GENTE
Tomás y Alejandro Gaviria, unos cómplices mal hablados
La visita del papa Francisco a Colombia reveló la espontaneidad del hijo menor del ministro de Salud, quien pidió que a su padre se le quitara la “hijueputa tos”. Jet-set quiso conocer de cerca al niño que confía en que su padre se recuperará del cáncer.
Tomás Gaviria Soto empieza la conversación diciendo que ha sido duro ver a su papá enfermo y tosiendo todo el tiempo. Entonces, cuando nombra la tos, los dos rompen el hielo y se ríen cómplices. Es imposible no hablar de la entrevista radial que le hicieron después de conocer al papa Francisco en la Plaza de Bolívar: “¿Qué le pediste al Papa, Tomás”?, le preguntó el periodista. “Le pedí por la salud de mi papá y que se le pase la hijueputa tos”, contestó con desparpajo.
Alejandro Gaviria recuerda que ese jueves 7 de septiembre su hijo fue el primero del grupo de niños que abrazó al pontífice. “Mucha gente vino a saludarme por la enfermedad y varios periodistas me entrevistaron. El reportero de Caracol Radio le dijo a mi esposa Carolina Soto si podía hablar con Tommy? Nadie se imaginaba que mi hijo iba a decir eso”.
Alejandro y su esposa Carolina Soto celebraron el 17 de septiembre los 10 años de Tomás. El ministro sueña con que lleguen sus años de adolescente para enseñarle álgebra y trigonometría.
Tomás cuenta que su papá estaba más apenado con la gente que disgustado con él, “mi mamá era la más furiosa de la vida”. El niño, de 10 años, le pone poca tiza a lo que dijo y lo compara con el “yo qué voy a saber güevón” que soltó Rigoberto Urán cuando le preguntaron cómo fue una caída en la penúltima etapa del Tour de Francia. “Es que así hablamos nosotros, y más los paisas”, agrega Tomás, quien nació en Bogotá, pero siempre pasa las navidades en Medellín con sus abuelos paternos.
La forma de expresarse no es lo único que heredó de su papá. También es bueno en la escritura. En el colegio le pusieron de tarea narrar una historia con algo de ficción y decidió contar cómo se enteró de la enfermedad de su papá. Lo tituló When my dad got cancer, y después lo cambió por The sad story of life. “El primer título no me gustó tanto porque dejaba la sensación de que le dio cáncer y ya”. En su cuento el niño se enteraba por una llamada telefónica pero en la realidad Tomás supo la noticia en su casa. “Todo empezó con un dolorcito de espalda, y cuando me dijeron que estaba en la clínica me preocupé. Lo más neurótico fue saber que él tenía un linfoma. Al principio no tenía ni idea de qué era eso”.
El día del encuentro de Tomás con el papa Francisco será recordado por las palabras que usó para explicar su petición. Pero para el niño es más importante tener claro que la vida puede cambiar si se tiene buena actitud.
Ahora tiene tanta información en su cabeza que anda a mil por hora. Dice que prefiere saber la verdad y se conocen tan bien que siempre detectan cuando le pasa algo al otro. Esa reflexión le recuerda a Tomás el libro que está leyendo, The tiger rising, una historia en la que el padre y el hijo son muy diferentes y no se llevan bien. “Me ha enseñado que nosotros somos muy afortunados de tener una relación tan buena”.
En ese punto de la charla Alejandro le pregunta a su hijo cómo define su relación. Y sin dudarlo dice que es más cercana desde que le dio el linfoma, porque antes estaba enfocado en el trabajo: “Llegaba a las nueve o diez de la noche pero yo lo esperaba despierto, a diferencia de mis amigos que a esa hora dormían. Disfruto de la vida sin que me importen tres horas menos de sueño”.
Tomás no solo cree que la salud de su papá va a mejorar. Ahora está inspirado en Malala Yousafzai: “Siendo muy niña hizo un cambio mundial desde Pakistán. Yo también quiero usar mi vida para darles felicidad a los demás”, dice.
La única diferencia de opinión que tienen ahora es sobre las horas que Tomás les dedica a los videojuegos. “Es que estoy muy adicto a esa vaina”, reconoce, pero lo justifica porque Rainbow Six Siege lo hace sentir un experto. Tal vez esa sea una forma de distraer lo que él nombra claramente como existencialismo. “En el día estoy activo en el colegio y luego jugando. Pero cuando me acuesto, miro al techo, y empiezo a pensar que algún día me voy a morir, y que tal vez no voy a reaparecer en esta tierra otra vez”.
Alejandro lo ve pasearse por la sala del apartamento mientras habla y vuelve a sonreír. Recuerda la frase de Fernando Pessoa: “La pobre humanidad gime en la oscuridad”, y dice que es lo mismo que le preocupaba de niño, solo que no lo articulaba tan bien. No sabe de dónde saca ese léxico tan elaborado y supone que puede ser de su afición a los youtubers. Tomás lo corrige y dice que ellos son los más mal hablados. En la casa ha aprendido que las groserías le dan al lenguaje cierta naturalidad, pero que cuando se repiten pierden la gracia. “Nada en la vida es bueno o malo, todo depende de como lo uses”, sentencia.
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Les encanta desorganizar la cama y a eso lo llaman ‘rufiar’. Los dos esperan que pronto llegue a su casa Rufo, el golden retriever que completará el trío de necios.
Tres días antes del episodio con el Papa, Alejandro tuvo una infección y pasó unos días en el hospital muy decaído. Cuando esperaba la cita con un especialista escribió un texto que tituló: “Las cosas que me gustaría hacer”. Uno de su deseos es: “Salir al parque con Tomás y hablar, cogidos de la mano, dando vueltas y vueltas sobre los temas de siempre, la raza del próximo perro, la indiferencia de los gatos (casi como la del universo), la inutilidad de las tareas y los videojuegos, que son como la vida”. El perro será un golden retriever que se llamará CLP Rufo. Las siglas quieren decir lo mismo que Tomás le pidió al papa Francisco: Curar Linfoma Papá.
La relación de Alejandro y Tomás está basada en el amor, y para el ministro el amor es su forma de orar. Al verlos juntos se puede leer entre líneas y abrazos que ya no es tan cierto lo que Alejandro Gaviria Uribe escribió hace siete años sobre el ensayista inglés Christopher Hitchens en su columna de El Espectador: “El enfermo de cáncer es un negociador triste: entrega parte de sus facultades por unos años más en este mundo”. El ministro no está triste y gracias a la fuerza que le da su hijo, no se entrega.
*Texto publicado en Jet Set