GENTE
Cómo aplanar la curva de la inactividad física
La inactividad física es una pandemia muy diferente a la de la covid-19. Mientras la segunda es una patología contagiosa, la falta de actividad física no. ¿O tal vez sí?
Los últimos meses estamos viviendo algo que nunca imaginamos que tuviéramos que afrontar. Vivimos en nuestras carnes los efectos devastadores que tiene una pandemia que ha trastocado todo en nuestras vidas y ha tenido unos efectos devastadores en términos de mortalidad.
Enfermedades de transmisión social
No obstante, no es la única pandemia presente en nuestro día a día. Las enfermedades crónicas, a pesar de no estar causadas por un agente infeccioso, se expanden como plagas. Tanto es así que un sector de la ciencia propone que se denominen enfermedades de transmisión social.
De hecho, estas pandemias, más silenciosas, pueden ser responsables, de manera directa o indirecta, de unos impactos en término de salud poblacional enormes. Por ejemplo, la inactividad física causa cada año más de 5 millones de muertes en el mundo porque aumenta el riesgo de enfermedad cardiovascular, diabetes, cáncer de mama y cáncer de colon, entre otras dolencias. La inactividad física es una pandemia muy diferente a la de la covid-19. Mientras la segunda es una patología contagiosa, la falta de actividad física no. ¿O tal vez sí?
Para responder a la pregunta debemos enfocar nuestra mirada en su distribución: ¿por qué unas poblaciones hacen menos actividad física que otras? Sistemáticamente, estudios en todos los contextos encuentran que las personas que son físicamente más activas tienen una posición social aventajada en términos socioeconómicos. Cuanto más alta es la clase social, mayores niveles de práctica de actividad física. ¿Por qué sistemáticamente encontramos desigualdades sociales en la práctica de actividad física?
¿Es la inactividad física contagiosa?
Un mayor nivel socioeconómico nos permite acceder a un barrio diferente. Esto nos lleva a plantearnos varias preguntas. Por ejemplo, las poblaciones que corren menos en los parques, ¿tienen parques cerca de sus viviendas? ¿Esos parques son seguros? En cuanto a los grupos humanos que no acuden a los gimnasios, ¿tienen instalaciones en su barrio? Es más, si las tienen, ¿pueden pagarlas?
La respuesta a todas esas preguntas ya las han dado estudios científicos: los activos para practicar ejercicio físico se distribuyen en forma desigual entre los barrios de una ciudad. Un ejemplo cercano lo encontramos en los barrios con menor nivel socioeconómico de Madrid, que tienen menos instalaciones deportivas que los barrios con mayor renta. ¿Significa eso que la inactividad física es contagiosa? Basándonos en la evidencia científica, la respuesta es sí. Podemos decir que la inactividad física es una enfermedad de transmisión socioeconómica.
La buena noticia es que esta pandemia sí se puede superar (sin esperar a vacunas). Pero, como toda pandemia, requiere emprender actuaciones poblacionales, esto es, enfocar estas acciones en los propios barrios y ciudades. Si las causas de la inactividad física son sociales, así deben ser sus soluciones. Sin una solución a las características contextuales, las actuaciones individuales de estilo de vida tienen una efectividad limitada. Y el medio para estas transformaciones son las políticas públicas, cuyas actuaciones supondrán un efecto en toda la población.
Dos contextos: físico y social
Por un lado tenemos el contexto físico, que son todos aquellos elementos construidos que influyen en la actividad física de la población del barrio: instalaciones deportivas, parques, el diseño de las calles, etc.
Así, desde un enfoque centrado en las desigualdades socioeconómicas, culturales y de género, algunas políticas públicas a estudiar pueden ser:
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Aumento de instalaciones deportivas públicas que reduzca la desigualdad de acceso a ellas en los barrios con menos recursos de las ciudades, ajustadas a los gustos y necesidades de la población en las que se enmarcan;
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Diseño de parques urbanos que faciliten e incentiven la práctica de actividad física;
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Políticas de estímulo del transporte activo y disminución del uso del coche.
En segundo lugar, debemos pensar en el contexto social. Los recursos físicos no son nada sin una masa social que vertebre e incentive su uso. En gran medida son las asociaciones de vecinos, los clubes deportivos y las competiciones de barrio las que generan un entorno físicamente activo.
Algunas medidas que podrían funcionar en este terreno son:
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Desarrollo de planes de actividad física que estén cerca de las personas. No reducir el ejercicio a los espacios tradicionales, sino complementarlos con programas en los espacios públicos del propio barrio.
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Combinar los planes directos del ayuntamiento con planes ejecutados por organizaciones ciudadanas que permitan generar una masa social que vertebre el ejercicio físico en el día a día de la vida del barrio.
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Programas pensados para las familias que combinen actividades para diferentes edades fomentando la conciliación familiar y la práctica deportiva.
Estas medidas deberán aplicarse estratégicamente para evitar procesos gentrificadores que, por el aumento del valor de los barrios, expulsen a los residentes cuyas vidas pretendíamos mejorar.
En conclusión, la inactividad física solo es abordable desde actuaciones políticas, poblacionales y estructurales. Actuaciones que nos permitirán aumentar la vida activa de nuestra población y, con ello, colaborar en la reducción de las desigualdades en salud. Pero esto solo es posible si se aborda una transformación radical de la concepción que hoy tenemos de la política deportiva, haciendo de ella una herramienta al servicio de la ciudadanía. Ese es el camino que nos ayudará a aplanar la curva de la pandemia de inactividad física.
Tendencias
Luis Cereijo Tejedor, Investigador en epidemiología de la actividad física y el deporte, Universidad de Alcalá, y Pedro Gullón Tosio, Investigador posdoctoral en epidemiología y salud pública, Universidad de Alcalá.
Este artículo fue publicado originalmente en ‘The Conversation‘.