Monarquía
¡Increíble! El rey Alfonso XIII fue el padre del cine porno en España
Famoso por su adicción al sexo, el monarca patrocinó y se ideó las primeras cintas equis de su país. Lo gracioso es que se conservan debido al celo de un cura lujurioso.
Alfonso fue un monarca tan nefasto, que los republicanos terminaron por derrocarlo y expulsarlo del país en 1931.
Nació siendo rey y los excesivos mimos y reverencias que tuvo desde niño lo echaron a perder, pues creía merecerlo todo, era obstinado, retrógrada y más dado a la buena vida que a las funciones de Estado.
Lo que sí hizo con lujo de competencia el bisabuelo del actual rey Felipe VI, fue sacar la cara por el gen lascivo de los Borbón, sobre el cual corren ríos de tinta hace siglos.
Sin ir muy lejos, su abuela, Isabel II, tuvo múltiples amantes y se cree que ninguno de sus doce hijos era de su marido, Francisco de Asís de Borbón, quien era gay, usaba más encajes que ella y convivía con su novio.
Hoy, son bien conocidas las aventuras del rey emérito Juan Carlos, nieto de Alfonso, cuya lista de conquistas se calcula por miles.
Alfonso fue igual de fogoso y eso fue de dominio público en su turbulento reinado. Le puso los cuernos a su esposa, la reina Victoria Eugenia, con toda suerte de mujeres, desde princesas hasta hijas del pueblo, pasando por artistas como La Bella Otero, a quien compartía con su pariente Edward VII de Inglaterra y el káiser Wilhelm II de Alemania.
El descaro fue tal, que tenía dos hogares a la vez: uno con la reina, madre de sus seis hijos, y otro con la actriz Carmen Ruiz Moragas, quien le dio dos retoños.
También sedujo a las niñeras de sus hijos y tuvo al menos otros tres vástagos fuera del matrimonio.
Según voces respetadas como el pensador Gregorio Marañón, Alfonso exploraba todas las vertientes del placer en sus noches con prostitutas, a quienes solo les exigía que fueran rústicas, nada mojigatas y con muy bajo aprecio por la higiene.
Le gustaban tanto, que se rumora que cuando llegó a Marsella huyendo de España, se quejó porque los burdeles estaban cerrados.
Pilar Eyre, conocida escritora sobre la vida privada de la familia real, cuenta en uno de sus libros que era difícil encender a su majestad, así que sus compañeras de cama recurrían a ayudas como el hachís.
Ellas, por su lado, necesitaban valor, porque él tenía muy mal aliento, además de que se portaba como “un patán” en la intimidad.
Hacía el amor “igual que devoraba una merienda, sin gusto ni gracia; fatalmente. Ninguna mujer sensata repetiría la experiencia, aunque todas gustaban probarla una vez”, según le dijo al biógrafo Gerard Noel una duquesa que hablaba con conocimiento de causa.
El cine sicalíptico era un lujo que solo ricos como Alfonso se podían dar en los años 1920. Tales cintas eran parte de los estímulos extra que él necesitaba, pero debía importarlas de Francia y Estados Unidos, porque en la remilgada España ni pensamiento de eso.
¿Por qué no hacerlas aquí en el país?, se le ocurrió un día, y no fue difícil encontrar un ejecutor del proyecto. Para hacerse propaganda, la casa real contaba con los servicios de los hermanos Ramón y Ricardo de Baños, dos hermanos catalanes pioneros del séptimo arte en la península.
Su productora, Royal Films, registraba los actos oficiales, desfiles, cacerías y otros eventos de la realeza, pero les tocó abrir un nuevo y libidinoso frente por iniciativa de Alfonso XIII.
Habría sido un escándalo si se hubiera revelado que el descendiente de Isabel La Católica pretendía ser el gran precursor del cine rojo en su patria, así que comandó a uno de sus hombres de confianza, Álvaro de Figueroa y Torres-Sotomayor, conde Romanones, para que les encargara los filmes a los Baños.
Según el escritor José María Zavala, otro experto en la vena lúbrica de los Borbón, el conde les pagó a los Baños 6000 pesetas por cinta, un dineral para la época.
Los argumentos fueron ideados para complacer las fantasías más salaces de Alfonso y hay versiones según las cuales él mismo escribió o dictó los guiones y escogió a las voluptuosas actrices, quienes eran mujeres de la vida alegre, muy acorde con el género ya que, etimológicamente, pornografía significa tratado o descripción de la prostitución.
Los actores eran proxenetas, borrachos y vagos ávidos de plata. Se conjetura que el reparto fue contactado en El Raval o Barrio Chino de Barcelona, o en los renombrados prostíbulos de Valencia.
Según Javier Castro-Villacañas, del diario digital El Español, Alfonso le encomendó a Royal Films unas veinte cintas entre 1922 y 1926, pero sobreviven tres: El confesor, El ministro y Consultorio de señoras.
Son mudas, en blanco y negro y la más corta dura 26 minutos, mientras que la más larga tiene 45. Críticos actuales resaltan su estilo mordaz, pues se burlan de la sociedad española, a través de personajes típicos como el cura, el burócrata o el médico.
Sus temáticas aluden a fantasías que aún alimentan el cine porno: el sacerdote que seduce a una feligresa, el ginecólogo que examina a las pacientes de un modo peculiar y el funcionario que se vale de su poder para acostarse con una atractiva ciudadana.
Luego de verlas, la conclusión es que los abuelos no eran tan legos en cuestiones eróticas como muchos creen, según lo delata la exhibición de tríos, lesbianismo, masturbación, etc., en fin, el sexo de antes no solo tenía fines reproductivos.
En el Palacio Real de Madrid, el rey instaló una sala de proyección en la que programaba las “sesiones golfas”, como las llamaba, en las cuales les presentaba a sus amigos de juerga sus películas.
No se sabe si fueron Alfonso o su familia quienes destruyeron la valiosa colección de materiales eróticos, incluidas las películas, que él recopiló y financió.
Tendría que pasar casi medio siglo para que unas copias que hicieron los Baños de las tres obras mencionadas salieran a la luz, quién lo creyera, en manos de un cura aficionado a la pornografía.
En 1987, el productor de cine José Luis Rado, fallecido el año pasado, investigaba sobre la censura durante la recia dictadura de Francisco Franco y se comunicó con él un clérigo catalán que había sido censor de cine del régimen y presentía su muerte.
“Él me vendió todo su archivo, en el cual había muchas películas y cortes de celuloide, entre ellas los tres filmes ordenados y pagados por Alfonso XIII. Para mí no fue ninguna sorpresa porque durante esa época muchos censores se quedaban con parte del material reprobado”, le contó Rado a El Español.
El no reveló el nombre del sacerdote, pero de una cosa estaba seguro: “Guardaba toda esa pornografía para su uso y disfrute personal”.
Rado puso las películas del rey en custodia de la Filmoteca de Valencia, que las restauró y las tiene a disposición del público. Pero quien quiera verlas, no necesariamente tiene que comprar tiquete a España, pues están en páginas calientes de Internet.
*Este artículo apareció en la revista SoHo.