LEGADO
Aleida Guevara March, la consentida del rebelde
La hija mayor del Che se ha convertido en la abanderada de la Revolución Cubana, aunque era apenas una niña cuando su papá fue asesinado en Bolivia. Ahora cerca de cumplirse 45 años de su muerte, Aleida recuerda el hogar del guerrillero más famoso del siglo XX.
Aleida Guevara March ve a su papá en todas partes: desde camisetas, vallas y afiches hasta bolsos, relojes y pocillos. A donde quiera que vaya la sigue la emblemática imagen de Ernesto Che Guevara, de boina negra y mirada al horizonte. Aunque sabe que es difícil evitar que la fotografía más famosa del mundo sea objeto de comercio, la hija mayor del 'guerrillero heroico' está empeñada en preservar su legado.
Desde hace 15 años, además de lograr al menos que el rostro de su padre no aparezca indiscriminadamente en bikinis y botellas de vodka, Aleida se dedica a dar conferencias sobre la resistencia del pueblo cubano. Cada vez que se celebra alguna fecha de la revolución, ahí está ella. Por estos días debe cumplir una agenda maratónica en diferentes ciudades porque el 9 de octubre se conmemoran 45 años de la muerte del comandante argentino.
A pesar de que Aleida solo tenía 7 años cuando lo asesinó un coronel del Ejército boliviano, aún conserva algunos recuerdos de su infancia al lado del mítico rebelde. Los diarios, las cartas y los testimonios de su 'tío Fidel', como le dice a Castro, también le han servido para reconstruir la imagen de ese hombre que todas las noches iba a darle un "beso apretado" en cada mejilla. "Me da rabia no haber crecido con un papá, pero mi mamá siempre dice que debemos amarlo por lo que fue: un hombre que hizo lo que tenía que hacer y murió defendiendo sus ideales", contó en una entrevista reciente al dominical The Observer.
Para la mujer de 51 años, ser hija del Che y de Aleida March no es más que un "accidente genético". Ambos se conocieron en la sierra del Escambray, donde el guerrillero y otros 'barbudos' se instalaron meses antes de conquistar la ciudad de Santa Clara. March, una militante del Movimiento 26 de julio, flechó al comandante de inmediato. "Antes de ella solo dos mujeres habían subido a encontrarse con el Che. Y eran feotas, mamá había sido reina de la primavera", cuenta Aleida hija. El idilio se desarrolló en medio de los combates y el Che no encontró un mejor momento para confesarle su amor que mientras se dirigían a La Habana a celebrar el fin del régimen de Fulgencio Batista.
La pareja se casó el 2 de junio de 1959, poco después de que el guerrillero se divorció de su primera esposa, la peruana Hilda Gadea, con quien tuvo una niña. El Che y Aleida vivieron en casas de amigos los primeros años hasta que se establecieron en una residencia en la capital, donde hoy funciona un centro de estudios dedicado a promover su pensamiento. Allí crecieron sus cuatro hijos: Aleida, Camilo, Celia y Ernesto. El combatiente casi no compartió tiempo con ellos porque desde el principio sabía que antepondría la revolución a su familia. Tanto así que ni siquiera estuvo cuando Aleida nació por andar de gira en China.
El Che quería un varón y, por eso, cuando supo que era niña, le dijo en chiste a su mujer en un telegrama que mejor "la tirara por el balcón". "Mi madre había estado 11 horas en trabajo de parto para terminar en una cesárea. Así que cuando papi llegó a Cuba mi mamá no quería dejarlo entrar a su habitación. Él decía: '¿Dónde está la niña', y ella: 'La tiré por el balcón'. Les gustaba bromear y no me pusieron nombre hasta que él volvió", asegura.
Como ministro de Industria y embajador de la revolución, al Che le tocaba trabajar permanentemente, incluidos los fines de semana. Cuando se iba de viaje, solía enviarles a sus hijos cartas con dibujos de animalitos y cuentos inventados por él. En una de esas postales, Aleida recuerda que su papá le decía que debía portarse bien y ayudar a su mamá con los oficios de la casa. "Me enfurecí porque en las cartas de mis hermanos, les prometía que algún día lucharían juntos contra el imperialismo e irían a la Luna. ¡Yo también quería hacer lo mismo!", relató al the Observer.
Pero el día en que Aleida vio a su papá con vida por última vez, no hubo recriminaciones. Se encontraron en un lugar secreto de La Habana, adonde el Che llegó disfrazado como Ramón, el hombre calvo de escaso pelo blanco y gafas gruesas que entraría a Bolivia posando como empresario. Nadie, ni siquiera en La Habana, debería saber quién era, y la última prueba era que sus propios hijos no lo reconocieran. Se presentó como un viejo amigo del Che, y aunque era imposible identificarlo, la pequeña, entonces de 6 años, por poco lo delata. Primero, dijo en frente de todos los comensales que no parecía español, sino argentino, y luego dejó en evidencia su forma tan particular de tomar el vino tinto mezclado con un vaso de agua.
Después de la cena, la niña se golpeó la cabeza mientras jugaba con sus hermanos y la primera reacción del Che fue alzarla en brazos y arrullarla, como cualquier padre hubiera hecho. Al rato, Aleida no resistió más: "Le dije en secreto a mi mamá: 'Yo creo que ese hombre está enamorado de mí'. Fue muy duro y él no podía explicarme por qué me amaba. Y me amaba de una manera intensa. Esa noche terminó así y yo no supe que ese hombre era mi papá hasta que murió en Bolivia", aseguró en una entrevista a Clarín a finales del año pasado.
Una de las pocas cosas que recuerda después del asesinato es que Muralla, el perro que acompañaba al Che a todos lados, siempre se acostaba en la puerta de su cuarto a esperar a que llegara. Aleida tampoco olvida la imagen de su madre llorando desconsolada en la cama. Para ella, la ausencia del rebelde fue tan devastadora que prefirió guardar silencio durante 40 años. Solo en 2007 aceptó, por pedido de sus hijos, publicar un libro de memorias -con cartas, reflexiones y poemas inéditos del luchador argentino- que muestra su lado más íntimo. La mayor de los Guevara March sigue promocionando el texto en diferentes países.
Aunque el libro le ha ayudado a resolver varias dudas, Aleida reconoce que le hubiera gustado oír las respuestas directamente de la voz de su padre: "Me hubiera encantado sentarme a hablar con él, pero ya no está y nunca volverá". Crecer bajo la sombra de su apellido también fue difícil y, al igual que el guerrillero, decidió estudiar Medicina. "Soy la hija del Che. Pero no soy el Che", insiste. Hoy trabaja como pediatra en un hospital de Cuba y realiza brigadas de salud en países como Angola, Nicaragua o Ecuador.
A pesar de ser la más mediática de la familia -su mamá y sus hermanos rara vez dan entrevistas-, Aleida asegura que no se siente diferente ni especial. Según describió El País de Madrid una de sus tantas charlas, la mujer "nunca ha tenido la sensación de ser la hija de un mito, sino de un hombre, un hombre extraordinario sí, pero un ser humano, nada de mito ni de ícono". Quizás por eso ya se acostumbró a ver su foto en cada esquina.