Sancarlista que se respete sabe que las manos del padre Francis, rector desde 1966, son enormes, que cuando se enfurece sus orejas se ponen rojas, que a veces regaña en inglés y que la señal de que se acerca son sus son sonoras y largas zancadas

Perfil

El alma del San Carlos

¿Qué une a Pacho Santos, Andrés Pastrana, Andrés Cabas, Gabriel Silva, Luis Carlos Sarmiento Jr. y Jorge Mario Eastman? Que fueron educados por el padre Francis.

28 de octubre de 2006

Hay algo que no ha cambiado en 40 años en el Colegio San Carlos de Bogotá: cuando las orejas del padre Francis Wehri están rojas, no hay que acercársele. Y el asunto es más grave si inclina las gafas sobre sus orejas "en 45", mientras frunce el ceño, enfatizando la mirada penetrante de sus ojos azules. "Creo que a todos los que estudiamos allí se nos ponía la piel de gallina cuando entraba ese gigante de manos aun más gigantes a nuestros salones y, sin decir una palabra, señalaba con esos dedos de varas a la 'víctima' que debía seguirlo a su oficina para algún 'ajuste de cuentas'. Si algunos crecimos con problemas cardíacos, se originaron en esas memorables ocasiones", bromea Luis Carlos Sarmiento Jr., ex alumno y presidente del Grupo Aval. Como si se hubieran puesto de acuerdo, Gabriel Silva, gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, recuerda con nostalgia y terror la manera como "apuntaba con su largo dedo índice. Yo creía que me iba a sacar un ojo cuando se pillaba que estaba haciendo algo malo".

Tampoco ha cambiado su amable sonrisa, muchas veces de complicidad ante alguna picardía, ni su capacidad de escuchar confidencias que sus estudiantes no revelarían a nadie. Pues más que el rector del colegio, es un formador, una figura paternal cuya virtud es contagiar su disciplina y su compromiso con la integridad y el servicio a los demás. No es casualidad que los alumnos de ayer y de hoy coincidan: el "cura Pacho", como lo llaman, siempre ha sido consecuente con sus principios. Sólo se transformó su pelo rojizo, que ya es blanco a sus 71 años recién cumplidos. Ni sus problemas de espalda han impedido que sagradamente recoja hasta el más minúsculo papel de los pasillos y prados, dando una silenciosa enseñanza con su ejemplo.

Pese a que a este monje benedictino poco le gusta hablar de sus logros y prefiere no figurar, es protagonista del libro Los atajos no existen, elaborado por la Asociación de Ex alumnos. Sus páginas conmemoran los 45 años del San Carlos y sus cuatro décadas al frente de la institución, una de las más destacadas del país por sus resultados en el Icfes. Aun así, el padre advierte que "además de ser un ámbito de aprendizaje, es un espacio para aprender a convivir".

La obra es un homenaje a los recuerdos. En ella, sus autores tratan de imitar la impresionante memoria de su rector, que funciona como un expediente que envidiaría cualquier organismo de inteligencia. Porque él no olvida las historias juveniles de quienes han estado bajo su tutela desde cuando llegó al país, en 1966. "Somos cerca de 3.000 ex alumnos, más casi 1.400 estudiantes actuales, y el padre Francis se acuerda con nombre, apellido y familia, del 99,9 por ciento de nosotros", cuenta Ernesto Samper Nieto, editor de esta antología de anécdotas.

El abad de su monasterio en Estados Unidos lo envió a Bogotá para que dirigiera el colegio que los benedictinos habían creado en 1960. Y aunque los planes eran por tres años, se quedó, en parte por su voto de obediencia y en parte porque quizá se sintió a gusto con el paisaje de una sabana, entonces poco urbanizada, que le recordaba su granja natal de Dakota del Norte.

Desde entonces se ha convertido en la guía de varias generaciones. "La mayor enseñanza que recibí fue su rectitud. Llevar al padre Francis con uno es tener claro el rumbo", señala el columnista y consultor Miguel Silva. Otro de los regalos que ha dado a sus alumnos es la humildad. Se levanta a las 4 de la mañana para estar listo cuando llegan sus estudiantes a las 6:30, y tenerles caliente el café a los profesores. También saca tiempo para los padres de familia, a quienes atiende en cualquier momento, sin necesidad de citas: "tenemos que trabajar en equipo", asegura con su imborrable acento norteamericano.

"Una vez, siendo alcalde, asistí a un evento del colegio y la fila de carros a la entrada era tan larga, que mis escoltas trataron de adelantarse para entrar más pronto. Pero yo los detuve porque sabía que el padre me podía regañar. Es que él, siendo rector, hacía la cola en la cafetería para almorzar. Igual me gané el regaño, pero por llegar tarde", relata Andrés Pastrana, modelo 72, recordado por su rector como un adolescente "necio al que le gustaba discutir".

"En el padre Francis conviven la rigurosidad y la flexibilidad", comenta Nicolás Barrios, presidente de la Asociación de Ex alumnos. Por ello, al hiperactivo estudiante de último año Francisco Santos le permitió en 1979 ensayar un revolucionario proyecto: dejar a los alumnos escoger entre ir a clases o estudiar por su cuenta en la cafetería o en la biblioteca. "No funcionó mucho, pero me gustaba su espíritu de animar al grupo", reconoce el padre.

Por lo general, sus regaños son lecciones de vida que invitan a la reflexión. "Una vez llegué a un partido de básquet después de haber tomado aguardiente con unos amigos. El padre me pilló y eso daba para expulsarme. Me llevó hasta mi casa y cuando estaba esperando lo peor, me dijo: 'yo también fui joven'. Ese día lo admiré más, por su generosidad", cuenta Gabriel Silva. Tiempo después, este estudiante se convertiría en uno de los profesores que el padre ha escogido con "ojo clínico" entre sus antiguos pupilos. "Yo enseñaba ciencia política y materias con una fuerte carga ideológica. Varios padres se quejaron ante Francis por tener un profesor 'izquierdoso', pero él me apoyó porque le interesa forjar el pensamiento crítico". Eso sí, la única exigencia es que la clase sea impecable. Por eso todos los días el padre Francis hace una ronda salón por salón, y son célebres sus cariñosos jalones o pellizcos a quienes se quedan dormidos.

"No le importa que lo responsabilicen de que el colegio no sea estrato 6 por sus bajas tarifas. Es que su conciencia social es muy grande", señala el economista Bernardo Vargas. Transmite esa sensibilidad a sus alumnos cuando los impulsa a ayudar los sábados en sus estudios a jóvenes de menores recursos de colegios distritales.

Tampoco le importa que de vez en cuando lo critiquen porque haya estudiantes de pelo largo, arete y vestimentas raras. Sus alumnos actuales cuentan que aunque al comienzo estas pintas no eran de su agrado, les ha dicho que prefiere que quemen esas etapas cuando corresponde. "Y que luego no sean unos desadaptados", argumenta el cantante Andrés Cabas, quien le agradece al padre, que es pianista, haberlo apoyado cuando se inclinaba por la música, aunque sacara malas notas en química y física. "No hace caso omiso de los sueños, lo que le molesta es la gente que no muestra pasión por algo". El padre Francis suele recordarles a sus alumnos que "sin esfuerzo no hay milagros", pero cuando se producen, los reconoce. Como cuenta Jorge Mario Eastman Robledo, asesor presidencial, "en una final de fútbol metí el gol que jamás había hecho en mi vida. Para mí fue pura 'chepa'. Pero la frase del padre al felicitarme fue: 'Dios tiene una forma extraña de manifestarse'".