REALEZA
La renuncia de Meghan y Harry a sus títulos reales, y otros miembros de la corona que se han enfrentado a esta.
A través de un comunicado, la reina Isabel II informó que la familia real llegó a un acuerdo que regirá a partir de la primavera. Con la renuncia a sus títulos, Harry y su esposa dejarán de recibir fondos públicos. El caso del hijo de Lady Di no es el único en el que el amor choca con el deber. Varios episodios históricos de la monarquía inglesa demuestran que ambas cosas pueden llegar a ser incompatibles.
La familia real de Inglaterra ha tenido una semana movida. Desde que el príncipe Harry y Meghan Markle anunciaron su sorpresiva decisión de renunciar a la realeza para vivir una vida independiente, el Reino Unido se ha visto cruzado por especulaciones, rumores y conatos de crisis. Tanto así que la reina Isabel tuvo que convocar una cumbre extraordinaria en el palacio de Sandringham con los pesos pesados de su familia para discutir el tema, algo que no ocurría hace muchos años.
Muchos, de hecho, recibieron con sorpresa la noticia de que la monarca había decidido apoyar a su nieto e incluso estableció un “periodo de transición” para que se independice. Pero según los expertos en la realeza, lo hizo muy a su pesar, porque no le quedaba otra opción. Sin embargo, la reina no había dejado claro en la práctica qué significaba esa transición. Lo hizo solamente este sábado, en un comunicado.
La reina ha dicho que luego de varios meses de conversaciones y discusiones, le complace informar que hayan encontrado un camino constructivo para su nieto y su familia.
“Harry, Meghan y Archie siempre serán miembros muy queridos de mi familia. Reconozco los desafíos que han experimentado como resultado del intenso escrutinio en los últimos dos años y apoyo su deseo de una vida más independiente”, ha dicho la monarca.
Así mismo agradeció a su nieto y a su esposa “por su dedicado trabajo en este país, la Commonwealth y más allá”, y agregó que está “particularmente orgulloso de cómo Meghan se ha convertido tan rápidamente en una de la familia”.
De acuerdo con las declaraciones del Palacio de Buckingham para Harry y Megan ha quedado claro que están obligados a retirarse de los deberes reales, incluidos los nombramientos militares oficiales. Así mismo que no recibirán fondos públicos para los deberes reales.
“Con la bendición de la reina, los Sussex continuarán manteniendo sus patrocinios y asociaciones privadas.” En el comunicado también queda claro que los Sussex no usarán sus títulos de RHS ya que ya no son miembros activos de la Familia Real.
Más allá de eso, lo que quedará definido en los próximos meses, todo indica que el hijo menor de Lady Di se salió con la suya. Algo llamativo, pues no todos en su familia han corrido con la misma suerte. Muchos creen que el caso de Harry y Meghan no tiene precedentes, pero los conflictos entre el amor y el deber han afectado a varios de los Windsor, y algunas veces han terminado en tragedia.
La renuncia del rey Eduardo VII
El rey Eduardo VIII, tío de la reina Isabel, renunció al trono cuando le prohibieron casarse con la estadounidense Wallis Simpson, una mujer divorciada. Nunca volvió a tener buenas relaciones con la familia real.
Protagonizó el primer caso, el más sonado de la historia reciente, nadie menos que el rey Eduardo VIII, tío de la reina Isabel, cuando se enamoró de Wallis Simpson, una norteamericana dos veces divorciada. Eduardo trató de que lo dejaran seguir en el trono y declararla a ella esposa consorte, y no reina, después de casarse con ella. Pero teniendo en cuenta que el rey de Inglaterra encabeza la Iglesia anglicana y esa fe no permitía el divorcio, el primer ministro Stanley Baldwin le negó la posibilidad de seguir con la corona si se casaba.
El príncipe Carlos no se pudo casar con Camila Parker-Bowles, el amor de su vida, porque hasta ese momento, a la futura reina se le exigía ser virgen.
Eduardo prefirió abdicar que vivir sin su mujer. Entonces, dijo la famosa frase: “Me ha resultado imposible soportar la pesada carga de responsabilidad y desempeñar mis funciones como rey, en la forma en que desearía hacerlo, sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo”.
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Su drama pasó a la historia, no solo porque Eduardo solo reinó durante 11 meses (entre enero y diciembre de 1936), sino también porque su renuncia llevó al trono a su hermano menor, Jorge VI, y puso a la pequeña Isabel, entonces lejos en la lista de sucesores al trono, como la heredera de la corona.
El amor imposible de la princesa Margarita
La princesa Margarita, hermana menor de Isabel, siempre estuvo enamorada de Peter Townsend (derecha), caballerizo de la reina. Como era un hombre divorciado, ella no les permitió casarse. Años después, se desposó con el fotógrafo Antony Armstrong-Jones, pero su matrimonio fracasó en medio de las infidelidades y el alcoholismo.
El segundo caso fue el de la princesa Margarita, hermana de la actual reina. Murió gorda y desprestigiada, pero en su juventud era bella, popular y, en su momento, la consideraban el mejor partido del Reino Unido.
Ella se enamoró locamente de Peter Townsend, héroe de la batalla de Inglaterra, el combate aéreo que salvó al país de caer en manos de Adolf Hitler. Él era divorciado y tenía dos hijos, y, ante ese amor tan grande, Margarita le pidió a su hermana permiso para casarse, pues los miembros de la realeza no pueden hacerlo sin el consentimiento de la reina. Ella se negó y lo mandó a él lejos del país, con lo que terminó para siempre esa historia de amor.
Tiempo después, Margarita se casó con un fotógrafo de la sociedad, Antony Armstrong-Jones, al cual convirtieron en Lord Snowdon. El matrimonio fracasó en medio de las infidelidades de ambos, peleas agresivas y mucho alcohol. Su divorcio marcó una época, pues fue el primero en la familia real de Inglaterra en 400 años.
El trío amoroso de Carlos, Camilla y Diana
En los años setenta, el príncipe Carlos no pudo casarse con Camila Shand, a quien amaba profundamente, porque ella no era virgen, un requisito indispensable para la esposa del futuro rey. Ante el desastre de lo que ocurrió después, esa exigencia desapareció.
Después de esta historia vino el famoso caso del príncipe Carlos con Camilla Shand, que de casada usaba el apellido Parker-Bowles.
Estaban enamorados, pero había un problemita: ella no era virgen y para ese momento ese era un requisito que debían cumplir las futuras consortes de quien en algún momento se convertiría en rey de Inglaterra. De lo contrario, la soberana se exponía a que los examantes de sus nueras hablaran de sus intimidades en los pubs. Por eso no los dejaron casar.
Para la época de Meghan las reglas de la monarquía habían cambiado y ya no importaba que fuera una actriz norteamericana, divorciada y de raíces negras.
Como no era fácil conseguir vírgenes en 1984, la aparición de Diana Spencer pareció un milagro. Ella no solo era virgen y linda, sino que pertenecía a una de las familias más nobles de Inglaterra.
La aparición de Diana Spencer fue un milagro para la familia real, pues reunía todos los requisitos de una reina. El único lío era que Carlos no la amaba. Su matrimonio terminó en un escandaloso divorcio.
Pero ante el catastrófico resultado de ese matrimonio, que terminó en un publicitado divorcio y en la trágica muerte de Diana, el requisito de la virginidad desapareció y permitió que Kate Middleton pudiera vivir en la universidad con el príncipe William y que Harry se comprometiera con una divorciada.
El propio Carlos terminó casado con Camila en 2005, en segundas nupcias para ambos, por lo que su historia tuvo un final feliz.
La rebeldía de Harry y Meghan
Harry y Meghan quieren dejar de ser miembros ‘sénior’ de la monarquía británica para vivir una vida más independiente. La reina, contra todos los pronósticos, está dispuesta a apoyarlos.
El último caso es el de Harry, el segundo hijo de Diana y Carlos. Fue el más popular en la adolescencia y protagonizó fiestas desenfrenadas, en las que llegó a disfrazarse de oficial nazi y a tomarse fotografías desnudo junto a sus amigos. Pero luego se volvió depresivo y taciturno. Se convirtió en piloto de la Real Fuerza Aérea británica y empezó a promover campañas a favor de la salud mental, pues en su juventud sufrió de ataques de pánico y ansiedad.
Todo indicaba que en ese momento había encontrado un propósito en su vida, pero le faltaba algo: una familia. La encontró cuando le presentaron a Meghan Markle y se enamoraron bajo la luz de las estrellas de Botsuana, en África. Veinte meses después anunciaron su compromiso, ante la sorpresa de muchos que no esperaban que la relación evolucionara tan pronto, y se casaron en 2018.
Para ese entonces, las reglas de la monarquía habían cambiado y ya no importaba que Meghan fuera una actriz norteamericana, divorciada y de raíces negras. Muchos, incluso, recibieron su entrada a la familia real con alborozo, pues decían que representaba un aire fresco para la realeza.
Las cosas, sin embargo, comenzaron a ir mal muy rápido. A Meghan le pasaron factura los rumores sobre su mal carácter, sus supuestos gastos desaforados y su mala relación con Kate, la esposa del príncipe William, quien ya tenía un espacio ganado en los corazones de los británicos.
Harry pone en peligro la supervivencia a largo plazo de la monarquía británica. Al fin y al cabo, es una institución anacrónica y totalmente ajena al mundo de los millennials.
Pronto la prensa, que antes la veía como la renovación, empezó a criticarla y la popularidad de la pareja se fue a pique. Eso terminó por alejarlos de la familia, ya que ambos consideraban que no los apoyaban lo suficiente. El propio Harry, antes compañero inseparable de William y Kate, se alejó de ellos y surgió una grieta en la relación de los dos hermanos.
La situación llegó a ser insostenible y, luego de las vacaciones de fin de año, Harry sorprendió al mundo con la noticia de que él y Meghan querían retirarse de la realeza. La posibilidad de pasar el resto de su vida en eventos protocolarios, para echar discursos y hablar con gente que no le interesaba en el coctel posterior, no le pareció una opción para su futuro. Además, los círculos palaciegos nunca dejaron de ver a Meghan con desdén por ser una mujer mestiza y con pasado de farándula.
Este desprecio, combinado con el rumor de que su verdadero padre no es Carlos, sino el petisero James Hewitt, puede haber incidido en su rebeldía. Si nadie quiere a su señora y no es hijo de su papá, mejor irse a vivir a otro lado.
Las malas lenguas siempre han dicho que Harry no es hijo de Carlos, sino de James Hewitt, un exoficial de caballería que fue amante de Diana. Esa podría ser otra de las razones por las que no le importa alejarse de la monarquía.
Las consecuencias del caso de Meghan y Harry
Una de las consecuencias de todo esto es que Harry va a poner en peligro la supervivencia a largo plazo de la monarquía británica. Al fin y al cabo, es una institución anacrónica totalmente ajena al mundo de los millennials. Antes tenía la magia de la distancia entre reyes y súbditos. Pero ahora, con las redes sociales y los tabloides, es difícil mantener la ficción de figuras idealizadas, como sucedía en el pasado.
Eso podría significar que, cuando muera la reina, el príncipe Carlos estará en el trono, aunque no durante mucho tiempo. Probablemente, también alcancen a reinar su hijo William y Kate. La belleza de ambos y la popularidad que han suscitado como pareja le asegurarán a la Corona de Inglaterra una generación más.
Pero después de ellos es casi imposible que haya otro rey. El principito George, que tanto aparece en las fotos, tendría que esperar 50 años para llegar al trono, teniendo en cuenta que su padre tiene hoy 37 años. Y es muy difícil que en medio siglo el pueblo inglés siga dispuesto a financiar con los recursos del erario a una familia disfuncional.