Entrevista
Bogotá tiene su ‘casa en el aire’, gracias al Museo Rafael Escalona que conserva el legado del recordado compositor
De la mano de sus hijas, el legado de Rafael Escalona permanece vivo en la capital del país mediante la casa museo que lleva su nombre. Una de las hijas del maestro habla de esa titánica tarea.
SEMANA: La Casa Museo Rafael Escalona completa ya un año en Bogotá. ¿Cómo nació ese sueño?
Carolina Escalona: La casa recibió una resolución como museo por parte del Ministerio de Cultura y el Museo Nacional hace un año. Este ha sido un proceso que dio continuidad a un trabajo que mi hermana y yo veníamos haciendo con nuestros papás desde que éramos chiquitas. Ellos nos pidieron que renunciáramos a nuestros respectivos trabajos para trabajar en el proyecto cultural que tenían en mente. Mi papá, antes de irse a su casa en el aire, creó la fundación, registró la marca Rafael Escalona y la marca La Casa en el Aire, y dejó estipulado todo. Él en vida nos dijo cómo quería preservar su legado para que trascendiera a las futuras generaciones.
SEMANA: El maestro Escalona tenía una relación muy profunda con Bogotá…
C.E.: Sí, la primera vez que vino a Bogotá fue en 1952. Era un joven de provincia para quien la capital era sinónimo de progreso. Para ese momento, era un autor y compositor, cuya música interpretaban Bovea y sus Vallenatos. Y estando acá se dio cuenta de que su música ya tenía un nivel grande y lo escuchaban en las altas élites. Con el tiempo, se creó el primer Festival de la Leyenda Vallenata, en 1968. Alfonso López, uno de sus grandes amigos, llegó a ser el primer gobernador de Cesar. Con los años, aspiró a ser presidente de Colombia y mi padre le compuso el jingle de la campaña. En el 74, López lo nombró cónsul de Colombia en Panamá. Y luego Escalona se radicó en Bogotá; se dio cuenta de que es una ciudad de puertas abiertas, en la que podía explorar todos sus talentos y que acá tenía más oportunidades para crecer como artista.
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SEMANA: ¿Cómo comenzó esa amistad con López?
C.E.: Fue una amistad que creció en medio de un movimiento del que formaron parte grandes figuras de la cultura y de la política. Estaba Gabo, pero también estaba López, que tuvo siempre un nexo fuerte con el Cesar y el Caribe. Fue en ese camino que se conocieron.
SEMANA: ¿Podría decirse que fue en Bogotá donde construyó su legado?
C.E.: Sí, la convirtió en su hogar y fue acá donde dejó su legado como autor y compositor. Acá además comenzó a desarrollar otros talentos como pintor, escritor y se involucró con el tema de la gastronomía, que también le encantaba. Escribió una novela, La casa en el aire (aunque su nombre original era El viejo Pedro), escribió cuentos. Uno de ellos se llama Nicolás, la lagartija, que tiene dos vertientes. Una para niños, sobre el cuidado de la naturaleza, y otra para adultos, que es una historia de amor. Un cuento que ilustró con dibujos de su nieto Juan Diego. Y después de que tuvo su síncope cardiaco, que le dejó una depresión, escribir fue de gran ayuda para él. Escribió también una novela, que se lanzó la primera vez en 1991, una compilación de historias cortas donde narra su autobiografía, su vida desde los 8 años hasta los 15. Alcanzó a escribir una parte y son narraciones del costumbrismo de esa época, como cuando llegaron los gitanos al Caribe. Además, en Bogotá se dedicó a la vida diplomática y hasta fue asesor cultural de la presidencia durante todo el mandato de Álvaro Uribe. Y, hacia el final de su vida, se dedicó a dictar conferencias internacionales.
SEMANA: ¿Cómo nació en el maestro Escalona el deseo de sacar el vallenato de la provincia?
C.E.: Fue por su profundo amor por la música vallenata. Le dio estatus al vallenato y él es quien le abrió las puertas al vallenato en el Congreso, en las grandes élites y ya después de que el vallenato tuvo esa aprobación en la alta sociedad, en la capital, el vallenato fue aceptado.
SEMANA: Detrás de la hazaña de convertir el vallenato en patrimonio de la humanidad estuvo su papá. ¿Cómo recuerda ese momento?
C.E.: Mi padre siempre tuvo la preocupación de cómo esas grandes leyendas y juglares, como Moralito (Lorenzo Morales), se iban a preservar, con sus músicas, para las futuras generaciones. Él sentía que el vallenato, al ser declarado patrimonio cultural inmaterial, mandaba un mensaje: era un gran aviso para la sociedad del valor de esa expresión cultural. Sí. Pese a todo, hasta el último de sus días buscó cómo más podía contribuir para preservar esa música, ese legado cultural.
SEMANA: ¿Alguna vez llegó a conversar con su papá sobre qué pensaba de esa evolución del vallenato en manos de otras generaciones?
C.E.: Eso tuvo varios momentos. Cuando se comenzó a grabar la telenovela de Escalona, él se dio cuenta de que era una manera de llegar con su música a las nuevas generaciones, así no fuera en la versión original de sus canciones. Y disfrutó ver que la novela mostraba la historia detrás de muchas de ellas. Para entender la transformación que vivía el género, le ayudó convivir con personas más jóvenes, como nosotros, por ejemplo, sus hijas y nietos. A pesar de que nos encanta la música vallenata clásica y su riqueza cultural, también crecimos con otros géneros musicales, de músicas más alternativas. Y con su nieto Juan Diego, hijo de mi hermana Astrid, también tuvo la oportunidad de ver cómo se acercaban al vallenato personas más jóvenes y eso lo reconfortaba. Juan Diego le decía que a él le gustaban sus letras, pero que no le gustaba mucho el vallenato. Entonces, que siempre iba a cantar su música en otros géneros, pues estudió producción musical y es DJ. Entonces, al final entendió que para lograr que el vallenato permaneciera vivo debía transformarse en manos de las nuevas generaciones.
SEMANA: Pero, ¿le hizo ruido todo este fenómeno que supuso, por ejemplo, Carlos Vives, que puso a conversar el vallenato con el rock y otras cosas más modernas, o lo que pasó después con la nueva ola del vallenato?
C.E.: Él y otros juglares terminaron siendo conscientes de la necesidad de que esta música se transformara. Gabriel García Márquez hablaba mucho con mi padre de la manera en que la música vallenata nació y se componía, del papel que desempeñaron los juglares, de su forma de narrar historias en sus canciones y de hacer de la música una forma de enamorar única, bella, entrañable. Poco a poco mi papá fue entendiendo el cambio, aunque al comienzo era un purista del vallenato clásico.
SEMANA: ¿De dónde cree usted que su padre sacó esa facilidad y belleza para componer?
C.E.: Cuando Escalona era niño existía un personaje muy importante en su vida que se llamaba el Viejo Pedro y era como el juglar de la época, un personaje que recorría caminando toda la región Caribe; recogía los periódicos viejos y leía todo lo que pasaba. Y ese personaje, cuando llegaba a la casa de mi padre porque era muy amigo de mi abuela, le contaba grandes historias que había escuchado en los pueblos. Escalona siempre se escondía detrás de los bultos de arroz o de algodón, que era lo que sembraban en esa época, por el puro placer de escuchar al Viejo Pedro. Esa fue la escuela que tuvo mi papá: escuchar de viva voz esos relatos y le dejó toda esa narrativa costumbrista. Gabriel García Márquez solía decir que Cien años de soledad era un vallenato de 365 páginas. Por eso, admiraba que mi papá, en una canción en cuatro o cinco estrofas, contaba toda una crónica de un acontecimiento.
SEMANA: Toda esa historia se respira en la Casa Museo Escalona…
C.E.: Sí, él soñó transmitir su legado a la manera de grandes, como Frida Kahlo o Dalí. Quería que las personas que visitaran su casa en Bogotá pudieran conocer de viva mano toda su historia y la tradición de Rafael Escalona. Y así lo hemos hecho: esta casa se ha convertido en ese lugar de puertas abiertas, donde otros artistas invitados también pueden venir a exponer sus obras, a hacer lanzamientos de sus obras musicales, a vivir todas las líneas del arte. Porque mi padre no fue solo un compositor, fue un escritor, un gran lector.