Testimonio
En condiciones extremas: así realizan su trabajo los corresponsales de guerra en Ucrania
Mientras muchos quieren huir de Ucrania, los corresponsales de guerra están allá, en condiciones extremas, para reportarle al mundo lo que pasa. Así viven el día a día.
En las imágenes que se proyectan en la pantalla se observa una larga fila de carros interminable y lenta con personas que huyen de Kiev. Lo hacen antes de que lleguen las tropas rusas que, a su paso hacia la capital ucraniana, han dejado una estela de destrucción y muerte.
La toma la hace con su cámara la periodista colombo-española Salud Hernández, quien va en un bus en el carril contrario, libre, hacia esa ciudad de donde todos quieren salir. Esa imagen lo dice todo acerca del carácter del reportero de guerra. La mayoría de ellos está allá por su propia cuenta, por motivación personal, porque quieren ver con sus ojos este conflicto y transmitirlo así a su audiencia. Sin ellos el mundo estaría desprovisto de la posibilidad de conocer historias diferentes a las oficiales.
“Tienes que venir aquí para saber que Putin no va a ganar la guerra. De lejos puedes pensar otra cosa, pero al estar en los sitios y hablar con la gente, te enteras. Un periodista como yo es reportero, no quiere ser jefe de redacción, ni director de nada, quieres estar en la calle, que es donde te enteras de la realidad”, señala Hernández, quien ha cubierto otros conflictos como el de Afganistán y la guerra entre Israel y Líbano. La edad no es obstáculo. “Creo que hay que estar ahí porque este es un conflicto diferente”, dice Chiche Gelblung, de 78 años, un veterano corresponsal argentino que en sus 50 años de carrera ha estado en las guerras de Vietnam y de Biafra.
“Toda mi vida he tratado de estar donde hay que estar”, dijo el periodista a Radio Rivadavia antes de salir a Ucrania. Tampoco es relevante si en pasados cubrimientos han salido heridos o secuestrados, como le sucedió a Clive Myrie, reportero de la BBC, de 57 años, que resultó herido por las fuerzas de Sadam Husein en Irak, por los talibanes en Afganistán y ha tenido que escribirle a su esposa e hijos varias cartas de despedida. “Todos entienden que cubrir esto es parte de quien soy. Aun así, mis amigos me preguntan a toda hora si me encuentro bien”, dijo el reportero al diario The Sunday Times desde Ucrania.
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Para Myrie, la pregunta sobre el miedo es frecuente y, según él, “miedo es la palabra equivocada. Tenemos cierta seguridad y un grupo con experiencia, aunque es cierto que estás más en sintonía con cualquier posible peligro”, admite. Para Salud Hernández, los periodistas de guerra no son valientes porque no tienen miedo. “Para ser valiente hay que sentir miedo o al menos vencerlo”, explica. Como lo hizo Harris Whitbeck, un periodista y corresponsal de guerra con más de 30 años de experiencia que vivió de primera mano el conflicto bélico en Afganistán.
Cuando llegó a cubrir la guerra, tenía miedo, pero este fue desapareciendo a medida que obtenía más información. Hasta dónde llegan para lograr una historia depende, en gran parte, de factores como el estado civil, si tienen o no hijos y de la personalidad. “Hay que ser prudente y no pasarte de la raya. Eso no quita que a cualquiera le puede pasar algo, pero hay que saber dónde ponerse. Es intuición”, dice Gelblung. Ese límite para Hernández es el otro. Ella solo llega hasta donde su trabajo podría perjudicar a alguien más. Por eso en Colombia prefiere irse en su carro a las zonas de conflicto y así poder llegar “a donde me dé la gana”.
Isabelle Khurshudyan, de 30 años, es la corresponsal de Moscú para The Washington Post y se trasladó a Kharkiv, que ha sido bastante afectada y el gobierno local emitió un mensaje que decía: “Si sales hoy, la Policía podría confundirte con un saboteador ruso y dispararte”. Ella decidió hacer sus reportajes “sin aventurarse demasiado y pasar la mayor parte del día dentro del búnker”, dice.
Gelblung señala que ni siquiera en los momentos más difíciles de su trabajo sintió miedo. Fue en Vietnam, un 24 de abril, cuando cayó Saigón. Él se encontraba allí y no pudo resguardarse en ningún lado porque llovían balas. Recuerda que ya en Tailandia, sano y salvo, lloró 24 horas seguidas. “No había tenido tiempo de procesar. Te entra la adrenalina en el cuerpo y seguís, pero hay un momento en el que rompés en lágrimas. No podía parar”, dijo a la prensa argentina.
Lo que más preocupa a los reporteros de guerra es hacer bien su trabajo y en ese aspecto lo relevante es la logística: dónde comer, dónde dormir, cómo transportarse para llegar al sitio indicado y conocer la noticia de primera mano. “Después de la invasión, todo cambia rápidamente. Tienes un plan para ir a un lugar, luego ya no es accesible debido a la presencia de las fuerzas rusas o los bombardeos o lo peligrosas que son las carreteras”, dice Khurshudyan.
Myrie, por su parte, ha estado reportando en Kiev, desde una azotea o desde un resguardo subterráneo.La ciudad de entrada de Salud Hernández fue Lviv, donde se alojó en casa de una señora, pero de allí tuvo que salir a otro lugar, a 20 kilómetros de allí. Luego vino el problema de conseguir transporte hasta la capital, Kiev. “El chico que nos acompaña, que es un voluntario, le dijo a otro que yo quería ir allí y este dijo que ya salía un convoy. Me dio tiempo de ir al baño y nada más”, cuenta. Ya en el bus, cuando les preguntó dónde iban a dormir, nadie respondió. El baño, ni hablar.
Según la reportera, el del miércoles, que era para 40 personas, resultó un lujo al lado del que tuvo el jueves. Pero, dice, “de todo eso tienes que olvidarte: de cómo duermes, de cómo te bañas, eso tiene que ser secundario. Hay que buscar internet para transmitir. Debes ver cómo llegas. Lograr que te entiendan. Si conoces el idioma local, hace toda la diferencia. Con algunos nos comunicamos gracias al traductor de Google, pero no es lo mismo si yo supiera ucraniano o ruso. La suerte es que muchos hablan inglés y eso me ha salvado”.
Ella va solo con una mochila al hombro y su cámara. Solamente carga efectivo para no depender de los cajeros automáticos y nunca usa casco ni chaleco antibalas. Además de que pesan, le da “cosa” entrevistar a la gente en la calle con chaleco y casco, mientras ellos no llevan ninguna protección. Con ella coincide Salwan Georges, fotógrafo de The Washington Post, quien dice que en todas las guerras las víctimas son los civiles, no los políticos.
Lo dice por experiencia, como refugiado de la Guerra de Irak de los años noventa. “Eso me sirve para conectarme con la gente y sentir cómo están reaccionando. No le deseo esto a nadie”. Como fotógrafo busca mostrar el impacto en los humanos. En el par de días que estuvo en Kharkiv antes de que comenzara la guerra le dejó sin palabras ver cómo pasó de ser una ciudad vibrante a una fantasma, donde nadie está afuera después de las ocho de la noche.
Fue a las estaciones de metro y las encontró repletas, con cientos de personas, muchas de ellas mujeres y niños, porque los hombres se habían ofrecido como voluntarios en el conflicto. “Estar allí fue surrealista. No sabes dónde fotografiar. Tenía que ser respetuoso con la gente, dejar mi cámara, observarlos y hacer una conexión primero. Eso fue lo que hice, pero fue muy triste porque me recordó a mi huida de Irak”, contó a The Washington Post.
El del reportero de guerra es un trabajo complicado del cual ellos no se pueden quejar. “Vives en unas condiciones malas por unos días, y luego te vas, pero la gente de aquí se queda”, dice Hernández. La mayoría de ellos quiere estar allá hasta cuando sea necesario. Saben que las guerras pasan a ser irrelevantes y cuando se vuelven paisaje ya no hay ayuda porque a nadie le importa el sufrimiento de estas víctimas. Como dice Salud Hernández, “hasta que estemos los medios habrá interés. Después pasarán al olvido como tantas otras guerras”.
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