HOMENAJE

La última gran diva

Los problemas de salud, los desamores y el sobrepeso nunca dejaron ser feliz a Elizabeth Taylor, quien murió la semana pasada a los 79 años.

26 de marzo de 2011
Tenía una millonaria colección de joyas, que incluía el famoso diamante Krupp y la esmeralda que aparece en la foto. Las dos se las regaló Burton.

Lo único que le faltaba a Elizabeth Taylor para terminar de convertirse en leyenda era morirse. Y eso lo sabían muy bien los directores y editores de los medios de comunicación más importantes del mundo, que llevaban décadas puliendo obituarios sobre la que fue considerada la mujer más hermosa y mediática del planeta en los años sesenta. De hecho, Taylor confesó hace un tiempo haber leído algunas de sus notas póstumas y dijo estar sorprendida con el trato que le daban los periodistas, quienes repetían una y otra vez que ni el guion de la más loca de sus películas era tan apasionante como su vida, llena de escándalos, lujos y tragedias.

La 'Reina de Hollywood' murió el miércoles pasado, a los 79 años, en el hospital Cedars-Sinai de Los Ángeles, donde había sido ingresada hace poco menos de dos meses por problemas cardiacos. Tuvo siete esposos y ocho matrimonios, pues se casó dos veces con el también actor Richard Burton, con quien protagonizó una verdadera novela de la vida real. Adonde quiera que iban eran asediados por miles de fanáticos y periodistas. Eran tan famosos como Brad Pitt y Angelina Jolie hoy en día,o más que ellos. Y, como 'Brangelina', tenían un seudónimo que mezclaba sus dos nombres: 'Dickenliz' (un juego de palabras en inglés que reducía la unión de sus apodos: Dick y Liz).

En ese momento se hablaba de una pareja desenfrenada y derrochadora, que ofrecía fiestas millonarias y remataba sus borracheras con horas y horas de lujuria. Los excesos siempre hicieron parte de la vida de Taylor, quien subía o bajaba de peso sin importarle su salud y entraba en depresiones constantemente debido a sus fracasos amorosos o el abuso de alcohol y pastillas. Estuvo más de treinta veces en un quirófano, pero no por vanidad: superó un tumor en el cerebro, un cáncer de piel, una amenazante neumonía y una peligrosa arritmia cardiaca.

Pese a todos sus problemas físicos y mentales, fue la actriz más exitosa de su tiempo, la primera en cobrar más de un millón de dólares por el rodaje de una película (Cleopatra) y hoy es conocida como la última diva clásica de Hollywood. "Marilyn Monroe era la diosa del sexo; Grace Kelly, la reina de hielo; Audrey Hepburn, la eterna traviesa. Taylor era la encarnación de la belleza", dice el obituario del diario The New York Times, escrito hace años por Mel Gussow, un crítico que murió en 2005.

Recordada no solo por tener al mismo tiempo una belleza tierna y sensual, sino también por su versatilidad frente a las cámaras, ganó tres estatuillas del Óscar: dos a Mejor Actriz Principal por las películas Butterfield 8 (1960) y ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (1966), y otro honorífico por su labor humanitaria. Por esa misma razón recibió el Premio Príncipe de Asturias de manos de Felipe de Borbón, heredero a la Corona española, y fue nombrada en Inglaterra dama del Imperio británico, por la reina Isabel II.

"Tenía belleza, agallas y talento", comentó a SEMANA Nancy Schoenberger, coautora del libro El amor y la furia: la verdadera historia de amor de Elizabeth Taylor y Richard Burton. "Trabajaba duro y no se tomaba muy en serio a sí misma. Hizo aproximadamente cien películas, y su belleza incandescente y su honestidad iluminaron la pantalla durante los setenta años de su carrera. Era una estrella de cine en una época en que realmente existían las estrellas de cine. Y fue famosa desde los 12 años".

La más hermosa

Nacida en Londres pero criada en Estados Unidos, la mujer más bella del mundo había sido una bebé fea. "Tenía la cara tan apretada que parecía que nunca se iba a desarrugar", decía su madre, quien había sido actriz de teatro antes de irse a Inglaterra con su marido, un comerciante de obras de arte. Con la ayuda de un amigo de la familia y por iniciativa de su mamá, la pequeña Elizabeth obtuvo un papel en una película mediocre llamada There's One Born Every Minute y luego actuó en una cinta sobre la famosa perra Lassie. Su idilio con la crítica llegó en 1944 con National Velvet (Fuego de juventud), un filme que según las reseñas de la época hacía llorar hasta al más macho. Luego pasó con naturalidad de ser una figura infantil y angelical a convertirse en una actriz madura y voluptuosa. Era la envidia de las adolescentes y de las señoras. Parecía que tenía la vida perfecta.

Quienes la conocieron coinciden sin embargo en que nunca llegó a ser feliz. Ni siquiera cuando parecía plena en su vida sentimental y su carrera pasaba por su mejor momento. "He tenido suerte toda mi vida -dijo Taylor hace unos veinte años-. Lo he tenido todo: belleza, fama, dinero, premios, amor. Rara vez tuve que luchar por algo, pero he pagado por esa suerte con desastres".

La chica de los ojos violeta reconoció en varias ocasiones que la primera gran tragedia de su vida fue la muerte de su marido Mike Todd, conocido por ser el productor de películas como La vuelta al mundo en 80 días. Por ese entonces Liz tenía 24 años y dos exesposos. El primero había sido Nicky Hilton, socialite y heredero de la millonaria cadena de hoteles Hilton. Se casaron en 1950, cuando ella tenía 18 años, y se separaron meses después porque él era alcohólico y la maltrataba "física y emocionalmente". El segundo fue el actor británico Michael Wilding, con quien duró cinco años y tuvo dos hijos.

Con Todd parecía que la actriz por fin había conocido al amor de su vida. Pero el 22 de marzo de 1958, su avión privado, bautizado Lucky Liz en honor a su esposa, se estrelló cuando llevaba al empresario a recibir un premio en Nueva York. Taylor iba a montarse con su marido, pero este había decidido que ella no debía viajar pues tenía gripa.

La actriz se refugió en su trabajo y en Eddie Fisher, popular cantante y presentador de televisión y mejor amigo de su difunto esposo. Fisher estaba casado en ese momento con Debbie Reynolds, la actriz de Singin' in the Rain, también amiga de Taylor. Debbie era lo que los estadounidenses llaman "the girl next door" o "la chica de la casa vecina": una niña buena que muchos hombres quisieran como esposa por su ternura e inocencia. Por eso cuando se supo que Fisher la había dejado por la viuda de su mejor amigo, algunos medios empezaron a llamar a Taylor "bruja" y "quita maridos". Se casaron en 1959 y él la acompañó al rodaje en Roma de la millonaria producción Cleopatra. En una de las últimas fotos que tienen juntos, aparece Liz sentada en las piernas de Fisher mientras charlan nada más y nada menos que con el coprotagonista, un galés llamado Richard Burton.

La pareja del siglo

La atracción entre la 'Diosa de Hollywood' y el actor británico, siete años mayor que ella, fue inmediata. Se les veía felices en las escenas apasionadas y alargaban sus besos incluso después de que el director ya había gritado: "¡Corten!". No pasó mucho tiempo para que los medios se enteraran, y durante las grabaciones era común ver una horda de fotógrafos siguiéndolos día y noche. Cinco meses después, la famosa imagen en la que salen besándose sobre la cubierta de un yate terminó por confirmar su romance. "No nos cansábamos nunca el uno del otro. Hasta con los paparazi colgados de los árboles podíamos hacer el amor, jugar Scrabble y formar palabras vulgares, y nunca se acababa la partida. Si te excitas jugando Scrabble, es que es amor", confesó la diva alguna vez.  

Cuando se supo la noticia, el Vaticano condenó la relación al calificarla de "vagabundería erótica". Pero los novios no estaban preocupados por lo que pensara el Papa, sino por sus familias: Burton llevaba 13 años casado con Sybil Williams y tenía dos hijas, mientras que Taylor acababa de cumplir tres años junto a Fisher y no quería volver a protagonizar un nuevo escándalo. Aún así tuvieron que admitir públicamente su amor y abandonar a sus respectivas parejas. Cuando Fisher le concedió el divorcio a la actriz, el 6 de marzo de 1964, esta solo esperó nueve días para contraer matrimonio con Burton.

La diva, obsesionada con las joyas, consiguió que su nuevo marido le regalara un diamante de 70 quilates. Ninguno de los dos escatimaba en gastos: pagaron un millón de dólares por un jet privado, alcanzaron a tener seis casas en diferentes países y adquirieron obras de Monet, Picasso, Van Gogh y Rembrandt. Para finales de la década del sesenta se habían convertido en una máquina de hacer dinero y sus ingresos se calculaban en más de 200 millones de dólares.

El problema era que su estatus de celebridades estaba acabando con el idilio. De las 11 películas que grabaron juntos, muchos críticos coinciden en que ¿Quién le teme a Virginia Woolf

 es la que mejor retrata su tormentosa relación. Sus peleas y los problemas de alcohol de Burton los llevaron a separarse en 1974. "Cuando podíamos ser Richard y Elizabeth, el matrimonio funcionaba de maravilla. Los que no funcionaban eran Liz y Dick, porque eran dos personas que no existían", explicó la actriz años más tarde.

Burton no se rindió y durante un año trató de conquistar a Taylor por segunda vez. "Si me dejas, tendré que matarme, no hay vida sin ti", le escribió en una de los cientos de cartas que le envió después de que se divorciaron. La insistencia le dio resultado, volvieron a casarse en secreto en la república africana de Botsuana, pero al poco tiempo fracasaron de nuevo. "Tal vez nos hemos amado demasiado -reveló Liz entonces-. Nunca creía que algo así fuera posible". Semejante decepción hizo que buscara consuelo en John Warner, un político republicano que aspiraba al Senado por el estado de Virginia.

Su lado oscuro

Mientras estuvo casada con él, la mujer más codiciada de Hollywood abandonó la actuación. Pasó de pesar 54 a 90 kilos y se volvió alcohólica y drogadicta. De no ser porque su familia y amigos la convencieron de entrar a un centro de rehabilitación, Taylor probablemente no habría sobrevivido. Ella misma lo reconoció años más tarde a la revista People: "Superar a un hombre no es como recuperarse de una gripa. Cada divorcio es como una pequeña muerte". En medio de la batalla contra sus adicciones, la actriz tuvo que enfrentar el fallecimiento de Burton y del galán Rock Hudson, uno de sus amigos más cercanos.

En un intento por rehacer su vida, la actriz se divorció de Warner y se convirtió en activista contra la enfermedad que mató a Hudson, el sida, cuando ninguna otra celebridad se atrevía a hablar del tema. Esa faceta de filántropa vino acompañada de un nuevo amor: el obrero de construcción Larry Fortensky, con quien contrajo nupcias en 1991. Como de costumbre, Liz volvió a ser la comidilla de la prensa, que solía referirse a ella y a su joven esposo (20 años menor) como "La Bella y la Bestia". No duró más de cinco años y Liz juró que no volvería a casarse.

Su habilidad para sobreponerse a las constantes rupturas fue comparable con su fortaleza para superar todo tipo de enfermedades. Los medios la dieron por muerta más de una vez, pero ella salió siempre a desmentirlos. "¡¿Acaso parece que me estoy muriendo!", gritó furiosa en una entrevista en 2006. Taylor se quejaba de que la prensa decía muchas mentiras de ella y nunca la mostraba como era realmente. Por eso cuando la periodista Barbara Walters le preguntó cuál quería que fuera su epitafio, la gran diva dijo: "Acá yace Liz. Ella vivió". Luego se quedó en silencio unos segundo y corrigió. "No, no me gusta Liz. Odio ese nombre. 'Acá yace Elizabeth. Ella odiaba que la llamaran Liz. Pero vivió'".