Hoy Andrew Wakefield vive en Estados Unidos, sale con un super modelo y es alabado por los que creen que las vacunas causan enfermedades y daños en el cuerpo.

SALUD

Andrew Wakefield: el médico que impulsó el movimiento antivacunas con un estudio fraudulento

A pesar de que este doctor británico perdió su licencia para ejercer la medicina por relacionar de forma engañosa la vacuna triple viral con el autismo, hoy vive como un héroe en Estados Unidos. El periodista que descubrió el engaño acaba de publicar un libro contando cómo lo hizo.

3 de octubre de 2020

Desde hace varios años las autoridades sanitarias del mundo están preocupadas. La razón: en algunos países han aparecido rebrotes de enfermedades como el sarampión, que creían controladas. Detrás de esas cifras está el movimiento antivacunas, compuesto por padres que se niegan a vacunar a sus hijos debido a creencias falsas, como que causan autismo u otro tipo de enfermedades. Ese grupo, tristemente, crece con el paso de los años y podría frenar la efectividad de una eventual vacuna contra el coronavirus.

El principal culpable de esta situación vive tranquilamente en Estados Unidos, sale con la supermodelo Elle Macpherson y está rodeado de personas que lo tratan como un héroe y un mártir. Se llama Andrew Wakefield, tiene 62 años y solía ejercer la medicina en Inglaterra, su país de origen, hasta que descubrieron que había publicado un estudio fraudulento en la muy prestigiosa revista The Lancet, en el que relacionaba la vacuna triple viral con el autismo.

De ese modo, este hombre logró engañar a gran parte de la comunidad científica y le dio impulso a un movimiento que hoy amenaza la sanidad mundial. Su historia aparece en The Doctor Who Fooled the World, un libro escrito por Brian Deer, el periodista que expuso el engaño.

Wakefield, hijo de un neurólogo y una médica general, siguió la senda de sus padres, se especializó en temas gastrointestinales y en los trasplantes de intestino delgado y de hígado. En los años noventa, cuando tenía unos 32 años, comenzó a trabajar en el Royal Free Hospital de Londres, en donde investigó la relación entre el sarampión y la enfermedad de Crohn, un frecuente padecimiento intestinal.

En 1995, de hecho, publicó un estudio que establecía una conexión entre la vacuna triple viral (sarampión, paperas y rubéola) y esa afección. Muchos lo aplaudieron, pero otros investigadores dudaron de sus conclusiones, pues los vínculos no eran claros y sus interpretaciones, exageradas.

Por esa época, según su versión, lo visitó la madre de un niño autista que sufría problemas intestinales y que sospechaba de la vacuna que le habían puesto. Fue el punto de partida de una nueva y polémica investigación: demostrar que la triple vírica podía causar autismo.

En 1998, luego de una supuesta indagación que involucró a 12 niños con autismo entre 3 y 10 años, publicó sus conclusiones en The Lancet. Decía que todos ellos habían tenido un desarrollo mental normal, pero que luego de ponerse la vacuna habían comenzado a tener problemas intestinales y síntomas de autismo o encefalitis.

La teoría de Wakefield hizo tanto daño que desde que publicó el estudio fraudulento, el movimiento antivacunas no ha parado de crecer, con consecuencias catastróficas. Durante la primera mitad de 2019, por ejemplo, hubo 90.000 niños con sarampión, el doble que en el mismo lapso de 2018.

A su trabajo, que ponía en duda una vacuna aplicada en el ámbito mundial desde los años setenta, se opusieron epidemiólogos y organismos de salud, aunque no fue suficiente. Varios padres, preocupados, comenzaron a negarse a vacunar a sus pequeños y crearon un movimiento que acusaba a las farmacéuticas y a los Gobiernos de enfermar a sus hijos. Como todas las teorías de conspiración, esta se regó como pólvora, agravada porque una respetada revista científica avalaba la investigación.

Wakefield hacía campaña contra la vacuna triple viral mientras crecían las dudas sobre su estudio. Sin embargo, solo se supo toda la verdad cuando Brian Deer, del periódico The Sunday Times de Londres, empezó a investigar el tema. Deer comenzó a sospechar porque descubrió que los 12 pacientes le habían sido referidos a Wakefield por un abogado que estaba presentando una demanda colectiva contra la vacuna. Se trataba de una versión muy diferente a la que había dado el doctor. Cuando investigó a fondo, se dio cuenta de algo aún más turbio: Wakefield trabajaba para el abogado y le estaba ayudando a fabricar el caso, a cambio de una tajada millonaria.

Eso no era lo peor: Wakefield sostenía que la triple viral era peligrosa por tener los tres compuestos, pero que aplicarse las tres vacunas por separado no supondría problema. Su insistencia en este punto tenía una razón de ser: Deer descubrió que el médico estaba patentando su propia vacuna simple contra el sarampión. Cuando los primeros artículos salieron al público, Wakefield demandó por difamación a Deer. No obstante, así cavó su propia tumba: en los documentos judiciales, el periodista obtuvo los nombres de los niños, que habían aparecido en el estudio de manera anónima.

Así descubrió lo más grave: el doctor había manipulado los registros médicos y los testimonios de los padres, pues algunos de los menores ya tenían síntomas de autismo mucho antes de ponerse la vacuna. Ante la evidencia, varios de los coautores de la investigación le retiraron su apoyo, y la revista The Lancet se retractó públicamente. A él no le quedó más remedio que salir del Royal Free Hospital e irse a vivir a Estados Unidos, en donde comenzó a apoyar el movimiento antivacunas local.

En el libro de Deer queda claro que Wakefield quería desacreditar la triple viral (o vírica) porque estaba desarrollando su propia vacuna simple contra el sarampión. Además, estaba aliado con un abogado que quería presentar una demanda colectiva contra las farmacéuticas.

En 2010, un tribunal de médicos del Consejo Médico General del Reino Unido lo declaró culpable de fraude y de abusar de los niños a la hora de hacer su estudio. Como consecuencia, lo sacaron del registro médico y le quitaron la licencia. Ante el castigo, se radicalizó. Hoy dice que hay una conspiración mundial para proteger a las farmacéuticas y se presenta como un mártir, víctima del sistema por tratar de exponerlo.

Todas las pruebas lo incriminan y cientos de investigadores independientes han comprobado que las conclusiones de su trabajo son falsas. Pero aun así, millones le creen y su número de seguidores crece cada día. Algunos políticos, como Donald Trump, incluso se toman fotos con él.

Deer, mientras tanto, quien debería ser el héroe por mostrarle al mundo el engaño, vive en Inglaterra, escondiéndose todos los días de fanáticos antivacunas que han llegado a amenazarlo y a poner materia fecal en su vecindario. Él, sin embargo, no se inmuta. Dice que siempre hará su trabajo de exponer la verdad, por dura que sea. Es más, en una entrevista con su antiguo diario afirma: “Si yo hubiera descubierto que la relación entre la vacuna y el autismo era verdad, no hubiera dudado en publicarlo”.