REALEZA
Diez años después: los detalles secretos y los lujos de la boda de William y Kate
La pareja es el símbolo de que los cuentos de hadas pueden ser verdad. Ella, una plebeya, y él, un príncipe azul, vivieron hace una década un matrimonio de ensueño. Esta fue la portada de SEMANA sobre esa unión.
El 29 de abril de 2011 el mundo entero volteó los ojos a la abadía Westminster. La unión de un príncipe y una plebeya, que solo sucedía hace unos años en los cuentos de hadas se hacia realidad. Diez años después, el cuento nunca se volvió en pesadilla. El compromiso de William y Kate, que había sido sellado en una noche en Kenia, hoy es la mayor esperanza para el futuro de la monarquía. Kate llevó ese día un anillo de zafiros que le regaló William. Y que había sido el mismo anillo que había recibido Lady Di de Carlos de Gales. Pero el resultado de la historia del joven heredero al trono terminó siendo totalmente distinto al de sus padres. La felicidad reina entre ambos.
Esta fue la portada de SEMANA sobre la boda de William y Kate
La semana entrante pocos van a hablar de la ofensiva de Gadafi, de la reelección de Obama o de las mujeres de Berlusconi. El mundo entero va a estar concentrado en lo que llaman la ‘boda del siglo’: la unión de William, el heredero de la Corona británica, y de Kate Middleton, la cenicienta que todas las mujeres sueñan ser. Desde el matrimonio en 1981 del príncipe Carlos con Diana Spencer no se había producido un evento social que paralizara al mundo de esa forma. Un cuarto de la población mundial va a estar siguiendo por televisión el matrimonio. Ni siquiera la final de un Mundial de Fútbol logra congregar así al planeta. Y una de las razones de esta locura colectiva es que la ceremonia, que tendrá lugar el 29 de este mes, es lo más cercano a un cuento de hadas.
Catherine Elizabeth Middleton siempre quiso ser princesa. Carole, su mamá, le dio una educación de primera en los mejores colegios de Inglaterra y le enseñó que debía codearse con los niños más distinguidos del salón. Pensaba que así podría conseguir a un príncipe azul de la vida real. Por eso, cuando las compañeras de la pequeña Kate le preguntaban quién era el chico más guapo de la clase, ella bromeaba con que su corazón ya pertenecía a William de Gales. Aunque solamente lo conocía por las fotos que recortaba de las revistas, Kate estaba convencida de que algún día se fijaría en ella.
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La historia de Catherine era, hasta ese punto, la de cualquier niña inglesa común y corriente que soñaba con vivir en un palacio y tener un séquito de sirvientes. Lo curioso es que esa fantasía, que en un principio parecía absurda, se hará realidad el próximo viernes: Kate Middleton, hija de un matrimonio pujante de clase media, se casará en la Abadía de Westminster con el príncipe William, hijo de Carlos de Gales y nieto de Isabel II, soberana actual del Reino Unido. Al acto asistirán 1.900 personas. Para la mayoría de expertos en realeza, la llegada a la Casa de Windsor de una joven sin sangre azul ni antepasados aristócratas refresca la imagen de una monarquía trasnochada, que no logra calar entre las nuevas generaciones.
Graham Smith, portavoz del grupo antimonárquico Republic, recordó en conversación con SEMANA que el 20 por ciento de los británicos quisiera acabar con la Corona e insistió en que un porcentaje aun mayor está en desacuerdo con que se usen sus impuestos para pagar la vida lujosa de la familia real. Smith y otros contradictores como él siguen creyendo que el evento es solo una cortina de humo para ocultar la grave crisis económica que el país enfrenta. Incluso aseguran que no es coincidencia que el matrimonio de Isabel II y Felipe de Edimburgo, en 1947, haya tenido como telón de fondo la posguerra o que el de Carlos y Diana haya ocurrido en un momento en el que el desempleo alcanzaba números escandalosos.
“Cuando mejor le va a la monarquía es cuando entretiene a la gente, organiza celebraciones y no se mete en temas polémicos”, explica Peter Mandler, profesor de Historia en Cambridge. Kate, quien cuenta en su árbol genealógico con mineros y albañiles representa todo lo contrario a la monarquía y es vista por los británicos como una chica agradable, que cualquiera podría tener como vecina, compañera de trabajo o amiga. “Los Windsor se están reinventando a través de ella para no quedarse en el pasado -dice el comentarista real Richard Fitzwilliams-.
El origen de la señorita representa la diversidad del Reino Unido, y lo que muchos celebran es haber adaptado la monarquía a la sociedad igualitaria. Es, sin duda, uno de los acontecimientos más importantes de nuestros tiempos, pues es una pareja muy moderna que se casará en un escenario clásico”. Desde que se hizo público el enlace, en noviembre del año pasado, fue calificado por medios en todos los idiomas como uno de los acontecimientos más importantes del siglo XXI. Y no es para menos. Pese a que las cifras demuestran que la gente en efecto ha perdido interés por los soberanos, el mundo entero está pendiente de los preparativos.
La prensa británica calcula que alrededor de dos mil millones de personas verán la ceremonia por televisión y medio millón más saldrá a las calles de Londres para aplaudir la caravana de los novios entre la iglesia y el Palacio de Buckingham. Además, unos 8.000 corresponsales extranjeros cubrirán el casamiento, que según miembros de la cadena pública BBC es el suceso que más periodistas y fotógrafos ha llevado a Inglaterra en las últimas décadas. La celebración empezará a las once de la mañana hora inglesa, es decir, cinco de la mañana en Colombia.
La Cenicienta
La revista norteamericana Life comparó en una edición especial sobre la boda la historia de Kate con la de La Cenicienta, quien al final consigue a un príncipe. La publicación sostiene que la relación con William tiene todos los ingredientes de un cuento similar: un hijo de un rey, una plebeya y, muy probablemente, un final feliz. Kate, de 29 años, es la hija mayor de Michael y Carole Middleton, un exdespachador aéreo y una exazafata que se conocieron cuando trabajaban para la aerolínea British Airways. Tímida, estudiosa y deportista, creció sin lujos hasta que sus papás se independizaron y convirtieron Party Pieces, su pequeño negocio de artículos para fiestas infantiles, en una exitosa empresa. Hay muchos fanáticos de la familia real que no solo le reprochan a Kate que no tenga un título nobiliario, sino también que sea sobrina de Gary Goldsmith, un hermano de su mamá que ha tenido problemas por tráfico de drogas y prostitución en España. El periódico Daily Mail publicaba hace unos días un artículo burlón, en el que recordaba que mientras el tatarabuelo de Kate arriesgaba la vida en una mina a cambio de unos centavos, el de William vivía en palacios rodeado de toda clase de comodidades. Parece, sin embargo, que el menos preocupado por esta diferencia es el príncipe, quien es muy cercano a su familia política. Este adora la vida sencilla de los Middleton y, según sus allegados, se siente más cómodo en el ambiente normal de su casa que en el Palacio de Buckingham.
La relación con su futuro suegro es extraordinariamente cercana. Tanto que a veces William lo llama “papá”. Esto contrasta con la frialdad de la monarquía y, por eso, la mayoría de expertos coincide en que la futura pareja no seguirá al pie de la letra todos los protocolos reales. Wills, como le dicen sus familiares, fue el consentido de su mamá, Diana de Gales, quien lo trató de criar como a un niño del común. No era raro verlos comiendo en McDonald’s, de vacaciones en Disneylandia o visitando indigentes en un hogar de paso. Wills nunca ha dejado de seguir las enseñanzas de su madre: todavía hace trabajo social y se comporta como un chico sencillo. Por eso la revista Newsweek asegura que “a pesar de que Kate es muy diferente a Diana -es preparada, calmada y mayor-, solo un Windsor criado por ella podía haber escogido a una plebeya”.
Cuenta la leyenda que William quedó flechado cuando vio a su prometida con un vestido transparente en un desfile de caridad en la prestigiosa Universidad de St Andrews, en Escocia, donde los dos cursaban primer año de Historia del Arte. Esa noche, William pagó 200 libras (casi 600.000 pesos) para estar cerca de la pasarela y les confesó a sus amigos: “Esa es la mujer más linda que he visto en mi vida”. Los dos estaban saliendo entonces con otras personas. Algunos exalumnos de St Andrews aseguran, sin embargo, que ella solía escaparse en medio de la noche para visitar la habitación de William. Los rumores de relación se confirmaron cuando en una fiesta fueron nombrados ‘reyes de la universidad’. Dicen que ese día se dieron su primer beso en público.
Al año siguiente se mudaron, junto con otros dos compañeros, a una casa victoriana cerca de la universidad, donde cada uno tenía cuarto propio. Cada vez se les veía más en público y la prensa estaba más pendiente de sus vacaciones en complejos suizos de esquí, sus noches de fiesta y sus paseos por el campo. La familia Middleton cenó con Carlos de Gales y su segunda esposa, Camilla Parker Bowles, el día del grado de los jóvenes. En ese momento se empezó a hablar de matrimonio. Y, un par de años después, cuando los diarios sensacionalistas imprimían ejemplares con títulos del estilo de “¡Suenan campanas!”, la pareja anunció su rompimiento. Entonces los paparazzi siguieron a Kate hasta las discotecas y la fotografiaron brindando y bailando con otros muchachos.
Dicen que William se volvió loco apenas vio publicadas las imágenes y corrió a pedirle una segunda oportunidad. La relación no tuvo más inconvenientes -al menos no se hicieron públicos- hasta octubre del año pasado, cuando William aprovechó unas vacaciones con sus amigos en Kenia para pedirle matrimonio. Él mismo contó que llevó el anillo en su morral y solo lo sacó cuando se escaparon una noche a unas cabañas sin luz en la mitad de la selva. La argolla que le dio ese día es la misma con la que se casó su mamá. En un principio había sido heredada por Harry, su hermano menor y quien será el padrino, pero cuando este se enteró de la decisión de Wills, no dudó en regalársela.
A partir del viernes, Kate formará parte del grupo de personas del pueblo que se convierten en aspirantes a monarcas. Otra plebeya que se hizo famosa hace poco por lo mismo es Letizia Ortiz, la esposa del príncipe Felipe de Borbón, quien es separada, nieta de un taxista y expresentadora de televisión. También está el caso de Daniel Westling, el instructor de gimnasio que contrajo matrimonio el año pasado con Victoria, la futura reina de Suecia. “La monarquía británica se unirá a otras casas reales europeas cuando se selle el enlace entre el futuro rey y la chica de clase media -opina Fitzwilliams-. La pareja es perfecta: están claramente enamorados, tienen la misma edad y el mismo sentido del humor y se conocen desde hace ocho años. Kate tiene belleza, elegancia y compromiso”.
Al rescate de la monarquía
Carlos dice estar feliz con su nuera y ha declarado, medio en chiste medio en serio, que “rescató” a su hijo, quien tuvo que soportar el divorcio de sus papás y la repentina muerte de su mamá cuando apenas era un adolescente. Pero los comentaristas reales aseguran que Kate no solo tiene la misión de salvarlo a él, sino también a la monarquía, una institución asediada por los escándalos. Por eso, muchos ingleses piensan que no solo es ella la afortunada de salir con un príncipe, sino que la monarquía también ha tenido la suerte de encontrar una plebeya tan atractiva y tan aceptable para el pueblo británico. Algunos medios comparan el carisma de Kate con el de Lady Di, quien hizo méritos para ganarse el apodo de ‘Princesa del Pueblo’.
“Parece conectarse con la gente ordinaria muy fácilmente -afirma Richard Palmer, periodista especializado en asuntos de la realeza-. Tiene el don de Diana, pero falta ver si le sigue los pasos y qué causas humanitarias apoyará”. En todo caso, se anticipa que los medios se interesarán en la pareja real y no solo en la princesa, como sucedió en el caso de Lady Di, cuyo marido era bastante menos taquillero. Por suerte Kate, a diferencia de su antecesora, ha tenido tiempo suficiente para aprender a moverse en un mundo tan cerrado como la realeza, donde para entrar se necesita combinar “el aura de una estrella de cine muda con la disciplina y el rigor de una monja”, según Newsweek. Y Will, de paso, descubrió que podía llevar una vida normal al lado de una persona normal. Esa normalidad se traduce en que la anquilosada monarquía británica le está haciendo muchas concesiones a esta moderna pareja.
El día de la boda, por ejemplo, llegarán a la iglesia en un carro convencional y no en una carroza, como era costumbre, y se dice que habrá minipizzas y un DJ en la recepción que ofrecerá Carlos esa noche. Hace unos meses la prensa del corazón publicó que Isabel II estaba molesta por todos esos cambios liderados por Kate, pero la verdad es que de un tiempo para acá hasta la reina quiere proyectar una imagen más popular, contemporánea y revitalizada: además de tener perfil en Facebook, canal en YouTube y cuenta en Flickr, anunció el compromiso de su nieto por Twitter y abrió una página de Internet con los últimos detalles de la boda (www.officialroyalwedding2011.org).
Para completar la ofensiva tecnológica, los novios ya tienen una aplicación para iPhone y Google ha recreado en tres dimensiones el recorrido que harán después de la ceremonia. Más allá de la estrategia de la Corona para revivir su popularidad, lo que realmente significa un cambio de paradigma es el hecho de que Will y Kate hayan vivido juntos antes de casarse, en una granja cerca de la base galesa donde él trabaja como piloto de rescate de la Fuerza Aérea Real. Hoy a nadie parece importarle que la joven no sea virgen, cosa que sin embargo es una novedad total en el mundo de la realeza británica. Históricamente, en todos los matrimonios del heredero al trono se exigía que un médico certificara la virginidad de la novia.
Así sucedió hasta en el caso de Lady Di, en el que ese tema ocupaba los titulares de todos los medios y, por eso, apenas se celebró el compromiso, la familia de Diana declaró públicamente que la futura reina era una doncella inmaculada. Carlos ya estaba en ese momento enamorado de su actual esposa, Camilla Parker Bowles, pero no pudo casarse con ella por ser una mujer con un pasado. Eran tan rígidas las normas de la monarquía al respecto que Eduardo VIII, por enamorarse de una americana divorciada, tuvo que renunciar al trono del Imperio británico, cuando era de verdad un ‘imperio’, para poder compartir la vida con ella. Carlos, considerando su deber de ajustarse a la tradición, dejó a su amada por la doncella y le fue tan mal que la monarquía y el pueblo británico decidieron ajustarse a la realidad de las relaciones del mundo de hoy y suprimir ese requisito.
Muchos atribuyen a Camilla, odiada por la reina y descrita por varios tabloides como “la mujer más antipática de Inglaterra”, la falta de popularidad de su esposo. Según sondeos realizados en los últimos años, más de la mitad de los británicos no quiere que Carlos sea el próximo rey, como está estipulado, sino William. Eso sí, esperan que no cometa con Kate los errores que cometió su papá con Diana. La diferencia está en que Carlos y Lady Di no tuvieron tiempo para conocerse, hecho que quedó demostrado cuando en una entrevista posterior al compromiso les preguntaron si estaban enamorados y él, dudoso, dijo que eso dependía de lo que se entendiera por amor.
Una respuesta torpe que a la larga resume la desastrosa relación. Will, en cambio, prefirió esperar hasta que se sintiera listo, pues no quiere que se repita la historia. Algunos medios han rumorado que Kate firmará un acuerdo prenupcial, pero el divorcio es una posibilidad que pocos se atreven a contemplar. Parece que los jóvenes príncipes saben muy bien en qué se están metiendo: “Estamos muy emocionados y esperamos poder pasar el resto de nuestras vidas juntos”. Esta vez puede que el cuento de hadas se haga realidad.