HOMBRE-CORAJE
El gusanillo de la política lo picó prematuramente. Líder nato, logro muy pronto escalar posiciones de importancia. Pero en el reto de aniquilar a la mafia perdió la vida, también prematuramente.
Sin duda alguna el gusanillo de la política empezo a tejer sus redes aún antes de que Rodrigo Lara Bonilla dejara los pantalones cortos. Quienes lo conocieron de cerca coinciden en afirmar que su vocación por la vida pública fue prematura. Curiosamente, casi como un signo premonitorio, cuando no había alcanzado a cumplir dos años, incorporó a su escaso vocabulario la palabra Gaitán. Cuentan sus familiares que, a raíz del 9 de abril, cuando vio publicada la mascarilla del líder asesinado, el pequeño tomó el periódico y se quedó largo tiempo mirándolo mientras musitaba: "murió Caitán, murió Gaitán". Unos años más tarde empezaría a echar discursos al final de los cuales él mismo se aplaudía.
Una posición hasta cierto punto contestataria y un carácter decidido, sumados a su temperamento desbordante y a una capacidad innata para el liderazgo, hicieron que ya desde sus épocas de estudiante de bachillerato, Rodrigo Lara se empezara a destacar como persona independiente capaz de "echarle la capa al toro" en cualquier circunstancia. En una ocasión, cuando aún no había terminado sus estudios de secundaria, salió lanza en ristre contra el prefecto de disciplina que leía las calificaciones de conducta de los estudiantes y los recriminaba publicamente. "No estoy de acuerdo con que se haga éso. Es algo privado de cada alumno" le dijo, y su intervención fue sellada con aplausos del estudiantado. Eso que parece algo tan inofensivo, dadas las condiciones de disciplina del colegio, resultaba en ese entonces temerario.
El colegio de La Presentación, el colegio Bolívar y el Salesiano de Neiva, La Salle y el Antonio Nariño de Bogotá, figuran en su récord académico. En un ir y venir de la provincia a la capital, en donde le costó trabajo "aclimatarse", terminó su bachillerato con una fama a cuestas de buen estudiante, fama que ratificó posteriormente en la Universidad Externado de Colombia, donde obtuvo beca de honor a partir del segundo año de sus estudios de Derecho. Allí se perfiló desde el primer día como un líder y fue allí donde, a la manera de un boome rang, la costumbre de ponerle apodos a todo el mundo, se le devolvió. Sus compañeros le decían "Parlante", que era una forma de caricaturizar su locuacidad, y "Marquesino". Este último apodo se lo ganó después de una campaña que montó para obtener la representación del curso en el Consejo Estudiantil. En ella ofreció que haría poner una marquesina en un patio muy grande que había en la universidad, promesa que no pudo cumplir porque ya estaban adelantadas las obras de la nueva sede en la calle 12. Durante esa época comenzó a hacer sus armas políticas en el MRL -todavía adolescente había conocido a López Michelsen en una visita que el dirigente liberal había hecho a Neiva-, y desde entonces agitaba ciertas ideas: que los jóvenes debían tomarse el Partido Liberal -era muy crítico de los viejos jefes-, para salir de lo que llamaba "el congelador del Frente Nacional", y que era necesario trabajar en la organización del partido y luchar ideológicamente para orientarlo hacia posiciones más de izquierda. Organizaba foros y participaba en actividades proselitistas. Sus compañeros de universidad recuerdan esas épocas con nostalgia y cuentan que el buen humor y la cordialidad de Lara lo hicieron muy popular. Martha de Turbay, compañera de universidad, y quien trabajó con él como asistente en el Ministerio, relata la siguiente anécdota: "Todas sus compañeras le parecíamos horribles y nos decía que no se nos podía preguntar en dónde estudiábamos, sino en cuál castillo asustábamos".
Cuenta uno de sus hermanos que, aún en contra de intereses familiares, siendo militante del MRL, en un discurso en Campoalegre, defendió con vehemencia la reforma agraria. Entre quienes le escuchaban se alzó una voz: "¿Qué hacemos con las fincas de ustedes?". Rodrigo Lara, sin temblarle la voz, contestó: "Tranquilos. Vayan y parcélenlas". Y en realidad, una finca de la región fue parcelada, con el visto bueno de su propio padre.
Se destacó dentro de la gente de su generación y tomó tanta fuerza su figura que, a los 23 años, recién graduado de la Universidad con una tesis titulada "Evolución del Estado de Sitio en la Constitución colombiana", logró la primera posición de importancia: alcalde de Neiva, la ciudad que lo habia visto nacer el 11 de agosto de 1946.
Compañeros suyos de actividad política sostienen que fue su decisión, su garra, lo que le permitió llegar muy pronto a posiciones de gobierno y lo que lo llevó a la dirección política. Lideró su propio movimiento, "Dignidad liberal", en abierta discrepancia con otro dirigente de su región, Guillermo Plazas Alcid. Enemigos furibundos, en orillas encontradas del liberalismo, cuentan que un día, hace poco, Rodrigo Lara había dicho: "Lo peor que me puede pasar es que Plazas Alcid hable durante mi entierro". Paradójicamente, los colombianos pudieron ver el día del sepelio del Ministro, cómo su enemigo de siempre en un acto que sorprendió a muchos prácticamente empujó al presidente del Senado, Carlos Holguin Sardi, y tomó la palabra.
Después de la alcaldía, vino un cargo en la misión diplomática en París, en donde aprovechó sus horas libres para especializarse en Derecho Público en La Sorbona. Cuando regresó a Colombia, la actividad política volvió a ocuparle la mayor parte del tiempo. Guiado por la inconformidad y por sus ideas de renovación, fogoso y exaltado, comenzó a escalar posiciones políticas: curules sucesivas en el Concejo de Neiva, en la Asamblea del Huila, en la Cámara y el Senado. Esta vocación política la alternaba con la cátedra universitaria en donde sus alumnos identificaban el mismo estilo agresivo y frontal que utilizaba en las corporaciones públicas, para defender sus ideas y denunciar la inmoralidad pública y los viejos vicios de su partido. Llegó al Senado en las listas del llerismo y se alineó al lado de Luis Carlos Galán en la oposición constante al gobierno de Turbay. Después se convertiría en el segundo de a bordo del Nuevo Liberalismo y con Galán expulsarían de sus filas al movimiento "Renovación Liberal", que comandaban en Antioquia el capo Pablo Escobar y Jairo Ortega, durante una manifestación memorable en la plaza de Berrío. Fue la semilla del enfrentamiento con la mafia colombiana.
Desde entonces, Lara Bonilla se dio a la tarea de desenmascarar los "dineros calientes" en las diferentes actividades de la vida nacional. Vino poco tiempo después la llamada del Presidente Betancur para que ocupara la cartera de Justicia. Al respecto, cuenta su familia, que fue su madre quien recibió la llamada. Sorprendido preguntó: "¿Para qué me querrá, si no soy amigo suyo? Mi mamá debe estar confundida". No había confusión alguna. Aceptó y cuando el Presidente le dijo que debía trabajar a ritmo paisa, comentó: "Un opita trabajando a ritmo paisa se va de jeta". Sin embargo, trabajó a ritmo paisa durante el tiempo que estuvo al frente del Ministerio. Se lo vio actuar decidido, con vehemencia, casi obsesivamente, en el debate que él había propuesto y en el que en un momento quisieron enredarlo en lo que fue considerado una celada de la mafia: el debate de los "dineros calientes". Fue entonces cuando se casó definitivamente la pelea a muerte entre el Ministro y la mafia, una pelea que algunos consideran que dio a brazo partido prácticamente solo, ante cierta indiferencia de la opinión, la falta de apoyo decidido y concreto de los partidos y el miedo generalizado. Pero Rodrigo Lara no se arredró y con un valor desconcertante, que a veces a muchos les parecía que rayaba en lo imprudente y lo temerario, aceptó el desafio. Como un "ángel vengador", emprendió una cruzada contra el narcotráfico. Dijo lo que nadie se había atrevido a decir y tomó medidas que nadie había osado tomar, a sabiendas de que, en cada caso, exponía su vida. Las amenazas, el seguimiento de sus pasos, las intercepciones telefónicas, formaban parte de su rutina en el Ministerio tanto como la música clásica que permanentemente estaba oyendo en su despacho, sus almuerzos de trabajo con carne y arepa, las aguas aromáticas, las achiras y el maní. Pero nunca dio marcha atrás. La suerte estaba echada y en la lucha perdió una batalla, la de su propia vida. Pero no perdió la guerra.