En la biografía Murdoch es descrito como un hombre intrigante, adicto al trabajo, arcaico y sin carisma. El autor cuenta que ya no oye bien, pero que nadie se atreve a decírselo

LIBRO

El dueño de las noticias

Una nueva biografía sobre el magnate de las comunicaciones Rupert Murdoch revela los detalles más íntimos de su vida personal y la manera como construyó su imperio.

4 de enero de 2009

A Rupert Murdoch le gusta hacer el papel del poder detrás del trono. Por eso no ha sido dado a la pantalla ni a la vida social, rechaza el mundo del jet set y más bien lo que le gusta es usarlo para llenar las páginas de sus tabloides. Por eso llama la atención que haya accedido a ser el protagonista de una nueva biografía titulada The Man Who Owns the News: Inside the Secret World of Rupert Murdoch, escrita por el periodista Michael Wolff, quien consiguió 50 horas de entrevistas con el presidente y fundador del conglomerado de medios News Corp. y sus familiares.

Con una fortuna estimada en 8.300 millones de dólares, Murdoch, a sus 77 años, es considerado el magnate número uno de las comunicaciones en el mundo. Solo y a pulso creó un imperio que llegó a estar valorado en más de 50.000 millones, a partir de un periódico en su natal Australia, que heredó de su padre. Así fue abriéndose paso en otros países al adquirir el diario sensacionalista británico News of the World y en la actualidad tiene el control de 25 periódicos como el New York Post, 27 estaciones de televisión , la cadena Fox y sus estudios de cine, además de compañías de señal satelital y editoriales. Con ello ha logrado competir en los últimos 40 años con grandes multinacionales de medios como Time Warner, Disney y Viacom. Pese a su negocio, el biógrafo revela que su personaje nunca ha leído un libro hasta el final y que tampoco es capaz de ver una película completa sin dormirse. Su talento para los negocios lo llevó a incursionar en el mundo de Internet con MySpace, aunque rechaza el uso de la tecnología al punto de que a duras penas sabe encender su celular, no es capaz de manipular el computador y es su tercera esposa, Wendi Deng, una china 38 años menor que él, quien recibe sus correos electrónicos. Porque siempre ha tenido claro que "domina sólo lo que entiende y busca a alguien de confianza para lo que no comprende", relata el autor al referirse a que es su cuarto hijo, James Murdoch, quien se encarga de lo relacionado con nuevos medios como cabeza de la empresa en Europa y Asia.

El hilo conductor del libro es una de sus más recientes adquisiciones: en 2007 quiso oficializar en forma definitiva su posición como el hombre más influyente en el mundo de las noticias al comprar el Wall Street Journal. A primera vista el negocio no tenía mucha lógica, pues Murdoch ofreció 5.000 millones de dólares, el doble del precio que la compañía tenía en la Bolsa, en un momento en que nadie tenía fe en el futuro de los periódicos, pues se habían quebrado uno tras otro en los últimos años. Aun así, el simbolismo de adquirir el segundo diario más importante del mundo después de The New York Times era una manzana de la tentación a la cual no estaba dispuesto a renunciar. En un principio, la familia Bancroft, descendiente de los fundadores, se rehusó a la oferta por considerar que se trataba de un legado familiar de renombre que no podía acabar en manos del tiburón de la prensa amarillista, propietario del escandaloso Sun. Sin embargo, la chequera de Murdoch y la trayectoria con que había manejado también periódicos de prestigio como el Times de Londres terminaron cambiando las cosas a su favor. Como la mayoría de sus éxitos empresariales se han basado en comprar activos muy costosos y luego volverlos rentables, el mercado le ha dado un compás de espera a su apuesta para rescatar el Journal de su estancamiento.

A partir de este episodio el autor descubre a un Murdoch adicto al trabajo que a lo largo de su vida sacrificó su faceta de padre y esposo por las noticias. "Mi papá no era de esos que iba al trabajo, se ocupaba de asuntos de los medios y regresaba a casa para ser sólo un papá. En cada desayuno discutía los periódicos, incluso en los fines de semana", cuenta Lachlan, el tercer hijo del multimillonario. Su principal debilidad ha sido el chismorreo de los tabloides. Una anécdota relata que cuando en 1997 Lady Di murió en un accidente, él se emborrachó pese a ser un antimonárquico. Pero su dolor no se debía a la muerte de la princesa, sino a la pérdida de la mayor fuente de noticias del Sun. Según Wolff, Murdoch se ufana de darles a los consumidores lo que quieren, "una mezcla entre lo vulgar y lo santurrón" y es un enemigo acérrimo de los que llama "los obispos del periodismo, que sólo esconden sus verdaderos intereses flagelándose". Para el biógrafo, el éxito de este hombre de negocios radica precisamente en que no tiene vergüenza y no le importa si algo de lo que publica ofende a alguien, como cuando intentó lanzar el polémico libro de O. J. Simpson If I Did It (Si yo lo hice), en el que la ex estrella de fútbol americano supuestamente confesaba cómo habría asesinado a su esposa.

Murdoch aplica la misma fórmula cuando le preguntan por su orientación política. Su mayor éxito es el canal Fox News, identificado con la extrema derecha. Sin embargo, sus allegados aseguran que las prioridades de Murdoch no son ideológicas sino económicas, y que usa sus medios para alcanzar sus objetivos, tanto políticos como empresariales, así como para atacar a sus enemigos. Antes de las elecciones, Wolff le preguntó si votaría por John McCain, a quien había demostrado su apoyo a través de sus medios, o por Barack Obama; el magnate confesó que por el segundo "porque vende más periódicos". Pero en sus decisiones no sólo influye lo que resulta mejor para las ventas, sino lo que su esposa de turno (ha tenido tres) piense. La actual, cuenta el escritor, lo ha vuelto más liberal. Además, ha sido la responsable de que este hombre sin amigos tenga más vida social y haya cambiado su aspecto físico, porque Murdoch es un obsesionado con su peso. Desde cuando está con Deng se viste con ropa juvenil y se tiñe el pelo. Según su hija mayor, Prudence, la única de su primer matrimonio, usa un horrible tono naranja porque se aplica el color él mismo en el lavamanos para que nadie descubra lo que es evidente.

Con la tercera señora Murdoch también habría empezado una especie de guerra familiar por la fortuna del titán de los medios. La conoció cuando trabajaba en Star TV, una de sus empresas, y se casó con ella 17 días después de su divorcio de Anna Torv, la segunda esposa. Para que esta última quedara tranquila se llegó a un acuerdo en el que Torv se conformó con recibir mucho menos de la mitad del capital de su ex esposo siempre y cuando él creara un fondo a través del cual sus hijos mayores pudieran quedar con el control de la compañía. Sin embargo, de su nuevo matrimonio nacieron dos niñas, de 7 y 5 años en la actualidad, y el magnate pensó que lo justo era que tuvieran el mismo dinero. Aunque es descrito como un tacaño, el patriarca tuvo que darles 150 millones de dólares en acciones a los hijos de sus dos primeros matrimonios para incluirlas, aunque, según lo estipulado en el acuerdo, las pequeñas no podrán acceder al control del conglomerado.

Por otra parte, todo apunta a que James Murdoch, de 36 años, se perfila como el verdadero heredero. Prudence, de 50, se ha mantenido al margen de los negocios y del estilo de vida familiar: "Tienen unos yates muy grandes y no me siento tan sofisticada como para estar en ellos", dice. Elisabeth, de 40, dejó su trabajo en News Corp. para crear su propia productora de televisión; y Lachlan, de 37, al parecer se cansó de ser humillado por su padre y renunció a su cargo como subdirector en Nueva York. En cuanto a James, al parecer es tan rígido como Rupert: "Un poco de amenaza no está mal", dijo al autor sobre la despiadada reputación de su padre.

La biografía concluye que el magnate sólo cree en él mismo, por lo que será difícil que encuentre su reemplazo. Después de todo, le gusta alardear sobre que habrá Rupert Murdoch para rato, pues piensa imitar a su mamá, quien tiene casi 100 años.