PERSONALIDAD

Carlos Ghosn: el magnate que pasó de hacer fiestas en Versalles a dormir en una celda en Japón

El acaudalado director ejecutivo de la alianza Renault-Nissan-Mitsubishi, pasó de una vida de exceso y riqueza a un exiguo cuarto de prisión japonés. Esta es la historia del ascenso y la estrepitosa caída de uno de los empresarios más ricos de Europa.

5 de febrero de 2019
Quien ganaba 15 millones de euros al año y quien habría ocultado al menos la mitad, vive hoy, forzado, comoun ermitaño nipón.

En el Gran Trianón del castillo de Versalles, rodeado de la opulencia del mármol rosado del palacete construido por Luís XIV en sus tierras reales, el empresario Carlos Ghosn decidió celebrar su segundo matrimonio, un lujo que sólo se otorgan quienes creen encarnar a los monarcas galos. En medio de actores ataviados con vestidos del siglo XVIII, porcelana francesa y cristales Saint-Louis, uno de los más antiguos de Europa, el director ejecutivo de la alianza Renault-Nissan-Mitsubishi ofreció a sus 120 invitados, en el otoño de 2016, una demostración de la majestuosa desmesura que marcaría su caída.

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Hoy, en la celda de 6,48 metros cuadrados donde está detenido en Tokyo, este genio de los negocios libanés, brasileño y francés, seguramente repasa aquel 19 de noviembre, día del fin de su reino absoluto. Ghosn fue detenido esa noche en la pista de aterrizaje del aeropuerto Haneda, escrutado por un periodista del diario Asahi que había sido informado de la operación policial, y acusado por la justicia japonesa de haber ocultado, entre 2011 y 2015, 37,7 millones de euros, el doble de sus ingresos declarados. En enero, las autoridades niponas lo incriminaron también por, según ellas, haber disimulado, entre 2015 y 2018, 30,1 millones de euros y, además, por haber transferido 13,9 millones de euros de pérdidas de inversiones personales a Nissan.

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Por esos tres cargos, Ghosn podría pasar 15 años en prisión. Tres lustros de encierro asceta en un país donde la justicia no es blanda con ningún detenido. Su célula en el centro penitenciario de Kosuge no es comparable ni siquiera a los cuartos de servicio de sus propiedades más precarias. En esta celda minúscula tapizada por tres tatamis (esteras típicas de la cultura japonesa), el empresario de 64 años deambula sin corbata, cinturón, calcetines ni cordones. Come tazones de arroz y de cebada insípidos y duerme en un futón plegable, una especie de colchón japonés, bajo una desteñida luz de neón que nunca se apaga. Quien ganaba 15 millones de euros al año y quien habría ocultado al menos la mitad, vive hoy, forzado, como un hikikomori, un ermitaño nipón.

Poco a poco, otras acusaciones se han sumado a esa lista. Ghosn habría creado un empleo ficticio para su hermana Claudine Oliveira, sus residencias de lujo en Beirut y Río de Janeiro habrían sido pagadas por una filial de Nissan y la renovación de su casa en la capital libanesa¿ habría sido financiada con dineros de la compañía japonesa. Nissan y Mitsubishi no dudaron en despedirlo después de su detención. El gobierno francés, accionario de Renault, esperó hasta finales de enero para anunciar el remplazo del empresario.

¿Cómo un hombre, que durante décadas fue el objeto de elogios de la prensa económica, de la admiración de patrones y gobernantes en todo el mundo, termina tras las rejas? La historia de este self-made man de tres nacionalidades comenzó en el puerto de Beirut, donde su abuelo Bichara zarpó hacia Río de Janeiro a comienzos del siglo XX. Con tan sólo 13 años, dejó el imperio Otomano por la joven nación sudamericana en búsqueda de fortuna. En Brasil se adentró en el Amazonas, en Porto Velho. Allí se convirtió, luego de trabajar en numerosos oficios, en un empresario de productos agrícolas y de caucho, y tuvo un hijo llamado Jorge, el padre de Carlos, quien retomó el negocio familiar.

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Paradójicamente, 1954, año del nacimiento de Carlos, selló el comienzo del fin de la aventura suramericana. Enfermo desde los dos años, su madre decidió regresar con él a Beirut en 1960. Allí, Carlos vivió sólo una década, pues impulsado por su ambición, dejó la tierra natal de su abuelo para integrar en París la excelente escuela francesa Politécnica y la Escuela de Minas, donde se graduó como ingeniero.

Desde entonces, este “ciudadano del mundo”, como él mismo se describe, subió los escalones de la industria mundial hasta llegar a la cima. Durante 18 años trabajó para la empresa de neumáticos Michelin, primero en Francia, luego en Estados Unidos donde llevó a cabo la fusión con el competidor Uniroyal Goodrich y redujo los gastos de una manera drástica, método que ha utilizado de manera recurrente y que le dio la reputación en el mundo de los negocios de “Cost Killer” (asesino de costos, en inglés).

Su éxito en la tierra del Tío Sam lo entronizó como uno de los empresarios más aguerridos del mundo. Con una fama de gran bestia de los negocios intacta, Carlos dejó Michelin y ocupó en 1996 el puesto de Director General Adjunto de Renault. Luego de las llantas, los carros. Un año después, el grupo automotriz salió de la crisis en las que estaba hundido desde 1993.

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En 1999, con una mano de hierro, el cost killer dirigió la alianza entre Renault y Nissan, compañía japonesa que estaba en déficit en ese entonces. El sacrificio para salvarla fue doloroso: eliminaron 21.000 puestos, cerraron 5 fábricas, suprimieron los viejos métodos de logística. Nissan se convirtió en un lustro en una de las sociedades más rentables del mundo. En 2016, con la extensión de la Alianza con Mitsubishi, Ghosn conquistó el universo corporativo como cabeza de esta coalición tripartita.

Sus nacionalidades y su carrera internacional han hecho que todo el mundo comparta el orgullo de sus victorias. En Brasil, Ghosn llevó durante algunos metros la antorcha en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, en 2016. En Japón, un artista sacó un manga que contó su ascensión en el país del sol naciente. En Líbano, una campaña para liberarlo recibió más de 20 000 firmas y recibió el apoyo del ministro del interior de ese país, Nohad Machnouk, quien declaró: “el fénix libanés no será incendiado por el sol de Japón”.

 Foto: cortesía Nissan / Carlos Ghosn es un personaje tan popular en Brasil, que alcanzó a llevar la llama olímpica por las calles de Río de Janeiro

Su único gran tropiezo, antes de su detención, ocurrió en 2011. Tres ejecutivos de Renault fueron despedidos, acusados de haber vendido a la competencia secretos industriales. Tras revelarse que no existía ningún indicio real, el gobierno francés exigió la caída de los dirigentes de la firma. Patrick Pélata, segundo al mando, renunció. Ghosn, por su parte, se salvó de milagro. La presidencia gala no quería debilitar a Nissan justo después de que el tsunami que provocó la catástrofe nuclear de Fukushima, afectara la fábrica de Iwaki.

“Este caso muestra que el método de Ghosn reside en el juego sucio. Precisamente, las tres personas acusadas de espionaje eran ejecutivos que, de alguna manera, no servían a sus intereses. Pudo tratarse de una estrategia para deshacerse de quienes incomodaban”, explicó a SEMANA Pierre-Henri Leroy, presidente de la firma de consejo Proxinvest y especialista del mundo de la industria. Algunos de los que lo conocieron no creen en la probidad de Ghosn. “Con el dinero, Carlos nunca ha sido honesto. Hacía muchas cosas para disimular sus altos ingresos”, habría dicho Rita, la primera esposa de Ghosn, según la revista Paris Match.

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Por ahora, las dos solicitudes de libertad provisional han sido rechazadas, en espera del proceso. En la prisión sólo se le autoriza a tomar dos baños por semana, a 30 minutos de ejercicio al día, y no puede asomarse a los barrotes que dan al pasillo. Quizás lo más duro es el silencio, pues los detenidos tienen prohibido hablar. A veces, el murmullo de un televisor encendido se escucha a lo lejos. Quién sabe si Carlos Ghosn lo sabe: en esta prisión, el televisor está reservado a los condenados a muerte.