ESCÁNDALO
La historia de Jeremy Thorpe: De promesa política a promesa asesina
Al final de los años setenta, Jeremy Thorpe tenía la aspiración de ser primer ministro inglés. El intento de matar al amante homosexual que lo chantajeaba acabó con su carrera. Hugh Grant interpreta esta tragicomedia en 'A very English Scandal' de la BBC.
Los crímenes suelen generar titulares de prensa. Pero cuando se trata de un político prometedor y el caso involucra un plan de asesinato, un perro muerto, un romance homosexual secreto, abogados alcohólicos y jueces tendenciosos, la cosa llega a otro nivel. El nivel Jeremy Thorpe. Todo conspiró a finales de los años setenta para hacer de su escándalo el más cubierto hasta la fecha en un país acostumbrado a llevarlos al extremo. Para muchos, la historia solo pudo suceder en Inglaterra, y las circunstancias tensas, trágicas y hasta cómicas sustentan tal afirmación.
A sus 46 años, en 1975 Thorpe era un político estrella que lideraba el Partido Liberal desde ocho años atrás y tenía amplias posibilidades de llegar a primer ministro. Pero tenía un secreto incómodo que lo enloqueció. Para asegurarse de que su aspiración no sufriera contratiempos, mandó a matar a su viejo amante Norman Scott, que se rehusaba a dejarlo en paz. El político planeó el golpe junto a otros tres hombres, pero no salió como esperaba. El sicario encontró a Scott, abrió fuego y liquidó por accidente a su gran danés, Rinka. Pero a la hora clave de matar al hombre, su arma se trabó y Scott escapó con vida. Desde ese momento varios detalles comenzaron a filtrarse a la prensa. La muerte del perro indignó a muchos más que el golpe asesino (de ahí que muchos lo crean un escándalo muy inglés), pero luego de que la Policía capturó al criminal material, la vida del autor intelectual empezó a desmoronarse.
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Thorpe, un hijo de político, educado en Eton College y Oxford, había aprovechado su carisma y sus conexiones para subir en forma meteórica. A la opinión pública le proyectaba una imagen de hombre de familia, casado con hijo, pero en realidad era gay cuando el homosexualismo aún estaba prohibido. Tuvo uno de sus romances con Norman Scott poco después de conocerlo, en 1961, en los establos de la finca de un amigo en la que Scott ayudaba con los caballos. Entre ambos hubo chispa inmediata, y su correspondencia mutua dejaba en claro que el romance había sido tórrido. En una que generó especial revuelo, el político le decía a Scott: “Los conejitos podemos encontrarnos en París”. Para un hombre que era jefe del partido liberal, esa ternura era como menos sorprendente.
En 1975, la relación era cosa del pasado, pero Scott se negaba a desaparecer. Thorpe sintió que su examante lo chantajeaba, pues aparecía con cierta frecuencia y le mencionaba la posibilidad de vender las cartas. Por medio de un parlamentario amigo, Peter Bessell, trató de comprar su silencio, le ofreció oportunidades de trabajo en el exterior, pero nada sirvió. Al enterarse de que Scott rechazaba todo, Thorpe perdió los estribos, y según el recuento de Bessell, sentenció: “Hay que matarlo, no hay otra solución”.
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Poder y consecuencias
En 1976, Thorpe se vio forzado a renunciar a ser el líder del partido. Desde entonces se preparó para el que en 1979 fue llamado “el juicio del siglo”, pocos días después de que Margaret Thatcher asumiera como primera ministra. El proceso judicial contra Thorpe y sus cómplices rompió récords de acreditaciones de prensa y obligó a crear un protocolo para que los asistentes no vendieran sus lugares. En el centro de este, el carismático Thorpe, el primer político en la historia británica en ser culpado de conspiración para asesinar esperaba su destino. El juicio fue una mezcla de farsa y arriesgadas apuestas de la defensa que le funcionaron.
Todo en el caso apuntaba a que lo condenaran. La Fiscalía tenía testimonios de la víctima, Norman Scott; del sicario, Andrew Newton; y de Peter Bessell, el enlace principal. Pero no contaban con varios factores. Uno, la astucia legal del abogado defensor, George Carman, un hombre adepto a emborracharse de manera épica horas antes de ponerse su capa y peluca y convertirse en un tiburón en la corte. Hábil en pintar a los testigos como unas sanguijuelas mentirosas que solo querían sacarle plata a Thorpe y no tenían credibilidad, Carman también tuvo el gran acierto de no llevar al estrado a Thorpe, pues quería evitar que quedara expuesta su inclinación sexual. Además, Carman tuvo de su lado al juez sir Joseph Cantley, quien le alcahueteó todas las peticiones e, incluso, le pidió más detalles para dejar mal parado al testigo estrella. Tildó de ‘chupasangre’ a Scott, recalcó con insistencia que el jurado debía absolver a Thorpe si no estaba completamente seguro de su culpabilidad. Inclinó la cancha y consiguió el resultado que quería.
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Durante el proceso Thorpe aprovechó su fama y su peso en la política. Mientras los otros tres acusados dormían en una prisión, él se hacía el enfermo y lograba que lo recluyeran en centros de cuidado, cómodos y a la medida. Y cuando salió el veredicto de inocente, le dijo a su mujer, Caroline, “lo logramos, mi amor”, pero se daría cuenta pronto de que el proceso había tenido consecuencias irreversibles. Su mujer murió poco después en un accidente automovilístico, y su carrera política se desvaneció.
Todo este episodio aparece con lupa en A Very English Scandal, la miniserie de tres partes que la BBC lanzó la semana pasada, que llegará al resto del mundo en junio por el servicio Prime de Amazon, y que a la fecha ha generado comentarios muy positivos. Detrás del éxito está un soberbio equipo con Stephen Frears en la dirección (The Queen, The Program, Victoria & Abdul) y con Russell T. Davies, uno de los guionistas más célebres del Reino Unido. Brilla también el reparto de actores, encabezado por Hugh Grant, quien protagonizó su propio escándalo en 1995, cuando lo descubrieron en Los Ángeles con una prostituta, y que gracias a la magia del maquillaje y de su propio talento le da vida a Jeremy Thorpe. Grant ha sorprendido en el rol del líder del Partido Liberal que, frente al chantaje de su examante Norman Scott, interpretado por Ben Whishaw (Q en las recientes cintas de James Bond, Jean-Baptiste Grenouille en Perfume), opta por mandar a matarlo. La miniserie parte del libro homónimo de John Preston, quien se basa primordialmente en el recuento del parlamentario Peter Bessell.
El público y los medios británicos le habían sacado provecho a escándalos jugosos en la Guerra Fría. En 1963, se desató uno grande cuando quedaron expuestos los elegantes agentes dobles –Kim Philby, el más famoso– que trabajaban en la inteligencia británica MI6 y a la vez con la KGB soviética. Ese mismo año tuvo lugar “El escándalo del siglo”, que le costó las aspiraciones políticas a John Profumo, entonces ministro de Defensa. Tuvo un affaire con una bella y joven modelo que, ¡oh sorpresa!, también tenía relaciones con un espía ruso. Cuando todo salió a la luz, Profumo se vio obligado a renunciar a la vida pública. Hubo morbo, hubo circo, y también consecuencias. Lo de Thorpe, sin embargo, representó un escándalo interno que desnudó una verdad que parecía exclusiva del tercer mundo: a pesar de la sanción social, el poder vence sobre la justicia.