HISTORIA

La historia de la mujer que sobrevivió al Titanic

Hace poco más de un siglo, Violet Constance Jessop se convirtió en una leyenda cuando sobrevivió a su tercer naufragio en cinco años, entre esos, el del Titanic. Esta es su increíble historia.

3 de junio de 2017
Los tres transatlánticos de la serie Olympic fueron construidos por el astillero Harland & Wolff. El RMS Titanic fue víctima de un iceberg en 1912, el RMS Olympic se chocó en 1911 y el HMHS Britannic se hundió tras impactar una mina alemana en el mar Egeo a finales de 1916.

El director de cine James Cameron enfocó Titanic en la historia de Jack y Rose, dos jóvenes de clases opuestas que se enamoran en el transatlántico más lujoso de la historia. En su viaje inaugural, el barco choca contra un iceberg y se hunde en las heladas aguas del Atlántico cobrando la vida de más de 1.200 personas. Jack y Rose, personajes de ficción enmarcados en esa realidad histórica, ven su amor truncado por la muerte de Jack. Se trata de un romance conmovedor, pero que palidece frente a algunas historias de los 710 sobrevivientes reales del siniestro ocurrido en 1912.

Una de ellas es la de Violet Constance

Jessop, con la que Cameron bien hubiera relatado su historia. El problema es que el premiado director se habría visto obligado a triplicar el presupuesto de su película o hacer una saga. Antes de cumplir 30 años, Jessop ya había sobrevivido a los accidentes de los tres transatlánticos de la serie Olympic construidos en Belfast por el famoso astillero Harland & Wolff: el naufragio del RMS Titanic en 1912, el choque del RMS Olympic en 1911 y el hundimiento del HMHS Britannic en 1916 por el estallido de una mina en plena guerra. Esto la hizo única y legendaria e hizo que se ganara el apodo de Miss Inhundible (Miss Unsinkable).

En los titulares de prensa, los irlandeses la claman suya al igual que los argentinos, quienes probablemente tienen la razón. Esta mujer nació en Bahía Blanca, de padres irlandeses que viajaron al sur en busca de una nueva vida criando ovejas. Se instalaron en una colonia a 50 kilómetros de la ciudad. Sin importar su origen, Jessop protagonizó una historia increíble que la ata a tres de los accidentes más sonados de comienzos del siglo XX, pero su baile con la muerte empezó mucho antes.

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Las vidas del gato

Nació en 1887 y escribió sus memorias en 1934, prueba de que a una joven edad había vivido muchísimo. Curiosamente estas solo se publicaron en 1996, 25 años después de su muerte en 1971, por el impulso de unas sobrinas suyas que encontraron el manuscrito.

De niña soñaba con ir al colegio y tener una hermana, pero la vida le mostró desde temprano que los sueños muchas veces se quedan en eso. La escarlatina mató a varios de sus hermanos y hermanas menores, y ella sucumbió ante una salvaje tuberculosis que le causó una hemorragia pulmonar. Los doctores le dieron tres meses de vida y le sugirieron a la familia reubicarse para darle una despedida digna. A pesar de las condiciones económicas, los Jessop se mudaron a las faldas de los Andes, en la ciudad de Mendoza. El clima montañero aportó y Violet se recuperó milagrosamente. De niña le ganó su primer pulso a la muerte.

Cuando apenas se recuperaba, la tragedia golpeó de nuevo. William, su padre, falleció de un cáncer y dejó a la familia en una situación precaria. Su madre Katherine tomó la decisión de recoger toldo y llevar a su familia a Inglaterra, un país en el que la calidad del aire afectaría a su hija mayor, pero en el que podía conseguir un empleo para ganarse el sustento.

El plan de Katherine salió a medias. En Londres consiguió empleo como camarera en la naviera Royal Mail Line, pero la fuerte exigencia del trabajo la enfermó y, débil, tuvo que renunciar. Por su lado, Violet quería estudiar para ser enfermera y empezó a hacerlo inspirada por las mujeres que habían cuidado de ella. Pero frente a la necesidad familiar se postuló para asumir el mismo empleo de su madre. Sus otros hermanitos fueron a parar a orfanatos católicos y un par de hermanas menores en conventos.

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En la primera entrevista con la Royal Mail Line, el hombre a cargo le negó el trabajo, argumentando que era demasiado joven y bonita. Por eso, en la segunda, regresó con su pinta más gris y sosa, y consiguió el empleo. Allí empezó su camino en el mar, para el que estaba poco entrenada, pero que a punta de voluntad asumió por casi el resto de su vida. La tripulación trabajaba casi todo el día y la noche. Violet debía limpiar, llevar comida, acompañar y asistir a los pasajeros mareados, e incluso ayudar a los doctores. También aprendió a sortear los avances e insinuaciones sexuales de viajeros y colegas, y a soportar el trato de las pasajeras de alta sociedad que la ‘ninguneaban’ con la mirada.

La otra cara de este arduo trabajo venía cuando atracaban en puerto y podía bajar, caminar, conocer. Nueva York la descrestó. También tuvo la oportunidad de regresar a Buenos Aires y saludar a viejos conocidos. Tristemente para ella, esa primera etapa terminó cuando un capitán se le insinuó, ella lo rechazó y este le hizo la guerra hasta sacarla. Sin pruebas para probar el acoso Violet debió resignarse.

Aun así, persistió en su esfuerzo y consiguió trabajo en la White Star Line, una naviera que le producía pavor pues tenía una fama macabra: las rutas que recorría en el Atlántico norte eran peligrosas por el clima inclemente. A pesar de sus miedos, en ese periodo se probó eficiente y agraciada. Cumplió con creces, y esto le ameritó un llamado especial. La escogieron para hacer parte del primer viaje de una clase de naves de lujo, fastuosas: la Olympic.

Vivir para contarlo

En junio de 1911 el RMS Olympic zarpó por primera vez sin contratiempos, pero tres meses después, en septiembre cerca de Isle of Wight, el Olympic chocó con otra embarcación de la marina británica, el HMS Hawke. Jessop describe el incidente con ligereza, pues en retrospectiva fue el más manejable de los que vivió. La nave sufrió daños profundos y demoró en reparaciones más de dos meses, pero nadie murió en el episodio.

El barco regresó a las aguas y Violet siguió su vida, pero el destino le tenía otra sorpresa. La escogieron para integrar la tripulación del magno Titanic en su viaje inaugural. Honrada aceptó y, como estaba acostumbrada, trabajó 17 horas antes de retirarse a su camarote la noche del accidente. Recuerda que estaba tranquila y recostada, cuando el Titanic golpeó el iceberg. La llamaron a cubierta y vio a los pasajeros evacuar con tensa calma. La golpeó la imagen de las mujeres aferrándose a sus maridos antes de que ellas -y sus hijos- fueran conducidas a los botes salvavidas. “Después de un rato un capitán nos ordenó abordar para mostrarles a las mujeres que era seguro. Mientras bajaban mi bote, un oficial me llamó y dijo ‘Señorita Jessop, cuide a este bebé’, y recibí en mi regazo a la criatura”, relató.

Ocho horas más tarde toda la embarcación yacía en el fondo del océano, y ella se convirtió en una de las 710 personas que sobrevivieron. Entre estas también se encontraba la madre del bebé, que, cuando la encontró, se lo rapó desesperada.

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El episodio no hizo mella en su vocación de servicio ni mucho menos el estallido de la Primera Guerra Mundial. Esa coyuntura le permitió desempeñarse como enfermera de la Cruz Roja británica. Lo hizo en el mar, trabajando en el Britannic, el transatlántico que debía suplir las carencias de seguridad del Titanic y superar sus lujos, pero que en tiempos de guerra se volvió un hospital en las aguas.

El 21 de noviembre de 1916 el Britannic impactó una mina enemiga en el mar Egeo cuando ella se encontraba en la bodega. Sistemáticamente fue por su cepillo de dientes, pues si algo había aprendido de sus episodios, era que nadie pensaba en esos detalles. El episodio no tuvo el número de víctimas que el anterior, pero fue el más traumático para Jessop.

El Britannic tenía 44 botes salvavidas, a diferencia de los 20 del Titanic, y cuando abordó uno semivacío pensó que estaba a salvo. Pero se topó de frente con “una masacre”. Las turbinas del transatlántico chupaban las naves y trituraban lo que se les cruzaba. Treinta tripulantes murieron así, y si bien ella salió bien librada, recibió un severo golpe en la cabeza. Atribuyó a su denso cabello la razón de haberse salvado, pues, como descubrió años después, había sufrido una fractura de cráneo.

Jessop trabajó como camarera en buques hasta 1950 y solo vivió hasta los 83 años de edad por una insuficiencia cardiaca. Solo resta preguntar, ¿para cuándo la película? 

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