DINASTÍA
La agria rivalidad de Jackie Kennedy y su hermana
Jacqueline Kennedy y Lee Radziwill crecieron adorándose en el seno de la clase alta neoyorquina. Pero cuando Jackie le quitó a su hermana a su entonces amante Aristóteles Onassis, la relación se agrió. Esta es la historia de su rivalidad.
Todo el mundo conoce la historia de Jacqueline Kennedy Onassis, pero un aspecto poco relatado de su vida ha salido a la luz este año y despierta enorme intriga: la fuerte rivalidad que tuvo con su hermana Lee Radziwill.
Jacks y Pekes, como se apodaban de niñas, crecieron en el ambiente de la alta sociedad neoyorquina, vivían en Park Avenue, pasaban los veranos en Los Hamptons y los inviernos, en Aspen. Las dos eran bellezas de su generación, altas, esbeltas y consideradas muy buenos partidos. Pero sus similitudes tenían límites. Jacqueline era más introvertida e intelectual y parecía destinada al mundo del poder. Lee tenía una personalidad más ligera y su campo de acción iba a ser el de la sociedad, la farándula y el jet set. Además, mientras que Jacqueline era una imagen viva de su padre, Lee era físicamente más cercana a su madre.
Mujeriego consumado, Onassis era amante de María Callas cuando ella decidió cambiar a Lee por Jackie
Precisamente, Janet, la madre de ambas, tenía algo de arribista y siempre pensó que sus hijas le servirían de trampolín para llegar a los más altos estamentos de la sociedad norteamericana. Las educó como ella vivió: con el foco en ser mujeres impecablemente presentadas que pudieran conseguir maridos prestantes y millonarios. Cuatro años separaban a Jackie de Lee. Las hermanas crecieron con esa presión del buen matrimonio y nunca olvidaron la infancia mágica que vivieron y que se deshizo cuando su madre, cansada de los affaires de su marido y de su gusto insaciable por el alcohol, echó a su padre, Jack Vernou Bouvier, y se separó de él.
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Janet se volvió a casar con el acaudalado Hugh Auchincloss y mucho cambió en las vidas de sus hijas, pues este era un aristócrata del más alto nivel. Pero los hombres realmente definieron la relación entre las dos hermanas. Especialmente Aristóteles Onassis. En los años sesenta, el titán griego era amante de Lee, casada desde 1959 con el príncipe polaco Stas Radziwill. Pero cuando Jackie, ya casada con John F. Kennedy, perdió un hijo en agosto de 1963, su hermana, preocupada, le sugirió alejarse de todo y unirse a ella y a Onassis en un crucero en el Christina, el legendario yate del magnate. Allá, Jackie conoció al amante de su hermana y nadie esperaba lo que iba a suceder. Onassis decidió cambiar una hermana por otra. Discretamente, comenzó a echarle los perros a Jackie.
Lee, casada con un príncipe polaco, era amante de Aristóteles Onassis a quien tenía en la mira para algo más serio. Pero cuando el magnate conoció a Jackie, puso sus ojos en ella, y cuando enviudó, le echó los perros.
Para colmo, al mismo tiempo Onassis era amante de Maria Callas, la diosa griega de la ópera. Él era el hombre más famoso de ese país y ella la mujer más famosa. Tenían química, se amaban, pero Ari Onassis, con fama de ser el hombre más rico del mundo, era muy perro, y la Callas le toleraba hasta cierto punto esas desviaciones.
Onassis tenía, además, una fuerte bronca con los Kennedy, que lo consideraban una especie de pirata, e hicieron todo lo posible por alejarlo de las hermanas Bouvier. De ahí en adelante no hay claridad sobre cuándo se conectaron Onassis y Jackie. A los cuatro meses de conocerlo en el crucero, Jack Kennedy murió asesinado en Dallas. Ya viuda, comenzaron a verse lejos del radar de los medios y, según el libro, en 1967 se escaparon a un viaje por las Islas Vírgenes que Jackie nunca le reveló a su hermana. En esos años también se supo que Jackie había tenido un affaire con su cuñado Robert Kennedy, quien se acercó a ella para consolarla después del magnicidio. Por eso, cuando mataron a Bobby Kennedy, en junio de 1968, la propia Jackie exclamó: “Si en Estados Unidos están matando a los Kennedy, me quiero ir de este país”. Tres meses después del asesinato, anunció su matrimonio con Aristóteles Onassis, una noticia que dejó al mundo en shock. Él tenía 68 años, ella, 38, y hasta ese momento nadie sabía del romance.
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A Onassis la sociedad lo consideraba un nuevo rico, además investigado por el FBI por negocios irregulares de petróleo con el mundo árabe. Y Jackie Kennedy no era solo la viuda del presidente de Estados Unidos, sino del mundo entero. Su dignidad en el funeral, la belleza de sus pequeños hijos y el glamur de la dinastía le proyectaban la imagen de una santa intocable. Por eso, la boda en la isla de Skorpios, propiedad de Onassis, indignó a muchos en el mundo y a todos en Estados Unidos. Ella solo respondió a las críticas: “Que querían, ¿que me casara con un dentista? Yo necesitaba protección”.
Lee se tragó su dolor y la traición de Onassis y de Jackie. Después de un breve distanciamiento, valiente y resignada, se reconcilió con su hermana y con su exnovio. Ella, por su parte, siguió durante un tiempo con su príncipe polaco, que aunque era paupérrimo, la dejaba volar por cuenta propia y tener sus amoríos. Su mundo era el del jet set, rodeada de personajes como el bailarín Rudolf Nuréyev, el artista Andy Warhol y el escritor Truman Capote, entre otros. Después de su divorcio, y de la muerte de Radziwill, se casó con el famoso director de cine Herbert Ross.
En 2018 dos libros han puesto el foco en las mujeres Bouvier. Uno explora la relación entre Janet y sus hijas, y el más reciente explica en detalle la agria rivalidad entre las hermanas e incluye el rumor de un ‘affaire’ entre Lee y John F. Kennedy.
A Jackie no le fue nada bien en el matrimonio con Onassis. Antes de casarse, su excuñado, Edward Kennedy, fue a negociar un arreglo financiero prematrimonial por 20 millones de dólares. A Onassis esa iniciativa le cayó mal y solo le dio a ella 3,5 millones de dólares y un 1,5 millones a cada uno de sus hijos. Era una cifra insignificante para la dimensión de su fortuna. Pero lo que más le chocó es que su esposa resultó una compradora compulsiva. Llegó a gastar más de un millón de dólares en ropa en un año. En ese momento, Onassis soltó una frase que dio la primera señal de su inminente divorcio: “Cuando una persona es tan rica como soy yo, la mayor prueba de amor que puede darle una mujer es la avaricia”. Con esas grietas, el matrimonio comenzó a llevar vidas independientes. Ella en Nueva York y él en Europa. Arrepentido de haber dejado a Maria Callas, su verdadero amor, fue a buscarla, llorarle y a pedirle perdón. Ella, después de rechazar todas sus plegarias durante un tiempo, finalmente accedió a verlo, pero le puso una condición: nada de sexo hasta que se divorciara. De ahí en adelante, siguió una relación platónica hasta el fin de sus días.
El magnate estaba a punto de iniciar los trámites oficiales del divorcio cuando se enfermó y murió a los 73 años, cinco después de su matrimonio. Se dice que lo que lo mató fue, en el fondo, la depresión que le causó la muerte en un accidente de aviación de su único hijo varón, su heredero Alexánder Onassis, cuando tenía apenas 24 años. Como única heredera quedó su hija Cristina, quien, como su hermano y como era de esperarse, detestaba a Jackie. Consideraba que se había casado con su padre solo por su plata, en lo que, de pronto, tenía razón. El excuñado, Edward, volvió a entrar en la escena para reclamar una herencia para Jacqueline, la viuda de Onassis, pues el divorcio no se había finiquitado. Después de una agria discusión con Cristina Onassis, esta saldó el pleito al pagar 22 millones de dólares.
Cuando Jackie murió de un cáncer a los 64 años, Lee sufrió una depresión tras perder a la persona que, a pesar de los altibajos, había sido la más cercana en su vida y por el mensaje que le dejó en su herencia. “En esta no dejo nada a mi hermana Lee Radziwill, por quien siento un gran afecto, pues ya le he dado mucho en vida”. Según cercanos a las hermanas, por medio de ese mensaje Jackie le cobraba a Lee el rumor de que había tenido un affaire con su cuñado John F. Kennedy. Desde ese momento, Lee ha llevado una vida discreta entre Nueva York y París. Hoy tiene 85 años.