Lujo
Así son los salones más deslumbrantes del Gran Palacio del Kremlin, desde donde gobierna Vladimir Putin
Al presidente ruso le llueven rayos y centellas por el multimillonario palacio de mal gusto que se construyó, pero lo que poco se conoce es la magnificencia de su milenaria sede de gobierno en Moscú, herencia de la época de los zares.
En ruso, kremlin significa fortaleza dentro de la ciudad, y el de Moscú, cuyos más remotos orígenes se remontan a un milenio de historia, llegó a ser un centro de poder de tal magnitud, que la palabra se usó para referirse al gobierno de la extinta URSS y hoy para hablar del gobierno de la Federación Rusa.
El lujo y esplendor del kremlin son tales, que ni siquiera los comunistas de la era soviética, con su odio acérrimo por los zares que lo crearon, pudieron sustraerse a sus encantos y siguieron gobernando desde allí.
Hoy, el presidente Vladimir Putin, a quien muchos consideran el nuevo zar de Rusia, por su estilo autocrático, rige al país más enorme del planeta desde los salones de mármol, oro, textiles opulentos y maderas preciosas que dejó la dinastía Romanov.
Allí, ha tomado decisiones que lo hacen ver como una amenaza para su patria y el resto del orbe, como apoyar al dictador de Siria, Bashar Al-Assad, o perseguir a su máximo opositor, Alexei Navalni, el primero que lo ha hecho tambalear en dos décadas frente al poder, a juzgar por las enconadas protestas que son noticia por estos días.
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El kremlin es en realidad un conjunto de múltiples palacios, iglesias y monumentos que lo diversos monarcas construyeron a lo largo de siglos.
Su joya más grande y preciada es el Gran Palacio, donde Putin no solo se reúne con sus ministros, sino que recibe con visible orgullo a reyes, presidentes y jefes de gobierno, quienes no pueden evitar alzar la mirada y abrir mucho los ojos ante la suntuosidad de sus techos, muros, muebles, arañas de cristal y adornos como los famosos huevos que la casa Fabergé creó para la familia imperial.
Cuando subió al trono, el zar Nicolás I no se sintió a gusto con el antiguo Gran Palacio de estilo barroco, así que lo demolió y mandó a construir uno nuevo a un equipo de arquitectos dirigidos por Konstantin Thon.
La obra duró doce años, de 1837 a 1849, y el resultado fue tan admirable que se erigió como un digno rival del Palacio de Invierno de San Petersburgo, la otra capital de los zares.
El edificio tiene 25.000 metros cuadrados, unas 700 habitaciones e incluye además el Palacio Terem, el antiguo Palacio de las Facetas y nueve iglesias de los siglos XIV, XVI y XVII.
Los salones de Estado llevan los nombres de las órdenes del imperio ruso, como San Jorge el Victorioso (el más grandes de todos), San Andrés, San Vladimir, Santa Catalina y San Alexander, entre otras.
Todo allí cuenta una historia y no tiene nada que ver con la vulgaridad del palacio que se hizo el mandatario, al parecer con fondos de dudosa procedencia, a orillas del Mar Negro.
Su descubrimiento, por parte de los seguidores de Navalni, ha sido uno más de los escandalosos a raíz de la encarcelación de este último.
Tanto los rusos como el resto del mundo quedaron atónitos al saber que se trata de un conjunto de veinte edificios, para un área total de 1765 metros cuadrados, lo que supera al palacio de Buckingham, sede de la reina de Inglaterra, y el Palacio de Versalles.
En los bosques que lo rodean cabe 36 veces el principado de Mónaco, en tanto que cuenta con su propio control de fronteras, puerto y espacio aéreo protegido, que hacen de la mansión de Putin una especie de estado independiente dentro de la federación.
El lugar cuenta además con detalles estrafalarios como casino, sala de pole dance, dispensadores de cereales en oro, varios spa y cancha de hockey sobre hielo.
Posiblemente, Putin pensó con la mentalidad de los extravagantes zares pero, definitivamente, es muy difícil emular semejante concentración de arte y gusto exquisito, como se puede deducir al apreciar las fotos que acompañan este artículo.
*Con información de la revista Jet-set.