REALEZA
Felipe de Edimburgo: el irreverente e infiel esposo de la reina Isabel que no pudo heredarle el apellido a sus hijos
El príncipe consorte será recordado como uno de los miembros más pintorescos en la historia de la monarquía. Con 25 años, Isabel se convirtió en reina y su esposo quedó relegado a un segundo plano. Por años tuvo que caminar detrás de su mujer durante los actos públicos, según dictaba el protocolo.
La partida del príncipe Felipe Felipe de Edimburgo deja a la casa real británica sin uno de sus más entrañables personajes. El esposo de la reina Isabel II siempre tuvo un papel muy discreto en la monarquía, pero su vida llena de desenfrenos, imprudencias y bondades lo convirtió en un icono para los británicos que hoy lo despiden. Muchos se sorprenden hoy al saber la historia de su vida y de ese eterno amor con su esposa, la reina Isabel II, una de las monarcas más importantes en la historia. La pareja sobrevivió dos guerras mundiales y todo tipo de controversias públicas y privadas. Y se dice que en la vida de ella solo había un miedo: perder a su compañero de batallas.
Mientras la reina Isabel se caracteriza por su seriedad, por su disciplina, por guardar siempre la compostura y seguir al pie de la letra el protocolo, su esposo, el príncipe Felipe, era reconocido por todo lo contrario. Fue el consorte que más tiempo duró en su ‘cargo’ en la historia de esa monarquía británica, desde cuando su esposa ascendió al trono, en febrero de 1952.
A pesar de las dificultades económicas y familiares con las que el duque creció (su mamá pasó casi toda su vida en una clínica de reposo y su papá lo abandonó cuando tenía 9 años), logró convertirse en un héroe de guerra y, eventualmente, en el consorte que más tiempo estuvo casado con una monarca británica.
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Único hijo varón del matrimonio entre el príncipe Andrés y la aristócrata Alicia de Battenberg, Felipe nació el 10 de junio de 1921 en el comedor de su casa, ubicada en la isla de Corfú, en Grecia. Aunque recibió el título de príncipe de ese país, en realidad no tenía ni una sola gota de sangre helena, pues su familia paterna era danesa y la materna, alemana.
Los primeros 18 meses de vida del futuro duque de Edimburgo transcurrieron en relativa calma en Corfú, hasta que sus papás resolvieron exiliarse en París ante las constantes amenazas contra la Corona griega. El pequeño disfrutó del calor del hogar solo por un tiempo, pues su mamá, quien padecía de sordera, pronto enfermó y fue internada en un asilo, donde le diagnosticaron esquizofrenia. Andrés no quiso hacerse cargo del niño y le pidió a la familia de su esposa que lo adoptara.
Felipe, entonces, creció prácticamente huérfano y le tocó aprender a defenderse solo. Sin ninguna clase de herencia, le tocó vivir de la caridad y usar el transporte público, como a cualquier plebeyo. No tuvo contacto con sus papás por varios años, y cuando por fin parecía haber encontrado un padre sustituto en uno de sus tíos, este falleció de cáncer. Pero como si nada de eso fuera suficiente, Cecile, su hermana favorita, también murió en un accidente aéreo en 1937.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, el príncipe se enfrentó a un dilema -mientras estudiaba en la Real Academia Naval de Dartmouth-, al enterarse de que los esposos de sus hermanas eran fieles al Führer. Al final, decidió participar en la guerra del lado de los ingleses, y obtuvo el grado de teniente. Un excompañero de esa época lo recuerda como un muchacho carismático y talentoso: "Tenía una tremenda confianza en sí mismo, y si uno se pone a pensar en todos los problemas que debió superar, sus logros son sorprendentes".
Pero el futuro de Felipe no estaría en la milicia. El entonces príncipe tenía 19 años cuando conoció a Isabel, quien con 13 años era princesa de la Corona británica. Se vieron por primera vez durante una visita que ella hizo con su papá, Jorge VI de Inglaterra, a la base de Dartmouth. Se dice que el flechazo fue instantáneo y que a partir de entonces empezaron a intercambiar correspondencia. No es extraño que Felipe la haya cautivado tan fácilmente, pues ya tenía fama de donjuán. Era muy buen mozo y, según escribe Philip Eade en su libro (Young prince Philipe), no había mujer que no cayera rendida a sus encantos: "Era alto, atlético y tenía la pinta de un dios vikingo".
Su tío Lord ‘Dickie‘ Mountbatten estaba empeñado en casarlo con ella, (Isabel era la tercera en la línea de sucesión al trono británico), pero su intervención no fue necesaria. Desde el comienzo, varios allegados a la princesa sospecharon que su romance iba rumbo al altar, porque nunca antes se le había visto tan feliz.
El anuncio del compromiso ocurrió en julio de 1947, a pesar de que los papás de la joven no estuvieron del todo de acuerdo, pues aunque Felipe tenía orígenes aristócratas, seguía siendo un príncipe paupérrimo. Ganaba muy poco como oficial de la Marina y a ciertos cortesanos les parecía que era maleducado. Por fortuna, poco a poco se fue ganando la confianza de la familia, gracias a su franqueza y a su buen humor.
Entonces, renunció a su título griego y obtuvo la ciudadanía británica, para poder casarse con la heredera al trono inglés. La boda del atlético joven con la entonces princesa Isabel, hace ya más de 60 años, fue el primer evento transmitido por televisión en Inglaterra y fue "un rayo de luz en el difícil camino que debemos recorrer", como lo calificó Winston Churchill en referencia a los problemas que estaba viviendo el decadente imperio británico durante los primeros años de la posguerra.
Pero la paz que la pareja gozó los primeros años de matrimonio acabó abruptamente cuando Jorge VI murió. Con 25 años, Isabel se convirtió en reina y su esposo quedó relegado a un segundo plano. Tuvo que soportar la humillación de no haberles podido dar su apellido a sus cuatro hijos y siempre tuvo que caminar detrás de su mujer durante los actos públicos, según dictaba el protocolo.
El cambio no fue fácil para Felipe, quien debió ser amo de casa mientras su esposa se ponía al frente de la nación, y desde esa época se rumora de sus romances nunca probados con varias mujeres. Su descontento se hizo evidente cuando se quejó por no ser más que "una condenada ameba", uno de los típicos comentarios salidos de tono que lo hicieron famoso.
En 1986, por ejemplo, advirtió a unos estudiantes británicos en China que de continuar en ese país, terminarían con los ojos rasgados y luego, en 1998, se alegró de unos compatriotas que habían regresado de Papua Nueva Guinea porque habían conseguido "no ser comidos". Del mismo modo, se ha visto obligado a disculparse por sus salidas de tono con los indios, con los escoceses, los canadienses, los sordos y los desempleados. Para los británicos, Felipe era la prueba de que los miembros de la casa real también eran humanos, que también podían embarrarla.
Pero a pesar de que se mantuvo en la sombra de la reina Isabel II durante más de seis décadas, Felipe no solo probó ser un apoyo incondicional para la soberana, sino que además le dio un nuevo aire a la Corona con sus chistes políticamente incorrectos. Como dijo a esta revista hace varios años el experto en realeza Tim Heald, “al haber tenido una juventud tan problemática, está más acostumbrado a la vida ‘normal‘ que la mayoría de los miembros de la monarquía”.
A los ojos de muchos, más que un matrimonio parecían hermanos. Felipe era consciente de que su principal labor era el apoyar a su esposa, que no temía incluso ser políticamente incorrecto para referirse a su propia situación como un personaje que ocupaba un papel secundario en la realeza británica. De eso da fe una anécdota según la cual alguna vez, mientras escuchaba el himno de su país, se sorprendió con la estrofa “Dios salve a la Reina” y bromeó con ironía: “¿Y a mí qué?
*Este perfil fue publicado por SEMANA en el año 2017.