HIJO DE TIGRE SALE... ROJO

Una vez descentrado el remolino universitario en la decada de los 70, Diego Betancur, el único hijo varon de B.B., se convirtio en militante activo del MOIR.

27 de junio de 1983

El día en que el presidente Lleras intentó entrar a la Universidad Nacional y los estudiantes se lo impidieron, Diego Betancur estaba presente, como alumno que era de la facultad de agronomía. También estaría presente los días posteriores, contemplando absorto las asambleas estudiantiles masivas en la plaza que desde entonces dió en llamarse "Ché Guevara", la irrupción de tanques en el predio universitario, las grandes pancartas reclamando "cogobierno" y exigiendo el freno a los planes de "tecnificación y privatización" de la universidad.
Como tantos hijos de familia burguesa, en esos días de principios de la década del 70, el furor y el ascenso del movimiento estudiantil también arrastraron al hijo del actual Presidente, y su cabeza se llenó con los ecos que por entonces resonaban del "foquismo" del Ché en Bolivia, del Mayo francés del 68, del Tlatelolco mexicano, de los discursos aún vibrantes del ya difunto Cura Camilo. Hordas de jóvenes se proclamaban "antiimperialistas y antioligárquicos", y cantaron "La Tortilla" mientras protagonizaban pedreas masivas por las calles de las principales ciudades. Algunos se hicieron socialistas entusiasmados por las teorías que empezaban a debatirse en revistas como "Cuadernos Colombianos" e "Ideología y Sociedad", otros se desgajaron del tradicional Partido Comunista hacia corrientes más radicales, o se hicieron maoistas en reuniones de estudio donde era devorado el célebre "Librito Rojo".
Diego Betancur fue uno de estos últimos. Una vez decantado el remolino del ascenso universitario, se encontró convertido en militante activo del MOIR, ocupación que hoy, 13 años después, sigue siendo la que predomina en su vida, la que él considera su "vocación definitiva" .
Atrás quedaban las épocas en las que, como entusiasta belisarista, acompañara a su padre en campañas electorales, grabándole los discursos, atendiendo a los periodistas, turnándose el timón de un jeep con el candidato en los largos recorridos por el territorio nacional. Más atrás aún quedaban sus tiempos de rockero fanático de los Beatles, el que integrara, batiendo una guitarra eléctrica, un conjunto llamado "2-2" .
Lo que le tocó a partir del 72 fue la vida abnegada y obstinada del militante de izquierda. Junto con otros compañeros de su partido, se trasladó a vivir a Palmira, Valle, donde alquiló, en el popular barrio San Pedro, cuarto y comida en casa de un obrero del Ingenio Manuelita.
Se vinculó a los trabajadores azucareros, entonces protagonistas de una serie interminable de huelgas, y los acompañaba diariamente, desde el amanecer, con panfletos y volantes y ollas de agua de panela, en las jornadas de agitación. Ganó presencia en el barrio como dirigente cívico y echó discursos sobre la necesidad de escuelas, de alcantarillado, de servicios públicos.
Sus amistades cambiaron. No volvió a ver nunca, por ejemplo, a Julio César Turbay Junior, ex compañero del colegio San Carlos, en cuya casa se devanara los sesos estudiando matemáticas. Sus amigos pasaron a ser los "corteros" de caña, salsómanos perdidos y fanáticos del ron.
Sin embargo, los nuevos vientos no significaron una ruptura con su familia. Allá fueron a verlo cuando se graduó de ingeniero agrónomo en la facultad de Palmira, y él siempre los visitó en los diciembres. La relación entre hijo y padre se mantenía viva con largas horas de desapasionada discusión política y de apasionados juegos de ajedrez. Jamás se sintió coaccionado por parte de la familia para creer sus ideas o para ejercer su militancia; por el contrario, según él mismo afirma, fue el pluralismo de su papá y el interés de éste por cualquier fenómeno político nuevo, lo que lo llevó a definir su propio rumbo. Los lazos familiares, sin embargo, no le han impedido a Diego Betancur hacer furibundas denuncias públicas sobre los recientes asesinatos en el Magdalena Medio de varios compañeros de su partido, en locuciones radiales en las cuales tilda al régimen de "oligárquico".
Como cualquier militante que se respete, Diego Betancur tiene dos carcelazos en su haber. Los dos beves, y de los dos salió por las vías normales, sin recurrir a la influencia paterna. El primero en Medellín, en 1972, durante un encuentro estudiantil que fué interrumpido por la policía, y el segundo en Bogotá, en 1977, cuando ya había pasado a radicarse en la capital y se dedicaba a hacer trabajo barrial a nombre de su partido. En esa oportunidad acompañó a 50 familias sin techo a invadir unos terrenos baldíos en el barrio Lucero Alto. Organizó la consecución de materiales para construir viviendas provisionales y permaneció allí hasta una madrugada en que, en medio de un vendaval, llegó la policía y trasteó con él, con las familias y con las casuchas.
Durante varios años fué coordinador del trabajo del MOIR en los barrios del sur, donde impulsó varias campañas electorales, presidenciales y de mitaca, retando los perros que amenazaban con morderle los tobillos cuando timbraba para ofrecer el periódico "Tribuna Roja", y enfrentando con paciencia la indiferencia de unos vecinos muchas veces desencantadamente apolíticos y rabiosamente abstencionistas. En la última campaña, la que le dió la presidencia a su papá, recorrió el país junto con otros dirigentes del MOIR promoviendo el nombre de Marcelo Torres, y así fue el único de los tres hijos de Belisario Betancur que no votó por él.