EL SEPULTURERO

Orlando Tobón, un colombiano radicado en Nueva York, vela por sus compatriotas que pierden la vida en la aventura de ser 'mulas' del narcotráfico.

29 de septiembre de 1997

Orlando Tobón tenía siete años cuando su mamá le quitó de las manos un carrito que le acababan de traer de Navidad para dárselo a un vecino más pobre quien, casualmente, estaba de visita durante la entrega de regalos. A Orlando le pareció justo. Hoy, a los 50 años, esa primera lección de caridad se convirtió en un modo de vida que lo ha hecho merecedor de premios como el mejor ciudadano de Queens, en Nueva York, el premio de juventudes de las Naciones Unidas y el premio nacional de solidaridad otorgado por el diario El Colombiano en Antioquia. El último homenaje fue hace un par de semanas por parte de la revista Time, publicación que relató su historia en un artículo que tituló 'El encargado de las mulas'. Orlando nació en Cisneros, Antioquia, donde vivió hasta los 20 años cuando se trasladó con su familia a Jackson Heights en Queens. Allí montó una agencia de viajes y manejo de impuestos. Pero su fama no vino por su negocio. Don Orlando, como lo conocen todos en Queens, ha sobresalido por su espíritu de ayuda hacia los demás, una característica que, según él, corre por su sangre y que sin duda heredó de su madre. Ella falleció en el avión de Avianca que cayó sobre Long Island, cuando regresaba a Nueva York, después de entregar ropa recolectada para los presos de la cárcel de Bellavista en Medellín. "Yo toda la vida conocí a mi mamá ayudando y creo que eso se va heredando", dice Orlando. Y agrega: "Además, ayudar a la gente se le convierte a uno como en un placer". Ese placer de hacer el bien, sin mirar a quien, es tal vez lo que ha hecho que Orlando se haya responsabilizado de más de 400 cuerpos de difuntos colombianos portadores corporales de cocaína, conocidos comúnmente como 'mulas'. Su labor comenzó hace 10 años cuando un joven colombiano, miembro de una familia de bajos recursos, quien había acudido a la ayuda de don Orlando, murió atropellado frente a su negocio. "Fue muy trágico _recuerda_ porque cuando fueron a mandarle el cuerpecito a la mamá que vivía en Colombia, en la funeraria lo confundieron con el de un dominicano que también estaban velando ese día". A raíz del incidente Orlando Tobón hizo amistad con algunos miembros de la Policía, quienes le comentaron sobre la cantidad de colombianos que morían traficando droga y que eran botados en una fosa común ante la dificultad para identificarlos. Las 'mulas' viajan con documentos falsos y sin conocer a persona alguna en su destino, de modo que en caso de morir nadie acude a reconocerlos. Pero cuando hay conocimiento el temor a ser relacionados con el narcotráfico hace que muchos familiares no se acerquen a reclamarlos. Tan pronto Tobón se enteró de esta situación pidió que lo llevaran al anfiteatro donde, efectivamente, encontró tres cuerpos de sus compatriotas a punto de ser botados sin una ceremonia digna que, en su opinión, todo ser humano merece. Todo por la plata "El mafioso se acerca por lo general a gente buena, gente sana, porque son los menos sospechosos", dice Orlando. Por aproximadamente 5.000 dólares una persona es contratada como mula por los mafiosos. Una vez aceptan el riesgo, el proceso para lograr pasar la droga es bastante minucioso. La mula debe hacer un ayuno de un par de días. Antes del viaje debe beber aceite de cocina para lubricar el paso de la droga, que puede llegar hasta 70 condones o guantes quirúrgicos en los cuales depositan por lo general un kilo de cocaína o heroína. Después de bajar del avión, miembros de la banda de narcotraficantes lo reciben para trasladarlo a un hotel donde, después de una buena dosis de laxantes, la mula expulsa de su organismo la carga de droga. Orlando calcula que un 5 por ciento de las mulas no sobrevive a esta experiencia. En la mayoría de los casos el ácido estomacal destruye el látex del cual están hechos los adminículos, causando la muerte de la persona después de una larga y dolorosa agonía. En su mayoría son hallados sin vida 'solos' en los hoteles o en los aeropuertos. Al principio las autoridades sospecharon de don Orlando porque reclamaba todos los cuerpos de las mulas. Ahora, una vez realiza las diligencias pertinentes, la Policía se comunica con él para que disponga de los cuerpos. Hasta ahora uno de los casos que más le ha impactado es el de una mujer de 82 años que se ganaba la vida vendiendo frutas en un mercado de Bogotá. Toda su preocupación estaba centrada en el sostenimiento de su hijo, un retrasado mental de 45 años. Ella aceptó la oferta de unos traficantes de llevar cocaína a Nueva York con la esperanza de que el trabajo le diera el dinero necesario para asegurar el futuro de su hijo. Una vez tuvo los documentos en regla, viajó a la 'Gran Manzana' con un buen cargamento de cocaína en su estómago. Sin embargo, antes de aterrizar una de las bolsas se reventó en su organismo y la mujer comenzó a quejarse de dolores de estómago. "Cuando llegó al aeropuerto Kennedy la montaron en un taxi, la llevaron al hospital más cercano, abrieron la puerta del auto y la dejaron con maleta y todo en el pavimento frente al hospital. Murió ahí mismo, ni siquiera alcanzó a entrar", relata Orlando. El hospital notificó a las autoridades, las que más tarde se comunicaron con él. Honras fúnebresComo en este caso, Tobón comienza su trabajo tratando de identificar el cuerpo para ubicar a la familia, ya sea en Estados Unidos o en Colombia. Simultáneamente inicia una campaña radial con emisoras colombianas, como RCN o Colombia al Día, con el fin de recolectar fondos para el velorio y el entierro. Finalmente organiza el velorio, que por lo general es atendido por unas hermanas carismáticas. El ataúd lo consigue a precio de costo gracias a un viejito judío de Queens que conoce su causa. El velorio le cuesta cerca de 2.500 dólares. Si es necesario enviar el cuerpo a Colombia tiene que sumar 700 dólares más. A pesar de las donaciones que recibe Orlando aún debe los últimos 15 funerales. Lo asombroso es que sus obras de caridad no terminas ahí. También se dedica a realizar recolectas de dinero para operaciones y colabora en la búsqueda de órganos para trasplantes. Además visita y en ocasiones ayuda para que liberen presos colombianos muy ancianos o con problemas de salud que están en cárceles de Nueva York. Mirando hacia el futuro, Tobón aspira a poder ampliar su red de caridad e igualmente cumplir una promesa que su madre hizo poco antes de morir: brindar una ayuda a los presos de las cárceles en su nativa Antioquia. Orlando no tiene hijos que hereden la tradición de caridad ni esa sensibilidad que le produce lágrimas al referirse a todos esos difuntos que ha ayudado sin haberlos conocido en vida. Lo cierto es que tiene en el corazón a toda la comunidad colombiana en Nueva York, la cuarta ciudad con mayor población de inmigrantes del país, y la que le ha transmitido con su ejemplo los valores que en su opinión constituyen un buen colombiano.