Entrevista
Florence Thomas revela en SEMANA cómo llegó a Colombia persiguiendo el amor, cómo se hizo feminista y por qué está decepcionada de Petro
La escritora y docente francesa recoge en su libro ‘Fragmentos de vida’, 60 años en Colombia. Y revela, entre otras cosas, por qué no se entiende con las feministas más jóvenes y por qué cree que ser hombre es más difícil que nunca.
SEMANA: ¿En qué momento decidió emprender la tarea de escribir sus propias memorias?
Florence Thomas: Este libro es hijo de la pandemia, que me golpeó mucho porque soy de esa generación de mujeres que lucharon por estar en la calle, ir a los bares, salir sin permiso del marido. Fue como un arresto domiciliario. Y, como no tengo perro, tampoco tenía la excusa de salir para pasear al perrito. Me tocaba ver a las amigas por Meet, por Zoom, cosas que aún detesto porque como docente valoré siempre tener contacto con la gente, es un juego de seducción en el que importa la reacción del otro. Y no quería un libro académico para hablar de feminismo. Cumplí 80 años y pensé que era momento de narrar mi vida.
SEMANA: Usted nació en Normandía, en Francia, poco antes del final de la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo fue crecer en la posguerra?
F.T.: Fue duro. Vivir inviernos en los que era difícil calentar la casa. De pequeña, veía cómo Francia trataba de reconstruirse. Pero fue una infancia feliz, pues mis padres supieron compensar las carencias materiales con amor. Crecí con dos hermanos mayores y fui una niña muy esperada por mis padres; consentida, con pocos juguetes, pero mucho amor.
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SEMANA: Su madre, cuenta en el libro, fue una ama de casa que, sin embargo, leía El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. ¿Qué tanto la influenció?
F.T.: Tuve una relación un poco difícil con ella. Por eso terminé marchándome muy joven de casa para resolver ese conflicto. Fue una mujer excepcional, le gustaba debatir, leer mucho y hubiera querido ser médica. Pero tenía 20 cuando se declaró la Segunda Guerra y tenía ya un hijo. No tuvo muchas opciones. Por eso me encargó la tarea de lograr todos los sueños que ella no pudo, ser profesional, hacer mi propio camino. Ella esperaba demasiado de mí y yo no pude con eso. Por eso me fui. Pero, con los años, cuando me vine para Colombia y le contaba a través de cartas mis realizaciones personales, fue muy feliz.
SEMANA: ¿Cómo reaccionaron en su casa cuando les dijo que se iba a vivir a un país remoto llamado Colombia?
F.T.: Sabían que me había enamorado de un colombiano en la universidad, que había presentado ya en mi casa. Pero para ellos fue preocupante por ser un país demasiado lejano. Recuerdo que mi mamá salió a una librería y compró el único libro que hablaba de Colombia, en el que decía que no había estaciones. Pero la mía fue una familia liberal y no me pusieron obstáculos.
SEMANA: Usted llegó a Colombia persiguiendo el amor de Manuel, un colombiano. ¿Cómo la conquistó?
F.T.: Él venía de una familia muy modesta, papá sastre y mamá secretaria. Había estudiado en el Seminario Mayor de Bogotá para ser cura y conoció a Camilo Torres. Manuel ya era un hombre brillante en ese momento, estudió filosofía y se ganó una beca para irse a Francia a estudiar en los 60, en plena revolución cultural, previo a Mayo del 68. Fue allí cuando nos conocimos, en el 65, compartíamos materias. Él, en la maestría de psicología industrial, y yo, en la de psicología social. Me hablaba de Colombia mientras tomábamos café y a otras compañeras les resultaba muy curioso. Le preguntaban si no le molestaba vestirse normal, porque imaginaban que en Colombia la gente vestía con taparrabos y no había semáforos. Él les hacía bromas y les contaba que acá la gente andaba a lomo de burro en las ciudades.
SEMANA: Entonces, se vino a Colombia a comprobar si todo eso era cierto...
F.T.: Me vine enamorada, porque los dos habíamos descubierto París juntos, yo era una mujer de provincia. Vivimos las marchas de Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Michel Foucault, que intentaban cambiarnos la vida. Los 60 en París fueron maravillosos, con grandes filósofos y escritores.
SEMANA: En el libro usted habla de un extraño enamoramiento por Colombia...
F.T.: Sí, porque Colombia es difícil. Acá viví los 50 años del conflicto, pero este país te regala atardeceres color naranja, gente amable, pueblos hermosos, como Villa de Leyva. Llegué a una Bogotá de 2 millones de habitantes, aún con tranvía. Íbamos a la costa en un Renault 4 destartalado o en el tren, en el Expreso del Sol, un viaje de 26 horas. Acá llegué, sin saber nada de español, sin poder conseguir mostaza Dijon, que llegó mucho después, con la apertura económica de Gaviria. En ese tiempo no se conseguían alcachofas o espárragos, verduras muy populares en Francia, y a muchos les enseñé luego cómo prepararlas. Pero me adapté rápido, porque a los 20 días empecé a trabajar en la Nacional, que recién había abierto psicología social. Y pues uno, enamorada, hace lo que sea, hasta tomar el café abominable que vendían en la universidad.
SEMANA: Cómo fue el choque cultural de llegar a Colombia.
F.T.: En medio de todo, divertido. La primera vez que fui a la casa de mis suegros me sirvieron chocolate. Y pensé: qué rico, con este frío. De repente, le pusieron queso dentro y quedé espantada. Por esos días me tocó un temblor muy duro, en una madrugada, y es un temor que aún conservo. Además, mientras íbamos en una buseta destartalada rumbo a la casa de mis suegros, que vivían en el sur, a través de una Caracas que no estaba toda pavimentada, nos topamos con un caballo muerto con las tripas afuera. Y nos tocó a los pasajeros bajarnos para mover el caballo y seguir. En la casa de mis suegros la historia también fue divertida, porque las tías de él me tocaban dizque para comprobar si yo era francesa. ¡Esa fue la Bogotá que me recibió!
SEMANA: Sé que no le gusta, pero usted fue pionera en hablar en voz alta en Colombia de muchos temas que otros solo mencionaban en privado.
F.T.: Es que no creo que haya sido una pionera. Como tenía un acento raro, la gente me paraba bolas y contagié a las mujeres cuando hablaba de derechos sexuales y reproductivos, de homosexualidad. Y de aborto, en los 80, cuando esa palabra no estaba bien vista, y nos tocó empezarla a llamar interrupción voluntaria del embarazo. Recuerdo que en Tunja, cuando mencionaba el tema, la mitad del auditorio salía de mis conferencias. Pero, hasta ahora, nunca he recibido una amenaza.
SEMANA: ¿Cómo describe el temperamento de esa Colombia que la recibió?
F.T.: Cuando Manuel me llevó a conocer a sus amigos, las mujeres se hacían en un lado y los hombres, en otro. Mientras ellas hablaban de maternidad, de la empleada que no llegó a trabajar, del primer diente del hijo, los hombres hablaban del gobierno de Lleras Restrepo. Y yo me moría por hablar de política para entender mejor este país, porque en París mujeres y hombres debatíamos juntos. Trabajar en la Nacional ayudó, porque llegué en una época convulsa, en la que de repente un estudiante no llegaba a clases porque había decidido irse al monte, a la lucha armada.
SEMANA: ¿Cómo fue vivir ese Mayo del 68 francés en Colombia?
F.T.: Yo les decía a mis estudiantes que no lo viví, pero lo preparé. Francia ha sido siempre un país de debates, pero sin la polarización tan triste que se vive aquí, que a veces te deja sin amigos o familia.
SEMANA: En el libro cuenta que fue en Colombia donde por primera vez escuchó la palabra mamerto...
F.T.: Fue una de las primeras palabras que aprendí, mucho antes que escoba o cualquier otra palabra en español. Y luego entendí que sí, que yo era mamerta, no podía defender mis causas feministas siendo de derecha, ¿no? Y, bueno, voté por Petro.
SEMANA: ¿Y cómo cree que Petro está haciendo la tarea?
F.T.: Siento gran decepción. Creo que Petro es muy inteligente, pero debió quedarse en el Congreso, donde lo hacía muy bien. Conoce bien el país, pero la verdad es que no tiene cabeza para gobernar. Gobernar es muy distinto que investigar para hacer debates en el Congreso. No sé si por su ingenuidad política quiso cambiar el país y plantear reformas que eran necesarias. Pero no en la manera en que las hizo, en eso se equivocó, debió trabajar sobre lo que ya existe. Pero hay problemas para gobernar, lo vemos en varios ministerios, incluso en el de la Igualdad, donde había gran expectativa. Vemos que muchas personas valiosas están renunciando. Eso es una señal. Petro es un hombre muy inteligente que, por razones que muchos no entendemos, no logra gobernar.
SEMANA: A muchas feministas les preocupan figuras cercanas al Gobierno acusadas de acoso.
F.T.: Sí, nos preocupa. El presidente se está rodeando mal. No está bien nombrar, por ejemplo, a Hollman Morris en la gerencia de RTVC. En eso se equivoca, así como en creer que podía lograr la paz total y sentar a todo el mundo a negociar. En Colombia hay un problema y es que cuatro años son pocos, y él no podía creer que eso lo iba a lograr en solo cuatro años y a punta de X, desde donde parece que gobierna todo el tiempo.
SEMANA: Usted dice que la lucha feminista se ha transformado y que hoy ya no la escuchan las feministas jóvenes. ¿Por qué?
F.T.: El diálogo se ha vuelto difícil. A las feministas de la cuarta ola no les interesa la historia, hacen cosas valiosas, pero se olvidan de las luchas que dimos sus abuelas, las que abrimos el camino. Y se han metido en la cuestión trans. Tengo un hijo gay, así que no consiento ninguna agresión contra ellos. Pero que me digan que ese es el gran problema que enfrenta el feminismo hoy, no es verdad. Por eso me han llamado transfóbica. La lucha trans no debería estar ligada a la feminista. No acepto el ‘todes’, pues desaparece de nuevo a las mujeres, que ahora somos, según las nuevas feministas radicales, ‘úteros menstruantes’. En una columna, alguna vez le escribí a Pastrana pidiéndole que no se olvidara de nombrarnos porque nosotras pagamos impuestos. Y funcionó: en sus discursos saludaba a ‘colombianos y colombianas’. Parece un gesto pequeño, pero debimos dar una lucha grande para ser nombradas. No me quedan muchos años, pero lucharé para que la palabra mujer no desaparezca.
SEMANA: En ese sentido, muchos hombres sienten que ahora la tienen muy difícil. Que ya no saben cómo tratar a las mujeres. ¿Usted qué cree?
F.T.: Sí, no es fácil ser hombre hoy. Se han creado muchas zonas grises sobre acoso sexual. Si en una reunión de amigos alguno me pone una mano en la pierna, no lo veo como acoso. Pero las jóvenes arman escándalo, están muy prevenidas. No está mal un piropo si es respetuoso, o que un hombre te ceda el paso, pero ya eso se volvió un problema, los entiendo totalmente.