Crónica
Carlos Benjumea: el hombre que nunca se sonrojó porque lo llamaran “Gordo”
El actor que convirtió un desfavorable apelativo en una exitosa marca personal, hoy abandona este mundo. Tres generaciones disfrutaron con el talento de aquel que ha sido reconocido como el mejor de su tiempo.
Carlos Julio Benjumea Guevara, nacido en Bogotá el 27 de enero de 1941, fue un señor alegre y rollizo, conocido por sus vecinos del barrio La Castellana y por su vendedor de periódico, a quien visitaba sin falta cada día.
Ese caballero canoso, creyente y de pocas palabras, nada tenía que ver con el alter ego que vivía en su interior: una fuerza vigorosa y jovial, la cual expelía hacia la superficie cuando le era necesario enseñorearse del escenario. Ese ser era el “Gordo” Benjumea.
Durante 80 años, Carlos Julio tuvo que luchar contra su timidez, incluso cuando prestó servicio militar en el batallón Guardia Presidencial, donde a sus compañeros les parecía una sombra: una que duraba más tiempo en el calabozo que en servicio.
Pasó por 15 distintos colegios, pero no por dificultades en el aprendizaje, sino por disciplina. El “Gordo” se iba asomando desde su infancia, dejando a su paso un rastro de irreverencia incorregible, pero genial.
Tras volver de la milicia decidió estudiar en la Escuela Nacional de Arte Dramático en 1958, bajo la dirección de Víctor Mallarino (a quien, por cierto, nunca le pagó los 40 mil pesos que para la época costaba la inscripción). Allí fue cuando Carlos Julio comenzó a perder protagonismo, pues su apelativo (que se convertiría en su nombre de batalla) era mucho más sonoro para sus colegas actores.
Como un titán abriéndose paso por el Tártaro, el Gordo Benjumea se apoderó de su ser para nunca más abandonarlo.
Las puestas en escena de corte dramático coparon sus primeros años como actor, pues para la época las únicas tablas que accedía a tocar eran las de su casa. Solo existía el teatro Colón en la capital y con la iniciativa del general Rojas Pinilla se logró traer la televisión a Colombia, pero con un único canal. El trabajo era escaso.
“Yo aprendí a sufrir desde muy chino, porque era hincha de Santa Fe: ya de viejo uno ni lo sentía (ríe)”, contaba el Gordo entre carcajadas.
La radio fue su escuela profesional y allí conoció a sus mejores amigos en la vida, con quienes despegó hacia las ondas hertzianas, aterrizando en los sets de televisión.
Llegó a rodar seis películas de este corte con el director Gustavo Nieto Roa.
El Gordo fue también copropietario de la empresa de televisión Coestrellas, donde realizó espacios como Sabariedades y Ver para aprender, junto a su gran amigo y también occiso Fernando González Pacheco. Produjo también grandes series como Dejémonos de vainas.
Su faceta como director de teatro no fue menos prolija, pues fundó la escuela de artes escénicas de la Universidad América, el teatro del SENA, el TPB, etc. También creó la compañía teatral La Casa del Gordo, donde se destacó en el género de Café Concierto.
A finales de los años 90 volvió a sus roles dramáticos en novelas como Fuego verde e Isabel me la veló. Participó en producciones contemporáneas como la película Perder es cuestión de método y en telenovelas como Hasta que la plata nos separe.
Su último personaje fue el de psicólogo en Un bandido honrado, en 2019. Entre 2016 y 2019 fue el abogado Hernando Cabal en la primera y segunda temporada de La ley del corazón.
La revancha del discreto Carlos Julio llegó al conocer a Liz Yamayusa, con quien interpretaría el más grande rol de su vida: el de papá.
Paola, Luis Eduardo, Álvaro Fabián, Ernesto y Marcela Benjumea fueron los frutos de este matrimonio de 48 años ininterrumpidos, marcados por la unión familiar y por una línea de actores que continúa hasta hoy.
“El secreto de un buen matrimonio es hacerse el pendejo”, explicaba Benjumea con gracia en una entrevista brindada a Caracol Televisión.
Luego de alejarse de las luces y los reflectores, el Gordo fue dándole paso progresivamente a don Carlos Julio, quien en sus últimos años padeció problemas de salud de diabetes y debía estar en diálisis permanente. Padecimiento que, al parecer, al final le pasó factura.
“El día del grado de la academia de actuación, cuando llegamos a la carrera séptima, en el centro de Bogotá, con el diploma en la mano, nos miramos y dijimos: ya somos actores, ahora ¿qué hacemos?”. Pues, al final, tanto el Gordo, como Carlos Julio hicieron mucho. Se inmortalizaron.