PERFIL
Diomedes Díaz, entre la fama y la oscuridad
Un retrato del ídolo popular cuando recuperó su libertad luego de estar preso por un crimen.
Diomedes Díaz está afónico. Hace un esfuerzo grande por hablar, pero apenas emite un leve carraspeo. Se lleva la mano a la garganta, pasa saliva y en su rostro se dibuja una expresión de dolor. Se le nota incómodo en la primera visita que les hace a sus padres desde que recuperó la libertad condicional. El tumulto lo asedia y el calor lo ahoga, aunque tiene a su alrededor cinco ventiladores.
A las 6:35 de la tarde del viernes 12 de noviembre salió del establecimiento penitenciario y carcelario de Valledupar. Han pasado casi 48 horas y sin embargo sus seguidores no dejan de celebrar. Afuera de la casa de sus viejos, Rafael y Elvira, una romería le canta, le grita, le pita. El comando de la Policía del Cesar tuvo que sacar a todos sus uniformados a la calle en prevención de que las cosas se salieran de cauce. Los locutores más emocionados estimaban en 10.000 el número de personas que lo siguieron desde la prisión hasta su casa en una improvisada caravana. Los reportes de prensa más mesurados calcularon 5.000.
Todos estaban a la espera de que dijera algo. Pero él no decía nada. Por primera vez su madre añoró los tiempos lejanos en que Diomedes era un niño escuálido sí, enfermizo sí, muy pobre sí, pero con la libertad de moverse para donde le diera la gana sin pedirle permiso a nadie y, sobre todo, sin que nadie lo siguiera. Parecía como si la multitud estuviera esperando que saliera a cantar y no como si acabara de salir de la cárcel tras cumplir 44 meses en prisión por haber asesinado a Doris Adriana Niño luego de una noche de rumba y violencia. Son las caras de Colombia. Para unos, el ídolo popular que vuelve al seno de su fanaticada que sólo le importa su dimensión musical que ha logrado ribetes míticos. Y para otros, un ejemplo que simboliza la decadencia y la desfachatez y que se indigna al ver que un criminal que sale de la cárcel sea tratado como un héroe.
Entre cabras y ovejas
Diomedes Díaz nació el 26 de mayo de 1957 en una casa de bahareque en el corregimiento de Las Juntas, en el municipio de San Juan del Cesar, en La Guajira. En aquel entonces la mayoría de sus pobladores eran campesinos e indígenas arzarios que venían de la Sierra Nevada de Santa Marta. Diomedes creció como pastor de cabras, chivos y ovejas. Y fue atacado por varias enfermedades asociadas a la desnutrición.
Cuando cumplió 10 años, la familia se trasladó a Villanueva, La Guajira, donde ya era un hábito sacar los equipos de sonido a la calle y ponerlos a todo volumen con vallenatos. Allí estudió primaria, aunque lo hizo con dificultades. Era evidente desde aquellos días que lo suyo no era ni leer ni escribir. Y tuvo una pelea infantil. Otro niño lo agredió con una piedra y por poco se quedó ciego. Aunque los remedios caseros lo ayudaron, no fue suficiente y perdió totalmente el ojo derecho.
La familia se fue a buscar mejor suerte a Valledupar. La ciudad que sin haber sido el centro donde se cocinó y maduró el vallenato, estaba en boca de muchos colombianos porque coincidencialmente allí vivían algunos compositores de este género cuya fama había llegado hasta la capital: Tobías Enrique Pumarejo, Leandro Díaz y en especial Rafael Escalona. Ellos no sólo tenían la virtud de componer algunas de las mejores páginas de la historia musical del país sino que habían estrechado lazos de afecto con personalidades de las élites bogotanas. Escalona, por ejemplo, trabó amistad con Guillermo León Valencia, quien lo invitó a tocar al Palacio Presidencial en 1964. Fue la primera parranda vallenata en el corazón del poder político y la presentación en sociedad de una música que hasta ese momento era considerada propia de campesinos y analfabetos. Eso dio pie para que muchos voltearan los ojos a una ciudad que hasta entonces era algo exótica pues se trata de una urbe caribeña muy alejada del mar. En 1968 nació el Festival de la Leyenda Vallenata, expresión cultural que además tuvo la fortuna de contar con el impulso del gobernador del Cesar Alfonso López Michelsen y de Consuelo Araújo Noguera, una mujer entradora capaz de abrir cualquier puerta.
Diomedes Díaz empezó a moverse como pez en el agua en ese escenario. Era simpático, parrandero, trasnochador, bebedor, en otras palabras, un buen compadre. Los grupos se armaban y desarmaban frenéticamente. Para cada parranda había un cantante y un acordeonero distinto. Y si faltaba el cantante, cualquiera que careciera de pánico escénico podía subirse a la tarima y soltar sus versos. Fue lo que hizo Diomedes. Y desde el principio mostró unas cualidades que lo diferenciaban de los demás. Era más teatral, más gestual y, sobre todo, más religioso. Eran frecuentes sus referencias a la Virgen del Carmen, a Dios y a los pasajes bíblicos. Y las hacía con sentimiento, se arrodillaba o miraba al cielo con fervor y convicción.
Muchos historiadores, como el investigador musical Julio César Oñate Martínez, creen que todos esos elementos de cultura popular mezclados con su tono de voz y la sencillez y armonía de sus canciones lo catapultaron a la fama. Por eso no vacila en afirmar que Diomedes, junto con Guillermo Buitrago y Julio Torres Mayorga, quien fue carátula de la revista SEMANA en diciembre de 1950, son los tres más grandes talentos populares que ha dado el país. La diferencia está en que los dos últimos fallecieron muy jóvenes (Buitrago a los 29 años y Mayorga a los 20 años) y que el país que les tocó vivir era distinto.
Los dos últimos crecieron en una Colombia rural en que para amasar fortuna se necesitaba el esfuerzo y la suma de varias generaciones. En cambio, cuando Diomedes empezó a sonar con fuerza en la Costa Caribe se gestaba la bonanza marimbera y cualquier aventurero que se jugara la vida podía amanecer millonario de la noche a la mañana. Además, los primeros traficantes de marihuana no despertaban censura social sino admiración entre muchos.
Rasgos mestizos
En 1976, Diomedes ya tenía una fama bien ganada, en especial por su primer disco titulado Herencia vallenata, con el acordeón de Náfer Durán, hermano de Alejo Durán. En 1977 empezó a sonar el LP titulado Tres canciones, en el que él aparece con sus marcados rasgos mestizos y sin un diente, carencia heredada de sus problemas de infancia. Por eso empezaron a llover los contratos para ir de caseta en caseta, de parranda en parranda, de pueblo en pueblo. El inconveniente mayor que tenían los cantantes de la época era su mal estado físico. En ese entonces no existía Ley Zanahoria sino que un buen fandango podía durar tres o cuatro días. El cantante recurría a estimulantes para mantenerse activo. Primero el aguardiente, después la marihuana y luego la cocaína. Diomedes no paraba. Mucho se ha especulado que para mantenerse en pie siempre tenía a su servicio un muchacho que en pleno concierto le pasaba un pañuelo en apariencia para secarse el sudor, aunque en realidad era para aspirarlo. En retribución, los que más droga le daban a Diomedes mejor concierto recibían. Por ejemplo, a su amigo El Gavilán Mayor, uno de los primeros capos de la marimba en la Costa, Diomedes lo popularizó con una canción del mismo título.
La historia dice que Diomedes fue el primer artista colombiano en ganar varios millones de pesos por presentación. Fue el primer vallenato en llenar el estadio El Campín, y el empresario que lo contrató para ese concierto se ganó un millón de dólares. Mientras que sus antecesores, Guillermo Buitrago y Julio Torres Mayorga, apenas ganaban aplausos, Diomedes podía obtener hasta 20 millones de pesos contantes y sonantes por noche.
En la década de los 80 y antes de que el Estado les declarara la guerra, era normal que las mafias organizaran sus reuniones sociales con el artista del momento. La plata rodaba a chorros y el narcotráfico dictaba las leyes de la estética. En ese contexto, como nuevo rico y para revertir las burlas recibidas por la carátula de su primer disco, Diomedes se mandó poner el diente que le faltaba y le agregó un costoso y llamativo diamante.
Inmerso en ese ambiente de farra y dinero fácil, Diomedes inició su viaje al infierno. Pero su música seguía fluyendo, innata, silvestre, porque ni siquiera escribe las canciones. Le da pereza. Empieza a tararearlas. Va armando las oraciones, luego las estrofas y de inmediato las graba. Ha hecho 29 discos. Por estos ha recibido 22 discos de Oro, 23 de Platino, 13 discos de doble Platino y tres discos de quíntuple Platino. En su carrera ha vendido 12 millones de copias, lo que significa un promedio de más de un disco por cada hogar colombiano.
El éxito hizo que pronto olvidara la promesa de juventud hecha a Martina Sarmiento, una mujer esbelta, morena, muy bella, de que sería la única de su vida. Fue apenas la primera de las 12 mujeres que ha tenido. Con 10 de ellas concibió 24 hijos, de los que la mayor es Rosa Elvira, que ya va a cumplir 28 años y el menor, Moisés, de apenas 5 años.
Esa vida de vértigo fue frenada en seco en la noche del 14 de mayo de 1997 en una sórdida fiesta en Bogotá en la que abundó la droga, el alcohol y la violencia. La bacanal terminó con la violación y asesinato de la joven Doris Adriana Niño, de 22 años. Por si fuera poco, el cadáver de la muchacha fue llevado a un potrero en Cómbita, Boyacá, y arrojado a un descampado. Semidesnuda, abusada y golpeada había terminado la misma joven a la que él le había susurrado sentidas canciones como Amarte más no puedo y Tú eres la reina. Sólo medio año después del crimen con el que había tocado fondo, Diomedes fue capturado en el aeropuerto El Dorado cuando se disponía a continuar una gira pues había seguido su vida normal como si el asunto no hubiera tenido nada que ver con él.
El abrazo paramilitar
Entre el paso por la cárcel y las solicitudes de excarcelación, Diomedes empezó a sufrir Guillaume-Barré, un síndrome que le disminuyó la capacidad de movimiento porque le atrofió varios músculos. Físicamente era imposible que huyera de la justicia, a no ser que estuviera protegido por alguien muy poderoso. Y este apareció: su amigo y profundo admirador David Enrique Hernández Rojas, conocido como alias '39', un ex mayor del Ejército que había desertado para aliarse con los paramilitares. Considerado uno de los hombres más sanguinarios de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), llegó a ser el segundo al mando del Bloque Mártires del Cacique de Upar, después de Rodrigo Tovar Pupo, 'Jorge 40'. El paramilitar lo protegió en su campamento hasta que el cantante decidió entregarse a la justicia.
Al entrar a prisión, el 26 de septiembre de 2002, prometió volver por el camino correcto. Prueba de eso fue que en su celda sólo puso la imagen de la Virgen del Carmen y una foto de Consuelo Araújo Noguera, La Cacica, quien antes de ser secuestrada y asesinada por las Farc le había suplicado que hiciera a un lado las malas amistades, cumpliera su pena y se dedicara a lo suyo que era cantar. La música siempre lo acompañó en la cárcel. Todos los fines de semana los taxistas iban hasta la prisión, se estacionaban lo más cerca posible, abrían los baúles y ponían a todo volumen el radio en la emisora de turno que tocara sus canciones. La serenata se captaba diáfana en toda la ciudad. Las directivas del penal además le aceptaron que como parte del programa de resocialización y redención de penas podía grabar sus discos. Así hizo los álbumes Gracias a Dios, Fiesta vallenata y Pidiendo vía, que el año pasado ocupó el primer lugar en las emisoras de la Costa Caribe. Y lo que más lo conmovió fueron las visitas de Carlos Vives y Juanes. El primero fue dos veces y en una de ellas conversó con él cuatro horas continuas y el segundo no sólo fue a abrazarlo sino que salió a participar en el Festival Vallenato con la canción Bonita, escrita por Diomedes en una mañana de inspiración.
Al salir de la cárcel Diomedes fue a misa, asistió a una emisora, visitó a sus padres y luego se refugió en su casa. Sus seguidores dicen que está mejor que nunca, que mantiene intacta su voz y que ahora viene una serie de 42 conciertos. Él, entre tanto, no dice nada. No habla. Está afónico. Mientras en la distancia se escucha su voz en una de sus canciones: "La herida que siempre llevo en el alma no cicatriza/ Inevitablemente me marca la pena, que es infinita".