendedor en una tienda de comestibles.

Cuando nació Alphonse, el 17 de enero de 1899, la pareja ya tenía tres hijos (solo uno de ellos nacido en Estados Unidos) y estaba mucho más establecida. Para entonces ya vivían en Park Avenue de Brooklyn, una zona de clase media baja, y Gabriele había dejado su trabajo en la tienda para montar su propia barbería. El niño y sus hermanos (luego nacieron otros cinco) crecieron en medio de una mezcla de culturas, rodeados por inmigrantes irlandeses, alemanes y europeos orientales.

A diferencia de otras familias italianas, los Capone siguieron aumentando en la escala social cuando Gabriel (ahora sin la e) logró la nacionalidad estadounidense. Por eso, y pensando en un mejor futuro para sus hijos, siempre los impulsó a estudiar. Pero a ellos no les interesaba mucho y pasaban la mayor parte del tiempo en la calle. Alphonse asistía a clase irregularmente, y aunque se destacaba en matemáticas, también lo reconocían por sus riñas. Los compañeros admiraban su forma de pelear, pues gracias a su contextura corpulenta aparentaba más años de los que realmente tenía. Por una de esas peleas, sin embargo, lo expulsaron del colegio, lo que llevó a su corto periodo de lustrabotas y a su temprano ingreso al mundo del crimen en 1915.

Lo hizo de la mano de dos de los mafiosos que controlaban las cosas en Nueva York en la década de 1910: Johnny Torrio y Frank Yale. Primero trabajó con Torrio, quien manejaba una red de prostíbulos, casinos ilegales y extorsiones. Allí arrastró a su hermano mayor, Rafael, quien se convirtió en su mano derecha mientras escalaba posiciones en la organización. Cuando Torrio se fue a Chicago para expandir la mafia a otra ciudad, dejó a los hermanos Capone con Yale, quien manejaba bares, billares y más burdeles.

En esa época, cuando trabajaba en una fábrica de cajas de cartón (al comienzo mantenía trabajos ‘legales’ en paralelo con sus labores mafiosas), conoció a Mary Josephine Coughlin, más conocida como Mae, a la que enamoró y convirtió en su esposa. Aunque para una irlandesa meterse con un italiano era algo así como bajar de clase, a ella le encantó su forma de bailar, su determinación, sus ambiciones y los deseos de mejorar que mostraba siempre.

Mae Capone, su esposa, odiaba que él fuera una figura pública.

Al Capone viajó a Chicago cuando Torrio, ya establecido en esa ciudad, lo mandó a llamar. Allá se dedicó de lleno al hampa y se convirtió en la mano derecha de su jefe. Escaló muy rápido y al poco tiempo tenía tanto dinero que pudo trastear a su familia y tuvo que inventar una fachada legal para explicar su nueva prosperidad. Comenzó a influir en la política local a punta de plata ilegal y libró sus primeras batallas con bandas rivales (en una de las cuales murió uno de sus hermanos).

Cuando el viejo Torrio sufrió un atentado que casi lo deja inválido, en enero de 1925, Alphonse asumió finalmente el liderazgo de la organización y de toda la mafia de Chicago. Ahí ya era Al Capone: el gran jefe mafioso, intransigente y violento, responsable de al menos unas 200 muertes y de hechos atroces como la llamada masacre de San Valentín de 1929, cuando sus hombres asesinaron a varios miembros de una banda rival.

En su casa, sin embargo, era otro. Todos los días llamaba a su mamá y a su esposa, y era un hijo y un esposo amoroso. De hecho, aunque era mujeriego y le encantaba ir a prostíbulos, su esposa lograba avergonzarlo y humillarlo. Alguna vez, ella se decoloró el pelo y se vistió como una de sus amantes de 15 años frente a la familia para mostrarles el tipo de mujeres que le gustaban al capo.

En reuniones familiares se mostraba bonachón y cariñoso. Su hermano Rafael (arriba) fue su mano derecha durante su ascenso en el mundo criminal, al que entró de la mano de Johnny Torrio (derecha).

Sus familiares también cuentan que le encantaba pescar en su casa de campo de Florida, que en reuniones sociales mostraba una faceta bonachona y cariñosa, y que tenía una gran afición por la comida (en especial los espaguetis), así como vestir trajes amarillos o verdes, usar varios anillos y llevar un cinturón con hebilla de diamante.

Pero sobre todo era un padre sobreprotector que siempre consentía a su hijo, Albert Francis Capone, Sonny. Muchos comparan esa faceta suya con la del colombiano Pablo Escobar, que también tenía una debilidad por sus retoños. En este caso era peor: Sonny tenía sífilis, una enfermedad de transmisión sexual que había contraído en el vientre materno por culpa del capo y su afición a las prostitutas, y por eso en su niñez y adolescencia fue una persona frágil, enferma y víctima de matoneo.

Su hijo, Sonny, disfrutaba de su protección y de su cariño. Abajo, aparece con él y el beisbolista Gabby Harnett, de los Cubs de Chicago, en un juego con los Medias Blancas, en 1931.

Su hijo tenía sífilis, una enfermedad que había adquirido en el vientre materno y que lo hacía frágil y enfermizo.

Esa misma enfermedad le costó la vida a Al Capone mucho después, cuando ya había salido de la cárcel –a donde llegó por evasión de impuestos y no por asesinato– y su imperio era cosa del pasado. Así, murió poco después de cumplir 48 años en medio de dolores insoportables y con problemas de memoria. Su leyenda, sin embargo, aún sigue viva.