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Así fue el lujoso matrimonio de Carlota Casiraghi en Mónaco

Con una gran fiesta, inspirada en el glamour de los años 1950, la hija de Carolina de Mónaco celebró su esperado matrimonio con Dimitri Rassam, un productor de cine francés. Este artículo hace parte de la revista Jet-Set.

21 de junio de 2019
Para la fiesta de bodas, Charlotte se peinó con un falso bob, y vistió un modelo de satín y escote palabra de honor de la colección primavera/verano 2019 de Chanel. | Foto: JET-SET

“Charlotte Casiraghi no es princesa, pero la consideramos como tal”, le dijo a Paris Match un monegasco que, como el resto de sus compatriotas, siente que todo lo que pasa con la familia Grimaldi es de su incumbencia.

Y no es solo él, sino también sus millones de admiradores en el mundo quienes creen que, así el protocolo de la monarquía diga otra cosa, ella se merece ese título y hasta el de reina.

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Sus compatriotas la quieren tanto, que al igual que un día lo hicieron con su tía Estefanía, la princesa rebelde, han comprendido su estilo de vida a contracorriente de la tradición, sobre todo en cuestión de amores.

La gala, para 400 invitados, fue en La Vigie, mansión que perteneció al modisto Karl Lagerfeld, gran amigo de Carolina.

Por ejemplo, aunque eso no es bien visto en un principado cuya religión oficial es el catolicismo, ella tuvo un hijo, Raphaël, sin casarse, con el comediante francés Gad Elmaleh. Por él derramó tantas lágrimas, que se murmuraba que era víctima de la maldición de los Grimaldi. 

Foto: Charlotte y Dimitri con sus madres, Carolina de Mónaco, princesa de Hannover, y la actriz Carole Bouquet, quienes son viejas amigas.

Pero los malos agüeros parecen conjurados por la nieta de Grace Kelly, quien ahora vibra de felicidad con su nuevo esposo, Dimitri Rassam, hijo de la actriz francesa Carole Bouquet, chica Bond en Solo para tus ojos.

La boda no implicó la pirotecnia de otras ocasiones, pero tampoco careció de trajes largos, escenarios de ensueño y románticas evocaciones. Eso sí, la novia le imprimió su sello cool, suprimiendo el “acartonamiento” que reinó en viejas épocas en su familia.

Antes de las 11 de la mañana de aquel sábado 1 de junio, el Palacio Principesco, que data de 1191, empezó a animarse con la llegada de lo más granado del jet set, ataviado con colores dignos de la primavera y coquetos sombreros. Desfilaron representantes de las grandes familias de Italia, como los Brandolini, los Borromeo y los Missoni, con quienes los Grimaldi tienen estrechos lazos, quizá por aquello de su origen genovés.

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No faltaron parientes y grandes amigos, como los Hannover, de Alemania; los Santo Domingo, de Colombia; y los Niarchos, de Grecia; entre otros. 

Por supuesto, además del pequeño Raphaël, estaban Darya, hija de Dimitri con su exesposa Masha Novoselova, y Balthazar, el bebé que los novios tuvieron el año pasado. Los últimos en hacer su aparición fueron el príncipe Alberto II, soberano de Mónaco y tío paterno de Charlotte, con su esposa, Charlene.

La pareja ahora tiene en vilo a la prensa de alta sociedad con una posible boda católica, más fastuosa y extravagante que la civil.

Mientras iniciaba la ceremonia civil, los invitados no apartaban la mirada de los primores de los Grands Appartements o salones de Estado del Palacio, como sus mármoles de Carrara, frescos antiquísimos y muros forrados de muaré.

Foto: Carolina de Mónaco, princesa de Hannover, y su cuñada, la princesa Charlene, esposa del príncipe Alberto II, en la gala nupcial en el palacete de La Vigie.

La espera del novio se acabó cuando su amada apareció envuelta en un modelo gris perla de Anthony Vacarello, modisto de Yves Saint Laurent, de París, casa de la cual ella es imagen. Los conocedores de moda de inmediato advirtieron los ecos del vestido con bordados y encaje de Alençon que su abuela Grace lució en esos mismos aposentos para su enlace civil con Rainiero III, en 1956.

Tras el intercambio de votos, Alberto y Charlene dieron un almuerzo en los jardines del palacio. La comida, preparada por el chef italiano Paolo Sari, no fue nada “estirada”, sino que incluyó pizza, helado y cerveza. El aire distendido de la recepción se hizo palpable en detalles como que, aparte de las finas sillas, los convidados podían sentarse en cojines puestos en el piso y el césped.

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Hubo quien comentó que aquello parecía más una boda de pueblo que de la casa reinante más antigua de Europa, sobre todo después de que Andrea y Pierre Casiraghi, hermanos de Charlotte, echaron a Dimitri, con traje y corbata, a la piscina.

Foto: Charlotte desempolvó el collar de diamantes de Cartier que su abuelo Rainiero le regaló a Grace con motivo de su compromiso, en 1956, y se peinó como ella.

En la noche, cerca de 400 invitados hicieron gala de esmóquines, maxifaldas, alhajas y peinados de fantasía, en la fiesta que Carolina dio en La Vigie, mansión que perteneciera a otro gran amigo de la casa, Karl Lagerfeld, el fallecido modisto de Chanel, en la comuna de Roquebrune-Cap-Martin, cerca de Mónaco.

Del diseñador fue, justamente, el vestido de satín blanco y escote palabra de honor que llevó la novia, peinada con un falso bob y luciendo en su cuello otra remembranza de Grace Kelly: el collar de diamantes de Cartier que Rainiero le regaló cuando la convirtió en su princesa.

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Ahora está por verse si, al igual que los míticos abuelos, Charlotte se apunta a la boda católica que, según se ha especulado insistentemente, será otra jubilosa muestra de que los Grimaldi dejaron atrás las tragedias y escándalos que otrora los sumieron en lágrimas y penosos titulares en primera plana.

* Este artículo hace parte de la última edición de la revista Jet Set