El pasado atormenta a Bill Clinton | Foto: Afp

ESCÁNDALOS

El pasado atormenta a Bill Clinton

El documental ‘The Clinton Affair’ revive en detalle los escándalos sexuales que Bill Clinton ha capoteado por años. Esos asuntos golpean su imagen y pueden sepultar las aspiraciones de Hillary de llegar a la Casa Blanca.

7 de diciembre de 2018

Su amabilidad sureña, su hablar afable y su sonrisa aniñada, que ocultaba a un político astuto, llevaron a Bill Clinton, en rápida sucesión, de la Universidad de Yale a la procuraduría de Little Rock, a la gobernación de Arkansas y a la presidencia de Estados Unidos. Clinton supo derrochar atractivo y carisma desde joven y también aprendió a usarlos en su favor. Mientras subió de cargo en cargo entre los años setenta y noventa, conjuró –como encantador de serpientes– los escándalos que le provocaba su libido descontrolada. Lo hizo tantas veces que empezó a creerse intocable.

Puede leer: Las tensiones detrás de la histórica foto de cuatro presidentes de EE.UU. en el funeral de George H. W. Bush

Ahora sus pecados vuelven a atormentarlo, 25 años después de haber asumido la presidencia estadounidense por primera vez, y 20 después de haber enfrentado un juicio político (impeachment) por su relación extramarital con la practicante Monica Lewinsky. En efecto, el pasado muchas veces perdona a los poderosos, pero, en la era del #MeToo, Bill Clinton tenía un round pendiente con las mujeres. Y le llegó con The Clinton Affair, un documental de seis partes que la cadena A&E acaba de presentar en Estados Unidos. Curiosamente, las emisiones coincidieron con el principio de una gira de 13 ciudades que Bill y Hillary Clinton emprendieron dos años después de su derrota de 2016 para reconectarse con sus electores y creyentes. Las boletas, vale decir, no se están vendiendo bien. ¿Es el fin del reinado de los Clinton en el Partido Demócrata? Muchos así lo creen.

Entre 1995 y 1996 Clinton y Monica Lewinsky tuvieron un ‘affair’ sórdido. Tres años antes, Gennifer Flowers reveló su amorío de 12 años con el entonces candidato. Él y Hillary la desmintieron en televisión.

El programa ha provocado muchas reacciones. Con mucho material de archivo y decenas de voces de protagonistas, pone la lupa en Bill Clinton y los escándalos sexuales que logró sepultar a lo largo de su recorrido político y público, con ayuda de sus simpatizantes y su familia. Juanita Broaddrick, Paula Jones, Kathleen Willey, quienes sufrieron los avances de Clinton y vieron sus vidas cambiar dramáticamente al denunciarlos, presentan testimonios esenciales. Sostienen que, por hablar en épocas previas al #MeToo, las menospreciaron y ridiculizaron los mismos que hoy atacan con razón a Donald Trump, pero con doble moral partidista. En la misma medida, el programa también expone la falsa indignación de aquellos que crucificaron a Clinton en su momento y ahora miran para otro lado al hablar de Trump. No queda títere con cabeza.

El hilo conductor de The Clinton Affair, como era de esperarse, es el caso más sonado, que Clinton no pudo ocultar y por poco pone fin a su presidencia: el affair con Monica Lewinsky. La producción revisa su turbio clima, sus motivaciones y personajes. La gente mayor de 35 años conoce el caso, pero el documental logra relatarlo desde una perspectiva actual que también ha cautivado a quienes no recuerdan el circo patético que generó el episodio.

Queda claro que, en medio de un escenario políticamente adverso, Bill Clinton cometió la imprudencia de seguir el juego de insinuaciones de una atrevida Monica Lewinsky, de 22 años, mientras lo investigaban por acosar sexualmente a otra mujer (Paula Jones). Resulta increíble que se hubiera involucrado con Lewinsky, una practicante fascinada por su atención, dada la guerra declarada contra él por los republicanos más religiosos. Por años, Lewinsky recalcó que se había tratado de una relación consensuada, pero con la nueva perspectiva histórica su narrativa ha cambiado. Ahora la presenta como una relación abusiva ante la posición de poder de Clinton. Lo dijo cuando rompió su largo silencio este año en un artículo en la revista Vanity Fair. Pero para este documental entregó 20 horas de testimonio sobre lo sucedido y sobre las terribles consecuencias de sus actos. “¿Por qué participé? Porque podía. A través de la historia a las mujeres nos han traducido, silenciado. Es hora de contar nuestras historias en nuestras palabras”, aseguró también en la misma revista.

Le sugerimos: La voltereta de la Lewinsky

Dirigido por Blair Foster, ganadora del Emmy, y producido por un equipo de mujeres y Alex Gibney, documentalista ganador del Premio Óscar, el especial no agita banderas partidistas. Apostó por liberar a las mujeres de los prejuicios y se centra en sus historias.

Interesante y chocante resulta escucharla, a sus 45 años, relatar cómo su colega Linda Tripp, a quien consideraba su confidente, grabó sus conversaciones, la citó a un almuerzo y la entregó al FBI “por su propio bien”. Cómo producto de esto, a sus 24 años, se vio casi secuestrada durante 11 horas en el Ritz-Carlton junto al Pentágono, amenazada por investigadores federales que querían su cooperación para tumbar a Clinton a como diera lugar y le advertían que, de no hacerlo, pasaría 27 años tras las rejas.

“Pensé en que la única forma de solucionarlo todo era tirarme por la ventana”, confiesa Lewinsky entre lágrimas. De ella dependía la presidencia del país más poderoso del mundo, que ostentaba el hombre con el que había soñado pasar el resto de su vida. Todo en medio de un clima político venenoso, en el que los republicanos tomaron el control del Congreso y usaron su poder para prevenir una reelección a como diera lugar.

Inexplicablemente, aunque su presidencia arrancó con escándalos como el de Whitewater, Travelgate y el extraño suicidio de su colaborador Vince Foster, Clinton no se resistió a la tentación. E increíblemente la gente lo apoyó en medio del torbellino desatado. Lo percibió como un perseguido de los republicanos. Contrario a lo que esperaban estos, su popularidad subió.

Todas las voces

En la campaña presidencial de 2016, que enfrentó a Donald Trump y a Hillary Clinton, el eventual ganador recibió fuertes y justificados ataques de la prensa y la sociedad por normalizar el abuso a las mujeres. En la otra orilla, Hillary, aspirante a ser la primera presidenta de la historia, jugó fuerte la carta de género. Pero Trump sabía que su marido, Bill, tenía rabo de paja. Por eso invitó a varios de sus discursos a tres mujeres que lo demostraban: Paula Jones, Kathleen Willey y Juanita Broaddrick. Las dos primeras habían acusado a Clinton de acoso sexual, la tercera de violación, y sus testimonios pasaron por años como notas al pie. Aceptar la invitación de Trump no les hizo mucho favor, pero las puso de nuevo en el mapa. Y sus recuentos no cambiaron.

Le recomendamos: ¿La segunda es la vencida?

El 6 de mayo de 1994 Paula Jones demandó a Bill Clinton. Explica que, cuando este era gobernador de Arkansas, en 1991, en el hotel Excelsior de Little Rock, un guardia de seguridad le pidió acompañarla, pues Clinton quería hablar con ella. La escoltó hasta el cuarto del entonces gobernador con esa excusa y, una vez Clinton y Jones estuvieron solos en la habitación, este procedió a poner su mano en sus piernas, a tocarse, a bajarse los pantalones y decirle “bésalo”. Jones entra en llanto al relatar los hechos y la manera en la que los medios la atacaron. La mostraron como una mujer aprovechada y sin clase. Varios anfitriones de shows nocturnos se burlaron de su acento, de su cabello voluminoso, de su maquillaje. El aparato demócrata minimizó su historia, y una reportera de CNN le alcanzó a preguntar si no creía que todo el episodio sería una vergüenza para el presidente.

En 1998 Clinton y Jones llegaron a un acuerdo. Él le pagó 850.000 dólares y sumó al arreglo la condición de no tener que pedirle disculpas. Pero ocho meses antes, otro viejo pecado había salido a flote. Kathleen Willey, una vieja conocida de Bill y Hillary que trabajaba en la Casa Blanca, aseguró que en una visita de rutina a la oficina oval, Clinton le dio un beso forzado y le mostró su miembro. Como Jones, Willey recuerda un trato desobligante. “Paula y yo fuimos las primeras mujeres en hacer responsable a un presidente por ataques sexuales y nos destruyeron por ello. Eso nunca te deja, nunca se olvida”.

Paula Jones y Kathleen Willey lo acusaron de acoso sexual, y Juanita Broaddrick de violarla. Veinte años atrás sus voces, motivaciones y apariencias fueron ridiculizadas. Y si bien Trump las usó como una carta electoral en 2016, sus historias no cambiaron. Lewinsky participó para evitar que algo así le vuelva a pasar a nadie.

Cronológicamente, Juanita Broaddrick es la primera víctima de Clinton, y describe un patrón parecido al que vivió Jones. En 1978, cuando tenía 35 años y Clinton era procurador, este la invitó a su cuarto de hotel y la violó. En el documental, 40 años después, Juanita asegura entre lágrimas que Clinton la forzó hacia la cama, ignoró sus ruegos, la agarró de su hombro derecho y la mordió tan fuerte que le hizo sangrar los labios.

Solo en 1999 osó hablar del tema, pero la reportera que la impulsó no contaba con que la cadena televisiva NBC se opondría a la nota. Cuando al fin accedió a emitirla, la matizó como una vieja acusación sin pruebas. Desde entonces, ella se negó a volver a tocar el tema. Pero algo la hizo reconsiderar. Escuchó a Hillary Clinton proclamar en su campaña que “Toda sobreviviente de un ataque sexual merece ser escuchada, merece que se le crea y merece apoyo”. En ese momento le pidió ayuda a su nieto, abrió una cuenta de Twitter y expresó: “Tenía 35 años cuando Bill Clinton, procurador de Arkansas, me violó, y Hillary trató de callarme. Hoy tengo 73 años… es algo que nunca se olvida”.

Hillary siempre trató de aprovechadas, regaladas o narcisas lunáticas a las mujeres que culparon a su marido. Por solidaridad matrimonial, por interés político o por todo a la vez. Pero en 1992, en plena campaña presidencial, tuvo que acompañar a Bill a negar su affair con Gennifer Flowers, frente a 34 millones de personas, en una entrevista que siguió al Supertazón.

Sin banderas

Dirigido por Blair Foster, ganadora del Emmy, y producido por un equipo de mujeres y Alex Gibney, documentalista ganador del Premio Óscar, el especial no agita banderas partidistas. Apostó por liberar a las mujeres de la carga que sumaron en 2016 y se centra en sus historias. También incluye voces como las de Jill Abramson, ex editora ejecutiva de The New York Times, para quien todos los alegatos contra Clinton están cargados de intenciones políticas.

Al documental se suma la segunda temporada del pódcast Slow Burn, que trata el mismo tema y suma matices intrigantes como la división enorme que causó el escándalo sexual de Bill Clinton en el feminismo de la época. No era un movimiento como el de ahora, y en su gran mayoría les dio la espalda a las mujeres que en su momento denunciaron. Como mencionó Suzanne Moore en el diario The Guardian, el feminismo de la época “funcionaba para las mujeres privilegiadas, las otras eran desechables”. Resta ver si este resurgir de tan duros episodios lastima la idea de Hillary de aspirar a la Casa Blanca en 2020. 

Bill y Hillary Clinton se embarcaron en un ‘tour’ de 13 ciudades para reconectar con sus seguidores, pero la convocatoria no ha sido nada positiva. Para muchos, este documental debería sellar el cambio de liderazgo en el partido demócrata.