Realeza
La princesa Ana debería ser la próxima reina en vez Carlos
La menos conocida de la dinastía Windsor es la más apta para suceder a la reina Isabel II, según la prensa británica y varios biógrafos de la realeza.
En condiciones normales, las nuevas generaciones son vistas como la gran esperanza de las instituciones, pero en Gran Bretaña está sucediendo algo muy curioso y es que, en medio de una racha de escándalos, la monarquía se apoya cada más en personajes veteranos que, sin tanto alboroto, han coadyuvado a que la corona siga siendo estimada por la opinión.
¿Un nombre propio? Ana, la Princesa Real, título que lleva por ser la hija única de la reina.
El año pasado fue noticia por haber cumplido 70 años y debido a ello el diario de The Times, le hizo un peculiar reconocimiento, en una nota titulada Princess Anne: the best queen we’ll never have (La princesa Ana: la mejor reina que nunca tendremos).
Allí, el periódico la presentó como el miembro mejor valorado de la familia real después de su madre, a imagen de quien se ha formado. Es decir, con una ética de trabajo inquebrantable, férrea disciplina, discreción y apego a la neutralidad de la realeza.
Es la más industriosa de la familia real, con más de 500 compromisos al año, referentes a las más de 300 organizaciones sociales, militares y de otra índole de las cuales es protectora.
Sir Nick Wright, su secretario privado por 17 años, le contó al diario que su sentido del humor es “estupendamente malvado” y su energía inagotable. “Con ella la jornada comienza muy temprano y termina a las 11 de la noche todos los santos días”.
Vanity Fair le hizo por esas una entrevista en la que les lanzó una especie de indirecta a su sobrino Harry y su esposa Meghan, duques de Sussex, célebres por su pelea con la familia, acerca de lo que significa ser de la realeza: “No se trata de “nosotros”, sino de “ellos”, la gente. La cuestión es servir”.
Al respecto de modernizar la monarquía, algo que los Sussex decían buscar, anotó: “Estas nuevas generaciones no entienden que yo ya pasé por eso y sé que tanto reinventar no funciona. Hay que volver a lo básico”.
Su trabajo benéfico la ha llevado a focos de pobreza del mundo que ningún otro Windsor ha pisado. A dónde va, primero atiende a las personas de bajo perfil o más necesitadas.
En 1991, cuando la guerra del Golfo Pérsico, en la que participó su patria, Ana visitó una base militar y puso patas arriba el programa porque prefirió hablar por horas con las esposas de los soldados destacados, antes que saludar a los altos mandos primero, como lo señalaba el protocolo.
Ana, continuó The Times, no causa jamás ampolla opinando sobre políticas de gobierno, familia y otros temas, como lo hace a menudo su hermano Carlos de Gales, heredero al trono. Es una conducta que molesta mucho, ya que la realeza, por constitución, tiene prohibido hacerlo.
“Todo esto sugiere que Ana, en circunstancias radicalmente diferentes, sería la más digna sucesora de su madre. La reina y su hija se han vuelto muy cercanas en los últimos años”, señaló el diario.
Fuentes cercanas a palacio comentan que ante la muerte del duque de Edimburgo (esposo de la reina), será ella su principal soporte y no Andrés, duque de York, quien estaba tratando de darse a sí mismo ese rol, pero ahora está más ocupado en resolver su problema.
El duque de York, tercer hijo de la reina es, junto con los Sussex, el otro motivo por el que la realeza británica ha estado en el ojo del huracán, al verse salpicado por el escándalo de pedofilia del millonario Jeffrey Epstein, algo tan vergonzoso, que Isabel tuvo que retirarlo de sus funciones.
La probidad de Ana no siempre fue así. Desde joven, rompió el molde de princesa.
Tuvo un Reliant Robin, un auto que tiene fama de carcacha.
Compartió cuarto y baño con ocho personas en uno de sus viajes solidarios.
Hasta fue condenada por un juez porque su perro mordió a dos niños. Y se negó a que sus hijos recibieran títulos nobiliarios.
Ana fue la primera hija de un monarca en ser alumna de un internado, Benenden School, donde la conoció Penny Junor, biógrafa de la realeza, quien la describió como “una de las personas más groseras que he conocido en mi vida”.
De su padre, de quien era la favorita, evocó el Times, heredó no solo el carácter, sino el gusto por maldecir a los fotógrafos, que la asediaban inmisericordemente en los años 1960 y 1970, cuando la bautizaron “la princesa amargada”.
Su mal genio es de antología. En 1974, su fiereza la salvó de ser secuestrada y el duque de Edimburgo, con su habitual picardía, dijo de los hampones: “¡pobres de ellos!”
Nunca ha sido “la princesa del pueblo” que fue su cuñada Diana de Gales, con quien las relaciones eran frías.
Según el Times, en una fiesta de Navidad en que ambas estaban, Ana gritó: “¡No me voy a dejar mangonear por esa cabeza hueca!”. A su otra cuñada, Sarah Ferguson, tampoco la pasaba.
Su vida privada también fue piedra de escándalo. El matrimonio con Mark Phillips terminó en una guerra de cuernos en la que se filtraron las cartas de ella a su supuesto amante, Tim Laurence, su actual marido, con quien se rumora que también está en problemas.
En 1982, un tabloide habló de su “extrema familiaridad”, mejor dicho, que tenía un romance adúltero, con un escolta de Scotland Yard, que fue retirado del servicio a la realeza de inmediato.
Ana no tiene posibilidades de llegar al trono (ocupa el decimocuarto lugar en la línea de sucesión), pero ante las recientes tormentas que ha afrontado la casa real, opinan los observadores, ella es una gran fuerza estabilizadora.
Es más, cuando Carlos ascienda al trono su papel no se eclipsará, pues es la Windsor más comprometida, “la monarca que Gran Bretaña nunca imaginó que algún día necesitaría”, como concluyó The Times.