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Michael J. Fox participó en la campaña al Senado del demócrata Ben Cardin (izquierda atrás). Grabó un comercial (derecha) en donde muestra fuertes síntomas del parkinson que padece hace 15 años

Superación

Guerrero de la esperanza

Hace 15 años, a Michael J. Fox le fue diagnosticado el mal de Parkinson. Ahora lucha por convencer al Congreso de Estados Unidos para que se apruebe la investigación con células madre embrionales.

18 de noviembre de 2006

Reza el antiguo dicho que para vivir una vida completa se debe tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol. Michael J. Fox, a sus 45 años, ya ha hecho eso y mucho más. Lleva casi dos décadas casado con su esposa, la actriz Tracy Pollan, y tienen cuatro hijos juntos. En 2002 publicó la autobiografía Lucky Man (Hombre con suerte). Ese libro, que se convirtió en un best seller, cuenta cómo en su infancia, sin saber bien lo que hacía, enterró una nuez en una matera en su casa, y germinó. También llegó a ser uno de los actores más cotizados y famosos de Hollywood, al brindar al público personajes tan memorables como el hijo republicano de padres hippies, Alex P. Keaton, en la serie Lazos familiares; Marty McFly, un joven que viaja en el tiempo en un carro deportivo DeLorean en la trilogía Regreso al futuro, y él irónico ayudante del alcalde de Nueva York, Mike Flaherty, en la comedia Spin City.

Durante los últimos años ha dejado de lado la actuación, para dedicarse de lleno a su organización, la Fundación Michael J. Fox para la investigación del mal de Parkinson. En parte porque cree que promover la búsqueda para la cura de esta enfermedad es el gran designio de su vida, pero sobre todo porque su cuerpo y su mente están divorciados desde hace 15 años, cuando fue diagnosticado con este mal incurable y degenerativo. Después de la muerte de su colega y amigo Christopher Reeve, quien tuvo una lesión en la médula espinal que lo paralizó completamente, Fox se convirtió en el gran abanderado de la lucha por el cambio en la legislación de Estados Unidos que permita el uso de células madre embrionarias para el estudio de nuevos tratamientos médicos.

Hace tres semanas, el público estadounidense quedó consternado al ver el avance de su enfermedad, cuando apareció en comerciales para apoyar a los candidatos demócratas al Senado por los estados de Maryland, Ben Cardin, y Missouri, Claire McCaskill, quienes ganaron ambos escaños el 7 de noviembre y tienen como punto importante dentro de su agenda legislativa apoyar este tipo de investigaciones. Muchos republicanos criticaron su participación en la campaña y ante todo condenaron que explotara sus síntomas con fines políticos. El periodista radial Rush Limbaugh llegó a declarar en su programa que “no había tomado sus medicinas o estaba actuando”. Mientras decía esto al aire, temblaba y se movía imitando al actor, como muestra un video presentado por la cadena NBC sólo días después.

Una mañana de 1991, después de una noche de tragos, Fox se despertó con un fuerte e incontrolable temblor en su meñique izquierdo. En la cúspide del éxito y con todas las comodidades de la fama y la fortuna, su salud era algo que él a los 30 años daba por hecho. Pero aquel síntoma, que pronto se tomaría todo su brazo y su hombro, era la señal de que su vida cambiaría inevitablemente. Además, esta enfermedad, que suele afligir casi siempre a personas mayores de 50 años, en su caso se presentó a muy temprana edad. Lo que su médico le advirtió entonces era que probablemente podría seguir trabajando de forma habitual durante otros 10 años, pero que luego la efectividad de la Levodopa, medicina para tratar los síntomas de esta enfermedad, se vería mermada y sus síntomas se volverían cada vez menos controlables.

En un principio Fox decidió mantener su dolencia en secreto. “Esconder los síntomas es clave para pacientes con todo tipo de enfermedades, pero sobre todo los que sufrimos de parkinson, debes ocultarlos. No dejar que nadie vea, no dejar que nadie piense que estás borracho, no dejar que piensen que eres incapaz, que eres tembloroso, que eres imperfecto, que estás devaluado”, como contó en una reciente entrevista a la cadena ABC. No quería que sus colegas y el público sintieran lástima por él o que lo vieran con otros ojos.

Durante siete años, aunque los síntomas se volvían cada vez más notorios, siguió una vida normal como actor, productor y padre de familia. Pero durante la segunda temporada de su serie Spin City, los tabloides comenzaron a especular y su fuerte horario de trabajo estaba haciendo mella en su de por sí frágil estado de salud. En 1998 ya se había practicado una talatomía, cirugía cerebral, para aminorar los temblores en sus extremidades izquierdas. Pero pronto los temblores fueron tomando también el lado derecho de su cuerpo, por lo que e su caso la efectividad del procedimiento quedó en entredicho. Fue entonces cuando decidió hacer pública su enfermedad, con una gran exclusiva a la revista People.

En la historia publicada se consultó a su neurólogo tratante, Allan Ropper. Él fue quien dio luces acerca de la gravedad del estado del actor y que no se debía descartar el peor escenario posible. “Esta es una enfermedad neurológica muy seria. En casos extremos los pacientes deben vivir postrados en una cama y requieren de una atención permanente”, explicó Ropper a People.

Y en efecto, en 2000, después de cuatro temporadas, Michael decidió que era hora de retirarse de la serie y de replantear su carrera como actor. Aunque desde entonces ha aparecido como invitado en otros programas como Boston Legal y Scrubs, está completamente dedicado a la fundación, al activismo político y ante sus hijos Sam, de 17 años; las gemelas Aquinnah y Schuyler, de 11, y la pequeña Esmé, de 5 años. Ellos han crecido viviendo el día a día de la enfermedad de su padre.

Dos años más tarde, el hombre con cara de niño, que ha hecho reír y llorar a millones de personas en el mundo, ganador de cuatro premios Emmy y un Globo de Oro, recibió la estrella número 2.209 en el Paseo de la Fama de Hollywood.
Lo que más ha afectado a Fox es la rigidez en los músculos de toda la cara, síntoma que aparece cuando sus medicamentos pierden el efecto. Se forma una mueca que no permite ver sus expresiones y también se le dificulta el habla, al punto que los demás no pueden entender lo que dice. “Estos impedimentos para expresarme no son los síntomas más debilitantes o dolorosos, pero me enfurecen aun más que el peor temblor en todo el cuerpo”, escribió en su libro. Aun así, Fox mantiene la esperanza de que al continuar una fuerte campaña a favor de la investigación, se logrará encontrar una cura antes de que sea demasiado tarde para él y los demás millones de enfermos. Pero ante todo, ya no siente pena de mostrar sus síntomas, porque sabe que igual que él cualquiera puede convertirse en víctima de esta terrible enfermedad y esto no sólo le ha dado ánimo para seguir adelante, sino que ha inspirado a otros a no sentirse aislados.