En el libro, Leonard Mlodinow habla de su admiración por Stepehen Hawking, pero también lo retrata con todas sus virtudes y defectos. Los últimos no eran tan conocidos.

PERSONAJE

Grosero, demandante, y egocéntrico: así era Stephen Hawking en la intimidad

Un libro escrito por uno de sus grandes amigos ofrece un lado poco conocido del físico británico: su suplicio del día a día, su difícil carácter y lo mal que la pasaban quienes estaban a su lado.

19 de septiembre de 2020

No hay duda de que Stephen Hawking ocupa, al menos en la cultura popular, un lugar destacado en el olimpo de los grandes científicos de todos los tiempos junto con Albert Einstein e Isaac Newton. Sus contribuciones en temas como los agujeros negros, pero sobre todo los libros de divulgación científica, lo convirtieron en una de las superestrellas de finales del siglo XX. A su aura de misterio y admiración ayudaba su salud. Debido a la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que sufría desde joven, vivía en una silla de ruedas, solo movía algunos músculos y hablaba por un intercomunicador.

A pesar de que Hollywood hizo una película (La teoría del todo) sobre sus primeros años, muy pocos conocieron a la persona detrás del mito. Leonard Mlodinow fue uno de esos afortunados. Físico y matemático, autor de varios libros y de guiones para series como Star Trek, lo comisionaron en 2005 para ayudar a Hawking a escribir Brevísima historia del tiempo. Se entendieron tan bien que el propio genio le pidió coescribir con él El gran diseño (2010), uno de sus últimos libros.

Debido a esa relación laboral se convirtió en uno de sus grandes amigos y compartieron estrechamente durante casi ocho años. Un tiempo que a Mlodinow le bastó para conocerlo a fondo. Ahora, dos años después de la muerte del físico, Mlodinow publica Stephen Hawking: A Memoir of Friendship and Physics (Stephen Hawking: unas memorias de amistad y física), un libro en el que cuenta anécdotas y detalles curiosos del tiempo que compartieron. Más que un texto de divulgación científica es el relato de una amistad que permite conocer algunos detalles de la personalidad del británico.

Allí queda claro que Hawking no era perfecto. El genio que puso a millones de personas a hablar de ciencia y el hombre generoso que llenaba de regalos a las familias de sus cuidadores escondía una persona de mal carácter, egocéntrica, que explotaba con facilidad y que solía exasperar a quienes lo rodeaban. “Vivir con él podía fácilmente volver loca a una persona –escribe–. A su lado, el caos era normal, el tiempo era imposible de administrar y los ‘gracias’ eran pocos y espaciados”.

Mlodinow conoció a Hawking en 2005 y se convirtió en uno de sus grandes amigos. Sin embargo, sus encuentros laborales eran tan estresantes que se volvió un fumador.

Él mismo, que llegó a encariñarse con el científico, relata que sus sesiones de trabajo eran tan difíciles que comenzó a fumar frecuentemente, aunque hasta antes de conocerlo se consideraba un antifumador. “No eres el único –le dijo uno de los cuidadores–. Stephen puede tener ese efecto en las personas”.

De hecho, Mlodinow asegura que cuando debatían temas álgidos, Hawking solía cerrar las discusiones con el volumen del intercomunicador al máximo, como si estuviera gritando. Así sucedió, por ejemplo, cuando el autor le dijo que no estaba de acuerdo con escribir en El gran diseño que “la filosofía está muerta”. Peor suerte corrieron dos de sus alumnos en Cambridge: uno de ellos no quiso ceder en una discusión y el genio no vio problema en intentar atropellarlo con su silla de ruedas. A otro, que le presentaba un ensayo, Hawking le demostró su descontento al poner a girar su silla de ruedas como un niño pequeño.

La anécdota más llamativa, sin embargo, tiene que ver con la reacción de Hawking cuando se enteró de que un restaurante en el que estaba cenando no tenía baños para discapacitados. Enojado, pidió que lo llevaran a un arbusto frente a la puerta de la cocina para hacer sus necesidades, y luego, con su intercomunicador en el volumen más alto, le pidió a su ayudante vaciar la botella de orina en la cocina. Su comportamiento escandalizó a muchos, pero tuvo efecto: al poco tiempo instalaron el baño especial.

Sus dos esposas sufrieron más que nadie por su comportamiento irascible. Jane, con quien estuvo casado entre 1965 y 1991, y Elaine, la cuidadora con la que se casó en 1995. Con la primera el físico tuvo cuatro hijos. Mlodinow cuenta que tuvieron varias peleas hacia el final de su matrimonio y que ella comenzó a sentirse invisibilizada luego de pasar gran parte de su vida atendiendo a su esposo, cada vez más exigente. Además, las relaciones sexuales comenzaron a asustarla porque lo veía tan frágil que solía pensar que podía hacerle daño e incluso matarlo.

El libro habla de sus dos matrimonios. Con Jane estuvo casado 26 años. Con Elaine, su cuidadora, duró 11 años, pero discutían constantemente. Ella se sentía invisibilizada.

Sobre Elaine hay muchos más detalles. En el libro, por ejemplo, queda claro que el matrimonio tenía problemas y que discutían constantemente. Una de las peleas más fuertes tuvo lugar cuando Hawking invitó a Mlodinow a cenar. A Elaine no le habían avisado, por lo que cuando los vio en la casa, montó en cólera y comenzó a gritarle que era un desconsiderado que nunca la tenía en cuenta para sus planes. Luego se disculpó con el invitado, pero le soltó una frase lapidaria: “Lo siento. Es solo que he sido su esclava durante 20 años, y ya es suficiente”. Finalmente, se divorciaron en 2006 y desde entonces han rondado rumores de que ella lo golpeaba.

Pero además de hablar de su mal carácter y de sus matrimonios, el libro cuenta detalles curiosos sobre los problemas que Hawking enfrentaba todos los días. Desde la dificultad para hacer cosas banales como rascarse alguna parte del cuerpo o quitarse el sudor de la frente hasta no poder hacer sus necesidades solo y requerir compañía casi las 24 horas del día. En los últimos años de su vida, de hecho, solo podía mover algunos músculos de una de sus mejillas, con la que enviaba señales al intercomunicador mediante un aparato en sus anteojos.

Al final, a medida que su salud se deterioraba, comenzó a aislarse del mundo. Según Mlodinow, se la pasaba encerrado, pensando en teorías científicas y armando su último libro (Breves respuestas a las grandes preguntas). Casi no hablaba y solo emitía una palabra por minuto con su intercomunicador, todas monosílabos, o instrucciones cortas para sus cuidadores. Esa soledad, que únicamente interrumpía para ver a sus hijos o a algunos colegas, lo acompañó hasta el último día de su vida. Mlodinow dice que pagó ese precio por su genialidad.