Realeza
La reina Isabel también tiene un humor pícaro
Felipe, el fallecido esposo de la reina, pasará a la historia por sus divertidos apuntes, pero la verdad es que detrás de ese aura de inviolable severidad de la monarca, quien cumple 95 años, también se esconde su alma de bromista desconcertante. Estas son algunas de sus más divertidas anécdotas.
Sus parientes y colaboradores advierten que no hay que confundirse con esa expresión seria de la monarca, que le ha valido fama de fría e insensible. Cuando más conmovida se siente, más severa aparece, quizá para obedecer a la vieja sentencia que dice: “no conocerás lágrimas de rey”.
De todos modos, Isabel no es nada llorona, sino dueña de una chispa que estalla en las más inusitadas situaciones, como lo relató la escritora Karen Dolby en su libro The Wicked Wit of Queen Elizabeth II.
Poco se sabe, pero es una burlona impenitente, incluso de sí misma. Una vez, en una cacería, un ave la rasguñó y al ver que sangraba, un guardia creyó que le habían disparado.
Entonces, se abalanzó sobre ella y empezó a darle respiración boca a boca. “Creo que él y yo llegamos a conocernos bastante bien”, apuntó, al contarle el episodio al pintor Lucian Freud.
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A propósito de Freud, durante una visita a una galería de arte, Isabel se encontró con varias de sus características obras de mujeres desnudas y el curador del lugar le preguntó: “¿No fue usted pintada por Freud?”, a lo que contestó: “Sí, pero no como a ellas”.
La reina habla el inglés posh (elegante) de las clases altas de su país, pero como la buena imitadora que es de acentos, conoce bien el dialecto Cockney, propio de las clases populares de Londres.
En cierta ocasión en que desfilaba en su carruaje con su esposo Felipe y su hijo Carlos, ella le dijo adiós con la mano a un obrero que le dirigió unas palabras. Carlos, que no entendió al hombre, le preguntó a su madre qué le había dicho y ella le contesto en perfecto Cockney: “Gizza wave Liz!” (¡Danos un saludo, Liz!), y soltó una carcajada.
La picardía de la reina suele ser sardónica. La actriz Sheila Hancock recuerda que cuando fue invitada al Palacio de Buckingham, residencia de la monarca, pisó a uno de las perros de la reina. “Me sentí mortificada y le ofrecí disculpas a la reina, pero ella solo anotó: ‘Es su culpa (de la mascota), por ser del mismo color del tapete’. Lo dijo sin que se le moviera un párpado”, cuenta la artista. Y cuando visitó las cataratas del Niágara, en Canadá, apuntó secamente: “Parece que todo está muy mojado”.
Su majestad es astuta y desde su ascenso al trono, en 1952, tuvo algo muy claro sobre su relación con el pueblo: “la gente tiene que verme para creerme”. Por eso, un oficial de su escolta se ganó un regaño de su parte al interponerse entre ella y un grupo de personas que querían conocerla: “En realidad, capitán, creo que es a mí a quien ellos han venido a ver”, le espetó.
En una noche de 2003, la reina estuvo en Annabel’s, la célebre discoteca del jet-set en Londres, para el cumpleaños de una gran amiga. Es una de las pocas veces que ha pisado un sitio de este tipo y en la cena se sentó al lado de lord Salisbury. Al día siguiente, asistió a una ceremonia en la catedral de St. Alban, cuyo deán vio a Salisbury y le preguntó a Isabel si lo conocía. Con su cara muy seria, le explicó: “Oh, sí. Él y yo estuvimos anoche en un nightclub hasta pasada la una esta madrugada”.
En el servicio de acción de gracias por su jubileo de plata, en 1977, en la catedral de St. Paul, la reina se notaba preocupada. Cuando el conde Mountbatten le preguntó el motivo, le manifestó: “Pensaba lo feo que habría sido si Idi Amin (el bárbaro dictador de Uganda) hubiese irrumpido en la iglesia”. “¿Y qué hubieras hecho en ese caso?”, quiso saber el conde. “Le habría dado bien duro en la cabeza con la Espada de Perlas (un símbolo ceremonial que reposaba frente a ella)”, aseguró la reina.
Hay días en que Isabel rompe el hielo tomándoles el pelo a sus invitados, cuenta Karen Dolby. En un almuerzo que daba en el castillo de Windsor, uno de ellos luchaba para hacerse oír debido al ruido de los aviones que a menudo pasaban por ahí. A la primera interrupción, la reina comentó: “Boeing 747”. Minutos más tarde, otra nave pasó y ella acotó: “Airbus”. Y así, por toda la comida, se la pasó identificando los aviones, con solo escuchar el ruido de sus motores.
Otra de sus gracias famosas sucedió en 2014, cuando se contagió por el photobombing, la moda de irrumpir en la lente de un fotógrafo mientras dispara para gastarle una broma. Sucedió en Glasgow, en los juegos de la Commonwealth, cuando dos deportistas se hacían una selfie. Cuando vieron el resultado, se encontraron con que nadie menos que la reina, de visita en el estadio, se había colado en la foto y su expresión delataba que disfrutaba la chanza.
Pero si un gesto ha revelado el buen humor de la reina fue su participación, junto a James Bond, encarnado por Daniel Craig, en el video clip que introdujo la inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, en el cual se pretende que ella aterriza en el estadio en paracaídas. El nuevo libro revela que dijo que sí apenas le hicieron la propuesta, pues se ha vuelto más relajada, sin perder su majestad.
Según el director del video, Danny Boyle, el rodaje se desarrolló en medio de una constante carcajada. La reina, feliz con sus indicaciones, hasta le propuso: “¿no le parece que yo debería decir algo?” e improvisó su parlamento: “Buenas noches, señor Bond”.
Al concluir las tomas, Isabel se aseguro de que los miembros de su equipo se tomaran su foto con Craig. “En el instante en que se descubrió que no era una actriz ni una doble, sino la propia Isabel interpretándose a sí misma, la relación entre ella y sus súbditos cambió dramáticamente”, concluyó Karen Dolby.