Aniversario
Carlos y Diana: 40 años del compromiso que terminó en tragedia
El 24 de febrero de 1981, el heredero al trono británico y la aristócrata anunciaron su matrimonio. Encandilaron al mundo con su cuento de hadas, pero todo era una farsa.
Él era el hijo de la reina Isabel II y futuro monarca del trono más prestigioso del planeta, dispuesto a dejar su vida de playboy para sentar por fin cabeza. Ella era la típica niña bien inglesa, aunque un poquito de avanzada, pues se había ido de Althorp House, el suntuoso palacio de su familia, para vivir con tres amigas en el apartamento que le regaló su padre, el conde John Spencer.
Las imágenes de Carlos, elegante como siempre, y Diana, con su ya famoso sastre azul celeste, le dieron la vuelta al mundo aquel día de febrero en que se dio por fin una de las noticias más esperadas de la realeza.
El príncipe de Gales, título por tradición del heredero, ya tenía 32 años, una edad en la que ya debía estar casado hacía rato, según los parámetros de la época.
Por su vida de picaflor habían pasado muchas jóvenes lindas, millonarias, aristocráticas, como la chilena Lucía Santa Cruz, Lady Jane Wellesley, Sabrina Guinness, su parienta Amanda Knatchbull y hasta una colombiana, María Eugenia Garcés Echavarría, entre otras, pero ninguna había dejado en él una huella imborrable como Camilla Shand, bisnieta de Alice Keppel, amante del rey Edward VII, tatarabuelo del príncipe.
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Camilla había salido con él para darle celos a su novio, el mujeriego Andrew Parker Bowles, un militar muy cercano a la casa real, quien finalmente se casó con ella.
Pero Carlos seguía tan enamorado, que no salía de la casa de los Parker Bowles, hasta que la presión para que tomara una esposa se hizo cada vez más apremiante en 1980 y le tocó buscar una salida.
En las monarquías, asegurar la continuidad de la dinastía reinante es fundamental, así que Carlos no solo tenía el compromiso de concebir un heredero con su familia, sino con todo el reino.
Su plan fue buscar exactamente lo que se le pedía: una joven bien nacida, ojalá de sangre real y virgen, para convertirla en la futura reina de Inglaterra.
La elegida fue Lady Diana Spencer, a quien había conocido hacia 1976, justamente en Althorp House, cuando era novio de su hermana, Lady Sarah Spencer, con quien las cosas tampoco progresaron. Hacia 1979, comenzó a rondarla, la invitó algunas veces a salir y al Castillo de Balmoral, para que la conociera la familia real, y terminó por enamorarla.
Lady Di, como empezaron a llamarla, era una elección aparentemente perfecta. Una verdadera rosa de Inglaterra, provenía del rey Charles II y, por sus nexos con el duque de Marlborough, el primero en la lista de los nobles de Inglaterra, era parienta de Winston Churchill. A muchos les gusta decir que tenía más sangre real que el propio Carlos.
Los Spencer eran todo menos unos desconocidos para los Windsor. Diana nació en Park House, en terrenos de Sandringham Estate, la casa de retiro de la reina en Norfolk. Sus dos abuelas y cuatro de sus tías abuelas habían sido damas de honor de la reina madre Elizabeth, mientras que su padre era para Isabel II ‘Johnnie’, quien fue su caballerizo durante la gira por los países de la Commonwealth entre 1953 y 1954.
Todos los que soñaban con la ilusión de una nueva boda real, con su pompa y circunstancia, quizá no tenían mucho en cuenta que ambos provenían de contextos familiares complicados.
Carlos tenía una relación distante con sus padres. La reina no era muy afectuosa y siempre ha dicho que ser la jefa de Estado de una de las grandes potencias del mundo no le dejaba tiempo para su familia. Su padre, el duque Felipe de Edimburgo, había tomado las riendas de su educación, de una manera severa y poco comprensiva con el carácter sensitivo del príncipe.
Diana, por su parte, sufrió los rigores de un hogar fracturado. Ella misma confesó que había visto a su padre, un alcohólico, abofetear a su madre, Frances Shand Kydd, quien perdió su custodia tras huir con su amante.
El juicio fue horrible y de primera plana, porque la propia madre de Frances, Lady Ruth Fermoy, declaró en su contra.
La futura princesa de Gales recordaba el trauma que era despedirse de su mamá cada vez que se separaban los fines de semana en que tenía permitido verla a ella y a sus tres hermanos.
Biógrafos de la realeza coinciden en que ambos eran como dos niños huérfanos en busca de cariño, así que no estaban en capacidad de darse lo que ambos necesitaban.
Eso, sumado al hecho de que Carlos no podía definitivamente olvidarse de Camilla, no le daba las mejores perspectivas al matrimonio.
A muchos les pareció que había algo raro en esta relación, pues no se habían visto más de trece veces antes de comprometerse.
La pareja concedió una entrevista el día que anunciaron la boda. Cuando les preguntaron si estaban enamorados, Diana contestó: “Por supuesto”, en tanto que Carlos dijo que sí, “lo que sea que eso signifique”.
Luego, también fueron noticia las imágenes de ella llorando segundos después de despedir al príncipe, cuando partía a un viaje oficial.
No eran lágrimas de amor, sino de despecho, porque descubrió que él le había mandado a hacer a Camilla un brazalete con las iniciales F y G, por Fred y Gladys, los nombres con que se trataban cuando salían.
Penny Junor es una de las biógrafas que se ha empeñado en desmantelar la idea de una Lady Di totalmente inocente.
En The Duchess: Camilla Parker Bowles and the Love Affair That Rocked the Crown, que es básicamente la versión de Camilla de los hechos, asegura que Diana estuvo obsesionada con la idea de ser princesa de Gales desde mucho antes del compromiso y que hizo todo para metérsele por los ojos al hijo de la reina.
Con el tiempo, el matrimonio demostró ser un completo error. Diana sufrió una fuerte bulimia y Carlos no la comprendía ni la soportaba. En 1986, él retomó sus amores con Camilla, la pelea conyugal arreció y ambos se dedicaron a sacarse sus infidelidades ante todo el mundo, en lo que se llamó “la guerra de los Gales”, que cobró visos siniestros.
Se separaron en 1992, se divorciaron cuatro años más tarde y uno después ella moriría en un accidente de tráfico en París, reconocida como la mujer más famosa del mundo.
Pero antes de que todo este drama sumiera a la familia real en una de sus peores crisis, debía ocurrir su fastuosa boda, el 29 de julio de 1981.
Los Windsor desplegaron la verdadera magia del trono aquel día, en una ceremonia vista por 750 millones de televidentes en todo el planeta.
Del histórico compromiso hace cuatro décadas, queda el anillo con un gran zafiro y diamantes, creado por Garrard & Co., el joyero real, que Carlos le dio a Diana. Hoy lo lleva Kate Middleton, la esposa del príncipe William, el hijo mayor de la pareja, un matrimonio que sin duda ha corrido con mucha mejor suerte.