Realeza
En fotos | La fastuosa boda de la reina Isabel y el príncipe Felipe en 1947
La entonces heredera al trono y su apuesto enamorado protagonizaron un casamiento de cuento de hadas, llamado con razón por Winston Churchill “un destello de color” en el gris Reino Unido de la posguerra.
El romance
Isabel y el príncipe Felipe de Grecia y Dinamarca eran parientes y se habían cruzado en un par de ocasiones, pero solo hasta el 22 de julio de 1939 se conocieron formalmente, en el Royal Naval College de Dartmouth (en la foto de arriba), donde él era cadete. Ese día, Felipe, de 18 años, no le paró muchas bolas a Isabel, de 13, quien no le quitó los ojos de encima.
Desde ese día empezaron a escribirse y para 1944 la relación se había transformado en romance.
El compromiso
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Luego de su participación en la Segunda Guerra Mundial, Felipe le propuso matrimonio a la princesa en el verano de 1946 en el castillo de Balmoral. Ella le dio el sí sin consultarle a su padre, quien accedió al verla tan resuelta a renunciar al trono si no la dejaba casarse con su amado.
El 9 de julio de 1947 se dio el anuncio oficial del matrimonio y hubo una fiesta en los jardines del palacio de Buckingham.
La princesa Alice, madre de Felipe, sacó una corona que tenía guardada en un banco y con algunos de sus diamantes Felipe le encargó el anillo de compromiso a la casa Philip Antrobus, Ltd., de Londres.
La víspera
En la antesala del casamiento, el 18 de noviembre de 1947 los reyes dieron un baile, calificado de “sensacional” por un testigo.
Como de costumbre, el rey Jorge lideró la conga y el novio se encargó de repartir los regalos de la novia para las invitadas: polveras de plata estilo art déco, con las iniciales de ella y Felipe en oro más cinco cabuchones de zafiro.
Jorge nombró a Felipe duque de Edimburgo, conde de Merioneth y barón de Greenwich, con tratamiento de alteza real.
Isabel rumbo a la abadía de Westminster
Ese 20 de noviembre, Felipe dejó de fumar, hábito que angustiaba a Isabel dados los quebrantos de salud de su padre por ello.
Su prima Patricia Brabourne contó que él se preguntaba ese día si estaba siendo “muy valiente o muy tonto”, al casarse, no porque dudara de su amor por Isabel, sino porque su vida cambiaría completamente.
En las calles de Londres, a pesar de las bajísimas temperaturas, multitudes se congregaron (algunos reservaron puesto con días de anterioridad), para ver el paso de la carroza irlandesa en que la princesa y su padre se trasladaron a la abadía de Westminster.
La entrada de la novia
A las 11:30 de la mañana, Isabel desfiló del brazo del rey por el templo, al son de la Marcha nupcial de Parry. Iba envuelta en un lujoso vestido de Norman Hartnell, sufragado con cupones de racionamiento impuestos por el Gobierno por la miseria de la posguerra. Le llevaban la cola del traje los príncipes Michael de Kent y William de Gloucester, sus primos.
Felipe, lugarteniente de la Royal Navy, la esperaba ataviado con su uniforme, adornado con la Orden de la Jarretera, la cofradía de caballería más antigua del mundo, que también le había concedido su majestad. “Era el príncipe vikingo soñado por muchas chicas de la época”, dijo su prima Lady Pamela Hicks.
La ceremonia
Las nupcias fueron oficiadas por Cyril Garbett, arzobispo de York, y presenciadas por 200 invitados.
El código de vestuario exigía morning dress (sacoleva, pantalón a rayas, chaleco y chistera) o uniforme para los caballeros, en tanto que las damas debían ir con trajes y guantes largos, joyas espléndidas, tiaras o sombreros adornados con plumas.
Entre los grandes ausentes se contó el exmonarca Edward VIII, duque de Windsor, tío de la novia y quien abdicó en 1936 por amor a su polémica esposa, Wallis Simpson.
Otros que no recibieron invitación fueron las tres hermanas de Felipe y sus maridos nazis, por obvias razones.
Invitados ilustres
La ceremonia fue presenciada por cinco reyes, cinco reinas y ocho príncipes y princesas, entre ellos los titulares de los tronos de Rumania, Grecia, Dinamarca, Noruega, Grecia y Holanda, todos emparentados con los novios.
El traje de bodas
Norman Hartnell diseñó y confeccionó el modelo con seda duquesa marfil de la casa Wintherthur, decorada con 10.000 perlas.
Los bordados florales de la cola de tul, de 4 metros, se inspiraban en La primavera, de Botticelli, y recreaban jazmines, zarzaparrillas, botones de rosa y celindas, que simbolizaban el renacimiento del reino luego de una época devastadora.
En su creación, que tomó siete semanas, participaron 350 costureras.
La corona nupcial
Sobre sus sienes, la princesa Isabel llevó la tiara “fringe”. Originalmente fue un collar de platino y diamantes de la reina Victoria, convertido en una corona que fue parte de los regalos a la reina Mary, abuela de Isabel, con motivo de su boda con el rey Jorge V en 1893.
…Y fueron muy felices
Los recién casados dejaron la abadía mientras sonaba la Marcha nupcial de Mendelssohn, seguidos por las damas de honor y sus parientes de la realeza.
La carroza de cristal, escoltada por la engalanada Household Cavalry, los condujo al palacio de Buckingham.
“Fue la manifestación pública más elaborada y expresiva desde la guerra y el público respondió con aclamaciones y estallidos de aplausos”, escribió Sally Bedell Smith en su biografía de la reina.
Más de 100.000 personas rompieron las barreras de la policía para atravesar las puertas de palacio y gritar al unísono: “We want Elizabeth! We want Philip!” (¡Queremos a Isabel! !Queremos a Felipe!”).
Acto seguido se sirvió un desayuno en los salones de Estado del palacio para 146 invitados.
El menú consistió en Filet de Sole Mountbatten, Perdreau en Casserole y Bombe Glacée Princess Elizabeth, servidos en vajilla de plata dorada por lacayos vestidos de librea roja.
A la princesa le regalaron doce tortas de bodas, trozos de las cuales fueron repartidos en los hospitales de los cuales ella era madrina en todo el Reino Unido. El ponqué oficial fue elaborado por McVitie & Price y los novios lo cortaron con la espada de Felipe.
En el brindis con champaña, el rey Jorge VI, famoso por su tartamudez, se ahorró el discurso y solo dijo: “¡Por la novia!”.
La luna de miel
Los novios se cambiaron de vestido y dejaron Buckingham bajo una lluvia de pétalos de rosa. Una carroza tirada por cuatro caballos los condujo a la estación Waterloo, donde tomaron el tren hacia Broadlands, la propiedad campestre de los Mountbatten en Hampshire, donde pasaron una semana. Luego se trasladaron a Birkhall, una mansión en los terrenos del castillo de Balmoral, en Escocia, donde la nieve incesante los obligó a estar en completa reclusión por más de dos semanas.