Luto en la televisión
Alí Humar: perfil de un pionero de la televisión colombiana
Colombia despide a uno de los actores y directores que contribuyeron a darle identidad propia a la pantalla chica nacional, en producciones como ‘Los Cuervos’, ‘Sábados Felices’ y la escandalosa serie ‘Señora Isabel’.
Si a un colombiano con buena memoria para la televisión le preguntan por los personajes más queridos de la pantalla criolla, seguro mencionará a Alí Humar. Por la época en que las telenovelas y otros dramatizados eran basados en los clásicos de la literatura nacional y universal, él tomó parte en producciones de las que casi no ha quedado recuerdo fílmico.
Así, en aquellos años 70, los colombianos se familiarizaron con él a través de María, basada en la novela de Jorge Isaacs; y La Vorágine, versión de la obra de José Eustasio Rivera. También participó en uno de los hitos de audiencia de la época, Caminos de gloria, con Julio César Luna, María Eugenia Dávila, Mauricio Figueroa y Ronald Ayazo. De ellos, algunos ya han muerto, mientras que los sobrevivientes, seguro lamentan a estas horas su sensible partida.
En 1975, además, participó en La mala hora, versión para televisión de una novela de García Márquez, y también se unió al elenco de dramatizados tan exitosos como la comedia Los Pérez somos así o La abuela, protagonizada por Teresa Gutiérrez y con artistas tan renombrados como María Eugenia Dávila, Lucero Galindo, Delfina Guido, Hugo Pérez y Jaime Saldarriaga, entre otros.
Semejante lista, es solo un resumen del gran esfuerzo que hicieron los pioneros de la televisión nacional por darle un estilo propio a la pantalla chica criolla. Y Humar sabía muy bien de qué se trataba, pues estuvo en sus inicios mismos.
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Como el gran memorialista que fue, evocó como, tras la fundación de la televisión colombiana, en 1954, se buscaban actores y un modo de reclutarlos fue a través de un espacio titulado El primer aplauso. Allí, los aspirantes mostraban sus dotes histriónicas y el mejor era escogido por la votación del público. Humar, que era un adolescente en ese momento, se animó a participar, no como actor, sino como votante. Pero por un error del destino le notificaron que había sido seleccionado y le dieron una beca para estudiar actuación con el maestro Bernardo Romero Lozano, padre de los dramatizados de televisión colombianos, y el gran Boris Roth.
Toda la vida, Humar se ufanó de su padre palestino y hasta llevó a la televisión la historia de su llegada a Colombia que, por supuesto, comenzó por Barranquilla, en los años 20. Yusef Omar Mustafá llegó con la ola de inmigrantes de Oriente Medio que huían de la pobreza y devastación que dejó la Primera Guerra Mundial en el desintegrado imperio otomano o turco, por lo cual se les llamaba así: turcos.
Como era la costumbre, se cambió el nombre por Alfredo Humar, fruto de una deformación durante un trámite. De La Arenosa pasó a Bogotá, donde puso un almacén en el barrio Las Nieves, y de ahí se trasladó a Mesitas del Colegio, Cundinamarca. Las historias sobre el clima, paisajes y gente del lugar, cerca de la capital, lo llevaron no solo a establecer su almacén allí, sino a conocer a Solita, quien sería la mamá del gran actor y director. “Fui el último en nacer en Mesitas del Colegio, a los dos meses vinimos a vivir a Bogotá”, le contó a la cronista Isa López Giraldo, al evocar su nacimiento y sus otros ocho hermanos.
De esos años, tenía muy presente las empanadas que vendía en el Parque de la Independencia, una idea de su mamá para mejorar la economía familiar. Cuando las cosas mejoraron, se pasaron a La Soledad, que era el mejor barrio de la ciudad a finales de los años 50.
Antes de caer de chiripa en El primer aplauso, ya había dado sus primeros pasos en las tablas con otro de los grandes, Fausto Cabrera, padre del cineasta Sergio Cabrera. Su hermana Yamile, madre de la presentadora y modelo Catalina Aristizábal, tomaba clases con Cabrera y un día que la acompañó hizo falta uno de los actores. Cabrera le preguntó si podía decir sus líneas, aceptó y así obtuvo su primer rol en la escena. Fue el comienzo de una gran carrera, por la cual lo dejó todo.
Su padre no estaba de acuerdo con su elección y le encantaba contar la vez que, residiendo en Guatemala, lo invitó a ver la obra en la que actuaba, La ira del cordero, en la que hacía el papel de Caín, el personaje bíblico. Don Alfredo estaba en primera fila y cuando el personaje de Alí se aprestaba a asesinar a su hermano Abel, el comerciante se paró y empezó a gritar: “¿Qué es esa payasada, hombre? ¡Un hijo mío qué va a hacer eso!”. Aunque el resto de la audiencia le insistía en que se sentara para que continuara la presentación, él siguió en su papel de papá indignado. “Alí, ¡camine ya para la casa!”, lo increpó.
De Guatemala viajó algún tiempo por Nueva York y países de Europa como Italia y Suecia, donde no faltaron las aventuras amorosas que le maltrataron un poco su sensitivo corazón.
Alí Humar, qué duda cabe, vivió por y para su arte, pero lo que poco se sabe que es que tuvo un breve paso por la política, que no terminó muy bien. En la efervescencia por héroes de la izquierda como el Che Guevara o Camilo Torres, en los años 60, asistía a marchas y reuniones, de lo cual resultó siendo invitado a Corea, donde se capacitó sobre cooperativas campesinas.
Pero una noticia le dio a entender que había estallado una revolución en Colombia y eso lo hizo devolver de inmediato. Al regresar, se encontró con que fue falsa alarma.
A esa faceta ideológica pertenecen también sus fabulosos relatos de cómo se hizo amigo de guerrilleros tan famosos como Jaime Arenas y Jaime Bateman Cayón. Esas amistades lo llevaron a una aventura en el monte, en la cual fue víctima de torturas por obra de una traición y malos entendidos.
Desilusionado de la política, retomó la actuación. Ya había trabajado con el gran Santiago García en teatro, una disciplina que veneraba como lo puro, pero no daba para vivir. En una constante lucha para asegurar la supervivencia a punta del arte, pasó por las radionovelas, de las cuales recordaba cómo un actor tenía que interpretar a varios personajes pues no había muchos recursos.
Su paso por las producciones más vistas de los años 70 coincidió con frecuentes ataques de decepción que lo llevaban a pensar seriamente en dejar la actuación.
No obstante, en los momentos más oscuros siempre ocurría algo imprevisto que le permitía subir un nuevo peldaño. Fue así precisamente como incursionó en la dirección, cuando trabajaba en Caracol. Su buen desempeño allí le dio fama y RTI lo contrató, durante la que fue, quizá, la era dorada de los dramatizados colombianos.
En los años 80, Alí Humar fue el director de la serie que paralizaba al país por las noches entre semana, Los cuervos, sobre una extraña familia que habitaba una la misteriosa mansión de Casaloma.
Otro hit fue Señora Isabel, una serie muy escandalosa para la época, la cual él definió como algo “agresivo y loco”, pues contaba la historia de una cincuentona, interpretada por Judy Henríquez, que se enamoraba de un joven que podía ser su hijo.
Sobre su estilo como director, el artista comentó: “Tuve un acierto muy grande y fue fijarme y enfocar los detalles, como se hace en cine, y no en planos ampliados. Eso no se usaba, lo nuestro era muy lineal, muy fotográfico, así que revolucioné con los planos intercalados, lo que fue un fenómeno en Los cuervos e imitaron todas las programadoras”.
A Sábados Felices también llegó, en 2000, por un revés inesperado del destino. Resultó que Jota Mario Valencia, quien dirigía el espacio, se tuvo que ir del país intempestivamente, y él tomó su cargo, una experiencia que duró casi 20 años, hasta 2019, cuando se retiró.
En 2002 regresó a la actuación, para trabajar al lado del también ya fallecido Bernardo Romero Pereiro, otro grande, en Siete veces Amada. Seis años más tarde hizo otra incursión como actor en Sin senos no hay paraíso, en la cual encarnó a Pablo Morón.
En los años 70, cuando actuaba en La vorágine, Humar conoció a Guiomar Jaramillo. Ella es hoy quizá una de las grandes expertas en relaciones públicas del país, pero en ese momento solo era una estudiante de comunicación de la Universidad Jorge Tadeo Lozano de la capital. Primero, se hicieron grandes amigos. Cuando se percataron de que casi no se despegaban, decidieron irse a vivir juntos, pero como la presión de la familia paisa de ella era algo fuerte, se casaron en Panamá. Tuvieron un hijo adoptado, Fabio, quien hoy es abogado, y Valentina, que le siguió los pasos a su madre.
Humar también fue presentador de programas como el concurso Alcance una estrella. En los últimos años, se dedicó también a la escritura, de lo cual son fruto dos obras, Ya que me acuerdo, lanzada en febrero pasado, y Es mi versión y no la cambio, en las cuales narró recuerdos de su intensa obra artística, así como su visión de la época en que le tocó vivir. Entre los pasajes estremecedores de su pluma, se cuenta el que le dedicó a la muerte de su hermano Farid, en un desastre aéreo en la entonces Unión Soviética. Contaba que por años no aceptó la pérdida de aquel que consideraba su alma gemela. Incluso, le parecía contemplarlo a veces transitando por las calles.
Al hacer un repaso de otros espacios en que tomó parte, se revela por sí solo que su nombre está irremediablemente ligado a la historia de la televisión colombiana: El ángel de piedra, Noticiero de la historia, Tabú, La quinta hoja del trébol. Lola calamidades, Embrujo verde, La feria de las vanidades, Vendaval, Caminos de gloria y muchas otras.
Humar se cumplió a sí mismo la promesa de unos últimos años tranquilo, leyendo, disfrutando de los atardeceres en el campo. Ese buen pasar se lo dio Chinchiná, Caldas, donde la familia tenía una finca. Paz en la tumba de aquel que por más de medio siglo divirtió y avivó las emociones de los colombianos.