PERSONAJE
La bibliotecaria del páramo
Como no tenían libros para leer, una niña en el Sumapaz, zona rural del sur de Bogotá, convirtió la sala de su casa en una biblioteca. Desde los 12 años le ayuda a los estudiantes con sus trabajos y les comparte su amor por la literatura.
Anyi Kassandra Fajardo Díaz tiene 16 años, está en grado once y hace parte de los más de 3.000 bogotanos que no aparecen en los mapas distritales. Vive en Sumapaz, el páramo más grande del mundo, a dos horas y media del casco urbano por una carretera escarpada. Todos los días se levanta a las seis de la mañana y, en lugar de avenidas y edificios, ve riachuelos y frailejones. Prepara el desayuno y va al colegio Jaime Garzón, a cinco minutos de su casa. A las cuatro, cuando termina su jornada, ordeña con prisa una vaca. Sabe que más de diez niños de mejillas rojas la esperan en la puerta de su casa, ansiosos por escuchar sus historias y curiosear sus libros.
Desde hace cuatro años creó su propia biblioteca para que los niños de su vereda, Las Auras, en el corregimiento de Nazareth, puedan seguir estudiando después de que salen de clases. Cambió los muebles y los cuadros de su sala por pupitres, estantes y afiches. Poco a poco, los cuentos, las novelas, las enciclopedias y los diccionarios se tomaron su casa y la convirtieron en un lugar de encuentros: un espacio para leer, colorear, aprender, reírse, hablar y hacer amigos y, cuando se puede, compartir una bolsa de galletas. Al final de la tarde, todos regresan a sus viviendas por el camino de siempre, pero sintiéndose distintos.
En una oportunidad una niña le pidió que la ayudara a hacer una cartelera sobre la célula, pero Kassa, como la llaman, no encontraba la información. Así que todos organizaron un escuadrón de búsqueda hasta que dieron con la definición más precisa e hicieron una célula con los materiales que tenían a la mano."Ella se sacó una nota alta y nos agradeció. Lo imposible sí se puede hacer posible y eso es lo que yo trato de enseñarles", le contó Anyi a SEMANA.
"Casi todos los días vengo porque necesito aprender más. Tengo que leer cuentos, hacer trabajos y muchas otras cosas. Mi favorito es el de la Cenicienta", dice Lorena, que cursa segundo de primaria y camina media hora todas las tardes hasta la casa de Anyi. Ella, como los otros 700 alumnos del Jaime Garzón, es privilegiada en comparación con los niños de las zonas rurales de Colombia. En Las Auras los pequeños tienen garantizados sus derechos a la salud, la educación y la alimentación y cuentan con internet satelital, una biblioteca y canchas múltiples en el colegio. Además, a diferencia de muchos niños campesinos que deben hacer largos y peligrosos recorridos para llegar a su escuela, un bus los transporta a sus hogares.
Pero una vez terminan su jornada escolar, los niños regresan a sus casas, sin computador, sin internet ni teléfono y, sobre todo, sin libros. Entonces, se hace evidente la brecha entre la Bogotá urbana y la de ruana, la de líderes campesinos, como Juan de la Cruz Varela, que en el pasado libraron batallas por la tierra, y la que hasta hace una década fue la retaguardia de las Farc. Hoy esta localidad, la número 20, sigue luchando por superar la pobreza y el aislamiento.
Gracias a Anyi, en su tiempo libre los niños del Sumapaz han descubierto la emoción de la literatura en las páginas que alguien más tiró a la caneca. Suena paradójico, pero la mayoría de los 500 libros que hay en su sala fueron donados por La Fuerza de las Palabras, otra biblioteca comunitaria creada por José Alberto Gutiérrez, un conductor de un camión de basura que los rescató y quiso darles una segunda oportunidad.
"Queremos que muchas personas aprovechen los libros en lugar de que vayan a parar al botadero Doña Juana", asegura Luz Mery Gutiérrez, la esposa y cómplice de José Alberto en esa "locura" de andar regalando y fundando bibliotecas. En total, ya llevan 19 en la ciudad y en lugares como Riosucio, Chocó y Pasca, Cundinamarca. La primera fuera del perímetro urbano fue en Las Auras. Desde su inauguración, Nelson, el hermano de Luz Mery, se ha encargado de recoger los libros donados y llevarlos hasta el páramo. "Me acuerdo que los vendedores nos ofrecían enciclopedias de 2 millones de pesos y abusaban de la necesidad de las familias. Ahora Anyi, que es muy pila, les ayuda a los niños con los trabajos", asegura.
Andrés, uno de los usuarios de la biblioteca, recuerda que antes llegaba al salón a pedirle a sus amigos, los que sí viven cerca del portal gratuito de internet en otra vereda, que le dejaran copiarse para no sacar mala nota. "Acá es mejor porque Kassa nos explica lo que no entendemos. Podemos venir a pasarla chévere, nos da consejos y nos enseña muchas cosas", señala.
El principal obstáculo surge al momento de hacer las tareas, pues muchos textos están desactualizados y no encuentran las respuestas. Anyi quiere que su sala se convierta en una biblioteca gigante, con libros nuevos e internet: "A veces cojo un marcador y, como no tengo tablero, pinto la ventana y luego la limpio. Sueño con estudiar Licenciatura en Pedagogía Infantil, pero en realidad los recursos que tenemos son muy pocos".
Teme no adaptarse a la ciudad y que no pueda correr con gastos como arriendo, comida y fotocopias. "Si bien es cierto que los alumnos recién graduados tienen alternativas como el Sena, hacer una carrera a distancia, tomar un préstamo condonable o postularse a una beca, los jóvenes todavía encuentran barreras para su sostenimiento", explica Germán Viracachá, director local de Educación del Sumapaz. Por eso, Anyi a veces pierde la esperanza de convertirse en profesora. "Hay días en que la ilusión se me va al piso. Quisiera guiar a los niños hasta donde más pueda. No quiero que nos quedemos en el pasado, sino que busquemos un futuro mejor". Cuando abre las páginas de los cuentos que tanto le gustan y ve la cara de los alumnos que la escuchan atentamente, a veces cree que su historia también puede tener un final feliz.