POLÉMICA
El delirio del nazi
Una nueva biografía de Joseph Goebbels, basada en miles de páginas de su diario personal, dibuja como a un delirante narciso al nefasto padre de la propaganda nazi y mano derecha de Adolf Hitler.
Salíó de su habitación ya entrada la noche, se puso su gabardina negra, su sombrero y sus guantes, tomó a su esposa por el brazo, susurró algo al oído de su ayudante y salió del búnker plácidamente hacia el jardín. Luego, cerró la puerta de un golpe. Tuvieron que pasar varios minutos hasta que su ayudante se atrevió a seguirlo, y cuando lo hizo, no desperdició mucho tiempo para cumplir las órdenes recibidas. Sacó un revólver y, antes de verter la gasolina y prender fuego, le disparó al cuerpo, ahora inerte, de su amo. Las llamas envolvieron los cadáveres con rapidez.
Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda del Tercer Reich y más cercano discípulo del dictador alemán Adolf Hitler, ya había anunciado su suicidio días antes de ese primero de mayo de 1945. El avance de las fuerzas aliadas y el desmoronamiento de la Wehrmacht hacían que la derrota total del nazismo fuera cuestión de horas. Ya había concebido el plan de envenenar a sus hijos antes de suicidarse con su esposa cuando escribió en una carta de despedida: "Nuestra meta es una sola: ser fieles al Führer hasta la muerte".
A los ojos de varios historiadores, el de Goebbels fue el fin desesperado y agonizante de un hombre perverso. Pero para el experto londinense Peter Longerich, su suicidio fue el paso definitivo, la coronación casi inmaculada que le permitió culminar la obra de su vida: la mentira de que había sido un gran hombre dedicado a una causa suprema. "Murió convencido de ello. (...) Su mentira vital se llevó la victoria", escribe Longerich en Goebbels, una biografía publicada el sábado en Alemania, que arroja nueva luz sobre el destino del líder nazi.
En 910 páginas meticulosamente documentadas, Longerich dibuja a un Joseph Goebbels hasta ahora desconocido. Un hombre depresivo, frustrado y adicto al reconocimiento, impulsado a lo largo de su vida por una necesidad de ser admirado y un deseo de perdurar en la historia, que terminaron por convertirlo en el eje de la máquina exterminadora de Hitler.
Hijo de un contador y una trabajadora agrícola, oriundo de la cuenca del Ruhr y minusválido desde los cuatro años, Goebbels fue un niño destinado a sufrir. Sus defectos, su extraña fisonomía y su corta estatura sobresalían de tal forma que pronto se ganó un apodo: "Enano germano percudido". Golpes como estos esculpieron a un muchacho depresivo, pero a la vez crearon a un hombre empeñado en demostrar sus capacidades para equilibrar la injusticia natural de que se sentía víctima. Cuando en 1917 recibió el cartón de bachiller, Goebbels fue declarado el mejor alumno de la clase. Estudió Filología Alemana y se doctoró.
Según el biógrafo, Goebbels vivió entre la figura del perdedor y el ganador, entre la víctima y el victimario. Y en medio de ese péndulo, como dice la tesis de Longerich, se batió hasta ese triunfo mentiroso. Su vida fue miserable. En sus años de frustración, su diario le sirvió de confesionario para sus caídas como actor, periodista, escritor, poeta y académico. Y cada fracaso le producía una rabia descomunal. Hay páginas enteras del diario colmadas de la línea: "Joseph Goebbels, Profesor Universitario". Al editor judío de una gaceta cultural nunca le perdonó que le rechazara todos sus textos. "Esta peste judía debe ser suprimida", escribió en los años 20. La frustración incluso lo llevó a acariciar dudas existenciales y a coquetear con el dogmatismo religioso.
Pero en 1924, Goebbels experimentó un momento que le cambió la vida: la salida de Hitler de la cárcel. Era el resurgimiento de su ídolo, de un hombre que había sufrido como él y que ahora, pensaba, quería rescatar al pueblo alemán. En artículos publicados en los panfletos del Partido Nacionalsocialista, Goebbels le declaró por esos años su devoción al caudillo, y este se convirtió en su salvador personal. Entablaron una íntima relación, se hicieron aliados cercanos y, finalmente, cuando en 1933 Hitler fue elegido canciller del Reich, el otrora fracasado Goebbels se convirtió en ministro de Propaganda.
En este punto la biografía de Longerich alcanza su clímax, pues con el poder en sus manos Goebbels empezó a sentirse como cercano a un dios. "¡Qué carrera la mía: con tan solo 35 años de edad y ya soy Ministro!", escribió en su diario. De confesionario, a partir de ese momento el registro íntimo pasa a ser una suerte de "espejo ante el cual -según escribe Longerich- Goebbels posará hasta el día de su muerte". En sus páginas se refleja el nazi fanático, el devoto ministro de Hitler, el secretario plenipotenciario de los nazis durante la guerra, el orador y agitador, el arquitecto de la sangrienta Noche de los Cristales y el Holocausto. En fin, la historia del "gran hombre" que el mismo Goebbels se encargó de difundir en Alemania con su maquinaria propagandística.
"Yo soy el centro y todo gira en torno a mí", escribió en los últimos días de la guerra. Poco tiempo después, Adolf Hitler se quitó la vida. Goebbels, como queriendo cerrar con broche de oro estos años divinos, organizó su apacible suicidio en el jardín del búnker. Preparaba así su entrada a una gloria que nadie le reconocería, pues, en realidad, era el infierno.