Realeza
El príncipe Felipe: dos de sus supuestas amantes estuvieron en su sepelio
El fallecido marido de la reina Isabel decía que le era técnicamente imposible tener aventuras fuera del matrimonio, pues nunca lo desamparaba su guardia. No obstante, está muy extendida la historia de que supo ingeniárselas para echarse unas canas al aire y la lista de sus conquistas no es corta.
En los años 60, Felipe fue el primer miembro de la familia real británica en dar una entrevista en televisión y una de las cosas que se preocupó en aclarar fue la de sus supuestos devaneos con otras mujeres.
Explicó que aquello era totalmente imposible, pues su escolta no lo dejaba solo ni a sol ni a sombra. Sin embargo, las malas lenguas aseguran que los miembros de esa guardia, hombres como él en fin, le fueron tan leales que supieron guardar esos pecados contra el matrimonio que serían muy mal vistos ante la sociedad que quería ver en su alteza real al epítome del marido modelo.
De muchas formas lo fue, pero también es cierto que era el típico macho alfa, preocupado por defender su masculinidad. Por otro lado, la altas esferas son proclives a cierta disipación y a él no le faltaban esposas de otros maridos que se le ofrecían para cobrar como un triunfo ser amantes del hombre de la reina.
Un atisbo de que él no estaba completamente inmunizado contra la tentación de mirar para otro lado, fue lo que le dijo al príncipe Bernhard de Lippe-Biesterfeld, esposo de la reina Juliana de Holanda, de acuerdo con el historiador Jean des Cars: “Tú tienes suerte. Puedes tener tantas amiguitas como quieras. Pero yo tengo seis guardaespaldas a mí alrededor”.
Durante los 73 años que duró su matrimonio con Isabel, a Felipe se le atribuyeron decenas de amoríos, de los cuales hasta habrían quedado tres hijos ilegítimos.
La cuestión es que nunca ha salido ninguna de esas presuntas amantes a dar fe de ello. Si alguna tuvo la intención de hacerlo, no hay que olvidar que los personajes de la realeza, al menos de la vieja guardia como Felipe, viven rodeados de un grupo de cortesanos y asesores dispuestos a defenderlos hasta de sus propias imprudencias.
La prensa del corazón y no pocos biógrafos esculcaron al respecto y hay una lista de nombres propios que resulta muy interesante repasar.
En 1962 el príncipe emprendió una gira por Suramérica que incluyó a Colombia. En Argentina, de acuerdo con los chismosos de la realeza, tuvo un affaire con la millonaria Malena Nelson de Blaquier, una de las grandes bellezas del Río de la Plata y reina de la alta sociedad de Buenos Aires.
La llegada del consorte real coincidió con el conato de una revuelta militar, así que, en aras de preservar su seguridad, Felipe fue alojado en la espléndida mansión de Malena, dueña además de una fabulosa colección de caballos, una de las grandes aficiones de Felipe.
Desde entonces siempre se dijo que aquella no fue una simple relación de anfitriona y huésped.
Como dato curioso, una nieta de Malena, Nieves Zuberbühler, se casaría años más tarde con Julio Mario Santo Domingo III, nieto del industrial colombiano Julio Mario Santo Domingo y hermano de Tatiana Santo Domingo, nuera de Carolina de Mónaco. Ese matrimonio se disolvió al poco tiempo.
Otra que figura en el ramillete de mujeres que sedujeron a Felipe fue Susan Ferguson (luego Susan Barrantes), nadie menos que la madre de Sarah Ferguson, hoy exesposa del príncipe Andrés, duque de York y uno de los cuatro hijos del príncipe con la reina.
El amorío, según los rumores, tuvo lugar en los años setenta, mucho antes de que Andrés y Sarah se casaran.
En ese momento, ella era la esposa de Ronald Ferguson, el padre de Sarah y quien se encargó de propagar la versión de la relación adúltera.
Ya cuando pertenecía a la familia real, la propia Sarah les admitió a sus amigos más íntimos que aquella relación había existido.
De ser cierto todo esto, Felipe terminaría siendo calificado por lo menos de cínico por la actitud que asumió con Sarah cuando se supo que ella le ponía los cuernos a Andrés: no le volvió a hablar y jamás la perdonó, al contrario de la reina.
Aquellas no eran las primeras traiciones del popular esposo real. Kitty Kelley, autora de una de las biografías más salaces de los Windsor, asegura que le fue infiel a la reina desde los días de su compromiso y matrimonio, en 1947.
Kelley cita entre esas conquistas a la actriz Cobina Wright y a la escritora Daphne du Maurier, autora de la célebre novela de misterio Rebecca, de la cual se estrenó el año pasado una de muchas versiones para la pantalla grande.
La biógrafa también habla de Sacha Hamilton, duquesa Abercorn, y de la bailarina Pat Kirkwood.
Otra biógrafa, Sarah Bradford afirma que en los años 50, el príncipe se concentró en buscar aventuras en el círculo de la aristocracia. E incluye en su prontuario a una princesa, una duquesa y dos condesas.
El mundo de la hípica, al que era muy adepto, también le ofreció un campo fácil para maniobrar y allí habría seducido a varias plebeyas.
La bomba es que otras dos supuestas amantes del príncipe acaban de estar entre la reducidísima selección de solo 30 parientes que fueron elegidos por la reina para asistir al sentido funeral de Felipe.
Una de ellas es la princesa Alexandra, prima hermana de Isabel y prima segunda de Felipe, por ser hija de su prima, la princesa Marina de Grecia.
Mucho más intrigante es la figura de la condesa Penelope Knatchbull, otra conformante de la escogida lista de convidados. Está casada con Norton Knatchbull, conde de Mountbatten y Birmania, nieto de Lord Louis Mountbatten, el tío que protegió a Felipe cuando sus padres lo abandonaron y le preparó el camino para que se casara con Isabel.
El rumor del romance fue muy fuerte en las últimas décadas de la vida de Felipe. Oficialmente, ella era reconocida como una de sus grandes amigas, su confidente.
Además, fue su cómplice en el deporte de los carruajes tirados por caballos, al cual Felipe se aficionó cuando dejó el polo. Así, no era raro verlos de lo lindo en este divertimento, cuyas altas velocidades lo hacen muy emocionante.
Unos aseguran que si no fue el gran amor de su vida, después de la reina, al menos fue el último.
¿E Isabel qué decía de todo ello? Se resignó, es la creencia de ciertos conocedores del tema, pues a fin de cuentas, creció en esa generación en que los hombres de la realeza reclamaban y se ufanaban de la elegancia de tener amantes.