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Isabella Santodomingo: los consejos para las que se quejan todo el día de la falta de colaboración y consideración de sus maridos
¿Por qué ‘Los Caballeros las prefieren brutas’? El bestseller de la colombiana da las más sorprendentes respuestas a los dilemas de pareja. Lea uno de los capítulos más relevantes que lo hará pensar, pero sobre todo reír.
“La primera pregunta directa y sin anestesia que debe hacerse al leer esto es: ¿qué quiere y cómo tiene proyectado lo que le resta de vida para vivir satisfecha y ser realmente feliz? Como lo dije antes, nadie nos puede garantizar que todo lo que soñamos alguna vez se convertirá en realidad. O que, por mucho esfuerzo que hagamos, todo lo que aspiremos a conseguir se nos vaya a dar como por arte de magia con solo desearlo.
No, amiga, permítame informarle que la vida es otra cosa. Existen variables y algunos factores determinantes en el caso de cada cual, como la química, la habilidad que tengamos, el talento, la suerte, la paciencia y las oportunidades, que no siempre se presentan cuando uno las necesita, sino cuando se les da la gana. En fin, otro factor importante, en especial cuando se trata de conseguir pareja, es esa bendita manía que tenemos los seres humanos de perder el interés por algo justo en el momento en que logramos lo que siempre hemos deseado. Tal vez por esa razón cada vez son menos las mujeres en el mundo que se casan y somos muchas las que, a pesar de trabajar y de ser exitosas en lo que hacemos, nos quejamos a veces (o cada vez que Mercurio está retrógrado) por no haberlo hecho. No nos digamos mentiras: si una no sabe lo que busca, lo más seguro es que nunca lo encuentre. O puede que eso que tanto creemos que necesitamos, pero que aún no hemos definido exactamente qué es, nos pase frente a las narices y se nos escape por no haberlo podido iden- tificar a tiempo. ¿Nunca le ha pasado, por ejemplo, que se le pierde algo y, para encontrarlo, quienes le ofrecen ayuda lo primero que preguntan es “¿cómo es, qué for- ma y color tiene?”? Pues esas mismas preguntas podrían aplicarse en su vida real y para todo. Tanto en el aspec- to profesional y, por supuesto, en el sentimental.
Y, OJO, para que le funcione, tenga claro que la pregunta no es “¿cuál?”, sino “¿cómo?”. ¿Cómo es su trabajo ideal? Es de- cir, ¿qué requisitos debería tener para que usted pueda ser feliz haciendo eso por mucho tiempo? Si, por el contrario, usted insiste en saltarse los pasos, se va directo al grano y se pregunta “¿cuál es mi trabajo ideal?”, no es que no lo pueda conseguir, sino que el camino suele ser más largo y, en algunos casos, decepcionante.
La misma regla aplica para conseguir la tan anhelada estabilidad emocional. Sí, ese mismo tema del que hablamos incesante y obsesivamente las solteras, las casadas, las separadas, las divorciadas, y las viudas cada vez que nos reunimos. Para que le funcione lo que digo, y para cuidar su salud mental (y la de los demás, que ya están cansados de escucharla quejarse de que “allá afuera no hay buenos partidos”), la pregunta que tiene que hacerse no puede ser “¿cuál es su hombre ideal?”. En al- gunos casos, es posible que ese prospecto de pareja con el que usted tanto sueña ya esté comprometido con otra persona o, una vez que lo conoce, tal vez ni sea su tipo. O usted del suyo.
Recuerde que siempre es más fácil encontrar pareja cuando ya se tiene una y que los buenos partidos casi nunca están libres. Y si lo están, a lo mejor no eran tan buenos partidos como pensábamos porque, si de ver- dad lo fueran, alguna otra le habría echado mano hace rato. Tenga muy presente que una siempre se levanta al que no le gusta y que el que siempre nos ha gustado solo quedará libre justo en el momento en que ya nos hemos conformado con el que tenemos al lado.
Adopte el siguiente truco floripondio e infalible. Tal y como sucede con los mensajes claros que se envían por medio de las rosas, ¿quiere un amor amarillo y basado en la amistad? ¿Uno rojo y, tal vez, teñido solo de pasión?
¿Un amor rosado, fundado en la ternura y en los senti- mientos bonitos? Sea honesta y pregúntese qué tipo de amor quiere y necesita en su vida. Lo que sí le puedo ase- gurar es que esa ridícula manía de intentar cambiarlos o de pensar que lo harán por nosotras y por amor, no sirve. Lamento decirle que el defecto por lo general es de fábrica y lo que adquirió (es decir, esa pareja con la que quiere construir una relación sólida) nunca viene con garantía. Jamás le van a devolver su dinero y muchísimo menos el tiempo que haya invertido tratando de amoldarlo a su gusto.
Más bien intente conseguirse algo ya hecho, prefabrica- do (preferiblemente a quien otras hayan calibrado antes) y que se ajuste más a su medida. Aunque, eso sí, también es sano admitir que muy pocas cosas en la vida llegan a la medida. Pero si detesta el alcohol, entonces, ¿por qué, para conquistarlo, lo acompaña de farra y hasta se em- briaga con él? ¿Para qué finge complicidad, le celebra la borrachera y al día siguiente le consiente el guayabo potrero (lleno de lagunas y cagadas) con caldito de pollo y una sobredosis de aspirinas? Es decir, ¿para qué insiste en estar con un borracho si ya sabe que lo que le gusta es un abstemio?
Por su propio bien, convénzase de que las personas nunca cambian, sino que solo se amoldan a las circunstancias y a las situaciones por convicción o por conveniencia. Pero no nos digamos mentiras: no cambian porque usted lo quiera, ni porque les dé un ul- timátum, ni porque los amenace, ni porque le rece a San Ignacio. No pierda más su tiempo y no desperdicie el de los demás. Solo contéstese una sola y elemental pregun- ta: “¿Qué quiero?”.
Se puede seguir siendo inmadura toda la vida. ¿Se da cuenta? Saber lo que no queremos en realidad no es tan difícil. En cambio, averiguar qué queremos sí que lo es. En la búsqueda por encontrar esas respuestas, hay un factor que no podemos desconocer, uno que en estos tiem- pos se ha vuelto tan importante como el sentimental: el económico. Da igual si está sola o acompañada, se duerme más tranquila sabiendo que mañana tendrá qué comer. Ahora, lo de definir con quién dormir es otra cuestión que, en ocasiones, posponemos hasta que tenemos claro —sobre todo si somos autosuficientes— de qué vamos a vivir. Aunque el primer pensamiento que la asalte en el día sea “quiero un mejor trabajo, un hombre que me ame, un hijo y un carro nuevo”, según muchas mujeres alrede- dor del mundo, hay dos formas básicas de vivir la vida: cómoda o incómodamente. Es decir, siendo mantenidas o asalariadas. ¿Será?
A mí, por el contrario, me parece insoportable e incómodo tener que pedir una mesada, negociar hasta qué desayunamos y compartir el mismo sanitario. Cuestión de gustos, supongo, todos válidos y respetables. Pero si su plan maestro es casarse, tal vez pensar tan racional- mente de antemano no sea lo más conveniente.
Una vez que lo haya aclarado en su mente y corazón, si lo que quiere es lo primero, deberá hacer una serie de esfuerzos e incluso aprender a actuar. En cambio, si ha escogido lo segundo, es decir, una vida de mujer independiente que toma sus propias decisiones, paga sus cuentas, se manda ramos de flores en ocasiones especia- les, se costea las vacaciones, maneja a su antojo el ben- dito control remoto del televisor sin que ello sea motivo de discusión con su pareja o causal de divorcio, entonces no le conviene seguir leyendo este libro. Podría cambiar radicalmente su punto de vista y hasta terminar vestida como un merengue y casada. Pero, hablando en serio, sea lo que sea que escoja, pregúntese, antes de tomar cualquier decisión, qué carajos quiere.
La buena noticia es que ahora existe una tercera opción que ha adquirido mucha fuerza en los últimos años, una que opté por llamar “ni lo uno ni lo otro”. En otras palabras: ni mantenidas, ni conformistas, ni aburridas, ni paranoicas persiguiendo a un marido infiel, ni asalariadas, ni amargadas, ni con exceso de trabajo, ni exitosas, pero sí más solas que un vegano en un asado. Decidir ser felices con lo que sea que hayamos escogido sin cuestionar, juzgar o criticar a las demás no solo es posible, sino que es el verdadero secreto para tener una vida plena, llena de propósito y felicidad.
Antes de animarme a escribir la primera letra de este libro, fueron muchas las reuniones de mujeres solteras y aparentemente profeministas a las que asistí. En ellas, siempre había la misma constante: la frustración a pesar del éxito. Entonces, en realidad, ¿qué tan feministas son estas mujeres exitosas, de armas tomar, lanzadas, atrevidas, pujantes, con trabajos bien remunerados y prestigiosos ascensos a la vista? Una tarde a la semana, durante muchos años, nos reunimos a hablar de nuestros logros profesionales y también de los fracasos sentimentales. Alguna vez, en medio de una de estas reuniones, surgió la pregunta “¿será que el éxito profesional es inversamente proporcional a la estabilidad emocional?”. Y justo allí nació el título de este libro. ¿Será acaso que los caballeros de verdad nos prefieren brutas?
Conozco casos respetables de mujeres que han decidido dedicar la vida a su profesión, a no tener hijos por falta de tiempo y de interés, a no casarse por no entrar a competir en la batalla de los sexos también en su propio hogar, a no vislumbrar una vida en pareja por haber entendido a tiempo que les producen más alegría sus lo- gros profesionales que sus conquistas sentimentales. Esas mujeres que ya lo tienen claro no se quejan y enfrentan sus decisiones con valentía y orgullo.
Me refiero a aquellas mujeres que deciden, a consciencia, no desperdiciar ni medio instante de sus vidas lamentándose por no tener lo mismo que anhelan (o tienen) las demás, sino que, por el contrario, valoran la libertad y la paz que respiran al no tener que llegar a casa a antagonizar con alguien. Son mujeres que la tienen clara y por ello no están dispuestas a negociar su tranquilidad por nada ni por nadie, llámese hijos o marido. ¿Egoístas? Sí, con sus propias vidas y su valioso tiempo.
¿Acaso tenerse a sí misma como prioridad está mal? Yo digo que es al contrario… no solo está muy bien, sino que además es el mejor consejo que puedo darles tras haberlo aplicado. Pero, ¿qué decir de aquellas otras que no han entendido bien qué es el feminismo, por qué se creó, cuáles han sido sus logros y, (sin caer en extremismos nocivos, politizados y antigénero masculino, como los que en la actualidad estamos viendo y que tanto daño le hacen a la causa), por qué vale la pena seguir apoyando a nuestro género?
Me refiero a esas mujeres que han adoptado una falsa postura feminista y/o a aquellas que se autosabotean y no se conforman con lo que tienen a pesar de haberlo escogido por sí mismas y sin presiones más que las que ellas han permitido que les afecten, como la social, por ejemplo. Son las que quieren trabajar, ser exitosas y al mismo tiempo se quejan de que allá afuera no hay hombres que valgan la pena. Los que a ellas les interesan no las pelan y a los buenazos que se les acercan los consideran una parranda de babosos igualados. Me refiero a las que quieres ser autónomas, pero que también anhelan ser conquistadas como princesas sin tener que sacrificar ninguna de las consideraciones que, de alguna u otra manera, históricamente hablando, también hemos tenido y disfrutado en muchas culturas por haber nacido mujeres. Y todo gracias a que a algún chistoso se le dio por catalogarnos como el sexo débil, haciéndonos un gran favor del que muchas se han sabido aprovechar y gracias al cual otras, por el contrario, se sienten ofen- didas. Permítanme hacer aquí un paréntesis.
Y si yo les dijera, amigas, tal y como lo escribí en mi nuevo libro, Revivamos nuestra histeria, que las mujeres somos mucho más fuertes de lo que nos han contado, mucho más valientes de lo que pensamos y que nues- tro papel en la historia de la humanidad es mucho más valioso de lo que nos han hecho sentir a lo largo de las eras. Últimamente se habla mucho de “empoderamiento femenino”, pero me pregunto: ¿cómo es una mujer po- derosa? A lo cual respondo: es una que se siente orgu- llosa de ser mujer porque conoce el origen del género y la importancia que ha tenido nuestro papel en la historia. Es la que, más que nada, sabe que a ninguna le han regalado nada por el simple hecho de ser mujer y que lo mucho o poco que hemos logrado hasta la fecha siempre ha sido el resultado de luchas llenas de valentía, sororidad, unión, perseverancia, empatía por los demás y altas dosis de compasión. Nada parecido a la división que hoy reina en un movimiento que antes luchaba por todas y no solo por quienes piensan como un puñado de ellas.
Esta mujer sabe que “empoderamiento” no es solo una palabra comercial y de cajón que sirve hasta para ven- der maquillaje y artículos de limpieza, sino una que le recuerda que sí tenemos muchos motivos para sentirnos orgullosas. Es aquella que no vive repleta de resentimien- to por causa de un pasado que ya nadie puede cambiar, sino que, por el contrario, vive llena de esperanza por un futuro del que ella es parte.
Ahora, volvamos a la mujer que se queja todo el día de la falta de colaboración y consideración masculina. La que, a pesar de haber elegido su profesión muy por encima de sus sentimientos, aunque no está dispuesta a ceder en nada, quiere y se obsesiona con tener pareja. O la mujer que se casa porque cree que le toca, que ya está en “edad de merecer”. La que se deja presionar por la familia o por la sociedad y termina casada con el primero que se lo proponga, no porque se enamoró de él, sino por la idea de no quedarse a vestir santos… Aunque después se queja del marido que ella misma escogió en un acto de desesperación.
Hablo también de la que nunca se casa porque, en apariencia, ningún hombre le da la talla. Lo más curioso es que, aunque vive con su pareja, en secreto se queja de que ha debido escoger algo mejor. La que gana más que él y pone las reglas en la casa, pero tiene poco tiempo para criar a los hijos y ponerle atención a su pareja y después se lamenta de que los niños no le hacen caso y de que él le es infiel con otra. Por eso, repito: ¿qué quiere?
Este libro no puede responder por usted, pero sí podría ayudarle a aclarar sus ideas para encontrar la manera de conseguir lo que quiere. Para lograrlo, primero deberá descifrar los códigos y ser honesta consigo misma. Después de uno que otro fracaso sentimental por no saber a tiempo lo que quería, y luego de mi vasta experiencia en el asunto, créame que, por muy exitosa que usted sea, no vale la pena desgastarse retando a la pareja si lo que quiere es una relación estable y duradera.
Créame, le sirve más utilizar la cabeza y la astucia que los gritos y las pataletas. Piense que es mejor salirse con la suya sin exaltarse que intentar lograr todo por las malas o a punta de reclamos y regaños. Ojalá ya se haya cansado de las despedidas con portazo al final, de los intentos fallidos de reconciliación luego de una pelea en la que se dijeron hasta de lo que se iban a morir, de las lágrimas de coraje, de las promesas rotas, de las segundas, terceras y hasta cuartas oportunidades cuando bastaba solo una para darse cuenta de que por ahí no era la cosa. Ojalá deje a un lado el orgullo y las guerras de poder y escoja el camino de la inteligencia para manejar su relación. Mi recomendación, entonces, si su plan maestro es vivir en pareja, es que practique hasta que adquiera la habilidad de fingir que a veces pierde una que otra batalla antes deque él pierda su interés por usted.
Si lo que busca es tener una relación estable, un matrimonio, hijos y hasta un perro peludo llamado Fido, necesariamente deberá escoger bien sus batallas para lograrlo. Puede trabajar casi toda la vida, ganarse reconocimientos profesionales y hasta ascensos laborales, pero si en casa ellos la ven como competencia, nada funcionará como usted quiere. Y, peor aún, apenas usted saque las uñas y empiece a imponer su voluntad, su relación idilica jamás volverá a ser como antes. Ni ellos volverán a verla como la dulce mujer con la que se casaron (quizás muy engañados y pensando que no mataba ni una mosca) y usted, amiga, nunca logrará su objetivo principal en esta vida: que la mantengan. Una mujer debe ser lo suficientemente inteligente como para doblegar su orgullo femenino y hacerse la bruta si es necesario para así ganar la batalla.
¿Suena difícil? Lo es. Sobre todo, después de largas luchas históricas que poco a poco hemos ido ganando para poder competirles de tú a tú y lograr por fin una igualdad de condiciones y derechos. Se siente un poco como per- der terreno, ¿para qué negarlo?, pero, visto desde otra óptica, en realidad es ganar el que hemos ido perdien- do en el aspecto personal. En otras palabras, no se trata de ser brutas, sino de fingir a veces que perdemos para volver a ganarlo todo después. Es convertirnos en mu- jeres profesionales, si es lo que queremos, sin sacrificar nada de lo que hemos alcanzado, sino amoldándolo a nuestra conveniencia. Se trata de ganar dinero, sí, pero para nosotras, no para seguir manteniendo la casa que al final terminamos pagando porque a él no le alcanza, para sostener dos hogares: el que comparte con una y el que comparte con la otra.
Para lograrlo sin dejar de lado su vida profesional, la clave está en hacerle creer, especialmente al hombre inseguro, que él es más inteligente y capaz que usted. No se asuste ni se ofenda. Se trata de astucia, de estrategia pura. Lo que propongo es darle otro matiz al concepto feminista de la igualdad de derechos. Como ahora hay tantos tan diferentes y divisorios entre sí (feminismo clásico, posfeminismo, feminismo social, ecofeminismo, etc.), ¿por qué no sugerir una nueva corriente del mismo movimiento? He aquí el “machismo por conveniencia”, el cual consiste en adoptar una actitud más práctica, arri- bista, solapada y morronga (¿para qué negarlo?) que se ajuste más a la realidad si quiere vivir en pareja y que la mantengan. Más adelante se lo explico en gran detalle.
Pero, si quiere una boda de ensueño con el supuesto príncipe azul que ha capturado, pero insiste en compe- tir por todo y demostrar que no necesita nada de su pa- reja porque usted es una mujer de mundo, competente, capaz y, ni Dios lo quiera, tan exitosa que gana incluso más que él, le aseguro que lo único que logrará (y más rápido de lo que canta un gallo) es que de repente la re- lación se enfríe, se vuelva tensa y que su pareja, poco a poco, olvide todos esos detalles cursis que, admitámoslo, feministas o no, a todas nos encantan: las rosas, las tarje- tas románticas escritas de su puño y letra, los paseos, el vino a la luz de las velas, la carta perfumada, las serenatas.
Con mariachi trasnochado, las consideraciones, las palabras cariñosas y todos esos gestos románticos que, así no sean necesarios, uno valora, como abrirnos la puerta del carro o ayudarnos a poner el abrigo así una misma pueda ponérselo más rápido que con su ayuda. Pase lo que pase, recuerde, nunca debemos quitarle la gallardía ni el interés de consentirnos que solo posee el verdadero caballero. De paso, consienta de vez en cuando al suyo porque, créame, son difíciles de encontrar.
Convénzase de que todos los demás son tan solo hombres del común o simples atarvanes. No es aconsejable, desde ningún punto de vista, quitarles la ilusión de que son ellos los que tienen el control, que son los más útiles, los más capaces, los más audaces, los más inteligentes. Así como el verdadero millonario nunca habla de dine- ro, el exitoso jamás menciona lo bien que le está yendo en lo que sea que ha estado haciendo, la que sabe que es bonita jamás pregunta si se ve bien y el hombre seguro de sí mismo no cela a su pareja. Asimismo, la mujer inteligente es la que no muestra sus cartas y, hasta fingiendo migrañas, logra todo lo que le viene en gana.
Por ejemplo: nunca ha votado en su vida, pero, aunquue trabaja, sí quiere botar al marido porque no le quiso comprar esos zapatos de los que se antojó el día anterior. No tiene ni idea de cómo fue que se ganó la batalla por legalizar los métodos anticonceptivos para proteger a las mujeres y, sin embargo, se queja de que tiene un retraso y que él no le quiere responder. Si así sigue pensando, el feminismo, señora, no se ajustará nunca a su medida ni a sus necesidades. En otras palabras: si a usted no le interesa su propio género, no conoce su historia y, por lo mismo se ha conformado con lo que sea que le hayan inculcado en su casa desde pequeña, entonces, ¿de qué se queja? La información es poder, amigas. Infórmense, pero primero averigüe ¿qué es lo que quiere?
Aléjate de todo lo que te aleje de ti
La buena noticia es que, para las que no están aún con- vencidas de ser feministas acérrimas o radicales, con todo y lo que ello implica o significa, pero les interesan los beneficios que conlleva ser una mujer “casamentera”, este nuevo movimiento que propongo llamado machismo por conveniencia podría ser perfecto para ellas. Empecemos por admitir que tenemos mucho que agradecerle al feminismo. Que lo que a muchas nos gusta del feminismo clásico, el original (no la distorsión aatual que nos mantiene más separadas que unidas) son los enormes logros a favor de las mujeres: la libertad de escoger, de decidir por nuestra propia cuenta, de hacer lo que consideremos correcto sin temor al qué dirán, la posibilidad de gozar de igualdad de derechos (aunque en este tema seguimos demasiado lejos de la meta inicial), no tener que doblegarnos ante ellos para poder sobrevivir, estudiar, trabajar, tener una opinión propia, ser respetadas y consideradas para asumir puestos im- portantes y que nos reconozcan y valoren por nuestras capacidades y talentos”.
*Este texto hace parte del tercer capítulo de ‘Los Caballeros las prefieren butas’, de la editorial Random House.