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Carlos Vives regresó a su ‘tierra del olvido’ para mejorar la educación del pueblo que inspiró su música

SEMANA acompañó a Carlos Vives a un recorrido por Buenavista, uno de los últimos pueblos de palafitos del Caribe, donde el samario desarrolla proyectos para mejorar la calidad de vida de la comunidad.

10 de diciembre de 2022
Carlos Vives lidera con su fundación Tras La Perla, apoyada por empresas como DirecTV, la transformación de comunidades del Magdalena.
Carlos Vives lidera con su fundación Tras La Perla, apoyada por empresas como DirecTV, la transformación de comunidades del Magdalena. | Foto: Cortesía de DirecTv

A bordo de una lancha rápida que lo traía desde Santa Marta, Carlos Vives arribó, en medio de la algarabía de decenas de niños, a Buenavista, una de las últimas comunidades palafíticas que se resisten al paso del tiempo en el Caribe colombiano.

Era un viaje que lo devolvía a la infancia. A los años en que llegaba hasta este mismo territorio de la mano de su padre, Luis Aurelio, fallecido el año pasado. Él, médico otorrinolaringólogo, solía visitar a los vecinos de este pueblo que flota sobre las aguas de la ciénaga grande del Magdalena y donde la vida se resuelve a diario en medio del calor aplastante, la música y la pesca.

Hasta allá llegaban padre e hijo con misiones distintas. El primero, a quien todos conocían como Nene Chu, realizaba brigadas de salud en una población que aún hoy clama por un médico permanente en el único puesto de salud que tiene a la mano. El segundo, con curiosidad inagotable, se dedicaba a escuchar con atención a los mayores que desenfundaban alegremente sus tambores y convertían el final de las faenas de pesca en una jarana inolvidable a ritmo de cumbias, vallenatos y porros.

Los recuerdos se quedaron a vivir en la memoria de Vives, que los evoca una mañana de lunes, mientras recorre la única escuela con la que cuenta Buenavista. Ese es el propósito de su visita a esta tierra del olvido.

Carlos Vives visitó la escuela en la ciénaga grande del Magdalena a través de su fundación Tras la Perla.
Carlos Vives visitó la escuela en la ciénaga grande del Magdalena a través de su fundación Tras la Perla. Cortesía: Directv | Foto: Cortesía Directv

La escuela es una colorida casona sostenida por la esperanza y las estacas. Desde hace algunos meses se transformó en un espacio lúdico con televisión, libros infantiles y hasta señal de internet gracias a su fundación Tras La Perla y los aliados que ha ido sumando en el camino, como DirecTV y la Fundación Somnia, con la que el artista samario apuesta por mejorar la calidad de vida de las comunidades más desfavorecidas de la región que lo vio nacer.

Esa sumatoria de esfuerzos ha hecho posibles avances hasta hace poco impensables, como disfrutar de un partido de una Copa Mundial y emocionarse, por ejemplo, con la tanda de penales que este lunes dejó ganador a Croacia sobre Japón. De no haber sido por eso, “nos hubiera tocado pedir permiso en alguna casa para escuchar el partido por radio”, como cuenta Mario, un adolescente nacido en este pueblo.

Carlos Vives lo sabe bien. “Este es un territorio ancestral y de una cultura antigua que data de tiempos desde antes de la llegada de los españoles y que, desde muy niño, aprendí a amar. Veníamos con mi papá, acá tenía pacientes y amigos, pescadores que nos invitaban a comer. Disfrutábamos de esta vida anfibia, de las mojarras, que eran una delicia, de la música”, se le escucha decir, conmovido.

Sería en esos viajes de infancia en los que conocería “de la mano de esta gente las raíces nuestras, los orígenes de ese vallenato que te narra la historia del río Cesar, un afluente que desemboca en el río grande de la Magdalena, capital de la cumbia. Y también cómo la ciénaga no solo es epicentro de nuestra música tradicional, sino que se convirtió en epicentro para la industria de la música”, explica el samario, quien llegó hasta Buenavista en compañía de su esposa, Claudia Elena Vásquez.

De esos acercamientos que hizo en la infancia, Vives abrevaría mucho después los ritmos y tonadas que mezcló con su propia música y que llevaría a escenarios internacionales al vallenato, un género que andaba a lomo de burro con sus juglares y que hasta entonces no salía de los pueblos de La Guajira y la Sierra Nevada.

“Es que aquí nacieron los primeros ‘Elvis cienagueros’ de los que yo tanto hablo en El rock de mi pueblo. Entonces, tengo muchas razones por las que quiero formar parte de la vida de esta comunidad. Es como devolverles, de alguna manera, todo lo que ellos le han dado a mi música”.

A nadie en este pueblo le extrañó entonces que Vives convirtiera a Buenavista, hace un par de años, en escenario del video de su canción Cumbiana, grabado completamente entre sus casas y sus aguas, y con los propios habitantes convertidos en actores.

Tampoco se les hizo raro que en noviembre pasado, a miles de kilómetros de distancia, en Las Vegas, Estados Unidos, Vives levantara dos Latin Grammy, uno de ellos por su álbum Cumbiana II, en el que plasmó el origen anfibio de la cumbia colombiana y su conexión con el mundo prehispánico. Por ello, les dedicó los premios a todos esos músicos tradicionales que tanto han nutrido su carrera.

Esa noche, parado sobre el Michelob Ultra Arena, del Mandalay Bay Resort and Casino, les habló a millones de televidentes de esa “tierra donde nacieron las cumbias, del río Cesar donde cuentan la historia nuestros vallenatos, donde el jazz se unió con la cumbia y nacieron los porros. De allá venimos nosotros, ellos me han dado la música que he hecho durante muchos años y quiero ofrecer este Grammy por ellos. Los quiero y ¡que viva la ciénaga!”.

Carlos Vives visitó el proyecto educativo que apoya en el Magdalena junto a su esposa Claudia Elena Vásquez.
Carlos Vives visitó el proyecto educativo que apoya en el Magdalena junto a su esposa Claudia Elena Vásquez. / Foto: Lucy Libreros / Semana | Foto: Carlos Vives

Por eso, hoy todos visten sus mejores galas ante la visita del cantante. Lo hizo doña Manuela Herrero, la partera de 86 años, nacida en esta ciénaga, cuyas manos sabias han traído al mundo más de 200 ‘pelaítos’ y aún tiene una vista sin fisuras que le permite aliviar fiebres y suturar heridas. Lo hizo Carolina, una colegiala de risa encendida que reta a todos para saber si alguien, mejor que ella, se sabe de memoria todas las canciones de Vives. Lo hizo también la seño Andrea Álvarez, una profe que ahora sabe que sus alumnos cuentan con mejores herramientas para enamorarse del estudio y a lo mejor, quién quita, convertirse en profesionales, como lo han logrado unos pocos aquí.

“Hoy nos mueve la transformación que estamos haciendo en la educación. Para que los niños y jóvenes de esta comunidad no se tengan que desplazar a otros municipios a buscar educación a otros pueblos de palafitos y hasta Santa Marta, que les queda a casi una hora de camino”, cuenta Vives.

Aún queda mucho por hacer, dice. Carlos Vives sueña con que el próximo año los jóvenes puedan contar con bachillerato completo en esta escuela para evitar la deserción escolar una vez llegan hasta octavo grado, que es el último curso que pueden ofrecer aquí. Sueña también con traer agua potable a una comunidad rodeada de aguas, que lo mismo le sirven para navegar, cocinar, pescar y arrojar también sus desechos.

Mientras tanto, dice, continuará aprendiendo de los tamboreros de esta ciénaga, que han sido luz y alfabeto en su música. Y seguirá volviendo, cuantas veces sea necesario, a esta tierra que muchos consideran del olvido, pero que late con fuerza en el corazón de un samario que, por el contrario, siempre los recuerda.

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