GENTE
La demanda a Shakira por más de 100 millones de dólares de Antonio de la Rúa, el ex que hoy le ayuda a radicarse en Miami y que decía que ella le debía todo su éxito
De la Rúa le reclamó a la barranquillera que le reconociera esos millonarios honorarios y su participación de las futuras ganancias de la “marca Shakira”. El argentino aseguró que él era el “arquitecto principal del equipo de administración y del plan de negocios que puso a Shakira en un sendero hacia un éxito financiero duradero”. Así perdió esa batalla.
Quienes cantan a grito herido las canciones de Shakira saben una cosa, a la barranquillera le ha ido bastante mal en el amor. Quizás el peor capítulo antes de Piqué había sido con Antonio de la Rúa. El hijo del expresidente argentino, Fernando de la Rúa, se había ido con toda tras la ruptura con la cantante. En un hecho que asombró a los seguidores de la artista la demandó con el argumento de que todo lo que había cosechado era por cuenta de él e incluso intento acceder a las malas a sus cuentas bancarias. El empresario también llevó a Shakira a los estrados, pero perdió todas sus pretensiones.
Por eso sorprendió la revelación de que sería el mismo de la Rúa, el ex que la estaría ayudando a superar este duro momento, apoyándola en que se pueda mudar a Miami. Como siempre, fue la prensa del corazón, la encargada de difundir esa noticia.
La presentadora Karina Lavícoli, en el programa de televisión argentino ‘Socios del Espectáculo’, aseguró que de la Rúa se estaría acercando a ella a través de llamadas telefónicas y habría acordado tener un encuentro en un futuro cercano en Miami. SEMANA contó en su momento con detalles la álgida pelea entre ambos. La pareja duró 11 años juntos.
Ella, le dedicó una canción que actualmente es uno de sus éxitos: ‘Día de Enero’. “Te conocí un día de enero con la luna en mi nariz. Y como vi que eras sincero en tus ojos me perdí. Qué torpe distracciónY qué dulce sensación..Y ahora que andamos por el mundo Como Eneas y Benitín...Ya te encontré varios rasguños que te hicieron por ahí.. Pero mi loco amor..Es tu mejor doctor”.
La historia de esa demanda que fue el culmen de su pelea es la siguiente. Antonio de la Rúa descansaba en Punta del Este, Uruguay, cuando le llegó un e-mail de Shakira dos días antes del fin de año de 2010. Ella estaba en China y ambos, que llevaban diez años recorriendo el mundo en las agotadoras giras de la cantante, se tomaban una pausa. El más reciente tour había terminado su primera etapa; en el año nuevo los esperaba Europa.
Pero Shakira, que estaba agotada, tecleaba desde su BlackBerry. No quería hablar de negocios, ni de logística, ni de la venta de boletas. “Amor –le escribía–. Estoy viendo a Piqué (…), siempre existe el riesgo de una foto (…), nos haría mucho daño”. La cantante quería hacer pública su separación de Antonio de la Rúa y explicar que no afectaría la cooperación que los dos habían forjado. De la Rúa aceptó.
Poco después, en los primeros días de 2011, ambos se encontraron en Biarritz, una pequeña ciudad francesa a las orillas del Mar Cantábrico. Acordaron anunciar el fin de su relación, que hasta el momento había sido presa de abundantes rumores. “A nuestros amigos y allegados”, rezaba la carta que apareció en la página oficial de Shakira el 10 de enero. “Durante casi 11 años de relación nos hemos amado profundamente, cuidado y acompañado (…). Desde agosto de 2010, y de común acuerdo, nos estamos tomando un tiempo aparte (…). Antonio continúa llevando todo lo relacionado con mi vida artística y mi carrera tal como lo ha hecho siempre”.
Ambos firmaban el mensaje y le ponían así punto final a un capítulo de sus vidas. Pero la historia no terminó allí. Casi dos años después del final feliz consignado en la página web de la barranquillera, SEMANA tuvo acceso a la demanda que Antonio de la Rúa le puso a Shakira Isabel Mebarak Ripoll –así es su nombre de nacimiento– el martes 20 de noviembre de 2012. En un documento de 49 páginas, radicado ante la Corte Suprema del Distrito de Nueva York, el argentino acusa a la artista de haber roto un acuerdo oral que los habría asociado y que le habría permitido a ella convertirse en una estrella mundial del pop y acumular una enorme fortuna.
Con base en e-mails, comprobantes de ingresos y muestras de la prosperidad de la supuesta alianza, De la Rúa le reclamaba a su exnovia que le reconozca su honorario del año 2011 y su participación de las futuras ganancias de la “marca Shakira”. La cifra podría superar los 100 millones de dólares. Además, el argentino la acusaba de iniciar una campaña en su contra “para reescribir la historia” y de denunciarlo “falsamente” por haber tomado “fondos de la empresa de forma inapropiada”.
La demanda constituyó el clímax de una riña en que la antigua pareja estaba enfrascada. La pelea suscitó rumores, se trasladó a la prensa sensacionalista e hizo viajar a abogados a lo largo y ancho del planeta. SEMANA revisó en su momento la demanda, habló con allegados a la pareja y reconstruyó la historia. Un vistazo a la prensa basta para conocer la superficie. Antonio de la Rúa, que tenía domicilios en Uruguay y Nueva York y viaja a ritmo semanal por obligaciones de negocios, se había vuelto a enamorar. Desde 2011, su pareja era la exreina de belleza colombiana Daniela Ramos. Shakira llevaba también más de dos años cultivando una relación con Piqué, un futbolista del Barcelona, de quien esperaba su primer hijo.
Ella es mundialmente famosa no solo por su capacidad sobre el escenario, sino también por su empeño, su olfato comercial y su dedicación a construir una imagen. Sus triunfos le han traído riqueza. Había ganado millones de un contrato con la empresa de perfumes Puig y de otro más con la poderosa firma musical Live Nation, productora de estrellas como Madonna y el rapero Jay-Z.
De acuerdo con la demanda de De la Rúa, Shakira poseía sociedades en Luxemburgo y Malta, las British Islands y las Islas Caimán y era dueña de participaciones en proyectos inmobiliarios. Según la revista Dinero, en 2011 tenía, entre otras cosas, parte de una isla en las Bahamas, una casa en Italia, un pent-house en Nueva York y una mansión en Miami y participaba de un proyecto de inversión en Barranquilla junto con el beisbolista Édgar Rentería. Presidía la Fundación Pies Descalzos y la Fundación Alas. La revista Forbes la consideraba ya para esa fecha una de las mujeres más poderosas del mundo.
De la Rúa era mucho menos famoso que su exnovia, pero aun así, un hombre adinerado, una figura reconocida en América Latina y una vedette en su natal Argentina. Detrás de cámaras, el hijo mayor del expresidente Fernando de la Rúa es un ejecutivo de saco y corbata que se mueve por Nueva York como pez en el agua. Dirigía, entre otras cosas, la compañía G2 Investments que tiene una centena de empleados, factura varios millones de dólares e impulsa negocios en América Latina. En Colombia gestionaba la siembra de soja y maíz en la Altillanura.
Una novela de amor y éxito
Cuando se conocieron en 2000 en un restaurante de Buenos Aires, sus vidas eran distintas. Ella tenía 23 años, él 27, y ambos disfrutaban de cierta fama. Shakira había sido una niña prodigio del espectáculo, que en su adolescencia en la costa caribe había grabado dos álbumes y atraído a grandes productores. A finales de los noventa, era la consentida del rock-pop nacional. Sus álbumes Pies descalzos y ¿Dónde están los ladrones? le habían granjeado reconocimiento en América Latina.
Un año antes de conocer a de la Rúa, había aparecido en el ‘Unplugged’ de la cadena musical MTV. Con el pelo teñido de rojo, la cara pálida y la ropa oscura, encajaba en la onda alternativa del panorama hispanoamericano. El perfil de Antonio De la Rúa no podía ser más distinto. Su carrera había empezado temprano. Siempre fue cercano a su padre Fernando y a los 12 años ya soñaba con ser un político. Nunca lo fue, pero desde su adolescencia estuvo involucrado en la carrera de su padre. Apenas había alcanzado la mayoría de edad, cuando lo asesoró en su triunfo electoral como alcalde de Buenos Aires.
Luego de estudiar derecho, tomó las riendas de su campaña presidencial, algunas de cuyas cuñas más exitosas venían de Antonito –como lo llaman en Argentina– y un grupo de jóvenes asesores, cuyos encuentros en un restaurante japonés les valieron el nombre de Grupo Sushi. Críticos del gobierno de Fernando de la Rúa, que terminó con acusaciones de excesos y corrupción y con el ‘corralito’ –el debacle financiero de diciembre de 2001–, veían en el hijo del presidente la reencarnación de José López Rega, el misterioso hombre a quien se le adjudicaba ser el verdadero dueño del poder durante la era de Juan Domingo e Isabelita Perón.
“A pesar de lo distintos que eran, cuando se conocieron advirtieron que hablaban el mismo idioma”, le dijo a SEMANA un argentino que fue amigo de la pareja y pidió el anonimato en el año 2012. Shakira y Antonio de la Rúa se enamoraron y construyeron una sólida unión. Él siguió escribiendo discursos y campañas proselitistas para el tambaleante gobierno de su padre.
Según el diario Página/12, el delfín vivía de lunes a miércoles en una quinta en Buenos Aires. Pasaba el resto de la semana en el más reservado sector de Punta del Este, donde Shakira había instalado a sus músicos para grabar su primer disco bilingüe: Servicio de lavandería. Al principio Shakira era la dueña de su propio destino artístico, y De la Rúa solo un espectador.
El argentino pronto se volvió testigo del calvario que puede ser la vida de una estrella. Shakira ganó la acogida internacional por sus primeras canciones en inglés, pero el precio fue alto. Aunque trabajaba con un exagente de Madonna, no lograba encontrar química con su equipo. Paradójicamente, el éxito musical fue un fracaso financiero. De improviso, Shakira y De la Rúa se hallaban ante una crisis. Según le contó a SEMANA una persona cercana a los dos: “Shakira se sentía frustrada y De la Rúa apenas empezaba a darse cuenta de que la situación era seria”.
Quizá fue entonces cuando descubrieron que podían trabajar juntos y no solo ser exitosos en los sentimientos, sino como empresarios. De la Rúa pasó de ser el chico de pelo largo, barba corta y cara rellena que seguía silenciosamente a Shakira en su caravana de giras a convertirse en un gestor del espectáculo. También Shakira vivió una metamorfosis: la jovencita cuya canción Ciega, Sordomuda casi toda una generación de jóvenes alternativos había bailado, era de pronto una mujer esbelta, de cabello rubio y envuelta en ropa ajustada, cuyas inquietas caderas le apuntaban a un público distinto, en Europa y Estados Unidos, que demandaba un pop más popular, producido con estrategia comercial.
Según la demanda de De la Rúa, en 2004 él y Shakira decidieron “combinar talentos” a través de un “pacto verbal” con “el único fin de comercializar, expandir y sacar ganancias de la ‘marca Shakira’”. En otras palabras, resolvieron convertirse en sus propios agentes. La estrategia era poco ortodoxa en el mundo del entretenimiento, donde predomina una división entre agentes y artistas y estos se vuelven personas solitarias, a veces engañadas por los intereses de la gran industria.
Con De la Rúa y un equipo que combinaba familiares, amigos y reconocidos profesionales, Shakira contaba con una base distinta: un círculo hecho a su medida que la protegería, pero que también le exigiría doblar esfuerzos para explotar su talento. Ambos cumplieron. De esto dan testimonio la demanda y personas cercanas a la pareja consultadas por SEMANA. Mientras ella inventaba bailes y movimientos de cadera y desplegaba su capacidad para conectarse con el público y los medios, De la Rúa, que contaba con experiencia como asesor de su padre, abrió una oficina en Nueva York y le imprimió a la unión el pie de fuerza necesario: estrategas, productores y expertos en logística y manejo de imagen. El objetivo era esculpir a una artista que se disparara más allá de la música y brillara como una representante global del pop latino.
No solo sobre el escenario y en inglés como ya lo habían hecho Ricky Martin y Enrique Iglesias, sino también como embajadora de la Unicef, a la cabeza de organizaciones sociales o, si era necesario, frente a un público universitario. El éxito fue mayor de lo esperado. “Cuando revisaron las cuentas de la nueva gira, se enteraron que acababan de ganar millones de dólares. ¡Se habían vuelto ricos!”, le dijo a esta revista un empresario cercano al viejo equipo. Habían tardado un año y medio en preparar un nuevo proyecto. Con el álbum Fijación oral, Shakira alcanzó la cúspide. La canción Hips Don’t Lie se oía en varios lugares del mundo y terminó encaramada en las listas del Billboard.
Era la primera súperestrella de pop colombiana. En 2008, tras una gira por docenas de países, ambos, agotados, advirtieron que tenían el timón de una máquina de fama y dinero. Cerraron un contrato millonario con Puig para crear una línea de productos de belleza y ganaron un contrato de 300 millones de dólares con Live Nation. Hasta que la alianza terminó en 2011, Shakira se mantuvo en la cima. Cuando no estaba en un estudio, desfilaba junto a la excanciller colombiana María Emma Mejía, quien durante años dirigió su fundación Pies Descalzos, o cantaba en 2009 junto a Stevie Wonder en las celebraciones de entonces presidente estadounidense Barack Obama, o era la protagonista de una crónica del New York Times, o cerraba el Mundial de Fútbol de 2010 en Sudáfrica para mostrar con su canción WakaWaka que a África y a América Latina los une un pasado común.
En su demanda, De la Rúa se atribuye un papel fundamental en esta historia. “El éxito mundial masivo de Shakira no fue sencillamente suerte. Fue el resultado de una dura batalla por conquistar el mundo musical que Mebarak y De la Rúa lucharon juntos como socios de negocios”, reza el documento. Y añade: “De la Rúa fue el arquitecto principal del equipo de administración y del plan de negocios que puso a Shakira en un sendero hacia un éxito financiero duradero”.
Describe al negocio conjunto como una “red” de empresas en las que De la Rúa mantenía posiciones directivas o el título de presidente. Encima de todo, habría actuado como el socio administrador de la alianza y como el motor de la aprobación de “todos los contratos y decisiones de negocios principales”. Mientras que sus dos cabezas visibles se lanzan ataques que ya alcanzan los estrados en tres países, el emporio construido por los dos durante años se está viniendo abajo.
Antonio de la Rúa atacó así a Shakira con una millonaria demanda, pero fracasó en todas sus pretensiones. Sus aspiraciones se vieron como una expresión más del machismo latinoamericano. La barranquillera lo contrademandó por daños y perjuicios y además lo acusó de robo, pues no le devolvió tras la ruptura, el acceso a algunas cuentas. En 2013, un tribunal de Ginebra -Suiza- le negó a él, los accesos a las cuentas de Shakira que reclamaba.
Como se dice que el mundo es redondo, ahora la vida les dio la vuelta y parece que están otra vez de amigos, en el momento más duro que ella ha atravesado. Incluso más duro que cuando él decidió emprenderla para quitarle todo lo que se había ganado gracias a su talento.
*Una parte de esta historia fue publicada originalmente cuando se conoció la demanda en noviembre de 2012.